Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Carta II

Contra los Intérpretes de la Divina Providencia

1. Muy Sr. mío: Siento la desgraciada muerte, que Vmd. me participa de D. N. si todavía se puede reputar desgraciada, por haber sido repentina. César, por lo menos, la juzgaba tal; pues preguntándole en una ocasión qué tipo de muerte eligiría, respondió que la inopinada. Y ciertamente, mirando la muerte sólo como extinción de la vida temporal (pues César, que era Gentil, sólo debajo de ese respecto la miraba), tenía razón; porque ¿qué muerte más elegible que la que carece de todo dolor, y angustia, o en que el dolor, y angustia son de brevísima duración? Díjose, que estando ya deplorado el Mariscal de Villars de la enfermedad, que le asaltó en Turín el año de 34, llegó allí la noticia de que una bala de artillería había quitado la vida al Mariscal de Bervic, delante de Filisburg; lo que siendo oído del de Villars, prorrumpió en un gran gemido diciendo: El Mariscal de Bervick en odo ha sido afortunado, en que claramente manifestó, que envidiaba [33] su muerte repentina: aunque acaso entró a la parte para la envidia considerar aquella especie de muerte más gloriosa, que los Militares dicen, que mueren en el lecho del honor el que deja la vida en la campaña. En las Obras de Monsieur de Saint Euremont se lee, que el Mariscal de Hoquincourt, hombre algo atorrollado, y feroz, aunque buen Soldado, tuvo una pistola en la mano para matar a un amigo suyo, que estaba enfermo, y se iba muriendo, pareciéndole que era lástima que un hombre guapo como aquél muriese gimiendo, como muere la más miserable vieja; y lo hubiera ejecutado, si un Religioso, que se hallaba inmediato a él, no le hubiera detenido el brazo.

2. Mas si la muerte pronta, por menos molesta, se aprehende menos formidable, porque de la muerte temporal pende muchas veces la vida eterna (oh momentum a quo pendet aeternitas!), la inopinada a este respecto se representa terrible. Pocos son los que viven tan arreglados, como si cada hora hubiese de ser la última; los que procuran tener la cuenta de su vida tan ajustada, como si cada punto de tiempo hubiese de ser aquel en que la deben presentar al Supremo Juez. Bajo cuyo supuesto, ¡cuánto importa a muchos, acaso a los más, tener, no sólo algunas horas, algunos días de plazo para cubrir partidas muy importantes, ya con la tolerancia cristiana de los trabajos de la enfermedad, ya con una humilde resignación a las disposiciones de la Providencia, ya con los actos de dolor, y detestación de los pecados cometidos, ya con el beneficio de los santos Sacramentos!

3. Yo no sé en qué disposición estaba la alma de D. N. cuando le sorprehendió la muerte. El modo, con que Vmd. me da noticia de ella, me parece que significa no tenerla por muy grata a los ojos de Dios; ya por llamarla desgraciada, pues la que coge al hombre en estado de gracia, siempre se debe llamar feliz, ya por lo que añade, que juzga que ella fue castigo del Cielo, [34] por un pleito injusto, y muy costoso, que suscitó a su casa, y con que le hizo gravísimos daños.

4. Permítame Vmd. decirle, que, sobre parecerme este concepto hijo legítimo del amor propio, veo mezclada en él una buena porción de temeridad. Doy que el pleito fuese injusto. ¿Sabe Vmd. que él no lo tuviese por tal? Mejor diré: ¿Sabe Vmd. que él no lo tuviese por justísimo? Vmd. lo juzga injusto, porque uno, u otro Abogado, que consultó, se lo representaron tal; y él lo tendría por justísimo, porque otros Abogados, consultados por él, le dijeron que lo era. Esto es lo que vemos cada día. Y yo para mí tengo, que es rarísimo el que expone a los gastos, y molestias de un proceso una pretensión, que conoce inicua; porque rarísima vez ocurre tener a los Jueces, o por tan ignorantes, o por tan perversos, que se espere de ellos sentencia favorable a un empeño depravado. Vmd. no me dice si ya se terminó el pleito; y cuál fue la resulta; pero según la acerbidad con que Vmd. me habla del difunto contrario, conjeturo que no esté muy satisfecho de ella; en este caso están por la justicia del difunto, no sólo los Abogados consultados por él, mas también los Jueces.

5. Mas dando a Vmd. cuanto puede pretender; esto es, que haya sido una hostilidad inicua, y culpable la que Vmd. padeció de su contrario, no por eso es bien fundado el concepto que hace de que su muerte fue ordenada del Cielo, como castigo de ese delito.

6. Señor mío, aunque no hay cosa más ordinaria en el mundo que discurrir en las desgracias de los hombres sobre los motivos que Dios tuvo para afligirlos con ellas, de modo, que los que con razón, o sin ella están mal con ellos, resueltamente atribuyen sus infelicidades a castigo del Cielo por tal, o tales culpas, o verdaderas, o imaginadas; tengo, y siempre he tenido tales juicios por temerarios. Y lo mismo digo de los discursos que se hace de que las felicidades de los favorecidos de la fortuna son premio de tales, o tales méritos; porque uno, [35] y otro es meter temerariamente la mano en los secretos de la Providencia.

7. ¡Oh ridícula presunción humana! Quis cognovit sensum Domini, aut quis consiliarius eius fuit? (Paul. epist. ad Rom. 11) ¡Qué concepto tan bajo hace de la Deidad quien piensa que en su modo de obrar se ajusta a sus limitadísimas ideas! Dios, como en todo es infinito, en todo es incomprehensible. Cada día estamos viendo, y en todos los siglos, y Regiones se vieron justos ultrajados de la fortuna, y malhechores favorecidos de ella: ¿y hay quien se atreva a atribuir las felicidades temporales al mérito, y las infelicidades al demérito? ¡Cuántas veces las que parecen infelicidades son dichas; y desdichas las que parecen felicidades! ¡Cuántas veces Dios, con la tribulación aumenta el mérito al justo, y con un revés de la fortuna trae al camino de la virtud a un libertino! ¡Cuántas las riquezas, y honores a los que eran buenos hicieron malos, y a los malos peores! Sólo en la interminable región de la eternidad, ni la felicidad, ni la infelicidad son equívocas. Siempre allí la primera es premio del mérito, y la segunda castigo de la culpa.

8. Los juicios, que en esta materia hacen los hombres, son proporcionados a sus afectos. Si estamos mal con el sujeto que padece alguna calamidad, decimos que Dios castiga sus desórdenes. Si estamos bien, que Dios quiere dar mayor mérito a su paciencia, y purificar más su alma. Si los Cristianos tienen guerra con los Infieles, y vencen, es porque Dios favorece la mejor causa. Si son vencidos, se pone la causa en nuestros pecados. Y los Infieles, por su parte, usan el mismo lenguaje.

9. Confieso, que en la Sagrada Escritura se ve muchas veces atribuir las felicidades, e infortunios a las mismas causas. Pero los Sagrados Autores escribieron lo que el Espíritu Santo les dictó, y a no tener revelación, no pudieran saber los motivos porque Dios obraba. [36] También en los Santos Doctores hallamos algo del mismo lenguaje, como cuando San Agustín dice, que las prosperidades de los Romanos fueron premio de las virtudes morales en que florecían. Pero también los Santos Doctores hacen clase a parte por la especial luz con que Dios asistió para escribir. Y por lo menos, ni ellos, ni otros Santos consultaban sus pasiones, o intereses, para arreglar a ellos sus juicios, como a cada paso hacemos nosotros.

10. Lo peor es, que este pretendido descubrimiento de los secretos de la Providencia tiene una buena parte en nuestras murmuraciones, y de él nos servimos frecuentemente para autorizar con capa de celo nuestra malevolencia hacia los próximos. En vez de compadecernos de su miseria, cuando les sobreviene alguna desdicha, buscamos en su vida, o en la de sus allegados algún mérito de ella, con que manchar su reputación. Un graciosísimo pasaje a este propósito trasladaré aquí del Espectador Inglés, o Sócrates Moderno, que trae en su 5 Tomo, Dic. 25, donde en cuanto a la substancia toca el mismo punto que acabo de proponer.

11. «Una vieja, dice, conozco la más experta en descubrir los Juicios Divinos, que he visto en mi vida. Ella puede deciros qué pecado de fulano redujo su casa a cenizas, o arruinó sus graneros. Si le habláis de una Dama, a quien las viruelas robaron la hermosura, arrancando un suspiro del pecho, os dice, que antes de esa desgracia se estaba casi siempre mirando en el espejo. Si le anunciáis una buena fortuna, que logró otra Dama conocida vuestra, dificulta que pueda durar esa prosperidad, porque su madre fue muy cruel con una sobrina suya. Sus reflexiones comúnmente toman por objeto a personas, que habiendo tenido grandes bienes, apenas han gozado de ellos por alguna tacha, que hubo en su conducta, o en la de sus padres. Ella puede a punto fijo daros la razón, porqué tal casado no tuvo sucesión; porqué otro [37] murió en la flor de la juventud, porqué otro se rompió una pierna en tal calle, o en tal pieza de su casa; porqué otro murió herido de sable, y no de espada. Ella tiene siempre un delito a mano para cada trabajo que arribe a cualquiera persona de su conocimiento; y si oye hablar de un robo, o de un homicidio, insiste más sobre la vida desreglada del que padeció el infortunio, que sobre el atentado del Ladrón, o el Asesino. En una palabra, es tan buena cristiana, que todo lo que ella padece, viene de que Dios quiere probarla; y todo lo que padece su prójimo, es por castigo del Cielo».

12. No se puede negar que la pintura es de mano de Maestro, y que representa al vivo, no un original sólo, pero muchísimos. ¡Cuántas almas piadosas de este carácter hay en toda Provincia! La peor casta de todos los murmuradores son los hipócritas. Mas al fin, yo por ahora no hablo con estos malignos emisarios del Infierno, sí sólo con aquellos, que no por malicia, sino por error se meten a Intérpretes de los Juicios Divinos; aunque tal vez ese mismo error toma cierta tintura de alguna pasión, que domina el pecho, o la pasión induce, sin pensarlo, al error.

13. En las guerras, que tuvimos a los principios de este siglo, perdimos en Flandes una batalla, en que gobernaba nuestras tropas el Duque de Vandoma, y las enemigas el de Marlborough. Sucedió, que poco después intervinieron en una conversación el Duque de Borgoña, el de Vandoma, y otros Próceres, donde después de tratar no sé qué materias, dijo el de Borgoña, que era ya tiempo de que fuesen a oír Misa. Conformáronse todos en ir a oírla, a excepción del de Vandoma, el cual se excusó con que tenía un negocio preciso a que acudir. El de Borgoña, que no estaba bien con él, le dijo con aspereza: Si los Generales no oyen Misa, no es mucho se pierdan las batallas. Pero el de Vandoma con aire, aunque sin descomponerse, le respondió: Pues, señor, en verdad, que el Duque de Marlborough, que ganó la que [38] acabamos de perder, no pienso que oye más Misas que yo. Si el Duque de Borgoña tuviese más bien dispuesto el corazón hacia el de Vandoma, no discurriría que la indevoción de éste había movido a Dios a afligir con aquella pérdida las dos Coronas de España, y Francia. Pero otro cualquiera, que hubiera discurrido, estaba del mismo modo expuesto a errar.

14. David, el Santo Rey David, aquel Profeta tan ilustrado de luces soberanas, miraba el seno inmenso de los Juicios Divinos como un abismo profundísimo, impenetrable a toda humana inteligencia: Iudicia tua abyssus multa (Psalm. 35). ¿Y quién no está dotado de ilustración alguna, se atreve a sondear tan alto piélago? Magna petis Phaeton.

15. Yo, pues, exhorto a Vid. a que suspenda el juicio, que ha hecho en orden al motivo que tuvo Dios para dar esa especie de muerte a su contrario; la cual, por repentina que fuese, pudo hallarle tan bien dispuesto, o en un breve momento puso la Misericordia Divina disponerle también con su gracia, que a la hora presente esté en el Cielo, o a lo menos en camino para él. Lo que a Vid. conviene es encomendar a Dios a su contrario, y ser misericordiosos con él, para que Dios lo sea con Vmd. como yo se lo suplico, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 32-38.}