Filosofía en español 
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Ilustración apologética Discurso segundo

Virtud, y Vicio

1. Cuanto en este Discurso me opone el Sr. Mañer, consiste en ejemplos impertinentes, y varias equivocaciones. Para probar, que la vida viciosa no ocasiona alguna inquietud en el ánimo, alega el ejemplo de los Emperadores Mahometanos, citando la Historia Secreta de los Turcos, escrita por los Holandeses, donde se da noticia de la vida deliciosa, que comúnmente acostumbran. Para saber, que los Sultanes acostumbran una vida deliciosa, excusado es leer ninguna historia secreta, pues harto público es el hecho. Habla el Sr. Mañer de las delicias del Serrallo, que así lo deja dicho en la cláusula inmediata antecedente. Y esto lo saben muchos, que no han leído historias secretas, ni públicas. Pero no es esto lo que se cuestiona. Suponemos, que no sólo los Emperadores Otomanos, sino otros infinitos de todo género de Religiones, y Reinos, viven muy entregados a los deleites venéreos. Lo que debe probarnos el Sr. Mañer, y no prueba, es, que esos deleites están indemnes de todo disgusto, y amargura antecedente, o subsiguiente. Yo afirmo, que no: y el que me impugna debe probar, que sí. [6]

2. Pero demos, que los Emperadores Otomanos pasen una vida toda de miel, sin mezcla alguna de acíbar; ¿qué prueba esto al intento? ¿Esa excepción impedirá, que mi máxima se verifique en el común de los hombres? (y advierta el Sr. Mañer, porque no caigamos en otra equivocación, que aquí el común de los hombres, no significa sólo la plebe) ¿He escrito yo para Constantinopla, o para España? ¿Para Turcos, o para Católicos? Aquellos Emperadores tienen por lícito el uso de muchas mujeres. Son poderosísimos; en cuya consecuencia tienen muchas, y muy hermosas, y muy guardadas. ¿De aquí se sigue, que carezcan de los remordimientos de conciencia, de las inquietudes de la pretensión, de los sustos de una alevosía? Búsquenos por acá todas estas circunstancias el Sr. Mañer, ni aún por allá, sino en los Soberanos. Y aún a éstos les quedan sus escozores: pues si no reprimen en gran parte el apetito, estragarán la salud, abreviarán la vida; y esta consideración no les hará buen estómago.

3. Para probar que la virtud es molesta, y áspera, alega el ejemplar de los Santones Infieles del Oriente. ¡Buenos Antonios, Pablos, y Pacomios nos cita! Lo primero, esto es dar nombre de virtud a una demencia diabólica. Lo segundo, aún cuando lo fuese, nada probaría; pues para ser un hombre virtuoso, no es necesario que practique las horribles penitencias de aquellos infieles. Quedando mucho más atrás, puede ser Santo; y aún para serlo, debe quedar más atrás. Lo tercero, yo no niego, que hay algunos actos de virtud penosos. ¿Quién será tan fatuo, que diga, que el acto heroico del martirio está exento de todo dolor? Lo que afirmo es únicamente, que la vida virtuosa, tomada en general, es más dulce, o menos desabrida que la viciosa. Esto no quita, que las penitencias rigurosas cuesten mucho trabajo, y sean repugnantes a la naturaleza. Si el Sr. Mañer reparára aquella proposición mía: Padecen los justos; pero mucho menos que los delincuentes, y otros semejantes, viera, que nada hacía con proponerme por molestas las penitencias. [7]

4. Vuelve después al asunto de que infinitos viciosos viven con paz, y alegría, esforzándolo con el ejemplo de dos Renegados en Marruecos, que decían: Comamos, y bebamos, que buen Infierno nos espera. Muy corto explorador de corazones es el Sr. Mañer, cuando de aquellas palabras infiere, que los dos Renegados vivían con paz, y alegría. ¿Es posible que no vea la manifiesta repugnancia, que hay en que simultáneamente existan el Infierno seguro en la mente, y la alegría en el corazón? Señor mío, las propuestas palabras únicamente significan los vanos, e inútiles esfuerzos que aquellos dos miserables hacían por templar con el placer de la comida, y bebida las amarguísimas angustias, que les oprimían el ánimo.

5. Pero mejor que todo es lo que me opone al número 6. Para probar, que el vicio de la lujuria se puede ejercer sin desazón alguna, alega el ejemplo de los casados, a quienes la gracia matrimonial mantiene en vida tranquila. Del caso es el ejemplar. No sabíamos hasta ahora, que el uso del matrimonio en los casados, a quienes la gracia matrimonial mantiene en vida tranquila, fuese ejercicio del vicio de la lujuria.

6. Las equivocaciones, que sobre el presente asunto padece el Sr. Mañer (hablo de las capitales), son dos. La primera, que para indemnizar los vicios, especialmente el de la lujuria, de toda amargura, discurriendo por las molestias, que yo le he señalado, muestra un individuo, que está libre de una; otro, que está libre de otra; otro de otra, &c. Este modo de discurrir no sirve para argumento, ni para respuesta: porque yo propongo disyuntivamente las molestias que padecen los lujuriosos; esto es, no pretendo, que cada individuo las padece todas; sino que rarísimo, o ninguno se escapa de alguna, o algunas de las señaladas. ¿Qué hace, pues, el Sr. Mañer con quitarle alguna porcioncilla de peso a éste, o al otro, si por otra parte le deja bastante carga?

7. La segunda equivocación consiste, en que distinguiendo yo claramente entre los principios, y los progresos de la [8] virtud, y asegurando, que aquellos, en los que han estado sepultados mucho tiempo en el vicio, son arduísimos, mas no así los progresos, &c. el Sr. Mañer confunde uno y otro a cada paso, para tener que argüir, o con que responder. En virtud de esta equivocación capital me representa aquella proposición mía (hablando de un pecador en los principios de su conversión) rompe, en fin, por un piélago de dificultades, como contradictoria a la otra, en que digo, que es error común concebir la virtud toda asperezas, y metida entre espinas. Si el Sr. Mañer leyera con reflexión lo que yo he escrito, y no confundiera lo que yo distingo, viera que no hay contradicción alguna en las dos proposiciones.

8. Fuera de estas equivocaciones capitales, hay otras muchas. Expongamos algunas, ya que no todas.

9. Número 5: Al ejemplar, que yo propongo de Caín, dice, que su inquietud era castigo del Cielo, y no dimanada de la naturaleza del vicio. ¡Bella distinción! Como si una misma cosa no pudiese ser efecto del pecado, y pena del pecado. Pregúnteselo el Señor Mañer a cualquiera Teólogo principiante, y sírvale el desengaño de escarmiento, para no tocar en adelante con la pluma en materias que no ha estudiado. Lo que yo digo es, que la inquietud de Caín nacía de la memoria de su delito. Y esto mismo dice S. Jerónimo: Conscientia sceleris tremebundus, epist. 125 ad Dámasum.

10. En el mismo número 5 dice, que en las Naciones políticas los hombres no padecen algún detrimento en la honra, por ser dados al vicio de la lujuria. ¡Rara sentencia es! Yo creía, que eso, bien lejos de suceder en las Naciones políticas, sólo pasaba en las bárbaras.

11. Número 6: Sobre la fe de Pellicer dice, que en el Reino de Congo toman las mujeres a prueba por tres años antes de casarse. ¡Noticia extraña, y por mil capítulos increíble! Los más pasarían en pruebas toda la vida. Pellicer no es a propósito para calificar especie tan extravagante: Autor, como se sabe, poco escrupuloso para la Historia, de quien dice el famoso Autor de los Reparos Históricos contra Ferreras, [9] que no puso la mano en cosa alguna, que no viciase: y es muy posible, que siguiendo su capricho, hiciese costumbre general de aquel Reino un caso particular. En el Reino de Congo se introdujo la Religión Católica el año 1484, y después acá se ha conservado en él, como puede verse en Mons. Jovet, Hist. de las Religiones del mundo, tom. 4, pág. 94, usq. ad 98. Y Mons. de Lacroix, que escribió cuatro tomos, solamente del Africa, tom. 3, cap. de Congo, tratando de su Religión, dice, que los matrimonios en aquel País se celebran conforme al rito de la Iglesia Romana; y aunque refiere algunos abusos, que en ellos intervienen como restos del Gentilismo, no hace mención del de la prueba de las mujeres, que si fuese verdadero, no hubiera dejado de notar, como tan extraño, y reparable. Realmente es de admirar, que un hombre que se mete a crítico, no advierta, que es corta la autoridad de Pellicer, para fundar en ella una costumbre, que está tan fuera de lo creíble.

12. Número 7 dice, que lo que yo alego de S. Agustín en sus Confesiones, no hace prueba hacia el intento, habiéndolo el Santo espiritualizado. ¿Qué nos significará con esto? Lo que S. Agustín formalísimamente dice en aquel lugar, es, que cuantos más pasos daba en la prosecución de la virtud, tanto menos áspera, o tanto más dulce la hallaba, y tanto menos sentía el abandono de los deleites carnales. Esto es puntualísimamente lo que hace al propósito, que allí sigo, como verá claramente el lector, volviendo a leer lo que digo en aquel Discurso, número 7. Sin embargo, el Sr. Mañer, contento con su espiritualizado, concluye muy satisfecho, que siendo lo que el Santo decía muy propio de aquel intento, es muy ajeno del de su Reverendísima. ¿Qué he de decir a esto, sino que alabo la satisfacción?

13. Número 8 dice, que a Tiberio, sobresaliendo en lo inhumano, no se le notó lo lascivo. Algo atrasado está el Sr. Mañer en la Historia de Tiberio. Lea en Suetonio las innumerables, extravagantes, y torpísimas obscenidades, que aquel Príncipe practicó en la Isla de Capri, y verá si se le [10] notó lo lascivo. O si le parece mucho trabajo buscar a Suetonio, váyase a su Moreri, que le tiene a mano, y en él hallará, hablando de Tiberio, que fue tan infame por sus lascivias, como por sus violencias. Y más abajo, después de hacer memoria de sus muchas, y horribles crueldades, prosigue así: Él no fue menos monstruoso en sus lascivias, &c.

14. Número 10: Respondiendo al argumento, que tomo yo de la confesión de los condenados: Lassati sumus in via iniquitatis, & perditionis, dice, que digan sus mercedes lo que quisieren, que sobre lo que se trata, no es del caso su narrativa. ¿No es del caso? ¿Qué más del caso puede ser, para quien va a probar, que el camino del vicio es cansado, y molesto, que la confesión de los mismos que hicieron la experiencia? Dice el Sr. Mañer, que aquí tratamos del vicio en esta vida; no del castigo, que tiene en el Infierno. Pues bien: Aquellos condenados hablaban del vicio en esta vida. Es clarísimo; pues hablaban del vicio considerado en el camino de la perdición: In via iniquitatis, & perditionis; y el camino de la perdición es la práctica del vicio en esta vida: el Infierno no es camino de la perdición, sino término. El Sr. Mañer vio la voz Infierno en el texto: Talia dixerunt in Inferno; y eso le basta para decir a Dios, y a dicha, que el texto no es del caso: debiendo advertir, que aunque los que hacen aquella confesión, están en el Infierno, la confesión habla de la molestia, y cansancio, que padecieron en esta vida. Esta confesión de los condenados es perfectamente conforme a la sentencia de David, Psalm. 13. hablando de los impíos: Contritio, & infelicitas in viis eorum.

15. Y no dejo de extrañar, que un hombre tan cortesano como el Sr. Mañer, que aún a los condenados los da tratamiento de merced, a mí me haga tan poca, que a cada página trata cuanto digo de despropósito.

16. Número 18: Esta proposición mía, escrita al principio del Discurso: Tentaré en este Discurso su desengaño, la entiende como que yo confieso, que entro en el asunto a [11] tientas, y sin conocimiento. ¡Raro modo de construir es! ¿Qué extraño ya, que alterase el sentido de aquel texto, que está en latín, quien le altera tanto a esta proposición, que está en romance? ¿Quién creyera, que haya algún cortesano que ignore, que allí, como en otras muchas partes, el verbo tentar significa lo mismo que intentar, procurar, solicitar, &c.?

17. Número 19 me nota un descuido. Dice, que en Philón Judío no se halla la especie, que propongo como suya, al entrar en este Discurso. ¡Oh qué bien lo resolvieron el Sr. Mañer, y sus Contertulios! Vuelvan otra vez a la Real Biblioteca, busquen a Philón Judío, miren en el libro (único) de Sacrificiis Abelis, & Caini, y muy a los principios hallarán la especie, casi con las mismas palabras, que la trae S. Ambrosio. Mas por ahorrarles ese trabajo, se las pondré aquí: Nam duae cum singulis nobis cohabitant uxores, inimicae, infestaeque sibi invicem, animalem domum replentes aemulationis contentionibus. Harum alteram diligimus, quam putamus mansuetam, mitem, amicissimam nobis, & familiarissimam, haec vocatur voluptas: alteram vero odimus rati, efferam, immitem, immansuetamque, & nobis infensissimam, haec virtus nominatur. Estas son las propias palabras de Philón, según la traducción de Adrián Turnebo, y de David Heschelio. ¿No es esta la misma especie puntualísimamente, que yo propuse? ¿No son casi las mismas palabras de S. Ambrosio? Pues, señores Tertulios, cuenta con la cuenta, y no ponerse a hablar al aire, asegurando contra tan manifiesta verdad, que tal cosa no se halla en Philón Judío. Lo que yo escribí, está bien escrito. Y el decir, que S. Ambrosio citó a Philón Judío, fue para significar con expresión decorosa, que tomó aquel concepto de Philón, como es claro que le tomó.


{Benito Jerónimo Feijoo, Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 5-11.}