Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta XXIV

Reflexiones, que sirven a explicar, y determinar con más precisión el intento de la inmediata Carta antecedente, en la que se sigue

1. Señor mío: Recibí la de Vmd. en que me dice, que habiendo llegado a sus oídos, que en la colección de Cartas Eruditas, que preparo para dar a luz en un nuevo Tomo, hay una, cuyo asunto es improbar la aplicación a adquirir el conocimiento de la lengua Griega, como que pretendo desterrar enteramente su estudio de España; le pareció un empeño muy arrojado, cuando la lengua Griega, en todas las Naciones cultas de la Europa, es mirada como una porción importante de la buena literatura: por lo que Vmd. le costó algunos desvelos lo poco, o mucho que entiende de ella.

2. Pero, amigo, y señor, o el que misnistró dicha [392] noticia, no se enteró bien del intento de aquella Carta; o lo que es más verosímil, yo no acerté a explicar bastantemente mi intención en ella: defecto, que ahora repararé explicándome con un símil.

3. Supongo, que a un amigo de Vmd. dueño de varias haciendas, un vecino suyo muy inteligente en materia de agricultura, que las conocía, y entre ellas había notado una, cuyo terreno le pareció de excelente calidad para la producción de tal, o tal fruto; le explicó el concepto ventajoso, que había hecho de su fertilidad, diciéndole que en aquella heredad tenía un Tesoro; lo que no significaba otra cosa, sino que podía sacar grandes utilidades de su laborioso cultivo. Pero el dueño de ella, que también supongo ser un hombre sencillo, que no entiende de frases, antes cuanto oye, toma según la corteza de la letra, juzga, que lo que quiso significar el vecino, es, que debajo de aquel terreno había una rica mina de oro; o bien si es uno de los muchos, que creen a cualquiera embustero, que publica, que en cien mil partes hay tesoros, que dejaron escondidos los Moros, al tiempo de su expulsión de España, asiente a que en su heredad está sepultado uno de esos tesoros, y sobre esa falsa creencia trata de cavar en ella, hasta dar con la mina, o con el tesoro, descuidando al mismo tiempo del cultivo de las demás haciendas, como mucho más trabajoso, y menos útil, y aun superfluo para hacerse riquísimo. ¿Qué haría Vmd. con dicho amigo suyo, viéndole en este error? Sin duda procuraría sacarle de él, persuadiéndole, que la expresión de que tenía un tesoro en su heredad, no era más que una mera exageración de la fertilidad de aquel terreno.

4. Voy a la aplicación del símil, o llámase parábola. Los que saben la lengua Griega, comúnmente la aplauden, como un amplísimo gazofilacio, o tesoro literario, como que éste, y no otro es el lenguaje, que hablan Apolo, y las nueve Musas: por consiguiente está enteramente excluido de su comercio quien ignora este lenguaje, como que él es la llave maestra de todas las Ciencias, y Artes [393] Liberales: que tanto como esto, y nada menos significa el alto título, que le atribuyeron, de Fuente de toda Erudición. Supongo, que el mayor, y mejor número de los Grecizantes usa de esta expresión entono de hipérbole. Pero otros, según se muestran entumecidos con su lengua Griega, parece quieren se acepte conforme a su natural sonido. en efecto, ostenta el conocimiento de este Idioma, como que él por sí solo les constituye Magnates, Duques, y Condes (digámoslo así) de la República Literaria, mirando a los que le ignoran, por doctos que sean, como nobleza de inferior clase.

5. Ahora pues. Un joven, que está para entrar en la carrera de las letras, y oye tan magníficos elogios de la lengua Griega, es fácil que imagine, que para gozar los aplausos de doctísimo, le basta saber esa lengua, sin aprender otra cosa; pues tomando al pie de la letra la Fuente de toda Erudición, se hace la cuenta de que, echándose de pechos sobre su raudal, se apoderará de todas las Ciencias Divinas, y Humanas, juntamente con la teórica de todas las Artes Liberales, pues la totalidad de Erudición a tan dilatado cúmulo se extiende.

6. ¿Cuál es, pues, mi intento en la citada Carta, cuyo asunto tanto disgustó a Vmd.? No otro, que desengañar al precavido joven, de que hablo; esto es, a cualesquiera, que, confiados en lo que preconizan la lengua Griega, como Fuente de toda Erudición; los que jactan su inteligencia, omiten, o aflojan en el estudio de otros asuntos, que les serían más útiles: así como yo supongo, que Vmd. desengañaría al amigo, que sobre la falsa persuasión de que en tal heredad particular tenía un tesoro, descuidase del cultivo de otras tierras.

7. Acaso la displicencia con que miro la superioridad, que se atribuyen los Grecizantes sobre los demás estudiosos, que carecen de esta especie de literatura, me haría resbalar en aquella Carta (que ahora no tengo presente) a algunas expresiones, que al que dio a Vmd. noticia de ella, representasen más desestimación de la lengua Griega, [394] que la que realmente tengo en la mente. ¿Y qué sé yo, si como soy incluido en el número de los ignorantes de dicho Idioma, tuvo alguna parte en este exceso de la pluma aquel enemigo oculto, o aliado pérfido, que llamamos amor propio; el cual muy frecuentemente vicia nuestras acciones, mezclando alguna mayor, o menor dosis de su veneno en los motivos de ellas?

8. Como quiera, es cierto, que el concepto que hago de la lengua Griega, es bastantemente distinto del que se le insinuó a Vmd. y del que, acaso por inadvertencia mía, da a entender aquella Carta. Digo, pues, señor mío, que considero la expresada lengua digna del aprecio de todos los amantes de las letras. Esto por las siguientes razones.

9. La primera es su indisputable nobleza: cualidad, en que notoriamente excede a todas las demás, exceptuando únicamente la Hebrea. Sin que a lo que merece por esta ilustre prerrogativa, obste la poca necesidad de su uso, aun cuando se permitiese, que ésta es ninguna en el tiempo presente; pues nadie ignora, que en todas Repúblicas bien gobernadas la nobleza goza una respetosa atención del Público, aun cuando, por la falta de aplicación a algún empleo importante, no produce alguna utilidad sólida al Estado. Y generalmente, donde no se practica esta atención política, su falta con razón se juzga efecto de la barbarie.

10. Segunda razón. Aun cuando hoy la lengua Griega no sirva para aumentar la erudición, siempre la hace apreciable su propia belleza, y majestad; pues podemos considerar, que para captar la estimación común, se halla en el tiempo presente con valor análogo al de las piedras preciosas. Creyeron en éstas nuestros mayores, inducidos a ello de Autores, cuya Filosofía no era más que mera apariencia, algunas exquisitas virtudes medicinales. Ya están desengañados los que las poseen de que estas virtudes son imaginarias. Con todo, aún retienen el nombre de preciosas, y en su esplendor, y hermosura bastante mérito para ser estimadas como tales. Asimismo, pues, dado caso que [395] la proclamada utilidad de la lengua Griega, para aumentar la erudición, sea no más, que una virtud, o perfección imaginaria, tiene de resto su propia brillantez, y hermosura, para merecer el aprecio, que goza.

11. Tercera razón. Aun hecha suposición de que hoy la lengua Griega de nada sirva en la República Literaria; por lo que la sirvió un tiempo, es acreedora al respeto de cuantos la componen; siendo innegable, que sus servicios pasados, respecto de dicha República, fueron muchos, y muy agigantados. Es cosa sabida de todos, que los doctos Griegos, que en el Siglo XV fugitivos de los Turcos, que, debajo de la conducta de Mahometo Segundo, se apoderaron de todo el Imperio Oriental, vinieron a Italia a gozar del asilo, que generosamente les ofreció la Casa de Médicis, desterraron de la Europa la barbarie, que ocupaba gran parte de sus Escuelas. ¿Y qué República no atiende los servicios pasados, continuando el premio, aun cuando cesó la necesidad del servicio?

12. La cuarta razón, y más sólida, que todas las antecedentes, consiste en la mayor utilidad de la lengua Griega. Asientan los que la entienden, y yo lo creo, que esta lengua es más propia, expresiva, y copiosa, que la Latina, ni otra alguna de las vulgares. Esto pende en gran parte de que abunda de voces compuestas, y derivadas de otras, de que carecemos en la Latina. Yo tengo el Diccionario Greco-Latino de Scapula, y me parece, que por la multitud de voces compuestas, y derivadas, es la mitad más copioso, que el Latino-Hispano de nuestro Nebrisense; siendo así, que no es éste nada pobre de voces Latinas, por lo menos de las que se hallan en los mejores Autores.

13.Es cierto, que cuanto una lengua es más expresiva, tanto más bien informa al Lector de la mente del Autor de un libro escrito en ella. Las voces son imagen de los objetos; y cuanto una pintura representa con más viveza, y propiedad su original, tanto al que le examina da más perfecto conocimiento de él. Esto se ve aún en dos libros [396] escritos en una misma lengua, y sobre un mismo asunto, que, según que los Autores se explican con más, o menos exactitud, con más, o menos viveza, y energía, tanto más o menos perfecta idea dan del asunto al que los registra. Entrambos pintan una misma cosa; pero en la mano de éste es la pluma pincel, que pinta al vivo; en la de aquel sólo sale un moharracho, de que resulta, que también es un moharracho ideal la imagen, que la lectura imprime en la mente del Lector.

14. De aquí se sigue necesariamente, que si dos sujetos de igual talento, literatura, y aplicación, y solo desiguales en que uno sabe la lengua Griega, y el otro la ignora, leen dos libros, que tratan de un mismo asunto que sea Histórico, Filosófico, Teológico, Político, &c. el primero en original, que se supone Griego, y el segundo en una mera traducción Latina, o de otra cualquiera lengua, logrará sin duda un concepto más claro, y distinto de la materia del libro el primero, que el segundo, por consiguiente saldrá aquel más docto, y sabio, que éste en aquella materia.

15. A esta ventaja es coincidente, y agregada otra de muchísima importancia en la República Literaria. Goza ésta ciertamente, como he notado en la Carta, cuya noticia enojó a Vmd. las traducciones de todas, o casi todas las obras estimables, que se escribieron en la lengua Griega. pero igualmente es cierto, que las más de estas traducciones son defectuosísimas. Tengo en mi estudio las traducciones Latinas de las Obras de tres hombre, en la línea de doctos los mayores que produjo la antigua Grecia, Aristóteles, Hipócrates, y Platón. Y confieso, que en su estudio se puede adquirir mucha, y selecta doctrina. Pero si se cotejan estas traducciones con los originales Griegos:

O quantum haec Niobe, Niobe distabat ab illa!

16. Mas habiendo yo confesádome ignorante de la lengua Griega, ¿cómo puedo asegurar esa inferioridad de las traducciones, respecto de los originales? Con gravísimo [397] fundamento. Quintiliano en el lib. 10, cap. I, de sus Instituciones Oratorias, pondera como suavísima la elocuencia de Aristóteles. Pero en los escritos de este gran Filósofo no hallo esa suavísima elocuencia; o, explicándome de otro modo, no veo en ellos, ni la elocuencia, ni la suavidad; antes sí en muchas cláusulas suyas bastante aspereza, y oscuridad. Asimismo Quintiliano, en el lugar citado, califica de Divina la elocuencia de Platón: Eloquendi facultate divina quadam. Tampoco en los escritos de Platón encuentro tal elocuencia Divina, acaso, ni aún humana. Siendo, pues, Quintiliano tan gran Maestro de la Oratoria, lo que se debe colegir es, que halló esa sublime elocuencia en los originales Griegos de los dos Filósofos, de la cual no aparece vestigio en las traducciones Latinas.

17. De Hipócrates no es la cuestión en orden a la elocuencia, pues no sé, que algún Autor la haya celebrado, sí sólo en orden a la amplitud, y profundidad de su Ciencia Médica, que de antiguos, y modernos son supremamente aplaudidas. pero de eso mismo infiero, que las traducciones, que tenemos de las Obras de este Príncipe de los Médicos, son poco conformes al original; pues noto, o años ha he notado en ellas, varias cosas indignas de sus grandes créditos. En el Tomo V del Teatro Crítico, Disc. VII, decisivamente reprobé, como ocasionado a perniciosísimos errores en la curación de los enfermos, el Aforismo: Omnia secundum rationem facienti, que es el 52 del lib. 2 de los Hipocráticos; y por tanto le di el terrible epíteto de Exterminador. Si Hipócrates fue un tan gran Médico, cual nos le ponderan, ¿Como es posible, que estampase un Aforismo, cuyas consecuencias pueden ser tan funestas, como expliqué en aquel lugar?

18. Agréguense el expresado Aforismo otros muchos, que en el VIII Tomo del Teatro, Disc. 10, he probado que son ya falsos, ya muy dudosos. Y de todo resulta la probabilísima conjetura, de que hay muchos, y grandes yerros en la traducción, que tenemos de Hipócrates, así como en la de Platón, y su discípulo Aristóteles; lo que [398] hace sumamente verosímil, que debemos desconfiar de las traducciones de otros muchos Autores, aun los más estimados.

19. ¿No sería, pues, convenientísimo a la República Literaria, que se hiciesen otras traducciones mejores de todos los Autores Griegos famosos? Sin duda. ¿Mas cómo se puede lograr, o esperar esto? Realmente es muy difícil; porque traducir de un Idioma a otro, de modo, que la copia tenga igual perfección que el original, pide un genio superior. Comúnmente se juzga, que para traducir bien no se requiere más, que el conocimiento de la lengua, en que escribió el Autor, y aquella a que se quiere trasladar el Escrito. Pero este juicio común es un error común; pues se requiera, no como quiera conocimiento de las dos lenguas, sino que este conocimiento sea de grande extensión, y penetrativo de las finezas de una, y otra. Y ni aún esto basta, sino que es menester sobre esto, como ya dije, un genio, o numen superior. Mas como los genios superiores, capaces de hacer altas producciones en cualquiera Facultad, son rarísimos, sólo escogiendo entre muchos, que pueden aplicarse al estudio de la lengua Griega, algunos poquísimos de singular habilidad, que se destinen a traducir Obras escogidas de Autores Griegos, singularmente las de Aristóteles, Hipócrates, y Platón, se pueden esperar unas perfectas traducciones.

20. De todo lo dicho concluyo, que el estudio de la lengua Griega puede producir considerables utilidades literarias. pero lo de apreciarla como Fuente de toda Erudición, es un hipérbole excesivo, o elogio entusiástico, de que usan los aficionados a ella, para hacer más plausible su aplicación. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Oviedo, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 391-398.}