Martín SarmientoDemostración crítico apologética

Demostración crítico apologética • Tomo primero • Discurso primero

Voz del Pueblo

§. I

1. No sin reflexión particular dio principio el Padre Maestro Fr. Benito Feijoo a la excelente obra de su Teatro, por este Discurso. Es su intento llamar al Tribunal de una juiciosa Crítica varias opiniones comunes, para que, examinadas de la probabilidad que usurpan, o de la vana creencia que se concilian, salgan al Teatro las que se convencieren de falsas, y en él se les intime la pena de destierro. Primus autem Sapientiae gradus est, falsa intelligere (advirtió Lactancio) secundus, vera cognoscere.

No ha habido hasta ahora facineroso alguno, que no solicitase patrocinio a su maldad. Los Romanos sabían por experiencia hasta donde se extendía el tiránico dominio de la plebe desenfrenada, y nunca los malhechores se creían más seguramente indultados, que cuando el Pueblo los tomaba en su patrocinio. Esto, que en la República Romana sucedía con la maldad, sucede en la República de las Letras con la mentira. El mayor patrocinio que logra el error, o el embuste dimana de la poca, o ninguna reflexión con que los particulares dan asenso a alguna proposición vaga, y de esta obsequiosa diferencia de unos a otros, y de cada uno a la multitud, se originó aquella tan vulgarizada, como falaz máxima: Vox Pópuli, vox Dei. [2]

2. Prevenía el Padre Maestro, que la mayor parte de los argumentos que se habían de hacer contra su Teatro, no tendrían otro fundamento más seguro, que o la sola Voz del Pueblo, o la posesión, que de tiempo inmemorial goza el engaño. Por esto se impugna en primer lugar la autoridad que se pretende deducir de la multitud y de la inmemorial, para desembarazarse desde el principio, de dos argumentos, que, aunque por su transcendencia, se respeten como fundamentales, son muy superficiales en el fondo. Títulos muy colorados son el tiempo, y la multitud para que se deba prescribir contra la verdad. Contra la verdad Evangélica oponían los Gentiles estos dos trampantojos.

Sentenciaban para no admitirla, que era novedad, y contra el sentir común. Pero no reflexionaban que el sentir común patrocinaba a la idolatría, y que la inmemorial posesión de esta ceguera, nunca pudo ser posesión pacífica, sino una tiránica usurpación del error. Por los primeros defensores del Cristianismo se conocen las impías, y blasfemas sátiras que los Paganos vomitaban contra la Ley Evangélica. A poca reflexión se conocerá que era la Voz del Pueblo Romano quien definía contra la verdad Cristiana: acaso por no reconocerse inferior a la Voz del Pueblo Judaico, que ya había conseguido con los ecos de su Tolle, tolle, se sentenciase a muerte la misma Verdad Cristo.

3. El asunto, pues, del Padre Maestro en este Discurso, es desterrar el error común, que se comete en regular lo verdadero y lo falso, lo malo y lo bueno, por la voz o dictamen del Común. Este error es uno de los estorbos que padece el adelantamiento de las Ciencias, y no es el menor escollo en que tropieza la Virtud. Imagina el relajado, que estando cierto cometen muchos el mismo vicio que le domina, y que ya hace tiempo reina en la mayor parte del Pueblo, tiene despachado su salvoconducto. Juzga el de corto alcance, que teniendo de memoria lo que escribieron muchos por una larga serie de años, logró llegar al término de la verdad. De manera, que para éstos las columnas [3] del Non plus ultra de las Ciencias, tienen estas inscripciones: Así lo dicen muchos: Así lo han dicho siempre. Y para aquellos tienen las columnas del Non plus ultra de la Ética, estas otras: Así lo hacen muchos: Siempre se ha hecho así.

4. Estas, que se fingen columnas, no son sino padrastros, que el Padre Maestro pretende echar por tierra. Bien sabe, que para los Eruditos, y para los verdaderamente virtuosos no son columnas. Ni estos, que aspiran a la conquista de otro mejor mundo, se han parado jamás en aquellos términos: ni los Sabios, que solicitan hacer nuevos descubrimientos en el nuevo Mundo de las Ciencias, se han detenido jamás en lo que dicen muchos, sino en lo que deben decir todos. No obstante, como la clase de los verdaderamente virtuosos, y la de los perfectamente Sabios, son clases en que no se alistan los muchos, y el Padre Maestro escribe para muchos su Teatro, por eso se detiene en impugnar aquella máxima recibida, que supone en la Voz del Pueblo autoridad incontrastable.

5. Para demostrar que una proposición universal es falsa, basta que de una particular contenida en ella se demuestre. Un solo ejemplar en que la Voz del Pueblo hubiese errado enormemente, bastaba para que la Voz del Pueblo no se debiese llamar Vox Dei. No quiere el Padre Maestro usar de todo el rigor Metafísico. Supone que la universalidad de aquella proposición se ha de entender moralmente hablando. No que siempre acierte con lo justo la Voz del Pueblo, sino que acierta por lo regular. Puesta en este estado la disputa, entra el Padre Maestro probando, que la Voz del Pueblo no acierta con cosa, por lo regular. Para exornar las pruebas de esta conclusión, es indispensable tocar diversos casos en que Pueblos enteros han errado. Estos, con todas las demás pruebas del Discurso, se podrán ver en el Teatro Crítico; pues mi intento solo es demostrar en aquel grado que pidiere la materia, que las cláusulas que se han censurado hasta ahora, han sido hasta ahora mal entendidas. [4]

§. II

6. Entre los muchos Papelones que salieron contra el Teatro, ninguno tomó por asunto defender la voz del Pueblo, si bien salieron bastantes que sólo eran partos de entendimientos vulgares: también las voluntades dañadas tuvieron sus abortos. Esto consistió en que la facción de los que se habían de agavillar contra la persona del Padre Maestro Feijoo, aun estaba en mantillas. Cada cual hacía vulgo a parte. Por esta razón se reconoció que no se doblaron las sátiras, hasta que algunos ociosos se juntaron en Tertulia. Con este título de Corral salió aquel infame libelo, cuyas horrendas imposturas desvaneció el Prólogo Apologético del tercer tomo del Teatro. Es evidente, que se desvanecieron las imposturas. Pera con el vulgaracho auxiliar con que se fue encrasando la Tertulia, también se desvanecieron los impostores. Antes acometieron Anónimos con un folleto. Después reflexionando que aun para taco era poco papel, alquilaron una testaférrea, que firmase de su nombre lo mismo que ni su entendimiento debía conceder, ni su voluntad pudiera aprobar.

7. También este Librejo se desvaneció con la Ilustración Apologética que dio a luz el Padre Maestro. Con esta se descubrió cuan bisoños estaban los que concurrían a la gavilla, en materias literarias. Hizo la Ilustración lo que hace la mucha luz con las lechuzas; y lo que estas hacen con la luz, hicieron los Anónimos con la Ilustración. Cegaron de el todo, y así buscaron lazarillo, no para que dirigiese sus pasos, sino para dirigir por su conducta las negras sátiras que se imprimieron contra la persona, estado, dignidad, y profesión del Padre Maestro Feijoo. Menos daño harían si fuesen materiales palos de ciego. Lo más gracioso consiste en que el que prestó su nombre para que se imprimiese segunda vez el Librejo, abultado tan solamente con dicterios, escurrilidades, y otras zarandajas de mesón, y con la misma Ilustración desfigurada, se queja [5] porque el Padre Maestro atribuyó la fábrica del Librejo a la multitud.

8. Para que esta queja tuviese fundamento, era preciso se borrasen de él las innumerables contradicciones, y alucinaciones, que por hallarse a cada paso, demuestran que es obra de muchas manos. Aun en esto procedió el Padre Maestro con urbanidad, pues disimuló atribuir a una fantasía sola tantas imaginaciones. Yo seguiré el mismo sentir en esta Obra, para lo cual, ni me muevo de la certeza que tienen todos, de los que se adocenan en el Conciliábulo, ni me muevo de las inauditas contradicciones que abultan el famoso Librote. Solo me mueve la caridad. Viendo aquel aborto de las Prensas tan entretejido de sátiras, vilipendios, libertades, desacatos y calumnias, no es caridad atribuirlo todo a una sola pasión ciega. Mucho errar es para un solo entendimiento; pero aun es incomparablemente mucho más, tanto aborrecer para una voluntad sola. Creo que el mismo que firmó el Librejo, y el Librote vendrá en esto; pues por lo que toca a la infamia de haber interceptado cartas familiares del Padre Maestro, ya echó la culpa a otro que está en el otro Mundo, como se lee en una carta volante impresa, firmada del mismo que imprimió las cartas o interceptadas, o fingidas.

9. No obstante esto, si quisiere que se le atribuya toda la maniobra, bien sé que por derecho no merece ser creído, alleganti sum turpitutidinem non creditur. Yo no quiere ofender persona alguna, ni tampoco hablo con aquellos sujetos que se quieren descartar de la Tertulia, pues aun en la excepción los reconozco injuriados. Tampoco quiero ofender la persona del que representa el papel del Replicante contra la Ilustración, y el Teatro. Pero supuesto que expresamente me desafía a que le responda, y que el cartel del desafío tiene 18 hojas, con que, por extenso me insulta y vilipendia en el Librote famoso, será preciso que como Cristiano le perdone las injurias, y como Racional no deje pasar sus alucinaciones.

10. Este pleito se compone con facilidad. Tenga [6] enhorabuena el Replicante por cosa suya todo lo que imaginare bien dicho y bien hablado; y permita que yo atribuya a Soplones anónimos, o a Duendes materiales, todo lo que advirtiere de falso, de pésimo, y de impostura. El Lector sentenciará si la demostración, que hago de que cuanto se ha dicho contra el Padre Maestro Feijoo pendió de no haber entendido hasta ahora sus impugnantes el significado obvio de las voces, es demostración, o paralogismo. Como yo vivo en la aprehensión que lo he demostrado, ni aún en nombrarlos, quiero ofenderlos. Siempre citaré Librete, y Librote, para significar la sátira rebozada, y la repetición, cuyas márgenes están rebosando entre errores y más errores, calumnias y más calumnias. Por el Replicante, se significará el que pretendió impugnar lo que no ha entendido, sea uno, sean muchos, o sea en uno todo el Vulgo literario.

§. III

11. En el Librete se opuso, que el Padre Maestro confundía la Voz del Pueblo con la voz común, sentenciando que ésta sólo residía en el vulgo, y aquella comprehendía a todas clases de personas. Respondió la Ilustración que la voz común promiscuamente significaba el consentimiento de la plebe, o el de todos los que componen una República, lo cual se debe restringir según la materia en que se habla. Esto no es solución, pues no hay argumento; solo es explicación de las voces que no se han entendido. De lo que se olvidó el Replicante es de probar, que Vox Populi aún en el sentido de voz común es Vox Dei. Este olvido se continuó en el Librete. Y para la plebe, como se gasta hojarasca, importa poco que no se pisen los umbrales del Discurso.

12. La Regla 18 de la Crítica, que Eusebio Amort deduce de el sentir de los Santos Padres es esta: Nec opinionis universalitas, nec eius antiquitas, aut opinantium sanctitas certum est veritatis argumentum. Discurra el Replicante qué caso se hará de su distinción. La voz del Pueblo, [7] que se componga de solo el vulgo, u de otras jerarquías, es un antecedente muy falible, del cual no puede inferirse ilación derecha. ¿Quis autem nesciat plus esse momenti in paucioribus Doctis, quam in pluribus imperitis? Pregunta Lactancio, si hay alguno que ignore deben hacer más fuerza pocos Doctos que muchos imperitos. Con que mientras no se compone la Voz del Pueblo solo de Doctos, la voz del Pueblo sólo será voz. Más peso tienen cuatro charlatanes para que en un Pueblo se introduzca una voz falsa, que cuatro Doctos para desterrarla ya introducida.

Lo más notable es, que aun los mismos Doctos se dejan llevar tal vez de la misma plebe, para no perder los aplausos que concilia la condescendencia. Lope de Vega sabía muy bien lo que debía hacer como Poeta Cómico, y tal vez hacía sus Comedias a devoción de la plebe, cuando dijo: Como las paga el vulgo es justo, hablarle en necio para darle gusto. De Monsieur Moliere se escribe, que primero leía sus Comedias a una criada, para regular por su voto qué aplausos tendría en el vulgo de París. Y es cierto que el auditorio no se compondría únicamente de Plebeyos. Vulgus autem tam chlamydatos, quam coronatos voco, dice Seneca de aquel vulgo, que es pésimo interprete para la verdad.

13. Advirtió el Padre Maestro la equivocación que padecía el Replicante en referir casos en que algún Pueblo no había errado, pues no es este el estado de la disputa, sino si regularmente acierta. Y aun se debía probar que nunca erraba, si la máxima Vox Populi, Vox Dei, no fuese falaz. Yo no admiro sucedan equivocaciones, pero es de admirar no se perciban las advertencias. En el Librote se repite todo lo dicho, que es lo mismo que haber reimpreso todo lo que no tiene conexión alguna con el Teatro. Todo dimana de no entender la distinción que saben los Sumulistas hay entre proposiciones universales afirmativas y negativas. Para que sea falsa una afirmativa universal, basta que una particular contenida en ella sea falsa, hablando en rigor Metafísico; y siguiendo la [8] Lógica Moral, basta que algunas particulares sean falsas. Al contrario, que algunas sean verdaderas es nada para lo Metafísico, y corta cosa para la universalidad Moral. Lo que dice el Padre Maestro es, que si se cotejan las veces que la voz del Pueblo erró, con las que dijo verdad, son más los yerros sin duda que los aciertos, con la prevención que aun los mismos aciertos muchas veces serían acasos.

14. Aún concedidos todos los ejemplares que se oponen, no hay cosa contra el asunto. Pero el Replicante tan infelizmente escribe en lo que amontona, como discurre en lo que pretende. La especie de Savonarola, sobre que se inculca, se tocará en el Prólogo Apologético del tomo tercero del Teatro. Yo me alegrara mucho que la hubiese echado en donde echó las advertencias que le hizo la Ilustración. Pues hasta ahora no nos consta tenga poderes para suscitar sediciones entre quienes están de inmemorial las amistades. El dilema que, para probar el acierto en el Pueblo Florentín, se forma de este modo: ¿O acertó teniendo a aquel sujeto por bueno; o acertó teniéndole por malo? no obliga a conceder extremo alguno.

15. El Pueblo en sus errores siempre es extremado. Erró en tenerle por Profeta sin serlo: y después erró también en juzgarle más delincuente que había sido. El odio que Amnon cogió a Thamar, fue mas intenso que el amor que había precedido. Ita ut maius esset odium, quo oderat eam, amore que ame dilexeras. No por eso Amnon acertó con el modo en el amar, ni con el modo en aborrecer. Demás que el Padre Maestro no soñó escribir que el Pueblo yerra siempre: si esto fuese así, por lo contradictorio, o contrario a lo que afirmase, ya tendríamos algún fundamento seguro para descubrir la verdad. A este modo ninguno engaña menos que aquel de quien se sabe miente en todo. La falacia de la voz del Pueblo se origina de su indiferencia a la verdad y al error, y de su propensión a creer sin examen cuanto oye.

16. No dudando el Padre Maestro que la Voz del Pueblo habrá acertado algunas veces en cosas profanas, [9] tampoco dudará de algunos aciertos en materias Eclesiásticas. En vista de esto, no gastó el tiempo en averiguar las Actas de San Fernando, Santa Teresa, &c. El Replicante tiene de costumbre recogerse al sagrado de la Iglesia, cuando se le coge en malos Latines de la razón. Dice, que en Córdoba y en Granada descansan en opinión de santidad dos Religiosos, que pocos años ha murieron; y que aquellos Pueblos están en esa piadosa creencia. Esto no es de la disputa. El mismo Replicante nos lo advierte: Es error decir que la voz de un Pueblo particular sea suficiente para canonizar a un sujeto por Santo. Con que, suponiendo ser cierto lo que se dice, digo que esa certeza no se infiere de que lo diga el Pueblo. Eso contará de las Actas hechas con la exactitud que se acostumbra: y cuando viniere de Roma la Apoteosis, la creeremos todos.

17. No sólo es falible la Voz del Pueblo, también es muy indiferente a verdad, y a error la voz de muchos, que se colocan sobre la plebe. En el rigor Dialéctico nada se infiere de que un aserto sea común. Así lo advirtió el mayor de los Lógicos el Ilustrísimo Caramuel (Theolog. Inten. Epis. 2) Assero secundo, enthymema praemissum nil concludere; quoniam ex illo antecedenti. Es doctrina communis: Non bene infertur illa consequentia. Ergo est certa. Pues discurra el Lector que se deducirá de la Voz del Pueblo, cuando, para efecto de la verdad, u del error, no se infiere certeza alguna de un sentir común entre Doctos.

18. Alegóse contra este Discurso la Bula de Canonización de Santo Tomás, que expidió Juan XXII, en la cual (como fingió el Replicante) dio por bien ejecutado, que los Monjes de Fossanova hubiesen cantado Misa de Confesores a Santo Tomás, siete meses posteriores a su feliz tránsito. Habiendo reconocido el Padre Maestro, que no hay tal cosa en la dicha Bula, descubrió en su Ilustración la facilidad con que se levantan testimonios palmarios aun a las cosas más sagradas, solo para impugnarle. De nada se duele el Replicante en su Librote. Dice, que aunque aquello no conste expresamente, implícitamente consta, pues el Papa no lo reprueba. [10]

Yo oí, y leí: Qui tacet consentire videtur. Pero que en un Instrumento se apruebe con el profundo silencio especie de que ni siquiera hay narrativa, es nuevo principio de Crítica, y Axioma de nueva Lógica. La Bula de Juan XXII no reprueba que Santo Tomás estuviese en la Tartaria; luego, a lo menos implícitamente, consta de la Bula? Las Bulas de Canonización que hoy se expiden, nada reprueban de lo que se propuso para el examen; ¿luego tácitamente aprueban todo lo que se propuso; o todo lo que se propuso, implícitamente consta de las Bulas?

19. La disputa ya no es sobre la verdad del hecho, sino sobre la legalidad de la cita. No es sobre si se cantó, o no se cantó aquella Misa; sino si consta de la Bula que se hubiese cantado; esto no consta. Con que mientras el Replicante no discurre modo de salvar su inadvertencia, se la cohonestará suponiendo que algún Tertulio le quiso hacer esta burla. Por lo que toca al hecho, yo no hallo dificultad en creerlo, y la devoción que tengo al Angélico Doctor, me obliga a hacerlo así. ¿Pero por qué he de creer ilaciones de las cuales el mismo Santo Tomás, como tan insigne Dialéctico, no haría caso?

Aquel hecho concedido, ni otros semejantes, no son del caso. Si de él se probase algo, sería que no solo la voz del Pueblo, sino también la voz de una Comunidad sería argumento de la verdad. Cuando Santo Tomás supo que San Buenaventura estaba escribiendo la Vida del Seráfico Patriarca, dijo: Sinamus Sanctum pro Sancto laborare. Yo creo que Santo Tomás dijo la verdad; y no creo que la voz de uno solo tenga conexión infalible con la verdad de que habla el Discurso.

20. Cuando la Iglesia inhibió a los Obispos, y a los Pueblos sobre determinar Canonizaciones, señal evidente es que no aprueba que Vox Populi sea Vox Dei. Por esto mismo es imaginada la Canonización que el Pueblo de Mompeller hizo de San Roque. En el mismo Ribadeneira que se cita, se verá que la permisión y tolerancia de la Sede Apostólica es quien autorizó el culto, y en particular el [11] Concilio de Constancia, según dice Moreri. Lo que en la Vida de San Roque hace al caso es, que la voz del Pueblo de Mompeller erró enormemente, teniendo al Santo por espía, y arrestándole en la cárcel. Los milagros que hacía descubrieron el error, y descubierta la santidad, se introdujo la devoción. Aquí, y en casos semejantes se podrá decir, que Vox Dei, es Vox Populi. Primero habla Dios, cuando quiere que el Pueblo sepa lo que ha de hablar. Pero querer que, hablando primero el Pueblo, hable Dios lo que se le antojó al Pueblo decir, es querer impugnar este Discurso.

21. En el Librete se forjó una instancia contra el Padre Maestro, arguyéndole procedía con desigualdad; pues quería fuese voz de Dios la voz del vulgo, cuando le da las gracias en el Prólogo del segundo Tomo, por los aplausos con que había recibido el primero. No me paro en que el Replicante hable del Vulgo, hablando el Padre Maestro del Público. Si los aplausos fuesen del Vulgo, no serían aplausos, sino infamias. Advierte el Padre Maestro, que se vuelva a leer su Prólogo, en donde se verá no atribuye a mérito, sino a fortuna aquella favorable aceptación. El Replicante parece que de apuesta se olvidó de esta obligación, pues dice en su Librote: Apuesto con el Padre, que no se hallan tales palabras. Poco tiene que perder quien apuesta con esta satisfacción. Yo apuesto con el Replicante, que no ha leído en el Prólogo que se cita, estas formalísimas palabras del Padre Maestro: No hago esta memoria por compararme a aquellos por la parte del MÉRITO, sino por la de la FORTUNA. Ellos merecieron la celebridad, yo la logré sin merecerla. ¡Vea el Lector en qué manos anda el Teatro!

22. Si los Eruditos gustaren, que el Padre Maestro gaste el tiempo en dar más satisfacciones, a los que, aun advertidos, apuestan que no han de leer el Teatro para censurarle, avisen. Ya que no quieren leer las cláusulas que se citan, los que en España pretenden infamar al Padre Maestro Feijoo, demostraré, que en el mismo sentido en que las profirió, las leyeron y entendieron los que [12] le elogian en Francia. En el Mercurio Francés que el año pasado de 1731 salió en París, se pone un Extracto del primero y segundo Tomo del Teatro Crítico, por dirección de Monsieur Boyer, Doctor-Regente de la Facultad Médica de aquella Corte. De este Extracto se dirá algo en otra parte.

23. Lo que hace al caso presente, es lo que se dice en el mes de Junio, pág. 1246, hablando del Prólogo del segundo Tomo en que estamos. Dice el Extractador, que el primer intento del Padre Maestro es dar las gracias al PÚBLICO. Remercier le PUBLIC du favorable accueil qu’il a fait au premier volume. Refiere el caso de Monsieur Cornelio, y Mons. Balzac, que el Padre Maestro se aplica, no porque pretenda comparación con aquellos célebres hombres, sino tan solamente por la paridad de su Fortuna. Mais rappellant seulement ce fameux exemple, à cause de la paritè de situacton ou la Fortune le met aujourd’hui. ¿No es bueno, que en París se lea Público, y Fortuna, y en Madrid se lea Vulgo; y haga el Replicante sudar las Prensas, porque no ha hallado (Fortuna) en el Teatro. ¿El Padre Maestro sabe muy bien, que cuanto es más falaz la Voz del Pueblo para justificar la verdad del mérito, es de mayor peso para lograr los beneficios de la Fortuna. Esta imaginada Deidad sólo tiene el entendimiento en su capricho:

Si Fortuna volet, fies de Rhetore Consul,
Si volet haec eadem, fies de Consule Rhetor.

§. IV

24. En el num. 19 del Discurso puso el Padre Maestro esta expresión: En la Embajada que hizo a la China el difunto Czar de Moscovia. El Librejo fingió que había en esta cláusula descuido, pues sabiéndose que el Czar visitó algunas Cortes, se podrá equivocar el que leyere, creyendo que el Czar estuvo en Pekín. Advirtióle el Padre Maestro, que no es lo mismo visitar algunas Cortes disfrazado, que hacer Embajada [13] en persona a diversas Cortes, como confundió el Replicante. Aquí en el Librote confiesa la equivocación, pero añade que esto no favorece al Padre Maestro; pues ni aún de Gentil Hombre pasó el Czar a la China. Es ciertísimo que no pasó. Así, pues, la primera equivocación de Librete, se transformó en otra equivocación más ridícula. Si no es lo mismo visitar oculto algunas Cortes, que hacer embajada a ellas en persona, ¿por qué Reglas de Lógica, o de Crítica hallará fundamento en la cláusula del Padre Maestro, el que supiere que el Czar estuvo disfrazado en varias Cortes de Europa, para discurrir que el Czar estuvo en Pekín o disfrazado o manifiesto? El Padre Maestro concederá que algunos sacarán aquellas consecuencias, pero la inscripción de su Teatro dice: Non canimus surdis.

25. Aquí se toca la especie del Elefante blanco, adorado en Siam. En la aprobación que dí a la Ilustración Apologética, apunté que no era falsa. En la Defensa de las Aprobaciones, que se pondrá a lo último del segundo Tomo de esta Demostración, demostraré que es verdadera.

26. Dijo el Padre Maestro (num. 23.) que no había visto Dogmático alguno, que para probar concluyentemente la evidente credibilidad de nuestros Misterios, se valga del argumento que se toma del consentimiento de muchas Naciones, sino de hombres eminentísimos en santidad y sabiduría. Con esta advertencia habla Pignatelli: (tom. 1, Consultores noviss. 21.) Sciendum est, nos non simplici Christianorum multitudine niti, sed, &c. No pierda de vista el Lector aquel adverbio concluyentemente, pues al Replicante se le pasan por alto estas niñerías. En varias partes trunca estos adminículos substanciales de la oración para no entenderlos; aquí solo copia el concluyentemente, para hacerse desentendido. Para oponer que San Basilio, San Agustín, Bozio, Gravina y otros usaron de aquel argumento, supone que el Padre Maestro significó en su cláusula, no había alguno que lo usase. Sin estas suposiciones voluntarias, no [14] había lugar para la impostura. Respondió el P. Maestro, que no necesitaba ver todos los Dogmáticos para saber que los que ha visto no usan de aquel argumento, siendo imposible que nadie los vea todos, aunque ande peregrinando por todo el mundo, únicamente a ese intento. Esta clausula se alteró así en la impresión, únicamente. A ese intento en el mismo número, &c. En la corrección de Erratas, que está en la impresión primera de la Ilustración, está advertido esto: Únicamente. A ese, lee únicamente a ese intento. En &c. y en la edición segunda ya está enmendado.

27. El Replicante en su Librote, por no haber leído por las Erratas, la única vez que debía, repara en si ha sido o no, a ese intento lo que alegó en el mismo número. Admiro, que habiendo impugnado no sólo las Aprobaciones, sino también hasta el mismo título, que se puso en el aforro de la Ilustración, haya omitido leer las pocas erratas que allí se corrigen. Yo no le advertiré errata alguna que esté en la llana y media de letra metida, que ocupan las Erratas de su Impugnación. Pero aun en su misma corrección le señalaré que también hay errata garrafal, que pedía corrección de corrección. No es menos que un texto de Verulamio, que tocaré en la primera Paradoja Física. Bacon le puso en Latín, pero el Replicante le puso en Vascuence, y le corrigió en Caldeo.

28. Al asunto, digo, que ni el Padre Maestro significó que algunos no usasen del argumento tomado de la Voz del Pueblo, ni niega que muchos compiladores de argumentos flojos le usaran. Pero en aquella expresión suya, no he visto, con el adverbio concluyentemente está la eficacia de la negativa. No solo no he visto, dirá, pero ni tampoco puedo ver Dogmático alguno, que concluyentemente pruebe nuestros misterios en su credibilidad con el argumento que se puede hacer con la multitud. Lo que el Replicante había de hacer era señalarnos Autor, que concluyentemente usase de aquel argumento. De esta clase ni es San Basilio, ni San Agustín, ni Bozio, ni Gravina, ni Sommier, ni Señeri, ni otro alguno que se cite. [15] El argumento, que por sí es muy flojo, no puede ser concluyente. El argumento, que es indiferente a falsa, y verdadera Religión, no puede ser por sí solo concluyente de la verdadera.

29. No es lo mismo que se use de aquel argumento, o que se use concluyentemente. Los que le usan le ponen, porque quieren probar la verdadera Religión por todo género de capítulos: no tanto le usan para probarla, cuanto para que sea solución a los que intentasen deprimirla por el capítulo de ser cosa nueva, y particular de éste, o el otro Pueblo. En la Primitiva Iglesia se hacía el argumento tomado de la antigüedad del Gentilismo, y de la multitud de Gentiles, contra la verdadera Religión. Tan lejos de responder los Padres a este argumento como concluyente, le despreciaban como ridículo. ¿Cómo, pues, será ahora argumento, que se deba usar concluyentemente contra Paganos? A éste responderían hoy los Romanos, o responderán hoy los Infieles advertidos, con aquel chistoso argumento, que se hizo contra un Físico Predeterminante, que se había vuelto Scientia—medista, de este modo: La Física Predeterminación la misma es este año que era el pasado: El año pasado, per te, no quitaba la libertad: luego tampoco este año la debe quitar.

30. La flojedad del argumento en cuestión, se reconoce por el lugar en que le colocan los que le usan. El Padre Sommier le pone en último lugar, y Bozio en la graduación 82. San Basilio, y San Agustín, en los lugares que se citan, de ningún modo le usan. San Basilio, mal citado (Epist. 71) (es 72) en una clausula truncada, y aun alterada en lo que se copió, no toma en boca semejante argumento, ni allí arguye, sino que se queja de lo que le perseguían los Herejes, y aconseja a los Eusenos, que perseveren en la Fe de la Trinidad.

En el Tomo segundo de la Edición Parisiense de 1598 les dice: State in Fide, ipsum Orbem circunspicite, & videte quam modica sit ea portio quae hoc morbo laborat, Reliqua veró universa Ecclesia quae ab orbis finibus usque ad fines Evangelium recipit, sanam hanc, & incorruptam doctrinam [16] nam sectetur, a cuius communione ut ne excedatis petimus, &. Lo que se citó contra el Teatro, es lo que no está de bastardilla, pero alterado el recipit, en recepit, como si no hubiese distinción entre presente, y pretérito. Nueva Lógica se necesita para imprimir, que San Basilio usa del argumento tomado de la Voz del Pueblo, en esta Epístola. Aconsejar a uno que abrace la verdadera doctrina que siguen muchos, y no se deje llevar de los errores que siguen pocos, es consejo santísimo.

31. El texto de San Agustín, sobre que el Replicante está obligado a conceder que no es del Santo, como luego veremos, es inconexo con el asunto. Antes bien si en el Librote se hubiese puesto todo el contexto, vería el Lector como es en favor del caso presente. Prosigue el Santo: O Haeresis Ariana: ¿quid insultas, quid exsusstas, quid etiam ad tempus multa usurpas? Estaba en aquellos tiempos muy pujante la Herejía de Arrio, como advirtió San Jerónimo: Ingemiscens orbis terrarum, se Arianum esse miratus est, por lo cual los Herejes insultaban a los Ortodoxos. Toma San Agustín (o el que es Autor de este texto) el ejemplo de la Esposa, y la concubina; y suponiendo que esta es la Herejía, y aquella la verdadera Iglesia, les arguye la usurpación. Dice, que el extenderse por todo el mundo está prometido la Iglesia, no a la Herejía. De lo cual se infiere, que no es verdadera Religión la que está extendida en varias Naciones, sino la que debe extenderse por todo el mundo; y que no es argumento de la verdad que lo digan muchos, sino que lo deban decir todos. Esto lo supone el Padre Maestro, pero es inconexo con la disputa.

32. Notó la Ilustración, que al Padre Pablo Señeri se llamase Felipe; que la cita de San Basilio venía truncada, y falsa; y que la de San Agustín tenia muchos defectos. Responde el Replicante, que lo primero ha sido equivocación, que en lo segundo citó a Gravina que cita así, y para salvar lo tercero cita la edición de San Agustín, que sacaron nuestros Monjes Benedictinos de Francia. Si dijera, que todo procedió de la precipitación con que de la [17] noche a la mañana se toma la investidura de Escritor contra el Teatro, respondía derechamente.

Fácil es la equivocación de uno u otro nombre, no lo dudo. Pero siendo tan continuada, como se podrá ver en el Índice de esta obra, funda sospecha que los Autores que se han de citar contra el P. M. son los primeros que se ofrecen en la Biblioteca Real, y los últimos que se quedan bien en la memoria. Para demostración de lo dicho, diviértase el Lector en pasar los ojos por el Índice, en las palabras: Fritz, Boreli, Merry, Hennepin, Laercio, Guttemberg, Gazeo, Gemisto, Bessarion, Scholario, Donato, Rodoman, Merklin, Plinio, Becano, &c.

33. Yo no quise registrar cómo cita Gravina: cite como quisiere. El R. debía registrar lo que había de oponer, mayormente no teniendo disculpa para lo contrario: ya porque no puede alegar falta de libros, escribiendo dentro de la numerosa Biblioteca Real: ya porque el punto que se ventilaba no era de los incidentes, sino de los substanciales. Y finalmente, porque se cita para pretender que el P. M. padeció descuido. Para esto, todo lo que no fuere tener evidencia de lo que se dice, es exponerse a la risa de todos.

34. Contra los reparos que el P. M. puso a la cita de San Agustín, dispara algunas jaculatorias insultantes, motejando que un Abad Benedictino no tenga la célebre Edición de San Agustín de los Monjes Benedictinos de San Mauro. Esto es censurarle, porque no emplea 25. doblones en libros, que puede comprar por dos, o tres. Ni el P. M. tiene aquella Edición, ni la debe tener. Bien saben los que tienen algún conocimiento del gobierno Monástico, que los libros que tienen ad usum los Monjes, han de pasar, en muriendo, en la Biblioteca de la Casa en donde profesaron. La Casa de Profesión del P. M. es San Julián de Samos, cuya Biblioteca tiene ya asegurada la dicha Edición de San Agustín. Lo más del caso es, que, aunque la tuviese, no la debía citar; pues saldría el R. diciendo que no estaba obligado a citar la Edición Benedictina. [18]

35. El texto de S. Agustín que contra el Teatro se puso en el Librejo, se citó de este modo: En el Symb. Serm. 3. ad Cathech. cap. 13. Omitiendo que Cathech. no significa cosa, pues no debe escribirse th en Cathecumenos. Reparó la Ilustración en que S. Agustín no procedía por Sermones, sino por Libros: que el texto no estaba en el tercero, sino en el cuarto; y que el capitulo no era el 13 sino el 10. A esto dice ahora el R. que se vea la Edición Benedictina, y en ella se hallará esta nota de los Monjes: Admonitio in Sermones. Peor está que estaba. Antes pudo haber equivocación en los números, y descuido en el que copiaba. Ahora ya no es equivocación, sino falta substancial en legalidad.

A este modo de citar, podrá buscar el R. compañeros con quienes disputar por escrito, pues acá no entendemos de juegos de manos. La Admonición de los Monjes es para advertir al Lector, que sino es el primer Libro, Sermón, o Tratado del Símbolo, no es otro alguno de los tres siguientes obra genuina de San Agustín; y así el segundo, tercero, y cuarto se imprimieron en aquella Edición con letra más menuda, que la del primero. Con que venimos a descubrir, que el texto de San Agustín es espurio; y que la razón de citarnos el R. la Edición Benedictina, no ha sido otra, que la de señalar una admonición al Lector, que no hablaba con el Teatro.

36. Aun hay más que admirar. Tampoco en la Edición Benedictina se halla el texto en el Libro o Sermón tercero, como se recalca el R. sino en el cuarto. Que los Monjes pusiesen la nota, Admonitio in Sermones, no es del caso. El Libro primero del Santo comienza allí así: Sermo, &c., y la nota de los Monjes es esta: Aliàs liber primus in ante editis. De manera, que las Ediciones que precedieron a la Benedictina hablan de Libros; todas convienen en que sean cuatro; todas ponen el texto en el cuatro; y sólo hay variación en la división de cada libro en más, o menos capítulos. La Antuerpiense de 1577 que cita el P. Labe, procede por Libros. La Parisiense de 1614, según los Teólogos Lovanienses, procede por Libros [19] también. La Edición que usa el P. M. es la Parisiense de 1555, procede por Libros; el texto está en el cuarto, y en el capítulo 10, pues según aquella Edición es el último capítulo.

37. A vista de esto, podrá el Lector discurrir la sinceridad que observan en citar contra el P. M. los que han soñado impugnarle. Aun cuando la cita estuviese conforme la Edición Benedictina, lo cual sólo es cierto, por lo que mira al capítulo 13, se forma contra el R. este inevitable dilema. ¿O leyó el texto por la Edición Benedictina, o por las anteriores? Si por estas, ¿cómo erró el título, y el número? Si por aquella, ¿cómo cita texto, que allí se nota de supositicio, en materia que se controvierte?

La regla que se debe observar en esto es, que no siendo sobre texto de varias lecciones la disputa, se debe citar una Edición de las más comunes, para que todos se puedan certificar. Cuando hay variedad, o sobre el texto, o sobre si es del Autor, se debe citar la Edición más correcta, pero con advertencia individual. Así lo hacen hoy los que citan las Ediciones Benedictinas de los Santos Padres Griegos, y Latinos; pues están coordinadas de otro modo que las antecedentes. En el Librejo no hubo tal advertencia; y el P. M. no debía advertir que usaba la de 1555. No obstante, para que el Lector conozca que el R. no se quiere cansar en buscar en las fuentes lo que ha de imprimir, verá cuando se trate de Incubos, como allí alega un texto de San Agustín, truncado, que no está así en Edición alguna.

§. V

38. En el num. 4 propone los absurdos que se siguieran, de atribuir tanta autoridad a la voz común; y no sería el menor si se infiriese que el Mahometismo era Religión verdadera, siendo cierto que más votos tiene a su favor en el Mundo el Alcorán, que el Evangelio. Dijo el R. que si el P. M. tuviese noticia de los Cristianos que hay en la América, no diría semejante [20] proposición; pues de solos Españoles se contaban el año de 1721, 76.415 Iglesias. Comúnmente se dice, que España tiene 80.000 Pilas, y todas ellas no contendrán 10 millones de almas. Aquí hay equivocación grande en querer regular el número de almas Cristianas por la extensión de la América. No es menester haber estado en la América para saber que, tierra adentro, hay infinitos despoblados, o las Poblaciones son de Idolatras. Las Colonias de Europeos, que están establecidas en varias costas de una, y otra América, son cortísima cosa para el asunto.

39. El P. Ricciolo, haciendo un cálculo prudencial, reparte en todo el Orbe mil millones de almas: a Asia 500, a América 300, a África 100, y 100 también a Europa. De manera, que la Asia tiene tanto como todo lo restante, y Europa sólo tiene la décima parte de todas las almas. Isaac Vosio, no sólo rebaja el número capital a 500 millones solos, sino que rebaja muchísimos la parte proporcional para la Europa, pues sólo le señala 30 millones. Supuesto uno de estos cálculos, o otro semejante, se puede hacer el cotejo de varios modos.

Si se comparan almas Cristianas con las que no lo son, sería mucho ignorar de Geografía querer afirmar igualdad. Si se comparan Cristianos Católicos con Cristianos Heterodoxos, no hallaría dificultad en admitir que son más los Católicos; si bien no está esto fuera de duda. Si se comparan solos Católicos con solos Mahometanos, tampoco se puede dudar sean más estos en toda su latitud, que aquellos. No quiero que en esto insista la comparación, para que el R. no se queje. La comparación pues se debe hacer entre los que siguen el Alcorán, aunque con diversas Sectas, y los que admiten el Evangelio en general. Pues la comparación así, dice el P. M.

que no tiene tantos votos al Evangelio como el Alcorán.

40. No será razón que yo hable de mi propia observación, habiendo Autor clásico que magisterialmente trató este punto. Ya sabrán los Eruditos, que no puedo hablar sino del célebre Luis Marracio. Este Eclesiástico [21] insigne, precediendo el beneplácito de la Santa Inquisición, y el consentimiento del Sumo Pontífice, tomó a su cargo demostrar la falsedad del Mahometismo, refutando de raíz cuanto se dice en el Alcorán. En la conclusión de la obra (pág. 836) no prueba, sino que supone la clausula del P. M. y el asunto para que se trajo: At enim maxima Orbis terrarum pars in Alcoranum iuravit. Este es el argumento que se propone; que fue lo mismo que oponerse la Voz del Pueblo. Pero óigase la solución, suponiendo ser cierto el antecedente: Quid ni, si stultorum infinitus est numerus, & plerique mortalium semper ad Peiora dilabuntur? Y pone la instancia en la Idolatría.

41. El mismo Marraccio en la Prefación que está en el Prodromo, para la refutación del Alcorán, (pág. 2) habla con más individualidad de la extensión que tiene la Secta Mahometana, con esta expresión: Verum norunt omnes… Nulam etiam magis dilatatam fuisse; cum, & Asiam, & Africam pene totam, & maximam nobilisimamque Europae partem invaserit: & aliquot etiam novi Orbis Provincias inferecit: & maiora in dies incrementa illam accipere videamus. Yo no sé que haya Mahometanos en lo que propiamente se llama América; y así no tropiece el Lector en las palabras novi Orbis. Pues el Mundo nuevo, también comprehende las nuevas Conquistas Portuguesas en África, y en el Oriente, como se explican algunos, y de intento el Padre Vieyra. Los que tienen alguna literatura Geográfica, sabrán el conato que los Mahometanos ponen en extender su falsa Secta en las Islas adyacentes a la Asia, antiguamente incógnitas. Dejo al Lector, que según las cláusulas de Marraccio, aplique al calculo arriba puesto. Pues no es razón detenernos más en lo que, norunt omnes.

42. Como el argumento tomado de la multitud, cuando más es indiferente a falsa, y verdadera Religión, propone Marraccio los cuatro lugares fundamentales de donde se deben tomar los argumentos, para probar el Cristianismo, e impugnar la Secta de Mahoma: Oracula Sacrarum Scripturarum: gloria miraculorum. Veritas Dogmatum: [22] Sanctitas morum, (Proemio a la I. parte del Prodromo, pág. 4.) dejando antes advertido, que ninguno juzgue que la multitud de votos, o la antigüedad sean notas de la verdadera Religión: Ne quis vero existimet, verae Religionis notas esse, vel magnitudinem imperii, atque ampla terrarum, quae occupat, spatia: vel temporis, quo perseveravit, diuturnitatem, &c. La prueba se viene a los ojos si no se quieren tragar los absurdos de lo contrario, como el P. M. arguyó. Si el Padre Marraccio , que escribió de intento contra el Alcorán, supone la clausula del P. M. y también el asunto del Discurso; ¿cómo se llama esto Descuido en el Librejo? El Padre Fournier, citado del Padre Zahno (tom. 2. Mund. mirab. pág. 13) divide todo el género humano en 30 partes: Earum quinque obtinebunt Christiani, sex Mahometani; novemdecim Ethnici. Como dijimos arriba, no se duda que muchos usaron del argumento fundado en la multitud; y que otros dirán que tiene más votos el Evangelio, que el Alcorán. Pero decimos que estos hacen la cuenta sin conocimiento Geográfico; y repetimos, que ninguno de los otros le usó concluyentemente.

§. VI

43. En los números 25. y 26. propone el P. M. dos sentidos, según los cuales es cierta la máxima, vox Populi, vox Dei. El primero, cuando se habla de todo el Pueblo de Dios, u de la Iglesia Universal. El segundo, cuando se habla del común consentimiento de todo el género humano acerca de una verdad; v. g. de la Existencia de Dios. Contra esto se dijo en el Librete, que aquellos sentidos eran ambos arbitrarios, y ambos sin tener otra cosa, que la apariencia de poder darse. Porque, dice, en el primero no hay Voz del Pueblo, sino de la Cabeza; y en el segundo no hay tal común consentimiento, porque hay muchos Ateístas. No se paró la Ilustración en esto que se llamó descuido 4. pues no puede haber racional alguno Católico, que pueda llamar arbitrarias estas excepciones. El P. M. habló del Pueblo de Dios, y el R. se [23] olvidó de Dios, como si la cuestión fuese del Pueblo de Ginebra. Cuando se habla del Pueblo de Dios, no se habla de Pueblo acéfalo, o sin cabeza. Supone que tiene Cabeza, y que no es Pueblo de Dios el que no dice lo que viene articulado por aquella Cabeza de la Iglesia Católica.

44. También el R. copió a su modo la cláusula del P. M. en que habla del segundo sentido. Esto dijo el Teatro: El consentimiento de toda la Tierra, en creer la existencia de Dios, se tiene entre los Doctos por una de las pruebas concluyentes de este Artículo. La expresión entre los Doctos, no parece que habla con el R. Lo que inmediatamente se había de impugnar era, que no era prueba concluyente entre los Doctos; pero entonces no había lugar al ripio que se tomó de lo que dicen los Misioneros. Tampoco el P. M. pone infalibilidad absoluta. Es por lo menos moralmente imposible (dijo) que todas las Naciones del Mundo convengan en algún error. Cuando el consentimiento es unánime, y universalísimo, tiene lugar el dicho de Cicerón: Consensus omnium, Natura vox est. El consentir todo el género humano en la creencia de Dios, no proviene de alguna Voz del Pueblo que hable, sino del mismo Dios, que lo inspiró, o lo exaró en el mismo entendimiento: Signarum est super nos lumen vultus tui Domine.

45. A lo que se opone de que hubo, y habrá algunos Ateístas; y que los Misioneros no han reconocido Religión alguna en diversos Países remotos; se dice, que aun concedido esto (que es falsísimo) nada se dice contra el Teatro. La proposición afirmativa, que sólo moralmente es universal, no se falsifica, con algunas particulares falsas, cuando son casi infinitas las verdaderas. En todo es infeliz el R. con la voz de algunos Pueblos, admitiendo que acertase, quiso que la Voz del Pueblo fuese voz de Dios; y ahora con la voz vaga de si algunos Pueblos tienen, o no Religión, quiere dar por arbitrio en el P. M. lo que afirman no sólo Teólogos, y Filósofos, sino también los que no tienen apagada la luz de la razón natural. [24] No puedo creer que fuese cuidado esto, pero para descuido es peor.

46. Lo que se debe decir es, que es error común de muchos, creer que hay Nación que no tenga Religión alguna. Sé muy bien, que a una de las Sectas que está extendida en el Oriente, atribuyen los Autores el mayor de los errores, que es el Ateísmo. Esto solo es por lo que mira al destino de las almas; no que nieguen alguna causa superior aquellos Idolatras. El Padre Kircher sabía muy bien lo que había en varias Naciones; y no obstante, en el tom. I. de su Edipo dijo de lo que el P. M. supone: Certum itaque, & indubitatum est. Lo que se añade de los Misioneros, está disuelto con lo que el P. M. dijo Tom. 2. Discurs. 15. num. 30. A mi me hace más fuerza la razón natural, que las narrativas de algunos que hablan hiperbólicamente. Primero les creeré que encontraron hombres irracionales, que no el que los encontraron sin Religión. El R. tuvo presente la respuesta del P. M. pero no se quiere aquietar, porque dice, serían advertidos los Misioneros. No dudo de eso, dudo el que no confundiesen culto exterior, con el interior conocimiento de un Ente superior.

47. Esto se demostrará con un ejemplo. Según se lee en Arnobio, y en otros Polémicos de la Primitiva, vulgarmente decían los Gentiles, que los Cristianos eran Ateístas. De los Judíos dijo Juvenal: (Satyr. 14.) Nil praeter nubes, & Caeli Numen adorant. Y Lucano: (lib. 2.) Dedita sacris incerti Iudaea Dei. Nada de esto era verdad; pero los Romanos tenían por Ateístas a los que o no tenían Ídolos, o no se proporcionaban con ellos en el culto. Los Griegos infamaron con este título a Protágoras, Diágoras, y otros Filósofos; siendo cierto que estos negaban pudiese subsistir el Politeísmo.

También de algunos Pueblos de España se creía, que porque no tenían Ídolos, no reconocían ente superior. Error crasísimo. De unos dice Itálico: (lib. 3.) Sed nulla effigies simula brave nota Deorum. De otros habla Estrabón en cabeza ajena, (lib. 3.) cuando dijo: Deum nullum [25] esse, quidam aiunt. De todos discurro se diría esta infamia, porque acaso no tenían Simulacros de Dioses en los Templos. El negar aquellos Dioses fingidos no es infamia, sino honor, responde San Justino Mártir en la Apología por los Cristianos, según la Versión de Vossio: Vocamur autem Athei, & sane confitemur talium, qui habentur, Deorum nos esse expertes, & hac ratione Atheos.

48. A este modo se debe discurrir de algunas Naciones remotísimas. Con la facilidad que se introdujo el error de tenerlas por Bárbaras, porque en ellas no se reconoce toda aquella cultura, que hay en otras; por no advertir en ellas algún culto común a otros Idólatras, se escribió que eran Ateístas. Como el País esté debajo del Cielo, digo que en el Sol, Luna, y Estrellas se debe suponer estará el objeto del culto, por más idiotas que se quieran pintar aquellos Pueblos. De este sentir ha sido Máximo Tyrio, aunque Gentil. Su disertación I. es sobre este mismo asunto: In eo (dice) Graecus cum Barbaro, mediterraneus cum insulano, sapiens consentit cum stulto.

49. En el sentido propuesto se debe entender lo que los Misioneros refieren de los Pueblos de la América, que en cabeza del Padre Luis Hennopin Jesuita, opuso el Librejo. Pero advierta el Lector, que no hubo tal Jesuita en el Mundo. Aquel Escritor, cuyo viaje en suma se halla en Medrano, es el Padre Luis Hennepin, Religioso Franciscano. En el capítulo 31 dice Medrano: Son tan ignorantes, que viven sin Religión. Pero también dice: Creen la inmortalidad del alma, como todos aquellos Americanos. Y en esto hallo yo contradicción; si bien concedo que así esta creencia, como aquel conocimiento de un superior ente, esté todo lleno de infinitos errores. Asimismo hablando con el Padre Rhodes (Rhode, dijo el Librejo) de los Tunquineses, se debe decir, que yerran en suponer corpórea la Divinidad. Esto no es del caso. Lo mejor es, que tomando el R. a su cargo defender a los de Siam de la adoración del Elefante blanco, ahora haya pasado a Tunquin en busca del Ateísmo. Los de Tunquin, y Siam en lo general tienen una misma creencia, aunque los nombres [26] sean diversos, como diré por extenso en la defensa de mi Aprobación.

50. El argumento que contra la clausula del P. M. se puede tomar de algún Ateísta en particular, es más ridículo: ya porque de muchos, sólo se dice, porque así lo dijeron sus enemigos: ya porque respecto de otros, se confundió lo pésimo de la vida, con lo falsísimo de la creencia. De estos ya hace tiempo, dijo San Pablo: Confitentur se nosse Deum, factis autem negant. En este sentido no procede la disputa. Aun admitiendo que la extravagancia de algunos llegase a tal extremo, que con boca, hechos, y corazón testificasen aquella blasfemia, no quita el que Vox Populi, sea vox Dei en la creencia de un Dios.

51. Supongo lo que dijo David: Dixit insipiens in corde suo, non est Deus. De esta misma clase de monstruos, irrationale, sterile, atque inutile hominum genus, como los llama Máximo Tyrio, se verifica que no niegan la existencia de causa superior: Nam, & inviti hoc sciunt, & inviti dicunt. Manent semper reliquiae aliquae; por más que con Leucipo, Demócrito, Estratón, Epicuro, Diágoras, y Protágoras quieran decir, o pensar lo contrario. La nota infame de estos Filósofos va sobre el sentir de Máximo Tyrio, citado arriba. El error está en que piensan aquellos monstruos, que con decir en su corazón, que no hay quien castigue sus maldades, borrarán por eso de la razón natural la idea, que les vocea a gritos lo contrario. En una palabra, no niegan la Existencia de Dios, sino que quisieran huir de ella; y en el mismo conato a la fuga, testifican que hay Ente Supremo, de quien quisieran huir. Hay tanto escrito sobre la evidente verdad de la clausula, que puso el P. M. que sería ocioso detenerme en citar los testimonios de todo el género humano. Léanse Filósofos, Teólogos, y en Tournely (o en otro) esta conclusión; Dico nullos esse, aut fuisse unquam Atheos speculative, directe, expresse, & interne; sed tantum practice, indirecte, vel externe.

52. En el num. 13 de la Ilustración rechazó, como ridícula, y quimérica, la noticia que a la sombra del señor [27] Marqués de Abrantes quiso introducir el R. sobre veneración, y Capilla que Savonarola tiene en Florencia. Ahora en el Librote ya se explica, afirmando, que así lo oyó a quien lo había oído al señor Marqués. No necesitamos de ejemplo más reciente para conocer las fuentes que tiene una voz vulgar. Quien observare la satisfacción conque se imprimió aquella patraña, y la facilidad conque se descubrió ser un falso díjome, díjome, verá comprobado este Discurso con los mismos materiales de que echa mano el R. para defender su parte, y su partido.

 
{Martín Sarmiento, Demostración crítico-apologética del Teatro Crítico Universal..., [1732], Tercera impresión, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid 1779, tomo primero, páginas 1-27.}

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