Filosofía en español 
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Tomo segundo Carta primera

Reforma de abusos

1. Muy señor mío: El celo que V. S. muestra por la reforma de los abusos, que halló como establecidos en esa República, califica altamente el acierto de la elección que el Rey hizo de la persona de V. S. para su gobierno. Le duelen a V. S. los abusos, y quisiera remediarlos. Mas por otra parte, personas de madurez, y juicio, según me avisa, procuran disuadirle de la empresa, representándole en general, que las innovaciones son peligrosas. En este conflicto de la inclinación propia, y la persuasión ajena, solicita V. S. mi consejo, representándoseme dispuesto a seguirlo. El concepto, que hace V. S. de que yo soy capaz de dirigirle con acierto en asunto tan arduo, es tan gratuito, que no puedo menos de agradecerle, como efecto de su benévola propensión a mi persona. Mas la complacencia que recibo de este favor, no sé si se contrapesa bastantemente con el sentimiento de verme cargado de comisión tan difícil; y en que el deseo de obedecer en ningún modo asegura la felicidad de acertar. Como quiera, yo cumpliré con mi obligación, haciendo lo que pudiere. Aunque necesariamente quedaremos ambos disgustados de que la ejecución no llene, ni su deseo, ni el mío; pero V. S. tendrá otro disgusto más en el desengaño de ver que fue muy errado el concepto que hizo de mi capacidad para el asunto de la consulta.

2. Yo, señor mío, si va a decir verdad, siempre estuve enemistado con la máxima de gobierno, que condena toda innovación, sin que haya podido reconciliarme con ella el verla favorecida de un Autor agudísimo en [2] materias Políticas, cual lo fue Trajano Bocalini. Este famoso Italiano, en el Reguallo 77. de la 1. Centuria, trata de un congreso ordenado por Apolo, para discurrir sobre los medios de reformar el mundo, en que entraron los siete Sabios de Grecia, Catón, Séneca, y por Secretario Jacobo Mazzoni (doctísimo Italiano del siglo 16) con la autoridad de voto consultivo. En esta célebre asamblea, después de dar distintos arbitrios los nueve antiguos Sabios, sin poder convenirse unos con otros, llegó el caso de hablar el Mazzoni. Todos esperaban de este gran hombre ver incluidas en una larga oración las más delicadas, y profundas máximas del gobierno Político, y extractado de ellas el proyecto de una admirable reforma. Pero el Mazzoni, a fin de reprobar toda innovación, después de hacer la cama con aquella breve sentencia de Tácito, vita erunt donec homines, echó el fallo de que la suma prudencia consiste en saber hacer la difícil resolución de dejar quedar el mundo en el mismo estado en que se halló.

3. Me acuerdo que en otra parte, aunque no tengo presente el lugar, dice el mismo Bocalini, que habiendo Apolo nombrado nuevos Gobernadores para diferentes Países, antes de despacharlos, les tomó juramento en toda forma, de que dejarían estar todas las cosas en el estado mismo en que las habían dejado sus predecesores, como que ésta era una máxima de la suprema importancia para el gobierno.

4. Pero yo estoy tan lejos de asentir a este documento Político, que entendido como suena, le juzgo perniciosísimo. La razón es, porque el que hallando las cosas no muy bien puestas, se propusiere no tocar en ellas, para dejarlas en el mismo estado en que estaban, no las dejará en el mismo, sino en peor estado. Y la razón de esta razón se toma de la infeliz propensión de los hombres a dar mayor, y mayor amplitud a su libertad. El camino del vicio es resbaladizo. Cuanto más se anda por él, tanto mayor ímpetu se adquiere. El que no es con [3] alguna violencia detenido para no proseguir en los deslices, al fin ya no sólo cae, se precipita. Non enim (bella sentencia de Valeyo Paterculo, lib. 2. cap. 3.) non enim ibi consistunt exempla unde caeperunt, sed qualibet in tenuem recepta tramitem, latissime evagandi sibi viam faciunt: & ubi semel recto deerratum est, in praeceps pervenitur. Así los abusos, que no se corrigen, cada día se hacen mayores. No se ha de proponer el que gobierna hacer parar a los descaminados en aquel punto de extravío, en que los halla: debe forcejear algo para volverlos hacia la observancia de las leyes de que se han apartado. Considere que la fuerza, que aplica a detenerlos, no puede estar siempre en igual vigor, que alguna vez se ha de descuidar la vigilancia: que muchas se ha de distraer el ánimo a otros objetos: que ocurrirán cosas, en que sea preciso usar de alguna indulgencia; y en esos intervalos, en que se suspende la fuerza que detiene, obra el impulso de la que descamina; porque como ésta no es otra, que la viciosa inclinación de la Naturaleza corrompida, siempre tiene en ejercicio su actividad. Así se ha de poner la mira, no en fijar el pie del súbdito, que caminó algo por la torcida senda, en aquel punto adonde ha llegado, sino en hacerle retroceder algún espacio. Con ésta, cuando haya algún descuido en su dirección, los pasos que entretanto diere hacia el precipicio, no acercarán tanto a él, como los que daría en la misma circunstancia, dejándole en aquella mayor proximidad en que estaba antes. Si el descuido no es grande, acaso no llegará ni aún a aquel punto de donde se le había hecho retroceder: con que habrá menos que hacer en su corrección.

5. Supónese que esto pide tiento, y modo. El que de golpe quisiere hacer mucho, hará nada. Irritará los ánimos, sin extirpar los abusos. La Medicina nos da en esta materia un ejemplo saludable. Cuando un cuerpo abunda de humor vicioso, no procura su evacuación, sino lentísimamente. Muere prontamente un hidrópico, si [4] de una vez le purgan de todas las aguas infectas que le incomodan. No pide menos lentitud, acaso pide más, la extracción de los humores viciosos del cuerpo Político, que del cuerpo humano.

6. Varias circunstancias hacen más, o menos difícil el proyecto de la reforma. Si los abusos son antiguos, si son muy transcendentes, de suerte, que el humor vicioso se haya extendido por casi todos, o la mayor parte de los miembros de la República; o si, aunque sea menor el número de los inficionados, estos los poderosos; si los genios del País son duros, o belicosos; es empresa sumamente ardua la corrección. ¿Pero imposible? Sí: tal la juzgo, en caso que el que gobierna no esté dotado de unas eminentes virtudes, capaces de vencer la resistencia de aquellos obstáculos. Una vida íntegra, y limpia de toda mancha, una prudencia consumada, un corazón robusto, una resolución firme de sacrificar la conveniencia, y la quietud a la obligación, en cualquiera situación de cosas pueden hacer mucho; mas no asegurar el éxito. Sería gran cosa para este efecto, si hubiese alguna balanza, en que se pudiesen pesar juntamente las opuestas fuerzas, agente, y resistente del que gobierna, y de los súbditos. Por la falta de esta balanza se cometen grandes errores. El intrépido se juzga fácil lo más difícil: el tímido toda la dificultad imagina insuperable: y ninguna advertencia hará que el osado sea circunspecto, o el pusilánime animoso. Aquél concibe sus fuerzas mayores, éste menores de lo que son. Sólo algunas almas, tan raras, como grandes, tienen como vinculado a sus singulares talentos, aún en las constituciones más arduas, el acierto.

7. Aquel hombre, a todas luces Eminente, el señor Cardenal Cisneros, emprendió asuntos tan dignos de su generoso ánimo, como útiles al público. El mayor fue reprimir el orgullo de los Grandes, en tiempo que de su quietud pendía la de la Monarquía; pero en tiempo juntamente, que por el gran poder de la Grandeza lo mismo [5] venía a ser lidiar con los Grandes, que chocar con toda la Nación. Emprendiólo, y lo consiguió con igual utilidad del público, que gloria suya. Y siendo este un hecho notorio, no sé cómo el gran ingenio de D. Antonio de Solís hizo una tan opuesta Crítica, así de la prudencia del Cardenal, como del suceso de su empresa, a la entrada de su Historia de la Conquista de México; donde, después de elogiar dignamente muchas de sus excelsas virtudes, les pone esta limitación. Pero (era el Cardenal) tan amigo de los aciertos, y tan activo en la justificación de sus dictámenes, que perdía muchas veces lo conveniente por esforzar lo mejor; y no bastaba su celo a corregir los ánimos inquietos, tanto como a irritarlos su integridad. Es, digo, hecho notorio en la Historia, que el Cardenal no perdió lo conveniente, antes lo consiguió; y que si irritó algo los ánimos inquietos su integridad, no por eso dejó de lograr su celo el pretendido fruto de la corrección.

8. Con dos pretextos, más especiosos que sólidos, se cubren los de ánimo apocado, o tibio celo para dejar las cosas al curso que han tomado, aún cuando el curso es torcido. El primero es el bien de la paz. Dicen que las novedades causan perturbaciones; y es así, si no se introducen con diestra mano. Lo principal es esto es, que la introducción se haga lentamente, y por menudas partes. Camínese por tan pequeños pasos a la reforma, que el Pueblo apenas sienta el movimiento. De muchas tenues innovaciones se ha de componer la total que se pretende. Así se va haciendo la cerviz al yugo poco a poco. Sacude feroz la multitud el peso de la Ley, si todo se le pone de una vez sobre los hombros; y le admite dividido en porciones. A lo más, a cada leve mudanza suscitará un leve rumor, que por sí mismo se acallará. Este temperamento es preciso por lo común; pero las grandes almas, y dotadas de ilustres cualidades, podrán excusarle, porque no se hicieron para ellas las reglas ordinarias. Los genios peregrinos vuelan sobre [6] las asperezas, y llegan a sus fines por los atajos.

9. El segundo pretexto se toma de la vulgarizada máxima de que el que gobierna, antes debe pretender ser amado, que temido. La máxima será verdadera, si aquel antes sólo significa, que debe apreciar más el ser amado, que temido de los súbditos; mas no, si sólo al amor, sin el consorcio del temor, quiere atribuir el acierto del gobierno. Ni aún considero posible aquél sin éste. La razón es, porque el que gobierna, si no es temido, es despreciado. ¿Podrá esperar, que quien le desprecia le ame? Así es cierto, que lo yerran los que procuran granjear el amor con nimias dispensaciones, o injustas benignidades; pero por ese camino, en vez de arribar al cariño, sólo encontrarán con el vilipendio. Fuera de que siempre sería iniquidad negociar el afecto con dispendio de la Justicia.

10. Los medios, que a un Gobernador seguramente concilian los corazones de los súbditos (y no hay que pensar en otros), son aquellas virtudes, que constituyen un buen Juez, un buen Caballero, y un buen Cristiano. Déseme un Juez íntegro, sin aceptación de personas, perfectamente desinteresado, liberal según sus medios, atento con los nobles, caritativo con los necesitados, afable, y cortesano con todos; en fin, observante de las obligaciones, que nos intima la Religión, y no me constituyo fiador de que no sólo será temido, pero también muy amado. Natural es, que los que están hechos a la relajación, a los principios murmuren, y recalcitren algo; mas ese será un nublado inocente, y pasajero, que no despida rayo, ni centella. Aún en ese tiempo los que murmuren, darán cierta especie de culto a la virtud del que los corrige: que hay muy pocas almas tan mal hechas, que puedan resolverse a aborrecer al que es sólidamente virtuoso. Por lo menos sucederá en esos súbditos, respecto del Gobernador, lo que el Padre Famiano Estrada dice del Príncipe de Orange, en orden al Duque de Alba: Quem palam oderat, clam venerabatur. [7]

11. Mas como no hay regla, que no padezca alguna excepción, si la turbulencia fuere grande, si la República se compusiere de espíritus inquietos, y feroces, o los Poderosos que hay en ella lo fueren, mayormente en el caso de hallarse favorecidos de alguna alta protección: finalmente, si la colección de circunstancias quita toda prudente esperanza del remedio, no se puede tomar otro partido, que el de desistir. ¿Qué celo más fervoroso en materia de corrección, que el de mi Padre San Bernardo? Con todo, este es el consejo que da el Santo para semejantes casos: Sicut impiorum est piis bonorum propositis assidue reluctari, sic contra pietatem non est, propter multitudinem adversantium, quamvis iusta, & sancta desideria paucorum plerumque non perfici (Epist. 83.). Observando no obstante en tan infeliz ocurrencia el decoro de ceder sin dispendio del honor, lo cual se logrará retrocediendo poco a poco de la empresa; de modo, que la retirada no parezca fuga.

12. Sin embargo, aún en esta adversa situación creo no se debe perder enteramente la esperanza de aprovechar mucho; ya que no todo lo que se quisiera; y dirá a V. S. el arbitrio que se me ofrece para rehacerse en alguna manera la autoridad de la Justicia, después de aquietada con la suspensión de ella la primera turbulencia. En la República más relajada hay algunos hombres que, o por su traviesa índole, o por ciertos vicios particulares a ellos, y no comunes en el Pueblo, o porque aún en los comunes se distinguen por la especial deformidad en el exceso, son comúnmente aborrecidos, o mal vistos de los demás. En estos, esperando la oportunidad de que repitan alguno de los particulares desórdenes, que los hacen aborrecibles, puede reintegrar sin riesgo el ejercicio de la Justicia: sin riesgo digo; lo uno, porque para que a los demás no desagrade el castigo, basta el no mirar con buenos ojos a los delincuentes; lo otro, porque lo que éstos tienen de deformidad particular en sus excesos, hace que consideren la [8] severidad practicada con ellos como inconexa con la que otros muchos merecen. No obstante lo cual, siempre la inspección del suplicio infundirá en todos poco, o mucho miedo. Oirán con gusto la sentencia; pero no miran sin algo de terror la ejecución.

13. Mas aún en estas circunstancias, y respecto de estos mismos, es menester usar de una regla, que como importantísima en todas las causas criminales propuse, y sobre que declamé con el vigor que pude en el Tomo III del Teatro, Disc. XI, en los números 28, 29, y 30. Esta es la de abreviar todo lo posible el examen de la causa, la sentencia, y la ejecución. Mientras está reciente la culpa, todos los que no tienen algún motivo particular para apasionarse por el delincuente claman por el castigo. Cuando éste se va retardando, se va resfriando aquel celo. Y si se dilata mucho, llega el caso de que los mismos que apellidaban por el rigor, se interesan por la piedad. Cada día se va aumentando el número de los intercesores; y aún en caso que éstos no doblen el animo de los Jueces, se incide en el grave inconveniente de que el castigo, que ejecutado prontamente les conciliaría el respeto, y amor del Pueblo, por tardo les acarrea el desagrado.

14. Este inconveniente, y el del ocasionar muchas veces la demora del juicio la fuga de los reos, fueron los que propuse entonces, porque esos solos me ocurrieron. La experiencia después me hizo advertir otro tan grave, o acaso más que aquéllos, que es el dar mucho tiempo al reo, y a sus apasionados para discurrir escapatorias a los cargos, y negociar testigos falsos de su inocencia. Cométese un hurto grave en el Pueblo, y se sabe el día o la noche en que se hizo, o acaso también la hora. Recaen indicios fuertes sobre sujeto determinado, y le ponen en prisiones. Si a este hombre hacen prontamente el interrogatorio, fácilmente se descubrirá la verdad; porque en caso de haber cometido el delito, para discurrir efugios que puedan alucinar, y negociar los [9] adminículos, que les den verosimilitud, no ha tenido tiempo; y en caso de estar inocente, muy poco le basta para desvanecer la apariencia de los indicios: porque la verdad de los hechos, que pueden justificarle, luego se ofrecerá a sus memoria. V. gr. es uno de los indicios haberle visto inopinadamente después del hurto con mucho más dinero que el que, atentas las circunstancias de la persona, se podía juzgar bien adquirido. Si en aquellos días tuvo una exorbitante ganancia al juego, o logró alguna herencia de otra parte, o le vino algún socorro de Indias, todo no menos de ofrecérsele al momento que se le hace el cargo, y en breve podrá señalar los testigos de cualquiera de estos acontecimientos felices. Asimismo, sabido el tiempo en que se cometió el hurto, le ocurrirá prontamente, que entonces se hallaba en tal, o tal parte, en compañía, o a la vista de tales, y tales, para probar la coartada: la realidad de los hechos, que alegaré, le ofrecerá también respuesta adecuada a cuantas réplicas, o preguntas le hagan: y la averiguación se hará seguramente, si los testigos citados se examinaren sin dilación.

15. Al contrario, supongámosle culpado. Si con toda la brevedad posible arrojan sobre él el interrogatorio, ¿qué respuestas dará, que no guíen al descubrimiento de su culpa? Aún cuando de antemano tuviese hecha alguna prevención, las objeciones, y repreguntas le harán caer en la red, diciendo para su justificación varias cosas, cuya falsedad se pueda luego averiguar. Mas si dejan pasar mucho tiempo antes de hacer esta diligencia, con la mayor facilidad del mundo podrá negociar una plena justificación. Con muy pocos pesos, que derramen por él sus apasionados, hallarán, ya testigos que depongan haberle visto ganar trescientos doblones al juego, o una apuesta a un pasajero; ya quienes juren, que al tiempo en que se cometió el hurto, le vieron en tal, o tal parte distante. Y comunicada esta negociación al reo, para lo que nunca faltan interlocutores, sabe lo que ha [10] de responder, y a quiénes ha de citar. En alguna parte está hoy preso un reo de atroz delito, en cuya causa, cuanto yo alcanzo, las demoras han causado algunos de los inconvenientes expresados, y que acaso saldrá de la cárcel más blanco que la nieve; o cuando más, gravado sólo de una leve pena arbitraria.

16. Yo, señor, no sé si en estas perniciosas demoras acuse a las Leyes, o a los Jueces, porque veo que los Jueces se disculpan con las Leyes. No ignoro que los Legisladores con gravísima razón inculcaron, que no se procediese al castigo de los delincuentes sin pruebas clarísimas de los delitos, especialmente en las causas capitales, por evitar el intolerable daño de que tal vez pierda la vida en el suplicio un inocente. ¿Pero cómo me harán creer, que en una causa, en que no se han de examinar testigos de lejas tierras, o traer instrumentos de otras Provincias, el delito, que no se puede probar en dos meses, se puede probar en dos años?

17. No me parece que me he extraviado del asunto de la consulta en lo que he discurrido sobre esta materia. Solicita V. S. la reforma de los Abusos, y nunca podrá reformarlos, si, cuanto le permite la razón, no camina al castigo por el atajo. La impunidad de los delitos multiplica los delincuentes, y los delitos quedan en gran parte sin castigo por las lentitudes del proceso, como en los inconvenientes propuestos he demostrado. En lo demás no me ocurre por ahora añadir a lo dicho. Nuestro Señor guarde a V. S. &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 1-10.}