Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso quinto

Medicina

1. Número 1 asienta, que erré en atribuir solamente al vulgo la nimia confianza en la Medicina: y lo prueba, porque muchos, fuera del vulgo, están impresionados de esa nimia confianza. Este argumento se funda en el errado concepto, de que sólo es vulgo el que viste gabán, y polainas. Sr. Mañer, para el efecto que aquí se trata, hay algún vulgo metido de gorra entre las Pelucas, entre las Togas, entre los Bonetes, entre las Capillas. Y para decirlo de una vez, ni aún se escapan de ser vulgo algunos de los que se precian de Escritores, y muchos de los que se meten a Tertulios.

2. Número 2 admite como justo mi empeño en corregir la nimia confianza de la Medicina, si no me hubiera propasado al desprecio de la Facultad. Niego en esta segunda parte, el que me haya propasado al desprecio, y no tengo más que hacer en la materia. Supongo, que a la hora presente ya habrá visto el Sr. Mañer el preciosísimo librito (que debería estar escrito con letras de oro) del Doctor Gazóla, intitulado el Mundo engañado por los falsos Médicos, y habrá hallado, que dice todo lo que yo he dicho de la Medicina, de los Médicos, y aún dice mucho más. ¿Escribiría un Médico en desprecio de su profesión? No, sino en obsequio de la verdad.

3. Número 3 dice, ¿que para qué dividí la Medicina en los tres estados de perfección, imperfección, y corrupción, si luego advierto, que el estado de perfección es estado de pura posibilidad, y que Medicina perfecta no la hay en el mundo? [24] Respondo, que para advertir eso mismo. Opone, que una Medicina, que no existe, no puede ser miembro dividendo de la razón común de Medicina. Respondo, que vaya el Sr. Mañer a una Aula de Artes, donde verá dividir la razón común de ente, en posible, y existente: item en ente real, y de razón; siendo así, que el ente posible no existe; y el de razón, ni existe, ni puede existir. En el mismo número pretende probar ad hominem, que hay ciencia perfecta de Medicina, con lo que he dicho de los Médicos Chinos en el segundo Tomo; esto es, que tienen tal comprehensión del pulso, y de la lengua, que por ellos, sin el subsidio de otra noticia, conocen la enfermedad, sus síntomas, y circunstancias. ¿Pues qué, no hay más que saber en la Medicina? No menos que todo el conocimiento de los remedios (que es lo que más importa) se queda en el tintero. Esto es lo mismo que decir, que uno es perfecto Matemático, porque sabe diez, u doce demostraciones Geométricas.

4. Número 4 repara, que pude omitir la noticia, que doy de las impresiones, que se hicieron de las Obras de Ballivio. Y yo advierto, que el Sr. Mañer pudo omitir un reparo tan inútil, que para nada es conducente: y por la misma regla, de las cien partes del Anti-Teatro pudo omitir las noventa y nueve. Pasa luego a adivinar el motivo, que tuve, para expresar el número justo de las impresiones de Ballivio. Y esto se debe condenar como arrojo en un hombre, que por otra parte reconoce la gran dificultad, que hay que conocer interiores.

5. Número 5 contra Sydenham, y contra mí pretende, que hay método seguro para curar todo género de fiebres. Para esto alega el ejemplo de Don Juan de Grandona, que en Córdoba, con el secreto de unas píldoras, sana todo género de fiebres intermitentes. Y bien: todo género de fiebres ¿no comprehende más que las intermitentes? Esto de confundir el todo con la parte, el diviso con el dividente, el género con la especie, es frecuentísimo en el Sr. Mañer. Si hubiera estudiado un poco de Lógica, el tiempo que gastó en escribir el Repaso de los Escritos de Torres, y el Anti-Teatro, [25] le hubiera estado mejor. Lo de mandarme ensillar la mula para ir a Córdoba, a averiguar si es verdad lo que refiere de D. Juan de Grandona, pase por desahogo del genio festivo del Sr. Mañer. Para lo demás es escusado, pues desde aquí sé ya, que el Sr. Grandona no tiene método seguro para curar todo género de fiebres, asegurándome el Sr. Mañer, que sus píldoras no alcanzan más que a las intermitentes.

6. Número 6 repite lo dicho en el número primero, que no existe sólo en los vulgares la nimia confianza de los Médicos. Y yo también repito lo que dije sobre eso.

7. En el número 7 no hay más que una chanzoneta, o llamémoslo con mejor nombre, conceptillo chistoso, de que abunda mucho el Anti-Teatro.

8. En todo el número 8 no hace más que repetir lo que antes dijeron otros muchos, y a que ya se respondió muchas veces.

9. Número 9 me capitula, por qué en vez de la Comedia Francesa del Enfermo Imaginario, no cité la Española del Licenciado Vidriera. Luego pasa a adivinar, que lo hice para ostentarme versado en libros Franceses. Parece que el Sr. Mañer les negó en el Discurso tercero a todos los hombres la facultad de explorar corazones, sólo a fin de estancarla toda dentro de su estudio. ¿Y no pudo ser el que yo no haya leído la Comedia del Licenciado Vidriera? ¿No pudo ser también el que, aunque la hubiese leído, no me ocurriese? Pero la verdad es, que no fue eso, ni esotro; sino que la Comedia del Licenciado Vidriera no era, ni aún remotísimamente, del caso para el propósito a que yo aplicaba la del Enfermo Imaginario: y ésta venía clavada.

10. Número 10 me culpa el no fiar en el testimonio único de Oporino, para creer las curas prodigiosas de Paracelso. Y cómo que no fío. Para cosas prodigiosas, y rarísimas, no basta un testigo solo; salvo que esté dotado de algún carácter, o cualidad relevante, que le haga valer por muchos; mucho menos, si el testigo se presume apasionado. Oporino no tenía alguna cualidad relevante (Impresor, y Médico ordinario); y por otra parte se presume interesado en los [26] créditos de Paracelso, porque fue discípulo suyo. Añade (arguyendo a simili) que yo creo, que hubo Diógenes Cínico, porque lo dijo Terencio, y las hazañas de Alejandro las refiere Quinto Curcio. Porque lo dijeron esos solos, niegolo. Para Diógenes Cínico, junte con Terencio a Diógenes Laercio, Plutarco, Eliano, Juvenal, Luciano, Valerio Máximo. Para Alejandro, añada sobre Quinto Curcio a Justino, Plutarco, Plinio, Arriano, Diodoro Sículo, Flavio Josefo; y lo que es más que todo, la Sagrada Escritura. Muy novicio es en la Historia quien está en fe de que de Diógenes Cínico sólo dio noticia Terencio, y de Alejandro sólo Quinto Curcio.

11. Número 11 reputa por contradicción, el que habiendo concedido alguna probabilidad a la sentencia, que generalmente condena por nociva la sangría, después convengo en que es verdadera la sentencia, que la juzga en varios casos conveniente. Esta acusación depende de que el Sr. Mañer no sabe qué cosa es probabilidad; ignorando por consiguiente, que la probabilidad de una sentencia no pugna con la verdad, sino con la evidencia de su contradictoria. Si hubiera frecuentado algo la Escuela, viera a cada paso a los Presidentes de Actos propugnar como verdadera su sentencia, y asegurar que lo es, concediendo al mismo tiempo que la sentencia opuesta es probable. Otra cosita, que añade en éste número, ya antes se me objetó en otros Papeles impresos, y se satisfizo sobradamente.

12. Número 12 me tacha, que habiendo dicho, que en algunos poquísimos accidentes está declarada la experiencia a favor de la sangría, añado después, que aún en esos acaso se curarían mejor de otro modo. Y bien: ¿Qué hay contra eso? No más que la chanzoneta, de que por esta regla también podría decirse, que mi Teatro Crítico pudo ponerse mejor de otro modo. Yo lo concedo redondamente. Mas no lo concederé del Anti-Teatro; porque en materia de gracejo no hay más que desear. ¡Que con estas cosicosas se anden fatigando las prensas!

13. Número 13, sin fundamento alguno me cuenta entre [27] los enemigos de la Quina. Lo más que puede inferirse de lo que en el lugar citado apunto, es, que no quiero meterme en esa contienda.

14. Número 14 me hace cargo sobre una respuesta, que di al texto del Eclesiástico, que habla de la Medicina. Este mismo cargo me habían hecho antes tres Médicos en tres Escritos públicos; y tengo satisfecho largamente. Sin embargo de que el Sr. Mañer había propuesto al principio de la Crítica de este Discurso, que sólo tocaría lo que habían omitido los demás, se aprovecha, no una vez sola, sino muchas, de los trabajos ajenos.

15. Número 15 me reprehende (fundando el cargo en mi confesión propia) el haber figurado los riesgos de la curación algo más abultados de lo que dicta la razón. El caso es, que yo no confesé tal cosa. Mi cláusula es: Si acaso en una, u otra expresión he figurado los riesgos de la curación algo más abultados, &c. aquel si acaso es expresión de quien duda, no de quien confiesa. Y bien; que lo confesára, ¿qué tenemos con eso? ¡Oh, Sr. (dice Mañer), que en materias físicas no se puede abultar más de lo que son en sí las cosas! Y yo le respondo al Sr. Mañer, que en materias morales (que importan más que las físicas) se ve practicar esto a cada paso a hombres santos, y doctos. El que por ver muy dominante algún vicio en la República, aunque no sea de los más enormes, predica contra él, le pinta con tales colores, como si fuera el más execrable de todos los vicios. El que para remover alguna ocasión de pecar, aunque no sea de las que con rigor se llaman próximas, pinta sus riesgos, los abulta con la elocuencia a algo mayor estatura, que la que tienen en sí mismos. Esto es abultar las cosas más de lo que dicta la razón Lógica, o Metafísica, pero no más de lo que dicta la razón Oratoria. Y si el Sr. Mañer quiere saber, qué razón Oratoria es ésta, y por qué la llamamos así, también se lo diremos. El que va a persuadir una verdad, a quien, o por preocupación del juicio, o por pasión de la voluntad, está de parte del error opuesto, necesita esforzar los motivos de modo, que el impulso de la persuasión incline algo [28] más allá de aquel punto indivisible en que está la verdad, que se intenta persuadir, porque debe hacerse cargo del impulso opuesto, que hay de parte del oyente, para mantenerle en su error. De este modo equilibrada la fuerza de los dos impulsos, que inclinan a contrarios extremos, se puede esperar, que el móvil se quede en el medio, donde está la verdad. En esto no hay ficción, o mentira: al modo que no miente el cristal convexo, abultando más la letra a quien, sin ese auxilio, no puede leer la escritura: ni miente el Artífice, que cuando la estatua se ha de colocar a mucha distancia de la vista, la hace más crecida que el original. Así en estos dos casos, como en el nuestro, el abultar más la cosa, no es mas que proporcionar la representación a las circunstancias, de suerte, que en la potencia resulte una justa idea del objeto. Me he extendido algo en esta doctrina, porque puede ser muy útil para muchos, que por no estar en ella censuran a bulto. Y si al Sr. Mañer nada le hace fuerza, empiece desde luego a borrar todos los hipérboles, que se encuentran en los escritos exhortatorios de los Santos Padres.

16. Número 16 me arguye, que cuando señalo las condiciones, que se han de atender en la elección de Médico, omito la más necesaria, que es el que sea docto; y señalo una, o menos conducente, o inútil, que es el ser buen Cristiano. Respondo lo primero, que señalar la calidad de doctor, no es necesario, porque no hay enfermo alguno tan bárbaro, que necesite de este aviso. Yo señalé las condiciones, que no todos advierten; la que todos saben que es indispensablemente necesaria, ¿para qué la había de escribir? Si lo hiciera, el primero que me culpase esa advertencia por ociosa, sería el Sr. Mañer; y después de él, todos aquellos, que por mala disposición del ánimo están a censurarlo todo: a la manera de aquellos murmuradores depravados, que si ven en un hombre exterioridades de devoto, dicen que es hipócrita; y si no las ven, que es ateísta. Respondo lo segundo, que entre las condiciones señaladas, hay algunas (especialmente la séptima) expresamente ordenadas a que por ellas se conozca, si el Médico es docto, o ignorante; y eso basta, [29] aún cuando sea necesario, para que el lector conozca, que le quiero docto.

17. El grado de inutilidad, en que pone el Sr. Mañer la circunstancia de ser buen Cristiano el Médico, es cosa que asombra. No sólo, dice, no necesita ser buen Cristiano el Médico respecto a la cura del enfermo, mas ni aún de ser Cristiano. Ve aquí, que los Médicos, que escribieron contra mí, admitieron esa calidad, o por necesaria, o por conducente. Después sale uno al Teatro con la capa hipócrita de escrupuloso, y dice, que no es necesario ser buen Cristiano; que basta ser Cristiano. Ultimamente viene el Sr. Mañer, y echa el fallo total de que así lo de buen Cristiano como lo de Cristiano, es escusado. ¿Quién se entenderá con esta gente? Nótese, que en el capítulo 38 del Eclesiástico, de quien se vale, así el Sr. Mañer, como todos los demás, para objetarme lo que en él se lee a favor de los Médicos, se les intima a estos, que rueguen a Dios por la salud de los que asisten, considerando sus oraciones muy conducentes al fin de la curación: Ipsi verò Dominum deprecabuntur, ut dirigat requiem eorum, & sanitatem, propter conservationem illorum. Pregunto ahora: ¿Qué eficacia tendrán las oraciones del que ni es buen Cristiano, ni aun Cristiano?

18. Aún cuando se considere todo en manos de las causas segundas, sin más concurso que el general de parte de la primera, o prescindiendo de todo concurso de ésta, ¿no me importará mucho un Médico de buena conciencia (ya se ve, que también le supongo docto), de quien estoy asegurado, que haciéndose cargo de su obligación, hará cuanto pueda por mi salud? Y al contrario, ¿no puedo temer que un Médico depravado, aunque ingenioso, y docto, me deje morir, o por no poner la atención necesaria, o porque mi asistencia le estorba otros intereses mayores, dejando aparte los motivos, que pueden ocurrir a un hombre perverso, para influir directamente en mi muerte?

19. Adviértole también al Sr. Mañer, y a los demás que sean de su sentir, que hay una Constitución del Sumo Pontífice Gregorio XIII, expedida el día 30 de Marzo del año 1581, [30] cuyo título sumario es: Medici Hebraei, vel Infideles ad curandos Christianos infirmos non admittantur. Y se manda en ella lo que suena en el referido Sumario.

20. Número 17 (que es el último) dice, que encargar al Médico que observe con cuidado, es pedirle haga lo que no puede. ¡Hay tal! ¿Qué es imposible observar con cuidado? Sí señor, dice Mañer: porque yo condeno por defectuosas, todas las observaciones de Riverio. ¿Y por dónde se infiere aquello de esto? Porque Riverio hizo observaciones defectuosas, ¿no podrán otros hacerlas exactas? Así lo dice la nueva Lógica del Sr. Mañer. Pero ya que su merced en otra parte me citó con elogio (justísimamente merecido) la Carta defensiva del Doctor Martínez, léala ahora en la división antepenúltima del §11, y allí verá cómo, despreciando conmigo las observaciones de Riverio, no desespera de otras más exactas. Así concluye aquella división: Pero cuán al contrario de las de Riverio son las de Hipócrates, y las de Sydenham: éstas sirven de lustre a la Medicina, como las otras de baldón.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 23-30.}