Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta XII

Algunas advertencias a los Autores de Libros, y a los Impugnadores, o Censores de ellos

1. Muy Señor mío: Recibí la de Vmd. cuyo contenido es una no corta enumeración de los yerros que ha notado en mis Escritos, precediéndola, como preludio, la protesta que Vmd. me hace de ser ésta una explicación del afecto que le debo; dirigido a que los corrija cuando se haga nueva impresión de ellos, y terminándola, como conclusión, la advertencia de que ha reconocido otros muchos que omite ahora, por estar ocupado en cierta obrilla en que quiere tentar fortuna; pero reservando el continuarme este buen oficio para cuando se halle libre de otra cualquiera indispensable ocupación.

2. Creo a Vmd. por consiguiente lo estimo ser efecto de su buen celo, por mi honor Literario, el hacerme presentes mis yerros: ¿porque qué otro fin puede moverle a Vmd. a ello, sino el deseo de que los corrija? Asimismo agradezco, como dictado de su urbanidad, el nombre nada odioso de que les da de descuidos, substituyéndoles al ofensivo de yerros. Pero esto no quita que yo de a la voz el sentido en que debo tomarla, atento todo el contexto de su Carta. El nombre moderado dora la píldora, sin quitar que se perciba su amargura.

3. Y no dudando ya que en la mente de Vmd. son yerros los que en la pluma suenan descuidos, quisiera, que sobre eso ajustásemos los dos cierta cuenta. ¿Porqué dice Vmd. que son yerros? ¿Sabe que todos los demás Críticos sean de ese sentir? ¿Sabe que lo sean los más, o la mitad, o siquiera la tercera parte de ellos? Si Vmd. quiere hablar ingenuamente, confesará, que jamás pensó [136] en hacer ese cálculo, y aun puede añadir, que le sería imposible hacerle, aunque quisiese; ¿porque qué autoridad haría juntar los Críticos en un salón, donde Vmd. les tomase los votos? Vmd. me dice que habita en un Pueblo corto. ¿Y acaso será tan corto, que no haya en él otro Crítico más que Vmd. Con que esto, si bien se mira, vendrá a parar en que Vmd. piensa que son yerros míos los que condena como tales, sólo porque es Vmd. quien lo piensa. En un lugar corto todo es corto. De todo hay escasez; y más que de todo lo demás, de ingenio, y erudición suficiente para hacer recto juicio de los Escritos ajenos. No será, pues temeridad colegir que Vmd. para censurar los míos sólo se escuchó a sí mismo, sólo a sí mismo se tomó el voto.

4. Pero me dirá Vmd. que para esa censura no se fundó en el dictamen de otros, sino en sus propias razones. ¿Pues ve Vmd.? Con toda esa respuesta, de que queda muy satisfecho, estamos como al principio. Si las razones no son buenas, nada prueban. ¿Y de qué sabe Vmd. que son buenas? ¿Parecen a los demás tales? Nunca pensó en hacer tal examen. Con que tiene Vmd. por buenas sus razones, sólo porque es Vmd. mismo quien las tiene por buenas. ¿Y qué haremos con eso, si yo las juzgo ineptas? Pero, señor mío, no es muy difícil convenirnos. Yo tanto derecho tengo para se el Aristóteles de mi rincón, como Vmd. para ser el Platón de su Aldea. Así Aristóteles, como Platón erraron en muchas cosas, que juzgaron que acertaban. Será, pues, justo que los dos, no habiéndonos hasta ahora canonizado el mundo, ni a Vmd. por Platón, ni a mí por Aristóteles, hagamos el juicio reflejo de que aún estamos más expuestos a errar en aquello mismo, en que por el directo pensamos acertar, que los dos supremos ingenios Griegos que tenían estos nombres.

5. Acaso me replicará Vmd. que el partido no es igual, porque yo me constituyo Juez en propia causa, y Vmd. en la ajena. Pero permítame decirle que en esto [137] padece equivocación. Causa tan propia de Vmd. es la censura que hace de los que llama yerros míos, y defender que la censura es justa, como mía escribirlos, y defender que no son yerros. Tan interesado es Vmd. en lo primero, como yo en lo segundo.

6. Pero doy que Vmd. en la disparidad, que señala entre los dos, tenga razón, y que por ella yo deba preferir al mío su dictamen. ¿Qué se seguirá de aquí? Lo que Vmd. estaría muy lejos de pensar: que deberé borrar cuanto hasta ahora he escrito, sin reservar ni una línea. Y ésta es la consecuencia a donde yo le quería traer, e insensiblemente le fui trayendo desde el principio de esta Carta. Por el capítulo de sentenciar en causa ajena, otros infinitos tienen el mismo derecho, que Vmd. para censurar mis Escritos. Es muy verosímil, y aun para mí absolutamente cierto, que no he escrito cosa que no desapruebe alguno de esos infinitos. Con que si la razón, con que Vmd. pretende que yo borre lo que me reprueba, es buena, como la misma hay de parte de los demás, deberé borrar cuanto he dado a la pública luz.

7. No sólo esto. Hay quienes (cada uno de por sí) de un rasgo de pluma, o de lengua, condenaron, o por título de inútil, o por el de falso, cuanto tengo impreso. Sobre lo cual referiré a Vmd. dos chistes dignos de celebrarse. Un sujeto, bastantemente docto en la Sagrada Teología, soltó en algunas conversaciones que era de ningún provecho cuanto yo escribía, y que era lástima que no emplease el tiempo en otra cosa. ¿Y en qué empleaba él el que le sobraba de sus precisas obligaciones? Aquí entra la gracia del cuento. En buscar el movimiento perpetuo. Lo más de su vida dedicó a esta ridícula manía; en la cual consumió, no sólo tanto tiempo, mas todo el dinerillo que tenía, o podía adquirir, tentando varios experimentos, ya por un camino, ya por otro. Yo tuve algún trato con él en tiempo que estaba encaprichado de hallar el movimiento perpetuo por medio de dos muelles de opuestos, y alternados movimientos; esto es, dispuestos con un tal mecanismo, que en cada uno fuese creciendo la fuerza elástica, al paso que se iba minorando la del otro. En vano le representé ser imposible lograr su intento por esta vía, haciéndole demostración de que necesariamente las dos fuerzas, una creciendo, otra menguando, habían de llegar a un punto en que recíprocamente se equilibrasen, y en él por consiguiente había de cesar el movimiento de uno, y otro muelle. En vano, digo, pretendí convencerle, ya con esta demostración, ya representándole que era una presunción muy temeraria esperar conseguir en esta materia lo que no pudieron lograr tantos agudísimos Filósofos, y Matemáticos, que trabajaron al mismo fin por espacio de veinte siglos. El prosiguió en su empresa, hasta que murió, y el que gastaba el tiempo en esto, me acusaba a mí de despreciarle en lo que escribía.

8. El segundo chiste da igualmente que reir, y aun acaso algo más, que el primero, aunque por diferente camino. Cierto amigo mío, que vive en Provincia muy distante, tenía correspondencia epistolar con un Eclesiástico de mi tierra. En una de las Cartas que le escribió, el asunto de ella le condujo a preguntarle, ¿si leía, o había leído mis Obras? Mi Gallego, le respondió, que no las había leído, ni leería jamás, porque había notado, que todos los que leían las Obras del Padre Feijoo se volvían locos. Lo que resultó de aquí fue, que habiendo mi amigo comunicado esta bella sentencia a muchos del Pueblo donde habita, y donde hay gran número de apasionados de mis Escritos, tuvieron bien que reir a cuenta del Autor de ella. Y lo peor no fue esto, sino que algunos de ellos, no haciendo reflexión a que en todas partes hay entendimientos romos, entreverados con otros que no lo son, hicieron juicio de que casi todos los Gallegos son como aquel mi discretísimo Paisano. Esto me acuerda de lo que me pasó siendo oyente en Salamanca con un sencillísimo Castellano, que concurrió allí, de territorio algo remoto. Tuvo conmigo algún trato; en el cual noté, que no sólo no le desagradaba mi conversación, mas me oía con cierto género de suspensión misteriosa, que significaba algo más que una simple complacencia, sin que yo pudiese adivinar la causa, hasta que él me la dio a conocer, diciéndome con toda seriedad al cuarto, o quinto día, que me trató, que le había sorprendido mi modo de explicarme, porque estaba antes en juicio de que todos los Gallegos eran como los que iban a segar a su tierra.

9. Pero no se haga caso, como de hecho no se debe hacer, de lo que dicen uno, u otro extravagante. Entre los que no lo son, o no tiene el mundo por tales, quedan bastantes, y aun sobrados, para que si presentándoseme todos sus votos, yo me conformase con ellos, necesariamente tomaría la resolución de quemar todos mis libros. Y aun me atrevo a decir, que lo mismo sucedería, aunque se excluyesen de votar todos los que son absolutamente ignorantes, y rudos. ¿Porqué? Porque el aprobar, o reprobar el contenido de un libro, no se deja tan del todo al arbitrio del entendimiento, que no se tome en ello una grande parte del gusto. Y como puede asegurarse con algo más certeza moral, que no hay manjar alguno que sea del gusto de todos los hombres; lo mismo, y acaso con igual certeza, se puede decir de las partes que componen un Escrito, por excelente que sea el todo. Tan varias son en los sujetos las cabezas, como los estómagos. ¿Quién podrá lisonjearse de que lo que escribe ha de agradar a todo el mundo, sabiendo que es preciosísimo estilo de Juan Barclayo desplacía enteramente a Josepho Scaligero, y Gaspar Scioppio acusaba de congruidad, y barbarie el de Cicerón, sin que dejasen de ser unos hábiles Críticos Scioppio, y Scaligero?

10. Mas, aunque asintiendo a los votos de todos, perdería yo cuanto he escrito; por la misma vía se me compensaría esta pérdida, socorriéndome copiosamente para ello los mismos Detractores de mis Escritos. Atienda Vmd. Así como no hay Crítico, que no condene algo [140] de lo que tengo estampado, ninguno hay tampoco, que no me socorra con algo de su invención. Dice uno, que en tal asunto venía mejor tal especie que aquella, o aquellas de que uso. Otro, que tales, o cuales voces son impropias, substituyendo otras por ellas. Otro, que no debí tratar de tales, o tales materias, porque se siguen de eso tales, o tales inconvenientes; y al mismo tiempo me señala otras que juzga más útiles. Otro, que tal especie no es del caso, apuntando otra por más oportuna al intento. Otro, que el elogio, que tributo a tal Autor, venía mejor a otro, que asegura ser de muy superior mérito. Otro, que tal noticia es defectuosa; y la corrige de modo, que la corrección llene el lugar que ella ocupaba. Otro, prescindiendo del asenso, u disenso a alguna particular opinión mía, condena por débiles las pruebas con que la establezco, sugiriéndome otras que le parezcan más seguras. Ve aquí Vmd. cómo salgo indemnizado del estrago, que padecen mis Escritos, por los mismos que le causan.

11. ¿Y qué tengo yo de hacer a esto? Nada. Dejaré a todo el mundo censurar como quisiere, mientras que yo escribo lo que se me representa más conveniente. No negaré, que algunos de los que amigablemente me comunican por Cartas algunos reparos, no muy mal fundados, que han hecho sobre este, o aquel pasaje de mis Obras, parece son acreedores a alguna satisfacción. Y así lo he practicado con uno, u otro. Pero después he reconocido, que de esto no se sigue alguna utilidad al Público, y a mí me ocasiona un no leve inconveniente. No sirve al Público; ya porque los reparos, de que hablo, comunísimamente caen sobre minucias de ninguna importancia para los Lectores; ya porque mis satifacciones a los reparos se quedan en unas Cartas privadas, que nunca, por no merecerla, lograron la luz pública, mediante el beneficio de la prensa. A mí me traen un inconveniente, y aun dos de bastante peso. El [141] primero, ocuparme el tiempo que podía emplear con alguna utilidad en escritos destinados a la lectura de todo el mundo. El segundo, exponerme a ser molestado de réplicas, y contrarréplicas sobre las satisfacciones que doy a los reparos que me proponen, como más de dos veces ha sucedido, empeñándose los Autores de las Objeciones con segunda, tercera, y cuarta Carta, en que después de una prolija contienda quedase por ellos el campo.

12. No teniendo yo ya más que escribir sobre esta materia, pienso en terminar la Carta con algunos consejos, que acaso a Vmd. le serán útiles, o por lo menos, considerándolos yo tales, será explicación de la gratitud con que correspondo a la buena voluntad que Vmd. manifiesta hacia mi persona en la corrección de mis yerros. Díceme Vmd. que está ocupado en cierta obrilla en que quiere tentar fortuna: expresión a que yo no puedo dar otro sentido, sino que ella es la primera que Vmd. quiere presentar al Público, para colegir de la recepción que la hiriere lo que puede esperar de buena, o mala fama. Con que siendo Vmd. Autor novicio, y sin experiencia, yo viejo, y experimentado, espero no desprecie algunas instrucciones mías, que pienso podrán servirle para no errar las miras en el intento que toma.

13. Supongo, que el nombre de Obrilla, que es diminutivo, no significa tomo de mucho bulto, y mucho menos la colección de dos, o tres tomos. Para tantear el gusto del público cualquier pequeño libro basta; y si antes de conocerle se da una dilatada Obra a la prensa, es mucho lo que se aventura. No obstante que esta regla tiene su limitación en el caso que haya a favor del Autor el apoyo de algún partido poderoso, que en la multitud de sus individuos tenga otros tantos predicantes, capaces de persuadir al vulgo, que el libro es excelente.

14. Publicada la Obra, es menester dejar pasar algún tiempo para hacer concepto de su buena, o mala fortuna. El buen despacho en los primeros días es una seña muy incierta, porque son muchos los que a los principios [142] atrae un título especioso; y reconociendo luego el engaño, se vengan de él gritando oprobios contra el libro, y el Autor. Aun menos hay que fiar en los aplausos de los Aprobantes. Las aprobaciones de libros, epístolas, dedicatorias, y sermones funerales, poca, o ninguna más fuerza tienen para testificar el mérito de los aplaudidos, que las adulaciones de pretendientes.

15. Si pasado algún tiempo considerable después de publicado el libro, no sale alguna impugnación contra él, téngalo Vmd. por una malísima seña. Nadie, o raro le celebra cuando ninguno le impugna. Nunca está del todo silenciosa la envidia en la celebridad ajena. El doctísimo Egidio Menagio, Escritor célebre, decía, que nadie había padecido más censuras, ni recibido más alabanzas que él. Siendo tan opuestas éstas a aquéllas, unas, y otras vienen del mismo principio; esto es, de un ilustre mérito. De tantas buenas piezas teatrales, que compuso el célebre Pedro Cornelio, convienen generalmente los Críticos en que la mejor de todas es la Tragicomedia del Cid. Y ésta es puntualmente sobre quien cayó una inundación de escritos, imponiéndole mil defectos; mas sin que por eso en la opinión común se minorase su fama; por lo que el célebre Despreaux dijo con la agudeza que le era tan natural: por más esfuerzos que hayan hecho los Críticos para desacreditar esta composición, el Público se va obstinando en mirar al Cid con los ojos de Jimena.

16. Si Vmd. después de publicada su Obra padeciere esta especie de persecución, lo que debo hacer es exhortarle a la constancia: pues si al mérito del trabajo se agregare el de haber sido movido a él por el justo celo del bien público, tarde, o temprano puede esperar la victoria. Mas si por el extremo opuesto sucediere, que así el Autor, como la Obra gozan de una paz octaviana, no puedo pronosticarle un buen suceso. En ese caso lo que aconsejo a Vmd. es, a que condene su pluma a perpetuo silencio, o la lleve al baratillo. ¿Qué quiero [143] decir en este último? Que se meta a impugnador de otros Escritores, que es la cosa más fácil del mundo. Así se han bandeado otros pobres, y no les ha ido muy mal.

17. Esto no pide ingenio, estudio, o ciencia, porque le es libre picar donde quisiere; y como pique, será aplaudido de innumerables Lectores, especialmente si impugna a algún Autor famoso, que por serlo ha concitado la envidia de infinitos. Esto se entiende de Autor, que esté vivo, que de los muertos no cuida la envidia. No sólo los envidiosos tendrá a su favor, mas toda la inmensa multitud de los ignorantes, que, incapaces de distinguir entre lo bueno, y lo malo, se dejan llevar del errado concepto, de que cuando Vmd. hace frente a un Escritor acreditado, es sin duda tan hábil, y esforzado como él.

18. Y le hago saber, que no sólo a cualquiera Escritor insigne se puede censurar, mas censurarse con acierto, y a poca costa; porque ninguno hay que no sea capaz de caer en algunos yerros; y mucho más están expuestos a esto los excelentes, que los que son puramente mediocres: ya porque éstos, no sabiendo más que el camino llano, y trillado, y no pudiendo por consiguiente avanzarse a otro, les es fácil evitar todo tropiezo; aquellos, dejándose conducir de la valentía del genio, se elevan a las alturas eminentes por sendas agrias, donde es como imposible preservarse de todo resbalo: ya porque los primeros, aspirando a brillar con primores exquisitos, de que son capaces, miran como indignas de su cuidado algunas pequeñas negligencias, como un Señorazo, que tiene muchas ricas joyas, no repara en la pérdida de uno, u otro dije de poco precio: los segundos, como no tienen preciosidades con que brillar, es preciso pongan todo su estudio en huir cualesquiera defectos, que se les puedan reprehender.

19. De aquí es, que todos los buenos Críticos están convenidos en que son mucho más estimables los Escritos, en que hay muchos primores altos, aunque mezclados [144] con defectos algo considerables, que aquellos en que ni hay defectos de mucho bulto, ni pensamiento de alto precio. La Eneida de Virgilio ha sido hasta ahora, y verosímilmente lo será en la posteridad la admiración del mundo. ¿Y no tiene defectos? Tantos, que conociéndolos su mismo Autor había propuesto ir a hacer mansión tres años en Atenas para corregirla; y habiéndole preocupado, antes de ejecutarlo, la enfermedad de que murió, viéndose próximo a la hora fatal, mandó que toda aquella Obra se quemase; pero impidió tan lamentable estrago el contrario orden de Augusto.

20. Mas también debo advertir a Vmd. que es para pocos el corregir los defectos de excelentes Autores, porque no es para todos el discernirlos; y está a riesgo el Corrector de que le suceda lo que al atontado Operario de sacar muelas, que queriendo extirpar la podrida, arranca la sana; quiero decir, que destroce un acierto, pensando echar la lima sobre un yerro.

21. Pero esto a parte, pues es verosímil, que Vmd. no halle a mano Autor alguno vivo de ilustre nota, en quien estrenarse: lo que le ruego eficacísimamente, y aun le encargo sobre ello gravemente la conciencia, es, que sea que alto, que humilde, que esclarecido, que obscuro el Autor, sobre quien determine ejercitar su Crítica, se abstenga de la vilísima torpeza de levantar falsos testimonios, así al que impugne, como a los que para impugnarle cite; que por desgracia de nuestra literatura se practica no muy poco en esta Era. Con qué conciencia se hace esto, no lo alcanzo. Truncar pasajes, omitir voces, que declaran el verdadero sentido de las cláusulas, para atribuirles uno falso: suponer lectura de libros, que nunca se han visto, ni aun por el pergamino, alegándolos contra el Autor que se impugna; imponer, a éste que es el plagiario, sin haber visto jamás ni aun dos renglones, que haya copiado de otro; y todo ello con el fin de despojarle de la buena fama que ha adquirido, ¿no son venialidades que se quitan con agua bendita? [145] El crédito que con su aplicación, y talentos ha ganado alguno de Autor original, ingenioso, sincero, y erudito, ¿no es un bien grandemente apreciable? Sin duda. Luego procurar arruinárselo con imposturas, nunca puede evadirse de pecado grave. Acaso uno, u otro se podría disculpar por el capítulo de ignorantes; pero cuando alguna pasión anima la pluma, muy de temer es, que para la ofensa entre mancomunada la mala disposición de la voluntad con el corto alcance de la razón.

22. Si Vmd. gustare de estas admoniciones, buen provecho le hagan. Y si no gustare, sino de gobernarse por su capricho, también deseo que le haga buen provecho, aunque lo juzgo algo difícil. En todo acontecimiento, por mi voto, gozará Vmd. buena salud, y larga vida. De ésta de Vmd. Oviedo, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 135-145.}