Filosofía en español 
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Tomo primero Carta cuarta

Sobre el influjo de la Imaginación materna, respecto del feto

1. Muy señor mío: Con la ocasión de haber llegado a Vmd. los últimos Tomos de las Memorias de Trevoux, y haber visto en el Artículo 53, del año de 1738 el Extracto del Libro de Jacobo Blondél, Médico de Londres, dirigido al asunto de negar a la imaginación materna todo influjo en la configuración, y color del feto; nota [57] Vmd. de tímida mi perplejidad sobre el mismo punto: pues habiéndole tratado en el Tomo VII, Disc. III, desde el num. 22, hasta el 36 inclusive, no me atreví a reprobar decisivamente la opinión, que atribuye a aquella causa la negrura de los Etíopes; lo que a Vmd. parece pudiera, y debiera hacer. Pero yo, después de leer el Extracto del Libro de Blondél, (lo que ya antes de recibir la de Vmd. había ejecutado) y meditar de nuevo sobre la materia, tan lejos estoy de llegar a esa decretoria resolución, que antes bien ahora me hallo no poco inclinado a conceder a la Imaginación de las madres alguna influencia en la figura, y color de sus producciones.

2. Las razones con que el Médico Londinense prueba su dictamen, son las mismas que yo propuse en el lugar citado, a la reserva de dos reflexiones que añade, y en que a la verdad hallo poca conducencia, para persuadir el asunto en la generalidad en que él lo comprehende.

3. La primera es, que cuando un niño nace defectuoso de una mano, de un brazo, u de otro miembro, no puede este defecto atribuirse al influjo de la imaginación de la madre; porque (dice) ¿cómo la imaginación de la madre pudo cortar el brazo que falta? ¿De qúe instrumento usó para cortarle? ¿Qué se hizo? ¿Dónde paró el brazo cortado? ¿Quién, o cómo curó la herida?

4. Esta reflexión tengo por muy buena contra los que extienden, a efectos de esta especie, el influjo de la imaginación, como en realidad no faltan quienes le atribuyan eficacia tan prodigiosa. Helmoncio refiere que una mujer, habiendo visto cortar la mano a un soldado, volviendo a casa, parió un niño, que carecía de una mano. Etmulero, que en el cap. 23. de sus Instituciones Médicas cita a Helmoncio por este hecho, parece darle asenso; añadiendo, que todo este negocio se hace por medio de los espíritus animales, que conducidos al útero, alteran el feto. Pero esto, a mi parecer, a nadie que lo considere bien, podrá persuadir. El feto, antes que la madre viese cortar la mano al Soldado, tenía, como se supone, ambas manos. ¿Cómo pudieron [58] quitarle la una los espíritus animales? Especialmente cuando éstos, por su extrema sutileza, pueden penetrar por cualesquiera poros del cuerpo animado, sin la más leve división del continuo.

5. Repito, que Jacobo Blondél prueba bien contra los que atribuyen a la fuerza de la imaginación el salir truncado el feto, en orden a algún miembro; pero no contra otros muchos, que limitan su influjo a efectos menos considerables, como una, u otra mancha en el cutis, alguna tortuosidad, o variación de figura en esta, o aquella parte del cuerpo, &c.

6. La segunda reflexión de Blondel, es, que sin concurrencia alguna de la imaginación pueden salir los fetos con cuantas deformidades, o irregularidades se han observado en ellos hasta ahora, o cuantas nos refieren las Historias; porque hay principios de donde pueden provenir, totalmente independientes de la imaginativa: La variedad de las partículas, y de sus combinaciones: Las enfermedades de los infantes en el seno materno: El cremento interrumpido de algunas partes del feto, por obstrucción, o por otra causa: La situación violenta, y constreñida, con que está en aquella morada: Los golpes, encuentros, y compresiones que padece: En fin, las enfermedades que hereda de sus padres.

7. Todo esto es cierto; y creo, que los que el Autor llama Imaginacionistas, se lo concederán todo, sin perjuicio alguno de su opinión; porque ninguno, cuanto yo alcanzo, atribuye a la imaginación todas las irregularidades, ni aun las más, con que nacen los infantes. Convendrán, pues, o convienen, en que muchas provienen de otros principios; y sólo atribuirán a influjo de la imaginación aquéllas, en quienes vean alguna analogía especial con este, o aquel objeto, que haya hecho una gran impresión en la imaginativa de la madre, en el punto de la concepción, o durante la preñez. Pongo por ejemplo: Bien posible es, que sin intervenir en ello la imaginación de la madre, nazca un niño con una excrecencia en el pecho, u otra parte del cuerpo, que imite la figura de una lagartija. Pero supuesto el caso, que [59] refiere Gaspar de los Reyes, que habiendo padecido vehemente terror una mujer preñada, por el accidente de saltarle una lagartija en el pecho, parió después un niño con una excrecencia carnosa en el pecho, al modo de la lagartija; parece que este efecto no debe atribuirse a otra causa, que a la imaginación materna.

8. Yo, a la verdad, después de leer las razones del Médico Londinense, y otros varios escritos sobre el asunto, en todo hallo dificultad, y en nada convicción. Gaspar de los Reyes, a quien acabo de citar, pone, o supone un equilibrio quimérico entre la Razón, y la Experiencia, en la cuestión presente, diciendo, que los que, guiados por el discurso, o argumentos a ratione, niegan aquella eficacia a la imaginación, son vencidos, o convencidos con los Experimentos; y los que guiados por los Experimentos, afirman aquella eficacia de la imaginación, son vencidos, o convencidos con los Raciocinios: Dum alii aliis disceptant; qui exemplis contendunt, rationibus vincuntur; & qui argumentis superant, experimentis cedere coguntur. Digo, que este equilibrio es quimérico, siendo imposible, que la Razón, y la Experiencia, opuestas, persuadan con convicción a un mismo entendimiento dos proposiciones contradictorias. Aquél, a quien convenzan las razones, dudará de los experimentos; y el que se convenciere por los experimentos, aunque ignore la solución, tendrá por sofísticos los raciocinios.

9. A mí, ni las razones, ni los experimentos me convencen. No las razones, porque cuantas dificultades se proponen contra la virtud sigilativa de la imaginación materna sobre el feto, se reducen a que no alcanzamos cómo pueda ser esto; y el no alcanzar nosotros cómo pueda ser, no es prueba de que no sea. ¿Por ventura no hay en las causas naturales más virtud, que la que nosotros podemos entender, o explicar? ¿O regló el Autor de la Naturaleza por nuestros alcances las virtudes que dio a las cosas? Si ignorándose enteramente los fenómenos que la experiencia ha descubierto en las facultades directiva, y atractiva del Imán, se propusieran meramente por ocurrencia imaginaria a los [60] mejores entendimientos del mundo, hallarían razones, a su parecer, concluyentes, para dar por imposible la existencia de dichos fenómenos. Lo mismo digo de los que se observan en el flujo, y reflujo del Océano. Lo peor es, que lo mismo sucede en casi todas las demás cosas, aun las más triviales, cuando se trata de la imaginación de las causas. ¿Quién sabe cómo, o por qué un leño encendido inflama a otro? ¿Cómo, o por qué una piedra arrojada al aire, vuelve a la tierra? Cómo, o por qué se elevan a grande altura de la Atmósfera cuerpos más pesados que el aire, &c.? Es verdad que los Filósofos explican estas cosas, y otras semejantes; pero divididos en diferentes opiniones, de las cuales cada una padece tan graves dificultades, como las que hay sobre los fenómenos del Imán. Así dicta la buena razón, que ni neguemos los efectos, porque ignoramos las causas; ni neguemos la virtud a las causas, porque no podemos alcanzar el modo que tienen de influir.

10. Tampoco me convencen los muchos experimentos, que se alegan a favor de la virtud sigilativa de la imaginación materna; porque por cuatro capítulos puede falsear la prueba que se toma de los experimentos. El primero es, la falta de veracidad de los Escritores que los refieren. El segundo, la falta de veracidad en las madres, a cuya imaginación se atribuye el influjo en el feto. El tercero, la exageración (a veces inculpable) de los que observaron el feto. El cuarto, la concurrencia casual de la nota observada en el infante, con el objeto análogo a ella, que hizo impresión viva en la imaginación de la madre.

11. Puede falsear la prueba por el primer capítulo, porque los Escritores no son una casta de hombres aparte, entre quienes no haya algunos, y aun muchos, poco veraces. El asunto presente es por su naturaleza muy ocasionado a la ficción; porque, como tengo advertido en varias partes del Teatro, reina en los hombres una fuerte inclinación a referir todo lo que tiene algún aire de prodigioso, y admirable; de modo, que sujetos en todo lo demás sinceros, caen a veces en la tentación de referir prodigios falsos. [61]

12. Puede falsear por el segundo, ya por la razón misma que acabo de alegar, ya porque algunas veces son las madres muy interesadas en la ficción. Lo que se cuenta de una mujer, que por tener, al tiempo del concúbito, la imaginación clavada en la pintura de un Ethiope, parió un hijo mulato, pudo ser muy bien embuste suyo, para ocultar su infame comercio con algún esclavo de aquella Nación. Puede servir el mismo recurso para todos aquellos casos, en que el hijo de la infiel casada sale muy semejante al adúltero, y desemejante al marido; y finalmente podemos decir, que siempre que el feto sale, o monstruoso, o muy disforme, se considera la madre interesada en atribuir aquel error de la Naturaleza a algún accidente extraño; como que, introduciendo el concurso de una causa forastera (esto es, aquel objeto, que hizo alta impresión en su fantasía) en alguna manera desvía de sí la afrenta, que concibe en una producción, que se mira con cierta especie de horror.

13. Puede falsear por el tercero; porque es comunísimo en todo aquello, que sin ser admirable, tiene alguna leve apariencia de tal, suplir con la ficción todo lo que le falta para serlo. Pongo por ejemplo: Dice Sennerto, que conoció una mujer, que habiendo en el estado de preñez sentádose debajo de un moral, y caído sobre ella muchas moras, parió una hija, que tenía muchas verrugas, al modo de moras, en aquellas mismas partes del cuerpo, en que a la madre habían caído las moras. Lo más verisímil es, que la niña saliese con algunas verrugas; y lo demás, esto es, tener éstas alguna particular semejanza de moras, y haber nacido en las mismas partes del cuerpo, en que a la madre habían caído las moras, fuese adicción. Digo, que esto es lo más verisímil, ya porque es comunísimo, como acabo de decir, añadir a las cosas aquellas circunstancias, que les faltan para ser admirables; ya porque los que dan tanta fuerza a la imaginación, piden para ello una imaginación vivísima, ocasionada de objeto capaz de hacer una alta, y muy extraordinaria impresión en la fantasía; y el caer las moras, no es objeto, que pudiese alterarla mucho. No pocas veces se [62] miente sólo materialmente en estas cosas. Cuando en algún cuerpo se notan unos asomos de configuración, o tenues rudimentos, que inclinan algo a la representación de tal, o tal cosa, si se considera la representación perfecta como admirable, o prodigiosa; pongo por ejemplo, una figura humana esculpida por la naturaleza en un peñasco; un incauto observador cree simplemente ver más de lo que ve; porque entrometiéndose la imaginación en el comercio, que entonces ejerce la vista con el cerebro, le representa a éste, no los lineamentos rudos que hay en el objeto, sino todos aquellos, que son menester para la perfecta semejanza.

14. Finalmente, puede falsear por el cuarto. El tomar por causa lo que no es causa, es un error ordinarísimo; y error, que como advertí muy de intento en alguna parte del Teatro, ha ocasionado muchos absurdos en la Filosofía, y muchos estragos en la Medicina. Sangróse el enfermo, y después mejoró: luego la sangría le curó. Purgóse, y mejoró, luego le sanó la purga. Estas son ilaciones propias de la Lógica bastarda que reina en el mundo. Y del mismo modo estotras: Comió espárragos, y después le dolió la cabeza: luego los espárragos le hicieron daño. Bebió a la tarde agua de limón, y no pudo dormir la siguiente noche: luego el agua de limón le quitó el sueño. En general la secuela casual, u orden accidental de propiedad, y posteridad entre dos cosas, muy frecuentemente induce al error de juzgar, que la anterior es causa de la posterior, como haya cualquier levísima apariencia de que pueda serlo.

15. A nuestro propósito. En el largo espacio de nueve meses (todo el tiempo de la preñez dicen comunísimamente los imaginacionistas, que es apto para que obre la imaginación en el feto) son muchos los objetos, que se presentan a la madre, capaces de hacer alguna fuerte impresión en su cerebro, y mover en ella algún afecto vehemente; unos alegres, otros tristes; unos que la irriten, otros que la alhaguen; unos que la enciendan el apetito, otros que la causen horror, &c. Es facilísimo, pues, y sucederá muchas veces, que saliendo después del feto con cualquiera especial nota, se halle [63] entre tantos objetos alguno, con quien la nota observada tenga alguna analogía. La concurrencia del objeto con la nota es casual: pero la preocupación de los imaginacionistas los induce a creer, que la impresión que hizo el objeto en la madre, produjo este efecto, y así se toma por causa lo que no lo es.

16. El que semejantes concurrencias son casuales, e independientes de todo influjo de la imaginación materna en el feto, se prueba eficacísimamente con una reflexión, que voy a proponer a Vmd. y es, que si hubiese tal influjo, sería bastantemente común hallar a los infantes notados con alguna insigne deformidad. Explícome con este ejemplo: Entre los casos que se alegan en prueba del influjo de la imaginación, es uno de los más señalados, el que una mujer preñada, habiendo visto romper vivo a un malhechor, (así se llama aquel suplicio, en que con una barra de hierro sucesivamente van rompiendo al delincuente brazos, y piernas) parió después un niño con ciertas señales de brazos, y piernas, que representaban el efecto de aquel suplicio. Bien posible es, que dicha representación fuese imperfectísima, y pusiese mucho de su casa en ella la imagen, o la ficción de los que la observaron. Pero doy que fuese como se refiere. Este es un suceso particular, y rarísimo; quiero decir, que no se refiere, ni se halla en los Libros que tratan del influjo de la imaginación, otro, dentro de los mismos términos. ¿Pero quién no ve, que si el horror, que tuvo la madre al mirar aquel espectáculo, hubiese sido causa de las señales impresas en el hijo, sucedería lo mismo otras muchas veces? En Francia, y otras Regiones, donde es muy frecuente aquella especie de suplicio, le han visto ejecutar millares, y millones de mujeres preñadas, y entre ellas innumerables de corazón apocado, genio tímido, índole piadosa, cerebro ocasionado a grandes conmociones. ¿Cómo, pues, no se repitió innumerables veces el mismo suceso? Asímismo en España vieron, y ven muchos millares de mujeres preñadas ejecutar el suplicio de la horca, el cual a las más conmueve, y conturba extrañamente. ¿Cómo no se ven [64] en los Pueblos, donde se ejecuta aquel suplicio, muchos infantes con el cuello muy comprimido, la cara entumecida, la lengua fuera de la boca? &c.

17. Así parece se debe creer, que cuando el infante saca tal, o tal nota particular, representativa de algún objeto, que hizo alta impresión en la fantasía materna, es mera casualidad. Pero lo más ordinario es, que se hace misterio de lo que no le tiene, y cualquiera leve analogía se concibe, o pondera, como si fuese una exacta semejanza. Escribe el Padre Delrio de dos parientas suyas: la una, que se divertía frecuentemente con una Mona, y parió una hija, que en sus movimientos, y enredicos pueriles imitaba las travesuras graciosas de la Mona; la otra, que habiendo concebido un gran pavor, al ver entrar en su casa furiosos unos enemigos de su marido, dio a luz un niño, que en sus ojos siempre espantadizos, representaba el susto de la madre. Lo que en esta narración se ofrece, como naturalísimo al discurso, es, que la aprehensión elevó a particularidades, dignas de una atenta observación, dos cosas muy comunes. A cada paso se ven niñas, que con sus jugueticos imitan aquella festiva inquietud de las monas, y aun por eso se suele dar a aquellos juguetes el nombre de Monadas, o Monerías; y de las niñas que son muy festivas se dice, que son muy monas. Del pariente que tenía los ojos como espantados, dice el Padre Delrio, que cuando lo escribía, era ya adulto, y permanecía siempre loco: Iam adolescens emotae mentis persistit. En los locos es comunísimo tener la vista, o modo de mirar, como que están medio asombrados; y para que haya hombres locos, no es menester que las madres hayan padecido algún gran susto.

18. La regla fundamental, y segura para evitar el error de tomar por causa lo que no es causa, es atender a lo que comúnmente sucede; porque las causas naturales, puestas en las circunstancias debidas, comúnmente producen los efectos correspondientes. Así, si comúnmente sucediese, que cuando las mujeres que están en cinta, padecen algún afecto vehemente, u de ira, u de miedo, u de horror, &c. los [65] hijos saliesen con alguna señal representativa del objeto, que movió aquella pasión, se debería creer aquella señal efecto de la imaginación materna. Mas si esto sólo sucede una, u otra vez rara, se debe juzgar, que la concurrencia de la nota del feto con el vehemente afecto de la madre, es mera casualidad. Puesta esta regla, que prescindiendo de todo estudio filosófico, claramente dicta la buena razón, hágase la reflexión, de que apenas hay mujer alguna, que en el tiempo de la preñez no padezca algunos afectos vehementes. Sientan los Médicos, y califica la experiencia, que aquel estado es muy ocasionado a ellos. Mientras se hallan en él las mujeres, se contristan, se irritan, temen, apetecen con más vehemencia, que fuera de él. Si, pues, la imaginativa materna muy alterada con cualquier objeto que produce aquellos afectos, tuviese virtud para imprimir en el feto alguna nota correspondiente a aquel objeto, sería comunísimo salir los infantes con alguna nota de esta especie. Pero ello no es así; antes apenas entre cien mil mujeres, que al tiempo de la preñez padecen algún afecto vehemente, hay dos que produzcan el feto con dicha nota. Luego se debe discurrir, que cuando la tiene, es efecto de otra causa, y no de la imaginación de la madre.

19. Es importantísimo tener presente esta regla para dirigirse en muchas cosas concernientes a la vida humana. Pongo por ejemplo, en el régimen para conservar, o recobrar la salud. Si para hacer el concepto de lo que es, o nocivo, o provechoso, sólo se atiende a lo que sucede una, u otra vez, se caerá en muchos errores, y padecerá las consecuencias de ellos. Comió Juan lechugas a la cena, y el día siguiente le vino catarro. De aquí infiere, que las lechugas le excitaron fluxión al pecho. Infiere muy mal. Para que la ilación fuese buena, eran menester varios experimentos de lo mismo. Si comiendo muchas veces lechugas, siempre, o comúnmente después de ellas le viene el catarro, lo que no le sucede con otros manjares, hará bien en huir de las lechugas. Lo mismo digo de lo que se concibe que aprovecha. Usando alguna vez de tal manjar, u de tal remedio, [66] se le fue a Pedro el dolor de cabeza. De aquí infiere la utilidad de él para este efecto. Infiere mal. Los dolores de cabeza, como los de otras muchas partes del cuerpo, van, y vienen en los que tienen complexión ocasionada a ellos, sin hacer exceso particular, que los cause, ni aplicar remedio que los cure. Si experimentase los dolores de cabeza, de estómago, &c. tan obstinados, que sólo cediesen, cuando usa de tal manjar, u de tal remedio, sería buena la ilación.

20. Puede ser, que con ocasión de estos símiles Vmd. me note lo que algunos me notan, que ya de intento, ya por incidencia, llevo muchas veces la pluma a asuntos pertenecientes a la Medicina; lo que para muchos lectores puede ser fastidioso. Séalo enhorabuena, como para otros muchos sea útil. Yo no escribo para mi aplauso, sino para provecho del Público. Son muchísimos los que me han dado las gracias, por haberse utilizado grandemente su salud en la práctica de mis consejos médicos. Los que no gustan de ellos, pueden, cuando los encuentran, omitir la lectura, y pasar adelante. Si hallan más fastidiosas las máximas medicinales, que yo escribo, que las purgas que les receta el Médico, buen provecho les haga: pero digo, que es raro el temple de su estómago.

21. Lo que hasta ahora he razonado, debilitando las pruebas que se alegan por una, y otra opinión, no es tan comprehensivo del asunto, que no se deba aún algo de particular examen a cierta parte de la cuestión. Convienen comúnmente los Imaginacionistas, en que la virtud de la imaginacion, respecto del feto, se extiende desde el punto de la comixtión de ambos sexos, a todo el tiempo en que aquél está contenido en el materno seno; y muy frecuentemente atribuyen más eficacia a la imaginación materna (algunos entran también en cuenta la paterna) en el punto de la concurrencia del padre, y madre a la operación prolífica, que en todo el resto de tiempo de la preñez. Naturalmente se viene al discurso, que aquel momento, en que ambas causas concurren a la generación, tenga alguna especial oportunidad para que la imaginativa ejerza su influjo, la cual no [67] hay despues de consumada aquella obra, aun cuando no se pueda explicar exactamente en qué consiste dicha oportunidad. Basta concebir la gran intensión con que entonces obran las facultades, la especial disposición, que en aquel estado tiene la materia por su blandura, para ser sigilada de éste o aquel modo; y que finalmente, aquel es el momento, que la naturaleza ha destinado para determinar, y caracterizar el individuo.

22. Mas por otra parte se ofrece una dificultad notable, que ya he propuesto en el num. 26 del Discurso sobre el color Ethiopico; y es, que, o admitimos el sistema moderno de la continencia formal de los efectos en las semillas, según el cual el feto estaba perfectamente formado en el ovario materno; o estamos al antiguo, de que se forma en el útero. Si lo primero, la imaginación de los padres no puede influir en su formación. Si lo segundo, tampoco; porque la operación prolífica de los padres ya cesó, cuando empieza a formarse.

23. Esta objeción es gravísima sin duda; pero el mal es, que a todos oprime su peso, pudiendo volverla los Imaginacionistas contra la opinión contraria, con una reflexión, que mejora mucho la causa que defienden. Todos debemos convenir, porque la experiencia no nos lo deja dudar, en que los hijos comunísimamente salen semejantes, no sólo a las madres, mas también a los padres. ¿Quién, pregunto, cómo, y cuando produce esta semejanza? Es evidente, que la producen, o el padre, o la madre, o ambos juntos. ¿Pero con qué facultad? ¿Con qué potencia? ¿Con qué instrumento? Parece inexcusable recurrir a la imaginativa; porque, ¿qué otra facultad se puede designar capaz de configurar el feto, de modo, que salga semejante a aquel determinado hombre, que le engendra? La semejanza a la madre, ya puede componerse sin recurrir a la imaginación: diciendo conformemente al sistema de la continencia formal en las semillas, que el Autor de la Naturaleza formó desde el principio aquellos minutísimos cuerpos contenidos, con una semejanza respectiva a la madre, en cuyo ovario se [68] contienen. Pero supuesto que los hijos de una misma madre, sin faltar a la semejanza con ella, si tienen a Pedro por padre, salen semejantes a Pedro; si a Juan, salen semejantes a Juan; es evidente, que en el ovario no tenían la organización, que los hace semejantes al padre. ¿Quién, pues, los configura de aquel modo? ¿Hay algún instrumento, algún miembro Tallista, y juntamente Pintor, que de tal figura, y tal color a aquella materia? Ninguno. Discúrrase por todas las facultades que obran en la generación: en ninguna se hallará ni el más leve vestigio de proporción para configurar el feto, sino en la imaginativa.

24. Bien sé, que en la Filosofía de antaño se decía, que había una facultad Plástica, Arquitectónica, o Formatriz, que corría con esta incumbencia. Pero lo primero, éstas son voces, y nada más; porque sólo es decir, que hay una facultad que produce tal efecto. Lo segundo, entretanto que no especifiquen más, determinando qué potencia es la que tiene esa habilidad, dirán los Imaginacionistas, y lo dicen, que la Facultad Plástica es la imaginativa. Lo tercero, a esta facultad Plástica, ¿quién la determina para configurar el feto conforme a tal, o tal ejemplar; esto es, de suerte, que salga semejante al padre que le engendra, y no a otro? Sin remedio se ha de recurrir para esta determinación a la imaginativa; y esto sólo que se conceda, ya ganan los Imaginacionistas el pleito. De modo, que bien pensado todo, el que quisiere excluir este principio, u dirá nada, u dirá cosa más difícil, más misteriosa, más incomprehensible, que lo que dicen los Imaginacionistas.

25. Del mismo modo, sobre este asunto, cae la objeción hecha arriba contra el influjo de la imaginación en el momento de la obra prolífica, fundada en que aquel momento, o es posterior, o anterior con anterioridad de tiempo a la formación del feto; pues la misma posterioridad, o anterioridad se hallará en cualquiera causa que se señale de la semejanza del feto con el padre, suponiendo, que dicha causa obre, como parece debe ser, en el mismo momento. [69]

26. ¿Y qué resulta de todo lo que he discurrido sobre el asunto? Dirán muchos, que no resulta otra cosa, sino que el juego está hecho tablas; porque es difícil determinar, que opinión tiene a su favor más fuertes argumentos. Sin embargo, yo me inclino a un corte en la materia, que es conceder a la imaginación materna la eficacia de sigilar el feto en el tiempo de la operación prolífica, y negársela después.

27. A lo segundo me induce, el que no teniendo la opinión de los Imaginacionistas otro apoyo, que el de los experimentos, cuantos se alegan por el influjo de la imaginación en todo el tiempo de la preñez, son, como se ha visto arriba, sumamente falibles; y en algunos se representa una total imposibilidad, como es el que la imaginación materna pueda quitar un miembro al feto, después de perfectamente organizado. Cuando más, se podría admitir, que hiciese alguna inmutación en él en los primeros días, después de la concepción, a causa de estar aún blandísima entonces la materia.

28. A lo segundo me inclina principalísimamente el argumento, tomado de la semejanza de los hijos a los padres. Ciertamente éste es un efecto, que como ya he ponderado, parece no puede atribuirse a otra causa que a la imaginación de la madre vivamente excitada hacia el sujeto cooperante en el placer venéreo. Confieso, que es difícil concebir esta virtud en la imaginación: pero no hay recurso a otra alguna causa; porque cualquiera otra, que se quiera discurrir, será mucho más difícil de entender, y aun imposible de explicar; lo que yo mostraría fácilmente, si la materia, en que se debería discurrir para mostrarlo, no fuese tan tediosa, ya para el que escribe, ya para el que lee.

29. A la dificultad propuesta arriba, sobre que el feto, o está ya formado antes de la operación prolífica, o se forma después de completa ésta, se puede responder lo primero, que la configuración que tiene antes, no está tan últimamente determinada, que no pueda recibir después algunos nuevos lineamentos, en virtud de los cuales se haga más semejante a Pedro, que a Juan. Aun después del [70] nacimiento, desde la infancia, hasta la juventud, suele variarse, tanto cuanto, la configuración del rostro. Puede responderse lo segundo, que no antes, ni después de la operación prolífica, sino en el momento de ella, se sella el feto, de modo, que salga semejante a aquél que le da el ser. Como la naturaleza nada produce, sino individuado, es de creer, que en el momento de la producción da al feto todas las circunstancias individuantes, de las cuales una es la figura.

30. Lo que acabo de discurrir a favor del influyo de la imaginación materna en el feto, basta para que ya mire sin desplacer alguno la opinión, que atribuye el color Ethiopico a aquel principio. Pero una noticia, que poco ha me comunicó el Licenciado Don Diego Leandro de Guzmán y Márquez, Presbítero, Abogado de los Reales Consejos, y de Presos del Santo Oficio de la Inquisición de Sevilla, y su Comisario en la Ciudad de Arcos, me extrajo del estado de indiferente, inclinándome no poco a aquella opinión. El citado Don Diego me escribió haber conocido en la Villa de Marchena, distante nueve leguas de Sevilla, a un Caballero llamado Don Francisco de Ahumada y Fajardo, de familia muy noble, y de padre, y madre blancos, el cual, no obstante este origen, era negro atezado, con cabello ensortijado, narices anchas, y otras particularidades, que se notan en los Ethiopes: que al contrario, dos hermanos suyos, Don Isidro, y Don Antonio, eran muy blancos, y de pelo rubio: que se decía, que la singularidad de Don Francisco había nacido de que la madre, al tiempo de la concepción, había fijado con vehemencia la imaginativa en una pintura de los Reyes Magos, que tenía a la vista en su dormitorio: finalmente, que habiéndose casado dicho Don Francisco con una mujer muy blanca, los hijos salieron mulatos.

31. Siendo hecho constante, como yo no dudo, la perfecta negrura de aquel Caballero, es claro, que no puede atribuirse al indigno comercio de su madre con algún Ethiope. La razón es concluyente. Si fuese ésa la causa, no saldría enteramente negro, sino mulato, como salen todos aquellos [71] que tienen padre negro, y madre blanca; y como por la propia causa salieron mulatos los hijos del mismo Don Francisco. ¿A qué otra causa, pues, podemos atribuir el efecto, sino a la vehemente imaginación de la madre, clavada al tiempo de la concepción en la pintura del Mago negro, que tenía presente?

32. Pero debo advertir, que para adaptar este principio a la negrura de la Nación Ethiopica, no es menester que en todas las generaciones de aquella gente intervenga, como causa inmediata, la vehemencia de la imaginación; pues puede suponerse, que al tiempo que se estableció aquel color en el primero, o primeros individuos, se estableció también un principio (sea el que se fuere) capaz de comunicarle a otros mediante la generación.

Es cuanto ahora me ocurre sobre la materia, y que me hace más fuerza, que todo lo que en contrario opone Jacobo Blondél, y aun más que lo mismo, que yo he dicho en el Discurso sobre el color Ethiopico; mas no basta para que me atreva a dar en el caso sentencia definitiva. Soy de Vmd. &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 56-71.}