Filosofía en español 
Filosofía en español

“Españoles americanos”

El primer autor que usa en lengua española el rótulo «españoles americanos», es, como sucede con otros rótulos como «Contradistinto», «Filósofos españoles» o «Filósofos materialistas», el Padre Feijoo en el año 1730, precisamente en su discurso homónimo «Españoles americanos». Una vez que se comienza a usar en las denominaciones de los documentos oficiales «América» (el nombre de «Indias» nunca fue abandonado del todo), y que los indígenas sometidos a encomiendas y reducciones podían formar ya sus propios pueblos, se abría el camino a un reconocimiento expreso de igualdad de todas las provincias del imperio español, propio de un imperialismo generador y opuesto al imperialismo depredador francés, inglés u holandés que manifestaba la inferioridad de los americanos respecto a los europeos, idea tan propia de la época en esos ambientes de Europa gracias a la labor difusora de Luis Buffon y su Historia Natural (1747), del Barón de Montesquieu en su Del Espíritu de las Leyes (1748), del abate holandés Cornelio De Pauw en sus Recherches philosophiques sur les Américains (1768) o de William Robertson y su Historia de América (1777). De hecho, en «Españoles americanos», Feijoo alude a su discurso «Mapa intelectual y cotejo de Naciones» (1728), donde probaba la racionalidad de los amerindios y también la de los criollos, a quienes específicamente defiende en este discurso. Posteriormente, usará en otros contextos de la misma expresión cuando se trate de designar a los españoles que habitan el continente americano.

1730 «Vuelvo ya a los Españoles Americanos, de los cuales me restan que decir dos cosas. La primera, que no menos es falso que en ellos amanezca más temprano que en los Europeos el discurso, que el que se pierda antes de la edad correspondiente. Yo me he informado exactamente sobre esta materia, y descubierto el origen de este error. Sábese que en la América por lo común a los doce años, y muchas veces antes, acaban de estudiar los niños la Gramática, y Retórica, y a proporción en años muy jóvenes se gradúan en las Facultades mayores. De aquí se ha inferido la anticipación de su discurso; siendo así, que este adelantamiento se debe únicamente al mayor cuidado que hay en su instrucción, y mayor trabajo a que los obligan; y proporcionalmente en los estudios mayores sucede lo mismo. Acostúmbrase por allá poner a estudiar los niños en una edad muy tierna. Lo regular es comenzar a estudiar Gramática a los seis años; de suerte, que a un mismo tiempo están aprendiendo a escribir, y estudiando; de que depende que por la mayor parte son malos plumarios, siendo el mayor conato de los padres, que se adelanten en los estudios; por cuyo motivo los precisan a una aceleración algo violenta en la Gramática, no dejándoles tiempo, no sólo para travesear, más ni aún casi para respirar.» (Benito Jerónimo Feijoo, «Españoles americanos», Teatro Crítico Universal, Tomo IV, Discurso Sexto (1730), §. V, 21.)

«En caso que por los ejemplares y testimonios alegados demos asenso a que los Españoles Americanos exceden en comprensión, y agilidad intelectual a los Europeos, podrá atribuirse en parte a esta ventaja su rápido progreso en los estudios. Pero esto no prueba que el uso de su discurso se anticipe a la edad en que regularmente da sus primeros pasos el nuestro. El ser la capacidad más ó menos profunda, clara, pronta, extendida, ó sublime, no tiene conexión alguna con que sus primeros rayos se descubran antes ó después del término común. No es preciso que para el día más claro la Aurora amanezca más presto. ¿Y cuántas veces entre árboles de una misma especie se observó que algunos más tardíos producen frutos más sazonados?» (Benito Jerónimo Feijoo, «Españoles americanos», Teatro Crítico Universal, Tomo IV, Discurso Sexto (1730), §.VIII, 29.)

«Españoles Americanos, no sea todo explorar la superficie de la tierra, buscando nuevas Regiones ó sus inmediatas cavernas, para descubrir nuevas minas. Levantad los ojos tal vez al Cielo, ó bajadlos hasta el abismo; y ya que no los apartéis de la superficie, considerad, que de esta misma tierra, cuya grande extensión en todo lo hasta ahora descubierto no basta a saciar vuestra codicia, el breve espacio de siete pies sobrará a vuestro cuerpo.» (Benito Jerónimo Feijoo, «Fábula de las Batuecas, y Países imaginarios», Teatro Crítico Universal, Tomo IV, Discurso Décimo (1730), §. XVII, 51.)

1753 «Pero mal persuadirán esto a los Españoles Americanos, que nunca se han quejado de que los demonios los hayan obligado a desamparar sus minas; antes, entretanto que esperan más abundancia de metal a mayor profundidad, con desprecio de los diablos cavan tanto, que parece no temer encontrarlos aun en las cercanías del Infierno.» (Benito Jerónimo Feijoo, «Reflexiones críticas sobre las dos Disertaciones, que en orden a Apariciones de Espíritus, y los llamados Vampiros, dio a luz poco há el célebre Benedictino, y famoso Expositor de la Biblia D. Agustín Calmet», Cartas Eruditas y Curiosas, Tomo IV, Carta XX, 17.)

La expresión se convirtió en común y se difundió con facilidad durante todo el siglo XVIII por América, sobre todo gracias a las obras de Feijoo y la potencia de la lengua española. Autores como el franciscano español residente en Nueva España, José Joaquín Granados Gálvez, se inspiran en Feijoo para ampliar la nómina de «españoles americanos», y la expresión aparece habitualmente en los documentos oficiales de la época, sobre todo en las reclamaciones de los criollos para poder optar a los puestos de responsabilidad en los virreinatos, algo que la dinastía borbónica les ha ido restringiendo en aras del mantenimiento del Imperio Español. Pese a todo, las elites del Imperio Español eran tanto europeas como americanas, prueba de que no existía una marginación por motivos raciales. Ejemplo de ello es el ministro de Carlos III Pablo de Olavide, nacido en Lima de madre criolla pero de padre peninsular.

1771 «Días ha que reflejábamos, no sin el mayor desconsuelo, que se habían hecho más raras que nunca las gracias y provisiones de vuestra majestad a favor de los españoles americanos, no sólo en la línea secular, sino aun en la eclesiástica, en que hasta aquí habíamos logrado atención. […] Es el asunto, que se propuso el que extendió el informe, alcanzar de vuestra majestad que los españoles americanos no sean atendidos sino cuando más en las provisiones de empleos medianos; teniendo siempre por delante en más alto grado de honor colocados a los europeos, es decir que se nos excluya en la línea eclesiástica de las mitras, y primeras dignidades de la Iglesia, y en la seglar de los empleos militares, gobiernos, y plazas togadas de primer orden. […] En esta única cabeza formamos un sólo cuerpo político los españoles europeos, y americanos, y así aquellos no pueden considerarse extranjeros en la América.» (Representación que hizo la ciudad de México al rey D. Carlos III en 1771 sobre que los criollos deben ser preferidos a los europeos en la distribución de empleos y beneficios de estos reinos. México, Mayo de 1771. Extraído de J. E. Hernández Dávalos, Colección de documentos para la Historia de la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, México, 1877, Número 195.)

1778 «Estos son los ingenios y habilidades de mis Compatriotas los Señores Españoles Americanos: esta es la ciencia ignorada del Mundo, porque faltó mano; (déjemelo Vm. decir así) faltó mano que formara un breve catálogo, un reducido epítome de sus escritos y gloriosas fatigas, medio con que todas las Naciones ponderan la fama, y dan a conocer por toda la redondez del Orbe los nombres de sus Clientes.» (José Joaquín Granados Gálvez, Tardes americanas: gobierno gentil y católico: breve y particular noticia de toda la historia indiana: sucesos, casos de la Gran Nación Tolteca a esta tierra de Anáhuac, hasta los presentes tiempos. México 1778, Tarde decimoquinta, página 423)

En el año 1791, el abate Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798), natural de Arequipa, uno de los jesuitas expulsados por Carlos III en 1767 de España en la ya habitual pugna entre la corona y la iglesia, usa de la expresión en su Carta dirigida a los españoles americanos. Epístola escrita originalmente en francés y que el general Francisco de Miranda (1750-1816) la usaría como instrumento de propaganda en sus objetivos de independencia hispanoamericana, publicándola primero en 1799, con falso pie de imprenta (figuraba impresa en Filadelfia, con clara intención de entroncar con la revolución norteamericana), para después traducirla al español en 1801 y posteriormente al ingles en 1808. Sin embargo, Miranda la cita en su famosa «Proclamación a los Pueblos habitantes del Continente Américo-Colombiano» de 1806 como «la epístola adjunta de D. Juan Viscardo de la compañía de Jesús, dirigida a sus compatriotas». La carta busca sobre todo criticar la decisión de Carlos III de expulsar a la Compañía de Jesús de América y sobre todo hace referencia constante a la rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Marqués de Oropesa (rebautizado en sus delirios indigenistas como Tupac Amaru II), para la que había intentado recabar apoyos en 1782 acudiendo a Londres.

1799 Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Lettre aux espagnols américains par un de leurs compatriotes. A Philadelphie, 1799.

1801 «Consultemos nuestros anales de tres siglos y allí veremos la ingratitud y la injusticia de la corte de España, su infidelidad en cumplir sus contratos, primero con el gran Colón y después con los otros conquistadores que le dieron el imperio del Nuevo Mundo, bajo condiciones solemnemente estipuladas. Veremos la posterioridad de aquellos hombres generosos abatida con el desprecio, y manchada con el odio que les ha calumniado, perseguido, y arruinado. Como algunas simples particularidades podrían hacer dudar de este espíritu persecutor, que en todo tiempo se ha señalado contra los Españoles Americanos, leed solamente lo que el verídico Inca Garcilaso de la Vega escribe en el segundo tomo de sus Comentarios, Libro VII, cap. 17. […] El Ministerio está muy lejos de renunciar a sus proyectos de engullir el resto miserable de nuestros bienes; mas, desconcertado con la resistencia inesperada, que encontró en Zipaquirá, ha variado de método para llegar al mismo fin. Adoptando, cuando menos se esperaba, un sistema contrario al que su desconfiada política había invariablemente observado, ha resuelto dar armas a los españoles americanos, e instruirles en la disciplina militar.» (Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Carta dirigida a los Españoles Americanos [1801]. Extraída de Antonio Gutiérrez Escudero, «Juan Pablo Viscardo y su Carta dirigida a los españoles americanos», Araucaria, vol. 9, número 17, Universidad de Sevilla, páginas 323-344; edición de la Carta en páginas 327-343.)

«Españoles americanos» como «españoles de ambos hemisferios»

En todo caso, los «españoles americanos» no cabía definirlos como contradistintos u opuestos a los «españoles europeos». Así, por ejemplo, cuando las invasiones inglesas de Buenos Aires en 1806 y 1807 acaban con el nombramiento de un nuevo virrey no aceptado por los naturales, Santiago de Liniers, origen de la formación de muchas juntas en defensa de la monarquía, durante el episodio un soldado arengaba a sus camaradas a mantener la ciudad frente a los invasores, camaradas a los que denominaba como Españoles Americanos.

1806 «…probémosles nuestro reconocimiento, y manifestemos que los Españoles Americanos del Río de la Plata son nobles, fieles, valerosos.» (Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, Buenos Aires, 1-X-1806, t. 5, 9.)

De hecho, cuando en 1808 se produce el alzamiento contra Napoleón en España y la formación de Juntas que reasumían la soberanía en nombre de Fernando VII, la reacción fue idéntica en América, y desde luego no animada por un espíritu independendista, sino de reacción ante unas autoridades, como Liniers, a las que se consideraba afrancesadas y en consecuencia traidoras. Ello provocará la formación de una junta en Montevideo, en nombre de la soberanía de Fernando VII. Así, en septiembre de 1808, el cura párroco de Montevideo, Juan José Ortiz, envía un oficio al Obispo de Buenos Aires, quien le impedía celebrar misa por haber formado parte de la Junta presidida por el gobernador Francisco Javier de Elío, junta que en Buenos Aires era considerada rebelde. El párroco justifica su adhesión a la creación de la Junta alegando que los españoles americanos tienen el mismo derecho a hacerlo que los europeos.

1808 «Ilustrísimo Señor: Los españoles americanos somos hermanos de los españoles de Europa; por que somos hijos de una misma Madre, formamos un mismo pueblo, componemos una sola familia: estamos sujetos a un mismo Monarca: gobernamos por las mismas Leyes, y nuestros derechos son unos mismos. Los de allá, viéndose privados de nuestro mas amado Rey el Señor D. Fernando Séptimo han tenido facultades para proveer a su Seguridad común; y defender los imprescriptibles derechos de la corona, creando Junta de Gobierno que han sido la salvación de la Patria, y creándolas con aun mismo tiempo, y como por inspiración Divina. Lo mismo sin duda podemos hacer nosotros pues somos igualmente libres, y nos hallamos envueltos en unos mismos peligros; por que aunque estamos más distantes, esta rica colonia fue ciertamente el sebo que arrastró al infame corso al detestable plan de sus pérfidas, y violentas usurpaciones, según el mismo lo manifestó a los fabricantes el de Burdeos poco antes de entrar a su obscura guarida de Marrac. Debemos pues estar vigilantes cuando es manifiesta su tenacidad en llevar adelante sus proyectos y, volver a la presa, como el voraz e Tiburón que vuelve al segundo anzuelo, aunque el primero le haya roto las entrañas. Si se tiene a mal que Montevideo haya sido la primera ciudad de la América que manifestase el noble, y enérgico sentimiento de igualarse con las ciudades de su Madre Patria, fuera de lo dicho y de hallarse por su localidad mas expuesta que ninguna de las otras, la obligaron a esas circunstancias que son notorias, y no es un delito ceder a la necesidad.» (Juan José Ortiz, «Oficio al Obispo de Buenos Aires», Extraído de Mayo Documental, Tomo VI. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1961, página 305.)

Así, en España, una vez que el desarrollo de la guerra contra el invasor francés ha obligado a trasladar a la Junta Central y al Consejo de Regencia a la Isla de León, desde allí se realiza en 1810 un requerimiento a todos los habitantes del Imperio Español para acudir a Cortes, incluyendo lógicamente a los españoles americanos, a quienes los próceres de la Constitución de Cádiz, como Álvaro Flórez Estrada, les reconocen los mismos derechos que a sus hermanos peninsulares.

1810 «Sobra, Españoles Americanos, a vuestros hermanos de Europa magnanimidad y constancia para contrastar los reveses que les envíe la fortuna. Cuando declaramos la guerra, sin ejércitos, sin almacenes, sin arbitrios, sabíamos bien a lo que nos exponíamos, y vimos bien la terrible perspectiva que se nos presentaba delante. No nos arredró entonces, no nos arredra tampoco ahora; […] Desde este momento, Españoles Americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres; no sois ya los mismos que antes encorvados bajo un yugo mucho más duro, mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vetados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente, que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros en el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los Ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores; están en vuestras manos.» (Instrucción para las elecciones por América y África, publicada por el Consejo de Regencia el 14 de febrero de 1810.)

«No se trata de favorecer el comercio Extrangero en perjuicio del Nacional; se trata de hacer ver que la prosperidad del uno no es incompatible con la felicidad del otro; se trata de manifestar que la exclusion al Extrangero de concurrir al mercado de la América llevando él mismo sus mercancias es perjudicialisima á los intereses de los Españoles é injusta para con los Americanos. Si los Españoles Americanos deben gozar de iguales derechos que los Españoles de la Peninsula ¿cómo se puede privar á aquellos el recibir de la primera mano las mercancias extrangeras que en el dia reciben de los Comisionistas de la Peninsula?» (Álvaro Flórez Estrada, Examen imparcial de las disensiones de la América con la España, de los medios de su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones. [1810] Cádiz, 1812, página 122.)

Como es natural, ante este constante reconocimiento de la igualdad de españoles americanos y europeos, no es difícil entender que en las Cortes de Cádiz se unificase a los españoles americanos y españoles europeos como «Españoles de ambos hemisferios», ciudadanos de la Nación Española según el Artículo I de la Constitución de 1812. Vencido Napoleón, los acontecimientos provocaron la vuelta de Fernando VII y la restauración del absolutismo, algo que ni los Españoles Americanos ni los Españoles Europeos aceptarán. Sin embargo, el camino para una Nación Americana independiente de España y con base en los virreinatos previos (nunca se habla en esta fase de las naciones actuales, tales como Argentina o Venezuela, pero sí de la Gran Colombia, Sudamérica o América, sin más) ya estaba expedito, una vez no reconocida la autoridad de la monarquía absoluta y con ello el derrumbamiento del Imperio Español.

Simón Bolívar, bajo el seudónimo El Americano, escribe una carta dirigida a la Gaceta Real de Jamaica, en su exilio en la colonia inglesa en 1815, destinada a promover la ayuda de ese imperio a su causa, donde no sólo usa la denominación españoles americanos, citada a partir del agente francés Francisco de Pons, presente en Nueva Granada por aquellos años, sino que denomina a como «hijos de la América española» a todos los que habitan en los territorios del Imperio Español, sin distinción de razas, destacando los problemas existentes en ese crisol para asentar la causa de la independencia. Incluso el 15 de febrero de 1819, en el discurso inaugural del Congreso de Angostura, pese a que ya se proyecta una nación americana independiente de España, Bolívar contrapone el Estado «Inglés Americano» (Estados Unidos), al Estado «Americano Español» –aunque la referencia a la «Nación Americana» señala a Estados Unidos, indicando la ambigüedad de su proyecto y las dificultades de seguir manteniéndolo, algo que se hará cada vez más difícil con la Doctrina de Monroe.

1815 «El español americano –dice M. de Pons– ha hecho a su esclavo compañero de su indolencia». En cierto respecto esta verdad ha sido origen de resultados felices. El colono español no oprime a su doméstico con trabajos excesivos; lo trata como a un compañero; lo educa en los principios de moral y de humanidad que prescribe la religión de Jesús. […] Estamos autorizados, pues, a creer que todos los hijos de la América española, de cualquier color o condición que sean, se profesan un afecto fraternal recíproco, que ninguna maquinación es capaz de alterar. […] Todavía no se ha oído un grito de proscripción contra ningún color, estado o condición; excepto contra los españoles europeos, que tan acreedores son a la detestación universal.» (El Americano [Simón Bolívar], «Al señor Redactor o Editor de la Gaceta Real de Jamaica». Extraído de Simón Bolívar, Doctrina del Libertador. Biblioteca Ayacucho, Caracas 1992, páginas 64-66.)

1819 «Cuanto más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado de la imposibilidad de su aplicación a nuestro estado. Y según mi modo de ver, es un prodigio que su modelo en el Norte de América subsista tan prósperamente y no se trastorne al aspecto del primer embarazo o peligro. A pesar de que aquel pueblo es un modelo singular de virtudes políticas y de ilustración moral; no obstante que la libertad ha sido su cuna, se ha criado en la libertad y se alimenta de pura libertad: lo diré todo, aunque bajo de muchos respectos, este pueblo es único en la historia del género humano, es un prodigio, repito, que un sistema tan débil y complicado como el federal haya podido regirlo en circunstancias tan difíciles y delicadas como las pasadas. Pero sea lo que fuere de este Gobierno con respecto a la Nación Americana, debo decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y naturaleza de dos Estados tan distintos como el Inglés Americano y el Americano Español.» (Simón Bolívar «Discurso de Angostura», 15 de febrero de 1819. Extraído de Simón Bolívar, Doctrina del Libertador. Biblioteca Ayacucho, Caracas 1992, páginas 91-92.)

En todo caso, la presunta opresión de España sobre América podría defenderse desde postulados como los del clérigo José Servando de Mier, que fantaseaba la presencia del Apóstol Tomás ya en los primeros años de la era cristiana, que señalaban la presunta independencia histórica de América, a la que los españoles apenas habrían aportado un dominio artificioso y un idioma impuesto. Y también por las proclamas de la Leyenda Negra que procedían sobre todo del imperio inglés, el que más había apoyado la insurrección en América de los Españoles Americanos. Así lo destacan importantes autores cuando la independencia se consuma en la Batalla de Ayacucho, en 1825.

1825 «Ni podrán negar estos hechos los mismos criollos o españoles americanos, que seducidos por ideas fantásticas, por relaciones falsas y por declamaciones exageradas de escritores venales o sistemáticos, como los que hemos impugnado, y por la interesada y falaz política de pueblos traficantes, han sumergido aquel país en un abismo de desolación. Píntanles estos filósofos novadores la conquista de los primeros españoles como obra del fanatismo, de la ambición, de la tiranía y de una codicia desenfrenada; cuando España era entonces la nación más culta y poderosa del mundo…» (Martín Fernández de Navarrete, Colección de los viajes y descubrimientos, que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV. Tomo I, Madrid 1825, pagina CX.)

Incluso Carlos Marx, quien en sus escritos para el New York Daily Tribune sobre la revolución española de 1854 rememora lo que supuso la Constitución de 1812 como refundación de España que compara con la realizada en las montañas de Covadonga, usa también del término «españoles americanos».

1854 «Siendo uno de sus principales objetivos mantener la posesión de las colonias americanas, que habían comenzado a sublevarse, las Cortes reconocieron la plena igualdad política de los españoles americanos y europeos, proclamaron una amnistía general, sin ninguna excepción, promulgaron decretos contra la opresión que pesaba sobre los indígenas de América y Asia, cancelaron las mitas, repartimientos, abolieron el monopolio del mercurio y tomaron la delantera de Europa suprimiendo el comercio de esclavos.» (Carlos Marx, «España revolucionaria VI», New York Daily Tribune, nº 4.244, 24 de noviembre de 1854. Extraído de Carlos Marx y Federico Engels, Escritos sobre España. Trotta, Madrid 1998, página 135)

De «españoles americanos» a «latinoamericanos»

Tras la independencia, algunos historiadores, interpretando la distinción como presunta incompatibilidad entre españoles americanos y españoles europeos, llegan a prolongar el rótulo a los primeros años del imperio español. Así lo escribe el historiador chileno Miguel Luis de Amunátegui a propósito de la denominada «Guerra de Arauco» o conflicto permanente entre los criollos americanos y los indígenas araucanos, a propósito de la campaña iniciada por el gobernador Francisco Lazo de Vega en 1629. Pese a que el cronista Carvallo i Goyeneche distingue entre «europeos i colonos», el autor de la obra aplica el sintagma «españoles americanos»:

1870 «Otro de los cronistas nacionales, don Vicente Carvallo i Goyeneche, que concluyó en 1796 su obra hasta el presente (1872) inédita, hablando de la resistencia de los vecinos de Santiago para salir a la guerra de Arauco en tiempo del presidente Lazo de la Vega, procura culparlos, haciéndoles atribuir su conducta a la inmotivada i ofensiva distinción que los gobernantes hacían entre españoles-europeos i españoles-americanos» (Miguel Luis Amunátegui, Los precursores de la independencia de Chile. [1870] Volumen III, Santiago de Chile 1910, páginas 42-43)

Sin embargo, hacía ya mucho tiempo que se había deshecho el sueño bolivariano de una Gran Colombia en 1830, y la disgregación de los virreinatos del Imperio Español en América, con la paulatina constitución de las naciones políticas hispanoamericanas actuales, provocó que el rótulo «Españoles americanos» desapareciera de las designaciones habituales y será sustituido por el de «latinoamericanos» ya a partir de mediados del siglo XIX, por obra y gracia del afrancesamiento de los próceres hispanoamericanos, tales como Francisco Bilbao o el poeta José María Torres Caicedo. El rótulo «españoles americanos» –o «españoles de América»– será reivindicado solamente por quienes sostienen la posibilidad de una comunidad hispánica de naciones bajo el marco común de la Hispanidad, quedando reservado en los usos comunes a los ciudadanos de la Nación española residentes en Hispanoamérica, y restringido en lo más académico al estudio del pretérito en el que España dominaba América.

1926 «Contemplemos desde Buenos Aires o Méjico la nación española. Encontramos: un pueblo numeroso, enérgico y dispuesto a andar las siete partidas del mundo, como hace tres siglos, pero, en general, inculto e ignorante; una minoría bastante valiosa (toda Hispanoamérica junta, téngase muy presente, no posee científicos, escritores y artistas comparables a los de España); una organización pública de tipo arcaico, muy poco influida por esa minoría, que no tiene fuerza ni aptitud para modelar el país. Los españoles de América, y en ocasiones los mismos hispanoamericanos, al conocer esta o la otra manifestación de progreso iniciada en España, han comenzado a dirigirse a ella desde hace pocos años.» (Américo Castro, «Hispanoamérica como estímulo», Revista de las Españas, 2ª época, número 2. Madrid, agosto de 1926, página 99.)

1932 «Y es que la guerra de España y los Estados Unidos fue un episodio del secular conflicto entre la Hispanidad y los pueblos anglosajones, y aunque los españoles nos defendimos tan desdichadamente, que parecía que no peleábamos en las Antillas y Filipinas, sino por el proteccionismo arancelario y el derecho a seguir nombrando los empleados públicos, cosas en las que acaso no tuviéramos razón, la verdad es que estábamos librando la batalla de todos los pueblos hispánicos, y que el día en que arriamos la bandera del Morro de la Habana, empezó a cernerse sobre todos los pueblos españoles de América la sombra de las rayas y estrellas de los Estados de la Unión.» (Ramiro de Maeztu, «La Hispanidad en crisis. III. Rubén Darío y los talentos», Acción Española, Tomo IV, número 19, Madrid 16 de diciembre de 1932, páginas 2-3.)

1933 «Es curioso que la revolución actual de Cuba haya anunciado la adopción de medidas contra los comerciantes españoles. No será la primera vez que una revolución americana persiga a nuestros compatriotas. Tampoco será la última. El comercio español en América es una de las cosas más florecientes del nuevo mundo, y las revoluciones suelen ser enemigas de las instituciones que prosperan. Tampoco son afectas a las órdenes religiosas, que en América suelen estar constituidas por españoles, y que también progresan lo bastante para afilar los dientes de la envidia. […] Entre tanto estoy cierto de que la clase más indefensa de la tierra, en punto a buena fama, la constituyen los comerciantes españoles de América.» [Ramiro de Maeztu, «Los españoles de América», Acción Española, Tomo VII, número 38, Madrid, 1 de octubre de 1933, página 113.)

1947 «Pues bien, nosotros, los universitarios hispanoamericanos que hemos vivido y sentido ese ideal vuestro en carne de Historia Patria, en disciplinas intelectuales y culturales, algo podemos deciros de él a vosotros, españoles; algo que no es demagogia partidista, ni sentimentalismo interesado, ni música de política internacional. Nosotros, universitarios hispanoamericanos, estamos aquí en España, después de haber padecido en nosotros mismos por vuestros ideales que son nuestros; estamos aquí plenos de corazón, pero desnudos de lirismos insustanciales y, sobre todo, por encima de las rencillas partidistas y regionales de vuestro españolismo, porque nosotros, españoles de América, no concebimos sino una misma y grande España de todos los tiempos grandes y un solo y gran hispanismo, que junta en apretado haz de patrias a nuestros pueblos unidos por la sangre y por la Historia en un solo destino universal.» (Julio Ycaza Tigerino, Génesis de la independencia hispanoamericana. Alférez, Madrid 1947, páginas 7-8.)

1948 «En varias ocasiones hemos oído afirmar a personas de cierta responsabilidad que la obra de acercamiento entre España y los antiguos reinos españoles de América, emprendida por ciertos sectores espirituales de una y otra orillas del Atlántico, equivaldría a una verdadera deserción por parte de la nación española para con Europa. Se insiste en que España está en Europa y no en América, y que, por consiguiente, es en Europa y no en América donde residen y deben custodiarse sus más caros intereses. Sobre todo, en que la labor de acercamiento a Hispanoamérica traería como consecuencia inevitable –dicen ellos– un conflicto más o menos serio con Norteamérica, dado que la gran organización política sajona parece haberse reservado como esfera de influencia el territorio y la población de todas las repúblicas hispanoamericanas.» (Osvaldo Lira SSCC, «¿Hispanidad versus Europa?», Alférez, Año II, número 21, Madrid, octubre de 1948, página 8.)

1980 «Las transiciones ideológicas en los grupos que actuaban en el marco institucional establecido no tenían que ser recorridas por quienes se agitaban en la clandestinidad, en el exilio, o que ya frontalmente combatían el dominio peninsular. En ellos se descubre, con la mayor claridad, la raíz social del concepto nacional en gestación. Éste está indisolublemente ligado con la concepción del mundo, aspiraciones sociales y proyectos emancipadores de los que a sí mismos se llaman criollos o españoles americanos, directamente enfrentados al dominio económico y político de los españoles europeos.
La designación de españoles americanos, ampliamente utilizada antes y durante el período independentista, recubre, en realidad un bloque de clases sociales emergentes. No sujetas, como los indígenas, al pago del tributo, se encuentran, sin embargo, fuertemente limitadas por el pacto colonial. Los 200.000 peninsulares esparcidos a lo largo del continente controlaban, efectivamente, el aparato burocrático-administrativo y el comercio, sustancialmente monopolizado.» (Ricaurte Soler, Idea y cuestión nacional latinoamericanas. De la independencia a la emergencia del imperialismo. [1980] Siglo XXI, México 1987, página 39)

1999 «Por otra parte, ese mismo año el religioso franciscano fray José Joaquín Granados y Gálvez publicó sus famosas Tardes americanas, conocidas por su exaltada defensa de los españoles americanos en contra de sus detractores europeos. Considerando con justeza que Feijoo, en su Teatro crítico, se había quedado corto al tratar ese tema. Granados incluyó un catálogo histórico de intelectuales criollos que, según su criterio, eran la mejor prueba del talento americano.» (Iván Escamilla, José Patricio Fernández de Uribe (1742-1796). Conaculta, México 1999, página 62.)

2000 «Así pues, la demanda comercial de los españoles americanos fue creciendo de manera tal, que contribuyó –conjuntamente con la enorme liquidez de la que paulatina y sistemáticamente fue disponiendo el imperio– a generar una gravísima inflación en la península y, de paso, en toda Europa.» (Alfonso Klauer, Descubrimiento y Conquista: En las garras del Imperio, Tomo I. Alfonso Klauer, Lima 2000, página 65.)

2005 «Los diputados son elegidos por sufragio universal (salvo sirvientes domésticos, insolventes y delincuentes), las competencias de las Cortes son amplísimas y recortan mucho el poder real, abole la Inquisición, las jurisdicciones señoriales todos los tribunales extraordinarios, salvo los militares y eclesiásticos, contra cuyas decisiones se puede apelar al tribunal supremo, introduce el servicio militar obligatorio para todos los españoles; abole los diezmos, el voto de Santiago, limita las prebendas eclesiásticas y toma medidas para suprimir los monasterios; reconoce la plena igualdad política de los españoles americanos y europeos, cancela las mitas y repartimientos, y toma la delantera de Europa suprimiendo el comercio de esclavos.» (Silverio Sánchez Corredera, «Jovellanos: contribución a la teoría política», El Catoblepas, nº 38, abril 2005, página 13.)

2006 «Dicha Leyenda negra es asumida por muchos españoles americanos y peninsulares (incluidos muchos liberales de los que lucharon contra los franceses en la Guerra de la Independencia y forjaron la Constitución Nacional de 1812).» (Antonio Sánchez Martínez, «El lastre de la Leyenda Negra para la conformación de una política con plataforma en el continente Iberoamericano», El Catoblepas, nº 55, septiembre 2006, página 13.)

2008 «¿Cómo se explicaría la defensa de los españoles de América de su identidad (como nación histórica que integraba a distintas naciones étnicas) frente a los enemigos del Imperio, tal como se aprecia hasta en la misma Guerra de la Independencia?» (Antonio Sánchez Martínez, «El dos de mayo de 2008 y la Nación española», El Catoblepas, nº 75, mayo 2008, página 1.)

«En efecto, Inglaterra, inmersa en un concreto enfrentamiento de imperios y habiéndose erguido en la enemiga decidida del imperio español, se había convertido en refugio de liberales de España y América. En Londres, Mina conoce a muchos españoles americanos que, como él, llevaban consigo el airón de combate de la libertad, contra la tiranía y el absolutismo.» (Ismael Carvallo Robledo, «Xavier Mina, guerrillero», El Catoblepas, nº 75, mayo 2008, página 4.)

«En primer lugar, hay que señalar como falso que Feijoo escribiera en unas circunstancias históricas similares a las de los primeros españoles que arribaron a América, pues en el siglo XVIII hacía ya unos doscientos años que se consideraban tan españoles los habitantes de América como los peninsulares. De hecho, el Padre Feijoo escribió un discurso, para más inri en 1730, donde defendía que los «Españoles americanos», es decir, los criollos, eran tanto o más inteligentes que los peninsulares.» (José Manuel Rodríguez Pardo, El alma de los brutos en el entorno del Padre Feijoo. Biblioteca Filosofía en Español, Pentalfa, Oviedo 2008, página 359.)

2009 «Después de que la Junta de Sevilla decretó la convocatoria a las Cortes, el Consejo de Regencia de España e Indias citó a las diputaciones de América y Asia, el 14 de febrero de 1810, a representar a las provincias de ultramar elevando a los españoles americanos a hombres libres, con los mismos derechos que a la metrópoli.» (Rafael Morales Ramírez, «El espíritu de Cádiz», El Catoblepas, nº 85, marzo 2009, página 14.)

«En el periodo colonial existen algunas referencias del uso de americano para designar exclusivamente a los indígenas. Con todo, ya en 1730 aparece la expresión «español americano», usada a partir de ahí para denominar a los hijos de españoles nacidos en el Nuevo Mundo. Al final del periodo colonial, o sea, en la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, el gentilicio americano experimentó una rápida expansión semántica, siendo usado para designar a los indígenas, mestizos, criollos y a los habitantes de las ex-colonias británicas. Como afirma José María Morelos en 1810: «[…] a excepción de los europeos todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios, mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos». Esa expansión no significó la erradicación del uso de los otros conceptos ni la aparición de expresiones compuestas, como ilustra el ensayo correspondiente a México, al identificar a finales del siglo XVIII el uso corriente del trío: indios americanos, españoles americanos y españoles europeos.» [Javier Fernández Sebastián (Editor), Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850. Tomo I: Iberconceptos. Fundación Carolina. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid 2009, pág. 59]

JMRP