Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Carta IV

De la Charlatanería médica. Respuesta a un sujeto, que al Autor había escrito, que cierto Italiano advenedizo hacía algunas curas admirables en cierta Ciudad de España

1. Muy señor mío: Siempre he admirado una rara contradicción de nuestro Vulgo Español en el concepto que hace de la habilidad de los Extranjeros, en orden a las Ciencias. Hablando en general, ninguna ventaja les concede, respecto de nosotros, y muchos, ni aun igualdad. Pero en lo particular de aquella Ciencia, en que más les importa el acierto, que es la Medicina, a los más ignorantes de todos ellos, y mucho más ignorantes que los ínfimos de nuestros Profesores, entregan su salud, y vida con más confianza que a los más hábiles Médicos de nuestros Pueblos. Viene un Extranjero mal vestido, que trae en su pobreza, y en su vida vagabunda todas las señas de inútil, y despreciado en su tierra, publicando a vuelta de otros muchos embustes, que sabe varios secretos de Medicina, aun para curar enfermedades, que comúnmente se reputan incurables; y ve aquí que a cualquiera parte que arriba, apenas hay enfermo, especialmente de los que lo son habitualmente, que no acuda a él, como a un Oráculo de la Medicina. La resulta es la que se debe esperar: gastando con él su dinero, gastan también o estragan más la salud. Estafa este Tunante en un Pueblo; de allí pasa a otro, sin que el daño, que hizo en aquél, sirva de escarmiento en éste; y así anda circulando por España, ganando su vida a cuenta de las ajenas. [47]

2. Y lo más admirable, que hay en esto, es la impunidad con que estos pícaros engañan las gentes. De muchos que he visto, no sé que haya sido castigado alguno, cuando la menor pena, que se les debiera aplicar, sería la de Galeras perpetuas. ¡Cuántos mucho menos culpados padecen en ellas! ¿Y no es también de extrañar, que ya que la Justicia pública no receta a tales delincuentes unas Galeras, ni aun la venganza particular de tantos ofendidos les quiebre los huesos a palos? ¿Qué privilegio tendrán estos enemigos del género humano, para que nadie les toque en el pelo de la ropa?

3. Aun si sólo la gente más ignorante, y ruda de nuestra Nación se dejase engañar de ellos, no habría tanto que admirar. Pero no, no es así. En tan descubierto, y visible lazo caen los hombres, no sólo de muy buena estofa, mas también de bastante entendimiento. Mi padre le tenía mucho más que mediano, y con todo tuvo en su casa cerca de dos meses uno de estos Tunantes, que le chupó muy bien, esperando de él, que le curase de una perlesía confirmadísima.

4. Supongo que lo que les impide a ponerse en manos de estos embusteros, es el desengaño, que adquieren por la experiencia de que no podían curarlos los Médicos aprobados. ¿Pero no se viene a los ojos, que si éstos, que se sabe que han estudiado algunos años, y poco, o mucho están estudiando siempre, que están proveídos de buenos libros de Medicina, no han podido curarlos; menos podrán curarlos unos vagabundos, que enteramente carecen de libros, por consiguiente nada estudian de presente; y se hace por varios motivos muy verosímil, que es poco, o nada lo que estudiaron antes? Mas: Los Médicos aprobados tentaron, como es lo más creíble, su curación, cuando las enfermedades estaban en sus principios, o no muy lejos de ellos. Cuando desengañados de tales Médicos, se entregan a estos vagabundos, ya se hallan más radicadas, en peor estado, más dominantes, al paso que la naturaleza con menores [48] fuerzas. ¿Si en aquel estado primero tentaron inútilmente la cura los aprobados, los curarán en el segundo los que no tienen más aprobación que la que ellos se dan a sí mismos?

5. Mas: Comúnmente estos Charlatanes prometen, como ya se insinuó arriba, curar algunos achaques que están en la reputación de incurables, como la gota, la tísica, la perlesía, &c. para los cuales ostentan que poseen varios secretos. ¿No es visible, que si fuese así, no necesitarían de andar vagando por el mundo, pues sin salir de su Patria, fuese la que fuese, o por lo menos fijándose en alguna Corte, adquirirían grandes riquezas? Cuéntase, que habiendo arribado uno de éstos a una Corte, cuyo Príncipe se hallaba muy atormentado de la gota, creyendo uno de los Aulicos al Tunante, que tenía un secreto infalible para curar esta enfermedad, muy alegre fue a darle tan gustosa noticia al Príncipe; el cual algo más advertido que el Aulico, le preguntó en qué equipaje había venido aquel forastero a la Corte. Si a caballo, o en coche, &c. Señor, respondió el Aulico, los primeros, que le vieron, dicen que venía a pie. Pues mentecato, repuso el Príncipe, haz que a ese embustero le echen a palos de la Corte; pues si él supiera curar la gota, nunca dejaría de andar en Carroza tirada de seis caballos.

6. Mas: Los Médicos Españoles, no sólo estudian en los Autores Médicos de su Nación, mas también en los Extranjeros: de modo, que apenas hay Nación alguna, de la cual los más no tengan uno, u otro Autor. Ahora bien, supongamos que el Charlatán es Francés. De esa Nación tenemos acá, pongo por caso, a Juan Fernelio, y a Lázaro Riberio. ¿Sabrá más el Tunante, que estos dos famosos Médicos? ¿O sabrá lo que ellos ignoraron? Sea Italiano. Italianos tenemos acá a Jorge Ballivo, y Lucas Tozzi, ambos Médicos célebres. ¿Sabrá lo que ignoraron éstos? Asimismo de Alemania tenemos a Daniel Sennerto, y a Federico Hoffman. De los Países Bajos al [49] celebérrimo Herman Boerhave, y a Francisco Silvio. De Inglaterra a Thomas Willis, y Thomas Sidenhan. De suerte, que sea cual fuere la Patria del Tunante, de esa misma tenemos acá Autores, Médicos famosos. ¿Creeremos, pues, abandonando a los Maestros, al que ni aun es Discípulo de sus Discípulos?

7. Sin embargo advierto ahora, que sobre esta reconvención parece se me puede dar en los ojos con una excepción muy considerable. Es el caso, que sube en muchos a tal punto esta pasión maniática por los Charlatanes Extranjeros, que aun Tunantes Moros, y Turcos son recibidos por acá en grado de Médicos ambulantes. Aquí he visto, no há mucho tiempo, un Tunante Moro (por lo menos él tal nacimiento, y Patria se daba) criatura sumamente vil, y despreciable, a quien la gente acudía como a un Esculapio, no más que porque él decía que sabía remedios para todos los males. El se decía Moro, y se daba el nombre de Amete, o Achmet. Aunque yo sobre esto algo dudoso he quedado, inclinándome bastantemente a que era nacido en nuestra Península; pero acaso había militado, o sido esclavo en Berbería; y conociendo el humor de nuestra gente, que tiene por sabios en Medicina los Tunantes Extranjeros, y tanto más sabios, cuanto son más Extranjeros, se fingía Moro para lograr más aceptación. Cerca de esta Ciudad de Oviedo, fingiendo convertirse a nuestra Santa Fe, sólo con la predicación de no sé qué Clérigo mercenario se bautizó; y tengo bastante sospecha de que se había, bautizado diferentes veces en otras partes.

8. También conocí aquí un Turco, que se denominó tal, no por la Religión, sino por la Patria, que está debajo de la denominación del Gran Señor; pues decía, que era natural de Belén, distante dos leguas de Jerusalén, gran embustero, no sólo por fingirse inteligente en la Medicina, en que era totalmente ignorante, mas también por las aventuras, y lances de su vida que contaba, sobre que le cogí en varias contradicciones. Sin embargo hay [50] sujetos tan simples, que uno, que tiene oficio público en esta Ciudad, le tuvo en su casa algunos días, esperando que restituyese la vista a un hijo suyo enteramente ciego.

9. He dicho que parece que a los Charlatanes Turcos, y Moros no podemos reconvenirlos con que tenemos acá los Autores Médicos de sus tierras, como a los de las Naciones Europeas. Sin embargo en Avicena, que fue Tártaro, y Averroes, y Rhasis, que fueron Arabes, tenemos una buena equivalencia de Médicos Turcos, y Moros. ¿Pero dejadas chanzonetas, no son más bárbaros que Turcos, y Moros los que fían la cura de sus males a Tunantes Turcos, y Moros?

10. Lo peor es, que muchos de los mismos Nacionales concurren a promover el embuste de los Charlatanes extranjeros; publicando falsamente, que hicieron tales, y tales curas señaladas, y esto sin otro interés, por lo común, que la perversa complacencia de su inclinación a mentir. Dije por lo común, pues tal vez los ganarán los mismos Charlatanes con algún interesillo pecuniario, para que los acrediten con tales ficciones. Yo he leído, que algunos de ellos compran atestaciones falsas de sus curaciones en unos Pueblos, para introducirse, acreditados con ellas, en otros Pueblos. Lo he leído, y lo he creído, porque de parte de los Charlatanes, gente embusterísima, y malvada, que con dispendio de la salud, y vida de sus próximos se fingen Médicos, sin saber palabra del Arte, es increíble que omitan un medio tan fácil de acreditarse; y por otra parte también es increíble que les falten atestadores falsos, si los buscan; pues habiendo tantos en cualquiera Pueblo, que mienten sin interés alguno, ¿cómo pueden faltar quienes mientan por el interés de alguna ganancia?

11. Se me hace creíble, que algunos también practiquen otro arbitrio aun más eficaz, y seguro, que es el mismo con que varias veces se han acreditado milagros falsos. Un hombre muy sano de todos sus miembros [51]: fingiéndose manco, o cojo, o ciego, &c. va a un Santuario donde no es conocido; y haciendo allí oración, finge que milagrosamente recobró la vista, o el uso libre de manos, y pies. No se ha menester más para que el milagro corra, y lluevan limosnas sobre el embustero. Poco há me refirió un Músico Italiano, que en Nápoles un bribón, con este medio, puso en la estimación de ser Reliquia de un gran Santo la calavera de un ahorcado. Daba algo a pobres no conocidos, para que éste se fingiese ciego, el otro paralítico, aquél endemoniado, &c. Y luego, con el contacto de su mentida Reliquia, simulaba curarlos a todos. ¿Qué dificultad hay en que cualquiera Tunante, usando del mismo arbitrio, se califique de un nuevo Esculapio? La hierba más inútil del campo hará los mismos milagros que la calavera del ahorcado del otro.

12. De todo lo que llevo dicho podrá colegir Vmd. que encuentran un estorbo invencible en mi incredulidad para el asenso las maravillosas curaciones, que me escribe de ese Viandante Italiano. Vmd. de ninguna se me da por testigo. Refiéreme lo que le han contado. Pero suplícole, que a los que se las han testificado haga la siguiente reconvención. Algunas de las enfermedades, que Vmd. me dice curó ese Italiano, están reputadas por incurables, tanto en Italia, como en España; lo que consta de que los mismos Autores Médicos Italianos, cuyas Obras tenemos acá, las dan por incurables. Siendo así, podría ese Viandante, sin salir de Italia, adquirir muchos millones. En caso que el Pueblo, que le dio nacimiento, fuese corto teatro para ostentar, y hacer fructificar su habilidad, con trasladarse a Roma estaba todo compuesto. Dentro de aquella gran Ciudad hallaría enfermos muy poderosos, que le satisfarían cuanto él quisiese las curaciones; y aun de varias partes atraería su fama a otros muchos, que darían por bien empleada una parte de su hacienda, a trueque de librarse de molestos, y peligrosos males. ¿Pues para qué, [52] pudiendo hacerse riquísimo, sin dejar su Patria, emprehender largos viajes, que rara, o ninguna vez carecen de varios peligros?

13. Ni me hace fuerza el ostentoso equipaje en que se muestra ese Extranjero. Ese sólo prueba que tenga más habilidad que otros para engañar a las gentes. El Caballero Borri, a los Holandeses, gente que como la más cautelosa del mundo sabe guardar su ropa, y su dinero, con la engañifa de que sabía el secreto de la Piedra Filosofal, estafó muy buenas cantidades. Y a fines del siglo pasado se vio una Aventurera pasear la Holanda, el Franco Condado, y parte de la Francia en equipaje de Princesa, dándose el nombre de Condesa de Nasau Merode, a cuenta de muchos Mercaderes, y Banquistas, a quienes chupó largas cantidades, tomadas a título de empréstito, sin más pruebas de su Condado, que una buena cara, excelente labia, y consumada astucia. Bien que al fin todo paró en una catástrofe funesta; porque descubiertas, a diligencias de los Acreedores, sus marañas, después de azotada por las calles públicas, se le aplicó sobre la espalda la Flor de Lis.

14. Mas no piense Vmd. que sólo en España corren estas maulas de Charlatanes. También las padecen, y sufren en las demás Naciones. En Francia engaña el Tunante Italiano, y en Italia el Tunante Francés. En Alemania el Inglés, y en Inglaterra el Alemán. Algunos años há Mr. Boyer, Médico del Rey de Francia, que un tiempo me honró con su correspondencia, habiendo yo procurado saber su dictamen en orden al remedio, que con el nombre de Pieles Divinas se publicó en la Gaceta de París, como eficacísimo para la gota; me respondió, que dichas Pieles de nada servían; y con esta ocasión me añadió, que París era un teatro, a donde los Invencioneros de remedios, que venían de afuera, hallaban cuanta credulidad era menester para hacer su negocio. El Espectador Inglés, o Sócrates Moderno, en el 6 Tom. Disc. 9 nos dice, que apenas hay alguna Ciudad [53] en la Gran Bretaña, donde no se presente alguno de estos Doctores Viajeros, que en los días de Mercado arenga al Pueblo, y le promete maravillas de sus Recetas. Y en el Tomo 4, Disc. 71, donde toca el mismo punto, se lamenta amargamente de que son infinitos los necios, que creen a estos Charlatanes, sin que los malos sucesos de los unos sirvan de escarmiento para los otros. Con cuya ocasión dice, que conoció unos de estos engañadores, que presentaba atestaciones de haber curado a muchos después de treinta años de tullidos.

15. De todos los Curanderos, que vienen por acá, juzgo, que los más bien admitidos son los que llaman Oculistas. Y sin embargo, acaso éstos son los que más daño hacen. Es cierto, que en las Naciones hay, aunque muy pocos, algunos excelentes Profesores de este Arte, que en efecto pide grande estudio, y singular destreza. La Nación Anglicana, sobre todo, los tiene, y ha tenido nobilísimos. ¿Pero viene alguno de estos diestros Operadores a España? En ningún modo. ¿A qué han de venir, si, sin moverse de Londres, de París, o Roma tienen harto en qué ejercitar con gran provecho su habilidad? Los que vienen por acá, son unos malos aprendices, que si algún día llegan a mejorar la vista a alguno, es después que la han destruído a trescientos. Don Juan de Elgar, docto Cirujano, y Anatomista Francés, que estuvo algunos años en esta Ciudad de Oviedo, y ahora vive en la Santiago, me refirió, que estando en la de Bayona de Francia, pasó por allí un Paisano suyo, que le dijo venía a ejercer el oficio de Oculista en España. Conocíale D. Juan de Elgar; y sabiendo que estaba muy poco instruído aún en los rudimentos del Arte, le preguntó: ¿Cómo con tan pocos principios se atrevía a practicarla? A lo que muy serenamente le respondió el Oculista novicio: Monsieur, es así que yo sé muy poco; pero dando vuelta dos, o tres años por las Provincias de España, iré adquiriendo algún conocimiento experimental; de modo, que estaré [54] tanto cuanto, hábil cuando me restituya a Francia. Este conocimiento experimental ¿cómo se había de adquirir sino haciendo ciegos a muchos, antes de poder curar alguno? Puede ser que tal nos venga acá, que pueda ser útil. En cuarenta años que há que habito en esta Ciudad, sólo he visto dos que se decían Oculistas, pero no sabían una palabra del Arte.

16. Otra especie de Operadores Extranjeros he visto aquí, y creo frecuentan bastantemente otras Provincias, que son los que llaman Dentistas; y creo los podríamos excusar muy bien; porque todo lo que les ví hacer, fue mundificar los dientes, para lo cual traen un estuche bastantemente curioso de varios instrumentillos destinados a este fin, cuyo aparato no sirve poco para autorizar su profesión, y pericia; pero que en realidad es de poquísimo servicio; porque la limpieza, que el Operador da a los dientes, es de poquísima duración; y yo antes aconsejaría a todos los que los limpiasen frecuentemente, o con polvos de jibia, o con los de pan quemado, o con sal común; porque cierta agua, o aguas que dejan, y venden como quieren, acaso son más dañosas, que útiles. Y yo por lo menos sé de un licor, que mundifica admirablemente dientes, y muelas; pero algo frecuentado, los rompe, o dispone para que se rompan fácilmente.

17. Finalmente advierto a Vmd. que, uno u otro de los Charlatanes de Medicina practican cierto género de curaciones simuladas artificiosísimas, con que engañan las gentes, y se pagan de ellas larguísimamente, haciendo nada. En las Observaciones de la Academia Leopoldina se lee una especie muy graciosa a este propósito, y de la que ya en otra parte dí noticia. Andaba uno por Alemania vendiendo a peso de oro una que llamaba agua vulneraria; y haciendo a vista de todos una prueba de su virtud, que hacía creer, que ningún precio, que pidiese por ella, era excesivo. La prueba era ésta. A golpe de martillo entraba un clavo en la cabeza [55] de un perro, de modo, que taladrando el cráneo, penetraba a la substancia del cerebro. Hecha esta enorme herida, sacaba su agua vulneraria: vertía por la abertura algunas gotas de ella, y el perro, pasados algunos días, se hallaba perfectamente sano. ¿Quién, viendo esto, había de dudar de la virtud prodigiosa de esta agua? Sin embargo, la virtud era ninguna. Un Médico, habiendo usado de ella en algunas heridas nada peligrosas, o penetrantes, la experimentó enteramente inútil. Esto le hizo reflexionar con algún cuidado sobre la materia, y vino a conjeturar lo que había en el caso; esto es, que como el temperamento en varios animales es muy vario, pues lo es aún entre individuos de la misma especie, podía ser, que aunque la herida penetrante a los sesos fuese mortal en el hombre, acaso no lo sería en el perro, y se curase éste a beneficio de la naturaleza, sin algún auxilio de la Medicina. Para averiguarlo, a tres, o cuatro perros hizo la misma herida, y del mismo modo, que había visto hacerla al Charlatán; y la resulta fue, que ya echando algunas gotas de agua común, ya sin echar nada, todos los perros convalecieron íntegramente. De modo, que la agua, que tan cara vendía el Charlatán, era una mera añagaza, y nada más valía, o no era otra cosa que la agua común de cualquiera fuente, o río. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años, &c.

Adición

18. Teniendo escrita, y copiada esta Carta, con ánimo de darla a la Prensa, con las demás de este Tomo, llegó a mi mano la Gaceta de Madrid de 28 de Octubre de este año de 1749, y en ella, en el Artículo de la Haya, la noticia siguiente: El Profesor de Anatomía, y Cirugía, los Inspectores de Medicina, y los Médicos de la Ciudad de Amsterdam advierten al Público, que estando informados exactamente de cuanto se ha publicado en las Gacetas de Holanda, y Francia [56] sobre las maravillosas operaciones hechas por el nombrado Taylor, Oculista, han descubierto, que la mayor parte es falso; y que sus curaciones han sido tan inútiles, y fatales a los pacientes, como lo fueron las que hizo quince años há en esta Ciudad.

19. Esta noticia puede servir de mucho. Ojo alerta Españoles míos, y cuenta cada uno con sus ojos. Si estos bribones Charlatanes son capaces de engañar en Holanda, y Francia, donde hay tanta copia de hombres hábiles en todas Facultades, especialmente en las operativas; ¡con cuánta mayor facilidad podrán engañar en España!


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 46-56.}