Filosofía en español 
Filosofía en español

Lucio García Ortega  1930-1976

Lucio García Ortega

Profesor español de filosofía, catedrático desde 1961, hasta su prematuro fallecimiento en 1976, en el Instituto Nacional de Enseñanza Media masculino de León, «Padre Isla», y traductor al español de varias obras de literatura católica escritas en lengua alemana.

Nació en la aldea de San Martín de Humada, provincia de Burgos, el 3 de marzo de 1930, séptimo de nueve hermanos, en una humilde familia de campesinos. A los diez años, año y medio después de alcanzada la Paz tras la Guerra Civil, ingresa en el Seminario Diocesano de Burgos, en el que permanece hasta 1948, cursando los cinco años preceptivos de Latín y Humanidades y los tres de Filosofía, con buenas calificaciones: 1º de Filosofía (curso 1945-46): “Lógica y Ontología” (meritissimus), “Física-Química-Anatomía” (meritissimus), “Historia de la Literatura” (meritissimus), “Hebreo” (meritissimus), “Catecismo de San Pío V” (meritissimus) y “Canto Gregoriano” (benemeritus); 2º de Filosofía (curso 1946-47): “Cosmología y Psicología” (ocho), “Historia Natural” (nueve), “Historia de la Literatura Griega y Latina” (ocho), “Italiano” (nueve), “Catecismo Romano” (nueve) y “Canto Gregoriano” (ocho); 3º de filosofía (curso 1947-48): “Teodicea-Ética-Derecho Natural” (nueve), “Historia de la Filosofía” (diez), “Ciencias Naturales” (nueve), “Sagrada Elocuencia” (nueve) y “Canto Gregoriano” (ocho).

Ya bachiller por el Seminario Diocesano de Burgos pudo continuar sus estudios en el Seminario y Universidad Pontificia de Comillas, institución que en esos años conocía una importante consolidación (en 1946 habían llegado a Comillas, procedentes de México, los primeros Legionarios de Cristo, y se había puesto la primera piedra del Pabellón Hispano-Americano, para poder atender el incremento de vocaciones católicas tras las postguerras; al final del curso anterior a la llegada de Lucio García Ortega a Comillas, había pronunciado allí José Antonio Girón, Ministro de Trabajo, su discurso “La justicia social en el nuevo Estado español, y la colaboración de los sacerdotes para su implantación”). En Comillas cursó los tres años que le permitieron obtener la Licenciatura eclesiástica en Filosofía, y terminó el primer curso de Teología (curso 1950-1951). Su antiguo compañero en Comillas, Francisco Pérez Gutiérrez (Santander 1929) –autor de Renán en España, Taurus, Madrid 1988–, quien perseveró en el sacerdocio muchos años antes de abandonar tal vocación, glosó en 2002 aquellos años:

«Por de pronto, no era un hombre oscuro. Lo que ocurría es que no desperdiciaba su luz. Tampoco era oscura su apariencia. Lo cierto es, más bien, que no tenía apariencias, y menos que pudieran resultar engañosas. No he conocido a un ser humano más transparente. Lo sigo viendo así, al cabo de los años, como entonces. ¿Y cuándo era entonces? No recuerdo con exactitud cuándo apareció en Comillas. Quizás en alguno de los últimos años cuarenta, procedente de Burgos, obligado a cursar un año de Perficit humanístico, como condición impuesta a los alumnos que procedían de otros centros antes de incorporarse a la facultad de Filosofía. Hay como una laguna mental en mi memoria, y no logro distinguirlo en el primer curso de facultad. Sí en cambio en los dos siguientes, y a continuación en el primero de la de Teología (1950-1951). No regresaría a Comillas para el inicio del segundo. Lo que sí recuerdo con relieve inequívoco es que apareció entre nosotros –el grupo de amigos incondicionales– como una suerte de grand Meaulnes que nos fue imposible ignorar, con el que no pudimos menos de contar desde el momento de su llegada, a pesar de una timidez que al principio –sólo al principio– podía confundirle con un ser huidizo y un si es no es taciturno. […]
Los que habíamos cursado el bachillerato humanístico en el seminario menor de la propia institución comillesa nos ocupamos de iniciar a Lucio en el trato de la literatura española contemporánea con la que acabábamos de intimar de la mano de un profesor excepcional. Los hombres de las tres grandes generaciones del 98, el 14 y el 27, eran nuestros maestros. Al margen de Unamuno y de Ortega, no recuerdo si Lucio manifestó preferencias determinadas estrictamente literarias. Pero es seguro que en nuestro trasiego constante de nombres y títulos estarían Baroja, Azorín, Valle-Inclán, Antonio Machado, Lorca, Miguel Hernández, Cernuda o León Felipe.
A todas estas, concluimos los cursos de Filosofía y nos separamos con nuestras flamantes licenciaturas en el bolsillo. El grupo se deshizo en parte. Algunos partieron para Alemania y Austria. Nos atraía fuertemente a todos el mundo germano, su cultura, su filosofía y su teología. Lucio regresó a Comillas y seguimos juntos el primer año de la facultad de Teología, 1950-1951. Nuestras habitaciones eran colindantes. Trabajábamos con seriedad intentando entrar en aquella teología romana que no nos gustaba, a falta de otros estímulos que sólo a los que siguiéramos adelante nos llegarían más tarde, con la Nouvelle theologie y el conocimiento científico de la Biblia. De día, y a veces de noche, nos alcanzaban los ecos de la sala de música de la planta inferior, unas veces el Gregoriano, otras Debussy o Strawinski. Fue un curso agridulce, indeciso, porque seguían atrayéndonos la Literatura y la Filosofía más que la Teología y porque la ausencia de los amigos se dejaba sentir como una punzada dolorosa.
Cuatro amigos, –uno de ellos Lucio–, tratamos de aliviar tanta pesadumbre planeando una revista cuasi clandestina. Se tituló Géminis, signo de navegantes, tal vez a la deriva, y convinimos, dado lo avanzado del curso, en que escribiríamos ensayos, notas y hasta una representación poética durante las vacaciones de verano. A la vuelta reuniríamos los originales. Y los de Lucio llegaron a su debido tiempo. Pero Lucio no regresó. Su colaboración en forma de ensayo se tituló De amore et rigore, y la breve nota adjunta, Cátedras de virtud. Pienso que se merecerían ver la luz, como torsos que son de un pensamiento sin desbastar del todo, reveladores de su talento reflexivo, ya aludido, reveladores de un impulso juvenil y a la vez sesudo, seguro en su ritmo lento, inseguro de sí, pero ponderado. No hubo segundo número, sólo cuatro ejemplares de dudosa artesanía, escritos a máquina y precariamente reproducidos.
No es preciso que diga que la separación, que no divergencia, de nuestros caminos me dejó triste y como amputado. La ausencia de Lucio me dolía como un miembro fantasma. Teníamos poco más de veinte años. Había sido una etapa de convivencia y amistad intensas, con una enorme simpatía y afinidad de pensamiento y sensibilidad. Seguimos escribiéndonos; si no con asiduidad, sí con continuidad; él desde Burgos o Madrid, yo desde Comillas, donde proseguí mis estudios, o desde Santander.» (Francisco Pérez Gutiérrez, «Memoria viva de Lucio García Ortega», en Homenaje a Lucio García Ortega, León 2002, págs. 259-265.)

«En Comillas descubrió a Ortega “a muchos nos fue lectura furtiva” y se integró en un grupo que Ignacio Escribano no duda en calificar de “grupo orteguiano”. Allí tomó conciencia de que existe algo más que la Escolástica. Seguramente José Ortega y Gasset ejerció, sin ser consciente de ello, un magisterio secreto que provocó la ruptura con los módulos de la Escolástica de una generación que tenía “algo que se parece al hastío y a la abulia”. Esa generación tomó conciencia de que la modernidad se escapaba puesto que en España “las cosas andan más medidas que nunca”. Es un tránsito generacional que se realizó de modo brutal, y Ortega tiene que ver con ello. Esa actitud en los que estudiaban Teología se manifiestó en el intento de traducir a teología los modos elegantes de Ortega. Algunos fueron expulsados de Comillas y otros salieron con clara conciencia de que las salidas personales no eran permitidas por el Régimen.» (Rafael García Romero [hijo de Lucio], «Los surcos de la memoria», 1999.)

Abandono de la carrera eclesiástica

Tras el verano de 1951 decide no volver a Comillas, y el abandono de la carrera eclesiástica le obliga, para poder seguir estudiando, a tener que revalidar incluso el título de bachiller. Tras examinarse en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de Burgos de las asignaturas complementarias necesarias para poder convalidar sus estudios eclesiásticos, el 9 de julio de 1952 aprueba en la Universidad de Valladolid el Examen de Estado que le reconoce el título civil de Bachiller y que le permite incorporarse a cualquier universidad estatal. El curso 1952-1953 puede así comenzar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid.

El Concordato establecido el 27 de agosto de 1953 entre la Santa Sede y España dejaba previsto, en su artículo treinta, número dos, que «los grados mayores en Ciencias eclesiásticas conferidos a clérigos o seglares por las Facultades aprobadas por la Santa Sede, serán reconocidos, a todos los efectos por el Estado español». Mediante decreto de 6 de octubre de 1954 (BOE 27 octubre 1954) se aplicó tal acuerdo y, en consecuencia, tras cursar los cursos comunes (cursos 1952-53 a 1954-55), pudo Lucio Gil Ortega convalidar la mayor parte de las asignaturas de la especialidad de Filosofía, excepto “Estética”, “Antropología”, “Historia de la Filosofía” y “Filosofía de la Historia”.

El domingo 24 de julio de 1955, ante el mismísimo Jefe del Estado, general Francisco Franco, inauguró la ciudad de Burgos la renovada Plaza del Mío Cid (antigua plaza de San Pablo) con la estatua ecuestre en bronce del Campeador esculpida por Juan Cristóbal, de donde partía la Vía Cidiana, y Lucio García Ortega aprovechó los juegos florales del momento para recaudar tres mil pesetas, aquel verano en el que, a la espera de confirmar unas convalidaciones, ya casi era licenciado civil en Filosofía.

«Han sido concedidos los premios de los Juegos Florales organizados como homenaje al Cid. Burgos 19. El jurado encargado de discernir los premios de los Juegos Florales que como homenaje al Cid Campeador se celebrarán el próximo domingo, y en los que actuará de mantenedor el escritor D. Eugenio Montes, ha emitido el siguiente fallo: […] De los temas en prosa han sido declarados desiertos los dos primeros. El tercero, sobre el tema “El Cid o la sabiduría política”, de 3.000 pesetas, se ha concedido a D. Lucio García Ortega, de Burgos.» (ABC, Madrid, miércoles 20 de julio de 1955, pág. 41.)

El discurso en el homenaje a Ortega

Recién comenzado el nuevo curso se muere Ortega, el 18 de octubre de 1955, y un mes más tarde la Universidad de Madrid celebra un cuidado acto académico oficial, en su memoria y homenaje, para el que los organizadores seleccionan a Lucio García Ortega como el estudiante que debe hablar, en tanto que alumno de quinto curso de Filosofía. Sin duda influyó su madurez, lograda al haber tenido que realizar el circuito eclesiástico como condición necesaria para poder estudiar, que le hacía diferente de sus compañeros de curso, más jóvenes y de procedencia burguesa. No era un alumno anónimo el que iba a intervenir en el homenaje a Ortega, hasta el ABC incorporaba su nombre a la convocatoria:

«La Universidad de Madrid celebrará hoy un acto académico en memoria de Ortega y Gasset. En el paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras se celebrará esta mañana, a las doce, un acto académico dedicado por la Universidad de Madrid a la memoria de don José Ortega y Gasset. Intervendrán don Ángel González Álvarez y D. Emilio García Gómez, de la Facultad de Filosofía y Letras; D. Joaquín Garrigues, de la de Derecho; D. Gregorio Marañón, de la de Medicina; el rector de la Universidad de Madrid, D. Pedro Laín Entralgo, y el alumno de quinto curso de Filosofía, D. Lucio García Ortega.» (ABC, Madrid, viernes 18 de noviembre de 1955, pág. 42.)

«La Universidad de Madrid rindió ayer homenaje a la memoria de don José Ortega y Gasset. El acto se celebró en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria. […] Presidieron el rector de la Universidad de Madrid, Sr. Laín Entralgo, acompañado del decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Sr. Sánchez Cantón, y todos los oradores que habían de intervenir en el homenaje. Hizo uso de la palabra, en primer lugar, el Sr. Sánchez Cantón, quien dijo que la Universidad de Madrid se honraba al honrar a D. José Ortega y Gasset, precisamente en el seno de esta Facultad, donde aquél explicó y trabajó. Intervino después, en nombre de los alumnos de la Facultad, D. Lucio García Ortega, alumno del quinto curso, que puso de relieve la pérdida que la Universidad española había sufrido con la muerte de Ortega. Habló también D. Ángel González Álvarez, catedrático de Metafísica de la Facultad de Filosofía, que sustituyó a Ortega y Gasset en la cátedra. Pidió que no faltara hoy ni una corona de laurel en su tumba ni una oración en el espacio. […]» (ABC, Madrid, sábado 19 de noviembre de 1955, pág. 37.)

Lucio García Ortega, Discurso sobre Ortega

Nosotros, jóvenes pacíficos, hemos asomado a la vida cultural gritando sin saber seguramente lo que queríamos. Esto les ocurre a todos los jóvenes.

Ortega nos hubiera dicho, como a los argentinos de hace tiempo, que le merecíamos más esperanza que confianza. Y es cierto que todos estamos sembrados de esperanzas, pero eso no es más que un signo de la generosidad de los mayores; porque los mayores siempre siembran sus ilusiones en tierras jóvenes.

Pero hay entre nosotros demasiados que no merecen confianza, que ni siquiera confían en sí mismos.

Me decía un amigo en cierta ocasión que la sabiduría de los hombres se mide por la cantidad de escepticismo que son capaces de soportar. Si fuera cierto, tendría que decir que sabemos demasiado.

Y tal vez lo sea, porque más que el entusiasmo abunda entre nosotros la risa muchas veces vieja y socarrona. Tenemos algo que se parece al hastío y a la abulia.

Es efecto, sin duda, de una interior indisciplina, cosa paradójica si se observa que las cosas andan más medidas que nunca. Pero es un hecho –sea cual sea su razón– que no nos entusiasmamos fácilmente.

Y he aquí que tenemos que disculparnos un poco de no haber gritado más por Ortega, disculpándonos así a la vez del reproche que hace poco nos hizo Julián Marías mientras nos decía lo que se había perdido y lo que aún restaba

Hay que empezar diciendo que Ortega era para cada uno de nosotros una aventura personal. Cada uno se ha encontrado con sus libros por su cuenta y riesgo. A unos pocos quizás les fuera aconsejado, a muchos nos fue lectura furtiva y otros le habrán descubierto porque sí…, como se descubren todas las cosas.

Y después de ese primer encuentro, cada uno se ha hecho su opinión sobre Ortega, porque todo joven con un mínimo de juventud en la punta del alma, en el momento de los descubrimientos, olvida consejos y desprecia prohibiciones, atendiendo exclusivamente a sí mismo.

Y así ocurre que Ortega es para nosotros una experiencia solitaria, una aventura personal. De él apenas se puede hablar. Los que le critican y los entusiastas, tanto como esa casta de los compasivos –siempre numerosa en torno a los grandes hombres–, no hacen más que hablar de sí mismos.

Por esta razón debe enojar a algunos lo que llaman su «carencia de sistema»: hablar de un hombre así es un poco arriesgado y embarazoso para todos los que creen que la verdad está sólo en los sistemas.

Pero por la misma razón los entusiastas se emborrachan con él: ellos siempre han creído que un sistema no es más que la funcionalización de verdades descubiertas.

Y así también podemos decir que los que le compadecen tienen lástima de sí mismos: a los que le pedimos «un poco más de destino en su mirada», sabedores que somos de aquella verdad cruel que dice Hebbel: «Del destino sólo libra la nulidad.»

Y bien… ¿qué ha sido Ortega para nosotros?

Desde luego, no ha sido político. Le hemos perdonado fácilmente la virtud de haberlo sido. Esa dicha suya está al margen de nuestra relación con él.

Fue primeramente un hombre: un humanista.

Su lectura no sólo recreaba o convencía; era algo mucho más fuerte: nos empujaba como si la fuerza de muchos brazos naciera de entre las hojas impresas; nos inclinaba a la sinceridad y a la dura realidad, pero la mayoría de las veces sólo nos empujaba hacia ese abismo donde nada se sabe –raíz de la sabiduría, porque siempre el saber arraiga en abismos–, o sencillamente hacia nosotros mismos.

Ortega ha tenido figura y ritmo socrático. Por eso nunca le hemos buscado ni exigido un sistema: únicamente nos buscábamos a nosotros mismos.

Ortega ha sido, además, un espectáculo.

Su obra y su persona nos han parecido un magnífico espectáculo. Ha sabido presentarse y representarse: así las ideas siempre vinieron envueltas en circunstancias de teatro. Eso nos lo pareció su dulce retórica y eso fue su agridulce egotismo. Para nosotros, jóvenes pacíficos, ha sido un bello espectáculo. ¿Y quién dice que la verdad habita sólo en el sistema? El mito del teatro de la vida es también una aguda verdad.

Finalmente, Ortega ha sido para nosotros una figura un tanto fantasmal.

Nunca supimos dónde estaba y cuando lo sabíamos podía estar ya en otro sitio. Cuando esperábamos su libro, siempre fue otro libro el que tuvimos. Cuando parecía una costumbre, cuando casi iba a serlo para nosotros, murió.

Todo esto ha sido para nosotros y por todo, por su humanismo y su teatro, hasta por sus fantasmagorías, ha merecido nuestra simpatía. Porque todo esto es pasión nuestra. Jamás hemos podido creer que los demás le entiendan mejor, porque le tenemos como algo nuestro.

Hasta dudamos de que se le entienda, al ver su figura como bandera en pro o en contra. Le alaban y le critican, le compadecen y le persiguen. Hay de todo. Pero firmemente creemos que un hombre no es más que eso: un hombre, y nunca una razón en pro o en contra.

Por todo ello, por el juego complicado de humanista, personaje y fantasma que ha hecho ante nuestros ojos y por la diversidad de opiniones que hemos oído, Ortega se nos ha convertido en un problema.

Y no se nos pida una solución. A él mismo le agradaría quedarse entre nosotros así, como problema; siéndolo, es por ello algo vivo.

Y nosotros preferimos que reste como cuestión, porque si todo se resuelve, ¿qué vamos a hacer nosotros, señores, sino «crear problemas»?

Pero que su figura quede problemática no significa que vaya a estar al margen de nuestra historia cultural. En la Historia encarnan los sistemas, un ejemplo es Aristóteles, pero también encarnan esos hombres problemáticos que no enseñaron otra cosa que «hacer definiciones», como Sócrates; le entendieron, le glorificaron, se rieron de él y hasta le condenaron por impertinente, pero su figura aún no tiene una eticidad ejemplar.

Así Ortega entrará en la historia como en nuestra propia vivencia. En rudo contraste con el otro gran hombre, Unamuno, que se nos metió en el alma como un puñado de sal en el corazón abierto, Ortega se nos entró sin casi darnos cuenta, como pensamiento teórico –visión y contemplación–, con ese gesto desdeñoso y ensimismado, casi insolente, de espectador.

Para que nadie tomara a mal estas cosas empecé amparándome en un «nosotros» y, además, en mis efectos de joven y pacífico. Ahora quizá se enfaden algunos por menos jóvenes o por más polémicos…

No quiero tener ocasión de defenderme y por eso dije también que Ortega es una experiencia solitaria y una aventura personal.

Publicado en el opúsculo Homenaje a Ortega, Universidad de Madrid 1955. Reeditado por Rafael García Moreno en Revista de Occidente, nº 216, Madrid 1999. Tomado de Homenaje a Lucio García Ortega, León 2002, págs. 47-49.

El protagonismo que en ese homenaje cupo al alumno exseminarista tuvo efectos inmediatos: arreglaron ese mismo día, sobre la marcha, una beca de la Sección de Protección Escolar y Asistencia Social del Ministerio de Educación Nacional, inicio de un periodo en el que había de ser huésped, durante cinco cursos, de colegios mayores universitarios que eran mantenidos por el Estado: esa misma noche ingresó en el Colegio Mayor «Antonio de Nebrija», donde permaneció ese curso: el 28 de junio de 1956 realizó el examen de Licenciatura, obteniendo sobresaliente y premio extraordinario, con un trabajo sobre Problemas éticos de los Hermanos Karamazov. A principios del curso siguiente se trasladó durante dos cursos al Colegio Español «Santiago» de Munich (cursos 1956-1958), y vuelto a Madrid disfrutó de otros dos cursos en el Colegio Mayor «César Carlos» (cursos 1958-60).

Dos cursos en Munich, el Colegio Español “Santiago”

La convocatoria de becas para postgraduados españoles en el extranjero, publicada por la Comisaría de Protección Escolar y Asistencia Social (BOE de 9 de junio de 1956), contemplaba tres tipos de becas: a) en el Colegio de España de París, b) en el Colegio de España de Santiago de Munich, y c) en cualquier otro colegio o residencia europea o del norte de África. A las becas a) y b) sólo podían concurrir varones, y para cada grupo estaba previsto conceder hasta veinte becas. La dotación de las becas del Colegio Español de Santiago, en Munich, era de 2.315 pesetas (equivalentes a 250 marcos alemanes) mensuales. En octubre de 1956 ya es becario del Colegio Español “Santiago” de Munich.

En Munich dominó el alemán y coincidió con un presbítero pretencioso, algo más joven que él, llegado directamente de Comillas, suplido su secreto de ser anónimo hijo de un colega mediante ciertos delirios de grandeza, quien, tras abandonar el sacerdocio, ya fallecido Lucio García Ortega y convertido él en duque consorte tras religioso himeneo con una viuda, XVIII duquesa de Alba, había de firmar en 1981, en El País, un artículo faltón o, como mínimo, peculiar: «Memoria de un hombre oscuro».

«En el Colegio “Santiago” le corresponde la habitación 302, la misma que ocupa ahora el director del centro. Allí coincide, entre otros, con Raimundo Drudis Baldrich (con quien traducirá más tarde la Teología Dogmática de Schmaus), con Ignacio Escribano, con Alfonso López Quintás y con el sacerdote José María Javierre, que es en ese momento el rector del colegio. En Munich conoce también a Jesús Aguirre, que entre 1969 y 1977 será director de la sección extranjera de Ediciones Taurus y director general de la editorial y le encargará tres de la docena larga de traducciones del alemán que realizó desde 1959 hasta su muerte. En la ciudad alemana trabará amistad, además, con el pintor Luis García Zurdo, con quien coincidirá más tarde en León. En esta época aparece documentada por primera vez su afición al teatro. Interpreta el papel de capitán (Der Hauptmann) en la versión en alemán (Und wieder der teufel) de la obra Otra vez el diablo de Alejandro Casona.» (Carlos Suárez González, «Datos cronológicos…», 2002, pág. 21.)

Dos cursos en Madrid, el Colegio Mayor “César Carlos”

Vuelto a Madrid, colegial del César Carlos (donde coincide con Emilio Cassinello, Jesús Ibáñez, Elías Díaz, &c.), se matricula en los cursos de Doctorado, cursa las asignaturas de Pedagogía y Didáctica para poder optar al profesorado en enseñanza media, y es nombrado profesor ayudante de clases prácticas por José Luis López Aranguren, en su cátedra de Ética y Sociología (cursos 1958-59 y 1959-60), inscribiendo bajo su dirección, el 20 de octubre de 1958, un proyecto de tesis doctoral titulada Inclinación y deber (de Kant a Hans Reiner).

Aranguren se había incorporado como profesor a la Universidad de Madrid en 1955: recién leída su tesis doctoral, a los 45 años, en mayo de 1954, ya en septiembre pudo firmar aquella famosa oposición, armoniosamente convocada, que le asignó en 1955 la cátedra de Madrid mientras relegaba al dominico José Todolí a la Universidad de Valencia. Tensiones político clericales católicas de entonces que acabarían por hacer imprescindible convocar hasta un Concilio, y que afectaban de lleno, como es natural, a un joven estudiante como Lucio García Ortega, que había pasado la mitad de su vida interno en seminarios. En 1982 el editor Carlos Suárez inició una publicación efímera de textos de Lucio García, y solicitó de Aranguren un prólogo para el breve trabajo titulado Los pecados capitales, que permanecía manuscrito. Aranguren sólo escribió cuatro párrafos, pero incluyen una entrañable anécdota que sirve muy bien para entender aquella deliciosa y coyuntural simbiosis entrambos, cuando tras su primera clase en la universidad se le apareció el discípulo que le convertía en maestro

«Conocí a Lucio García Ortega sólo como alumno o, mejor dicho, discípulo. Luego –y antes, a través de su participación en el Homenaje a Ortega y Gasset, con motivo de su fallecimiento– como escritor y pensador, en mi propio Homenaje. Y en fin, ahora, hace poco, como autor de trabajos inéditos, preparados para su inmediata publicación por fin. […] Lucio no fue, ni tenía por qué ser alumno oficial mío, puesto que para la convalidación de su título sólo tenía que aprobar en la Universidad de Madrid aquellas materias no cursadas en Comillas. Y la Ética, obviamente, sí que figuraba en su currículum comillés. Sin embargo asistió puntualmente a todas mis clases, pero lo hizo como discípulo voluntario y hasta, me atrevo a decir, devoto. (Su análisis de la ingenuidad viene a punto aquí: yo diría que su relación discipular conmigo perteneció al estadio ingenuo de su vida.) Una anécdota muestra su, por entonces, sentido reverencial: fue al terminar mi primera clase cuando se me acercó lleno de respeto, se presentó y habló entrecortadamente, para terminar la breve conversación tomándome la mano en ademán, casi transformado en acto plenamente cumplido, de besarla, reiterando así, quizás con mayor sentido subjetivo que nunca, un gesto mil veces realizado durante su estancia en Comillas. Ante mí y para mí, Lucio fue siempre el discípulo. Lo fue cuando, años después, catedrático en León y casado, vino a visitarme acompañado de su esposa. Lo fue, en fin, al colaborar en mi Homenaje antes aludido.» (Jose Luis López Aranguren, «El discípulo y el maestro», prólogo de 1982, en Homenaje…, págs. 255-256.)

«En aquellos cursos y seminarios de Aranguren fue, creo, donde conocí, entre otros, a los que desde entonces fueron también amigos como Javier Muguerza, Jesús Aguirre, Pedro Cerezo, Lucio García Ortega, José Manteiga, Francisco Gracia…» (Elías Díaz, «Aranguren: ética y política», Revista de Hispanismo filosófico, Madrid 2006, nº 11, pág. 12.)

«Éste es el Aranguren que yo había conocido personalmente en el curso 1957-1958 como libre oyente de sus lecciones de Ética en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. Todavía conservo las notas y apuntes de sus clases de ese año sobre “Ética anglosajona contemporánea” y, además, sobre “Problemas fundamentales de ética”, que enseguida serían incorporados a esa gran obra de 1958: la moral como estructura, la moral como contenido, Aristóteles y Zubiri como esenciales inspiradores. Mi interés hacia él, antes con la lectura de todos sus otros libros, se reafirmó allí –en sus clases y en su trato personal– con carácter todavía más definitivo. Me lo había presentado Joaquín Ruiz-Giménez, con quien algo antes había comenzado yo a trabajar en su cátedra de Filosofía del Derecho de la Universidad de Salamanca. En esta universidad, mi otro punto de referencia, o polo de atracción –permítanseme estas breves digresiones personales–, era, y lo sería en los años siguientes cada vez más, tanto en su faceta política como en la intelectual, el profesor Enrique Tierno Galván. En aquellos cursos y seminarios de Aranguren fue, creo, donde conocí, entre otros, a los que desde entonces fueron también amigos, como Javier Muguerza, Jesús Aguirre, Pedro Cerezo, Lucio García Ortega, José Manteiga, Francisco Gracia… Volviendo ahora a todo esto, cuando hace ya tiempo que no tenemos entre nosotros al querido maestro, evoco de entonces y después tantos recuerdos, tantas conversaciones y debates, tantas enseñanzas transmitidas por él sin engolamiento alguno, como sin querer, con aquel tono suave y amable escepticismo suyo. Para todo contábamos con Aranguren, incluso para disentir. Y así hasta el final, hasta casi sus últimos momentos.» (Elías Díaz, “Entre los viejos maestros”, en Aranguren. Filosofía en la vida y vida en la filosofía, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid 2009, págs. 254-255.)

Catedrático Numerario de Filosofía de Institutos Nacionales de Enseñanza Media

En 1959 se presenta a las oposiciones a cátedras de filosofía en Institutos Nacionales de Enseñanza Media (convocadas en el BOE de 16 de febrero). Gana una plaza y queda incorporado al Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Institutos Nacionales de Enseñanza Media, siendo destinado, el 26 de enero de 1960, al INEM Masculino “Ximénez de Rada” de Pamplona, donde permanece dos cursos.

En 1956 había conocido a Dolores Romero, que se convierte en esposa del nuevo catedrático de filosofía el 20 de agosto de 1960, en matrimonio celebrado en Burgos, iglesia de San Gil; tuvieron tres hijos: Dolores en 1961, Rafael en 1963, y Antonio en 1964.

Desde el primero de octubre de 1961 pasa a desempeñar su cátedra de filosofía en el INEM “Padre Isla” de León, compatibilizando la docencia con una fecunda labor como traductor, sobre todo para Ediciones Rialp (vinculada al Opus Dei), Revista de Occidente y Taurus Ediciones.

Desde 1963, hasta su muerte, ejerció como Secretario del Instituto, y en junio de 1964 fue nombrado también Jefe de Estudios del “Padre Isla” (aunque, ese año, intenta sin éxito el traslado a Valladolid).

«…En septiembre volví al Padre Isla. —¿Y qué tal? —Fue mi salvación. Tuve profesores extraordinarios y donde fallaba me apuntaló mi padre. Entré en contacto con la filosofía a través de don Lucio García Ortega, un profesor que, desde el existencialismo cristiano de Kierkegaard y de Unamuno más el de Sartre y Heidegger, nos hizo perder la fe. Tendría 40 años. Supe luego que estaba en contacto con Gustavo Bueno. Murió a los cincuenta y tantos, de infarto. Procedía del Seminario de Burgos y de la Universidad de Comillas. Era director de teatro y montó “Esperando a Godot”. Otro profesor importante era don Luis, canónigo de la catedral y profesor de Literatura, que nos dio a leer el “Fray Gerundio de Campazas” y que, comentábamos entre nosotros, como en “San Manuel Bueno, mártir”, había perdido la fe pero seguía subiendo al púlpito. Tenía una ironía impresionante. Canté en el coro del instituto, que llevaba el capellán. Me decanté por las Letras. Los profesores eran muy buenos pero muy estrictos y rigurosos, y yo, como tendía al mínimo esfuerzo, tenía que espabilarme. Jugué al fútbol, de interior, en el instituto –que siempre perdía contra los Maristas– y también en el Puente Castro. Se me abrió el mundo. Tenía amigos en el barrio, hacíamos montañismo, excursiones, alguna vez nos coló mi padre en la vía estrecha… Alguna verbena, llegaba a casa a las once, aunque mi madre me ponía de límite a las diez. Dejé de ir a misa, sin desgarro.» (Tomás García López, «Quise ser misionero, influir en los demás y vivir aventuras», La Nueva España, Oviedo, 20 de junio de 2012.)

Su afición al teatro le lleva a dirigir el grupo de teatro de su Instituto, que representa Esperando a Godot, de Samuel Bechett, el 7 de marzo de 1965, y Santa Juana de los Mataderos, de Bertolt Brech, el 2 de marzo de 1966.

En 1970 fue uno de los veintidós colaboradores de libro Teoría y Sociedad. Homenaje al profesor Aranguren, con un trabajo titulado «El moralista en la sociedad» (págs. 397-408).

El 18 de agosto de 1976 se muere en León, víctima de un ataque cardiaco, a los 46 años. Al día siguiente La Hora Leonesa da la noticia a dos columnas, y el entonces director de Diario de León, Alfredo Marcos Oteruelo [1932-2004, miembro del Opus Dei, quien en 1981 había de doctorarse en Filosofía con una tesis sobre Gumersindo de Azcárate, dirigida por Ángel González Álvarez], firma en su periódico la sentida necrológica «Ha muerto Lucio García Ortega, profesor y filósofo». Unos días después, el 24 de agosto, Diario de León publica «Meditación pequeña ante una muerte grande: la de D. Lucio García Ortega», firmado por el Presidente de la Asociación de Catedráticos de Institutos Nacionales de Enseñanza Media (lo era entonces José María Conejo Azcona, catedrático de filosofía).

Pervivencia y recuperación de su obra

Un lustro después de su muerte, el entonces estudiante de periodismo Carlos Suárez González, antiguo alumno del instituto Padre Isla y uno de los impulsores del leonés Grupo Editorial Margen, decide recuperar para la imprenta algunos textos de Lucio García Ortega. El más asequible es el publicado en 1970 en homenaje a Aranguren, y Margen solicita al duque consorte de Alba un prólogo que acompañe la edición de tal artículo. Agitados así sus recuerdos muniqueses de veinticinco años atrás, Jesús Aguirre no se puede contener y se adelanta a publicar, lo que había de ser un prólogo, en el diario El País (Madrid, sábado 25 de julio de 1981), con título y contenido algo desconcertante –“Memoria de un hombre oscuro”– aunque muy propio de la peculiar personalidad del otrora capellán de la Ciudad Universitaria de Madrid. Ese mismo verano de 1981 solicita también Carlos Suárez autorización de la familia para poder buscar entre los textos manuscritos y los papeles conservados de Lucio García Ortega. Y así, la Editorial Margen deja ya publicado en 1981 el opúsculo de 12 páginas titulado El moralista en la sociedad, rotulado como «Obras completas, 1» de Lucio García Ortega. En 1982 la editorial Margen publicará otras dos entregas de tales «obras completas»: Los pecados capitales, un manuscrito inédito transcrito por Carlos Suárez, revisado y prologado por Aranguren (24 páginas), y Ernst Bloch o la religión como utopía (36 páginas). Quedan sin aparecer otros dos opúsculos previstos y una proyectada publicación en homenaje a Lucio García Ortega, para la que ya se habían recibido incluso algunas de las colaboraciones solicitadas.

Rafael García Romero, segundo hijo de Lucio, cumplía 18 años cuando Carlos Suárez se interesaba por los papeles de su padre, y se incorporó después incluso a los últimos tiempos del grupo editorial Margen… Más de quince años después le correspondió recuperar la tarea que había iniciado su amigo:

«El viaje a la memoria, desaparecido el Grupo editorial Margen, se hilvana de nuevo en 1998. José Luis Molinuevo, quiere publicar el “Discurso sobre Ortega” en Revista de Occidente. No sé la razón última de su empeño, nos acabábamos de conocer y no tardó ni cinco minutos en solicitar su publicación, pero sí conozco las consecuencias de su apuesta. Me pide también una “presentación”. Ambas se publican en mayo de 1999. Diez meses más tarde, el I.E.S. “Padre Isla” organiza unas Jornadas sobre los Derechos humanos (Mesa Redonda y Ciclo de Conferencias) en homenaje a Lucio García Ortega. Tras las “Jornadas” me encargan la búsqueda de escritos inéditos, palabras, memoria. He de confesar que siempre creí que la tarea estaba realizada ya por Carlos Suárez, pero cuando busqué su rastro y su rostro en el “cuarto de los libros”, ese cuarto donde cohabitaban la pintura, los libros y Lucio, encontré demasiadas carpetas. De esa desmesura de folios, cuartillas y cachos de papel, he rescatado lo que aquí se publica. Aquellas “Jornadas” son la simiente de este libro. Él acecha. Espero que no se sienta airado.» (Rafael García Romero, «Presentación», Homenaje a Lucio García Ortega, León 2002, pág. 36.)

En efecto, un cuarto de siglo después de su muerte, en marzo de 2000, el Instituto Padre Isla de León organiza un homenaje a quien durante quince años fue su catedrático de filosofía, recuerdo que cuajó, dos años después, al quedar publicado el libro Homenaje a Lucio García Ortega (cuyo colofón va fechado el 22 de abril de 2002, «festividad de San Lucio, onomástica del homenajeado»).

El homenaje de marzo de 2000 se celebró a lo largo de cuatro días, y consistió en una mesa redonda sobre la persona de Lucio García Ortega (28 marzo) y tres conferencias sobre los Derechos Humanos: de Gustavo Bueno (el 29 de marzo, quien había coincidido en los años sesenta con el catedrático de filosofía de León cuando, como catedrático de filosofía de la Universidad de Oviedo, presidía el tribunal para los exámenes de reválida que existían en el bachillerato, al pertenecer León entonces al distrito universitario de Oviedo), de Elías Díaz (el 30 de marzo; compañero de Lucio García Ortega en el “César Carlos”) y de Tomás Pollán (4 de abril; cuyo texto es el único ausente en el volumen de homenaje).

El libro Homenaje a Lucio García Ortega (León 2002, 335 págs.), coordinado por Francisco Javier Fuente Fernández y Emilio Geijo Rodríguez, ofrece una selección de sus escritos, publicados e inéditos, dispuesta por su hijo Rafael García Romero; una cuidadosa reconstrucción cronológico biográfica dispuesta por Carlos Suárez González [editor póstumo, desde el Grupo Editorial Margen, de alguno de sus escritos en 1981]; varios escritos testimoniales y el texto de dos de las tres conferencias pronunciadas en el homenaje de marzo de 2000. Este es el índice del libro:

Homenaje a Lucio García Ortega
Ayuntamiento de León & Instituto Padre Isla
León 2002, 335 páginas

Presentación, Javier García Prieto [concejal de cultura de León], 7
Prólogo, Emilio Geijo Rodríguez y Javier Fuente Fernández, 9

I. Datos cronológicos y biográficos de la vida y de la obra de Lucio García Ortega, Carlos Suárez González, 15

II. Escritos de Lucio García Ortega
2.1. Presentación, Rafael García Romero, 35
 
2.2. Obra publicada
Discurso sobre Ortega, 47
Pacem in terris, 51
Problemas del tiempo libre, 59
El moralista en la sociedad, 65
Ernst Bloch o la religión como utopía, 75
Los pecados capitales, 99
 
2.2. Obra inédita
Los libros, 103
La moralización de la vida pública, 105
Presentación de Amanecer de Murnau en el cine Azul, 111
Dos metafísicas, 115
Conservadores y liberales, 119
Crisis del heroísmo, 121
Nuestra locura, 123
Sobre la ética, 127
Dostoyevski, 133
Dostoyevski: un estilo ético de pensamiento, 135
Los justos, 173
El pícaro, 183
Ingenuidad, 189
Realismo y ciencia, 195
La maldad de la inteligencia, 201
Marx, hereje, 203
La salvación en los elementos, 205
Maternidad, 213
Profecía, 219

III. Testimonios literarios
Memoria de un hombre oscuro [1981], Jesús Aguirre, 225
Una bocanada de aire fresco, Kike Cardiaco, 229
Semblanza de Lucio, Miguel Ángel Cordero del Campo, 231
El joven que prometía, Miguel Ángel Cordero del Campo, 235
Mi recuerdo de Lucio García Ortega, Miguel Cordero del Campillo, 237
Memoria parcial de quien me dio a leer el Ulises, Ernesto Escapa, 239
Jugando con el otro, Ignacio Escribano Alberca, 241
Los surcos de la memoria [1999], Rafael García Romero, 245
Lección Magistral, Bernardino González Pérez, 251
Lucio García Ortega: recuerdo de un perdedor, Jesús Ibáñez, 253
El discípulo y el maestro [1982], José Luis López Aranguren, 255
El moralista, Graciliano Palomo García, 257
Memoria viva de Lucio García Ortega, Francisco Pérez Gutiérrez, 259
Una estela silenciosa, Ildefonso Rodríguez, 267
Lucio García Ortega y Juan de Mairena, Eduardo Zorita Tomillo, 271

IV. Conferencias
Los Derechos Humanos, Gustavo Bueno, 275
Derechos humanos y estado de derecho, Elías Díaz, 313

Bibliografía de Lucio García Ortega

1959 Traducción de Lucio García Ortega y Raimundo Drudis Baldrich, de Michael Schmaus, Teología dogmática, Ediciones Rialp, Madrid 1959-1963, 8 vols.

1960 Traducción de Otto Friedrich Bollnow, Esencia y cambios de las virtudes, prólogo de José Luis L. Aranguren, Revista de Occidente, Madrid 1960, 321 págs.

Traducción del alemán de Helmuth Plessner, La risa y el llanto, Revista de Occidente, Madrid 1960, 270 págs.

1961 Traducción del alemán de Hans Zbinden & alii, La conciencia moral, Revista de Occidente, Madrid 1961, 282 págs.

Traducción, con Justo Molina y Andrés Sánchez Pascual, de Karl Rahner, Escritos de Teología, Taurus Ediciones, Madrid 1961, 5 vols.

1962 Traducción de Albert Erhard, Las iglesias griega y latina, Ediciones Rialp (Manuales de la Biblioteca del pensamiento actual, 8: Historia de la Iglesia, tomo II), Madrid 1962, 511 págs.

Traducción de Wilhelm Neuss, La Iglesia en la Edad Moderna y en la actualidad, Ediciones Rialp (Manuales de la Biblioteca del pensamiento actual, 8: Historia de la Iglesia, tomo IV), Madrid 1962, 695 págs.

Traducción de Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual, Ediciones Rialp (Naturaleza e Historia, 2), Madrid 1962, 340 págs.

1963 Traducción de Wilhelm Lettenbauer, Moscú, la tercera Roma, Taurus (Cuadernos Taurus, 55), Madrid 1963, 71 págs.

Traducción de Joseph Lortz, Historia de la Reforma, Taurus, Madrid 1963, 2 vols.

1964 «Pacem in Terris. Introducción: un comentario a la encíclica del Papa Juan XXIII», Colligite, León 1964, nº 38, págs. 70-76.

Traducción de Theodor Haecker, Diario del día y de la noche, Ediciones Rialp (Biblioteca del Pensamiento Actual, 118), Madrid 1964, 329 págs.

Traducción de Friedrich Dessauer, Discusión sobre la técnica, Ediciones Rialp (Colección Rialp de Cuestiones Fundamentales, 10), Madrid 1964, 492 págs.

Traducción de Joseph Höffner, Doctrina social cristiana, Ediciones Rialp (Naturaleza e Historia, 10), Madrid 1964, 357 págs.

1965 «El problema de los tiempos libres», Colligite, León 1965, nº 43, págs. 51-57.

1970 «El moralista en la sociedad», en Teoría y Sociedad. Homenaje al profesor Aranguren, Ariel, Barcelona 1970, págs. 397-408.

Traducción de Sigurd Hild, Educación sexual, Editorial Everest, León 1970, 222 págs.

1971 Traducción de Sigurd Hild, La educación sexual de los niños. Manual práctico para los padres, Círculo de Lectores, Barcelona 1971, 204 págs. 21ª edición: Barcelona 1972.

1974 «Ernst Bloch o la religión como utopía», Archivos Leoneses, León 1974, tomo XXVIII, nº 55-56, págs. 161-187.

1981 El moralista en la sociedad, Margen (Obras completas, 1), León 1981, 12 págs. (DL 1905-81)

1982 Los pecados capitales, edición de Carlos Suárez, corregida por José Luis L. Aranguren, Margen (Obras completas, 2), León 1982, 24 págs. (DL 307-82)

Ernst Bloch o la religión como utopía, Margen (Obras completas, 3), León 1982, 36 págs. (DL 344-82)

Bibliografía sobre Lucio García Ortega

1999 Rafael García Romero, «Los surcos de la memoria. Recuerdo de Lucio García Ortega», Revista de Occidente, Madrid, mayo 1999, nº 216, págs. 23-30. En Homenaje a Lucio García Ortega, León 2002, págs. 245-249.

2002 Carlos Suárez González, «Datos cronológicos y biográficos de la vida y de la obra de Lucio García Ortega», en Homenaje a Lucio García Ortega, León 2002, págs. 13-31.

Sobre Lucio García Ortega en Filosofía en español

1970 Teoría y Sociedad. Homenaje al profesor Aranguren, Ariel, Barcelona 1970.

1979 José Luis Abellán, «La muerte de Ortega y Gasset y la generación de 1956», Triunfo, Madrid, 23 de junio de 1979, número 856, páginas 58-60.

1981 Jesús Aguirre, «Memoria de un hombre oscuro [Lucio García Ortega]», (El País, Madrid, sábado 25 de julio de 1981.)

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