Filosofía en español 
Filosofía en español

Tomás Gómez Carral SJ  1837-1898

Jesuita español que en 1881 supo reorientar la voluntad inicial de Antonio López López (1817-1883), primer marqués de Comillas, de construir un colegio de segunda enseñanza en su pueblo natal, hacia la fundación en ese lugar de un «Seminario de Pobres»; que supo luego mantener el interés por el proyecto en Claudio López Brú, marqués de Comillas desde 1883; y logró que se inaugurase en 1889 el edificio donde, una vez reconocido al año siguiente por León XIII como Seminario Pontificio, iniciaron los primeros seminaristas sus estudios a principios de 1892. En 1904, cuando se graduaba la primera promoción, fue ese Seminario reconocido como Universidad Pontificia de Comillas, de la que ha sido considerado su fundador espiritual: «...en la mente del Fundador, espiritual (digámoslo así), R. P. Tomás Gómez, el fin de Comillas fue: ayudar del modo posible a los seminarios de España e Hispanoamérica.» (Dionisio Domínguez S. J., en Unión Fraternal, nº 201, mayo 1960, pág. 280.)

Tomás Gómez Carral «Había nacido el Rvdo. P. Tomás Gómez cerca de Comillas, en la villa de Cabezón de la Sal, partido judicial de Cabuérniga, provincia y diócesis de Santander, en la madrugada del 26 de junio, año de 1837. Fue bautizado el mismo día en la iglesia parroquial de San Martín, y recibió el Sacramento de la Confirmación a 11 de Setiembre de 1851, en la que celebró en la Parroquia de Ruente, valle de Cabuérniga, el Ilmo. Sr. Obispo de Santander D. Manuel Arias Teijeiro del Castro. De 1852 a 1853 cursó latín y humanidades en el colegio de Villacarriedo que dirigían los Padres Escolapios. Al año siguiente de 1856, el día 21 de Mayo, entraba en el Noviciado de la Compañía de Jesús.
Eran aquellos tiempos en que los progresistas habían hecho cerrar por segunda vez, en 1854, el Noviciado de Loyola. Los Superiores de la Compañía de España, aceptando la hospitalidad que una vez más les ofreció en Francia el Ilustrísimo señor Obispo de Aire sur l'Adour, departamento de las Landas, abrieron a fines de 1854 un Noviciado en el vecino pueblo de Hagetmau; y allá enderezó sus pasos, llevado del impulso de la vocación, el joven Tomás Gómez. ¿Cómo germinaban las vocaciones religiosas en tiempos tan revueltos? A pesar de las persecuciones de los sectarios, desde el último día del año 1850 existió siempre en Santander residencia de la Compañía de Jesús. El Sr. Obispo que confirmó al P. Gómez, había pedido aquel año de 1850 dos Padres de la Compañía que fuesen delante de él en la santa visita pastoral, y ese pudo ser el medio de que el Señor se valiera para llamar a su Compañía a aquel jovencito que tanto había de honrarla.
Aunque de nuevo, a fines de 1856, se abrió el Noviciado de Loyola, el Hermano Gómez siguió en Hagetmau hasta terminar allí el noviciado y los estudios de humanidades. Solamente en julio de 1859 se trasladó con sus compañeros de curso a inaugurar el nuevo edificio que el Gobierno de España cedió a la Compañía como a Orden misionera, para formar sujetos con destino a las misiones de Ultramar. Era éste el antiguo Convento de la Orden Militar de Santiago, en León, titulado de San Marcos, que desde el curso siguiente de 60 a 61 comenzó a ser Colegio Máximo de la Provincia de España, con estudiantes de los tres cursos de Filosofía, de los cuatro de Teología Escolástica y de los dos de Dogmática y Moral. En el Colegio de San Marcos fue donde el espíritu apostólico del Hermano Gómez empezó a dar muestras de sí con el establecimiento de una Congregación de la Divina Pastora, a cuyos socios se designaba vulgarmente con el nombre de «pastorcitos». Todos los domingos y días de fiesta, los Hermanos Filósofos, de dos en dos, se repartían por los pueblos de la comarca de León, y a las órdenes de los señores párrocos, enseñaban el Catecismo a los niños y gente sencilla. Dos veces al año los catequizados se dirigían muy de mañana con sus estandartes al Colegio de San Marcos, y allí, después de confesar y comulgar, eran obsequiados con un desayuno, espléndido para la pobreza entre ellos acostumbrada. Director nato de esta obra y alma de ella mientras estuvo en León fue el Hermano Gómez, en quien compañeros y superiores reconocían extraordinario celo apostólico y gran alteza de pensamientos, junto con notable espíritu de oración y mortificación.» (Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 11-13.)

«Sus padres, Francisco y Narcisa, eran de raza pasiega, distinguida entre los montañeses por su carácter activo y emprendedor. Doña Natividad Cuesta, íntima de la familia, nos escribe que tuvieron seis hijos y alcanzó a ver cómo la señora Narcisa recorría el valle de Cabuérniga con el típico cuévano a la espalda, donde, junto con la mercancía, llevaba al más pequeñuelo de sus hijos. Excelente cuna donde el P. Gómez aprendió el amor a los pobres y heredó de los suyos el espíritu activo y emprendedor que tanto le distinguió. Hoy, de esta familia no queda sucesión. Sin embargo, ha dejado larga descendencia espiritual en sus dos hijos varones, el R. P. Tomás Gómez y don Mariano, celosísimo párroco arcipreste de Cabuérniga, a quien se le erigió un monumento en Terán y llegó a ser rector del Seminario de Santander. Como los Gómez de Cabezón poseían las cualidades de su raza, dedicidos para emprender un negocio, pero reservados y prudentes para no exponerlo a la aventura, dieron pronto a conocer en la redondez de los pueblos vecinos sus géneros, haciendo un bonito capital. Por lo mismo era llegada la hora de dar carrerra a los hijos varones, reservando el comercio para sus hermanas. Como pertenecían de lleno a la noble casta de los cristianos tradicionales, enviaron al hijo mayor, Tomás, al Colegio de los Escolapios de Villacarriedo, donde se educaban por regla general los hijos de las buenas familias montañesas, y a Mariano al Seminario de Corbán. En Villacarriedo cursó Tomás Latín y Humanidades de 1852 al 1856. Diecinueve años tenía cuando llegó a Cabezón a dar una misión el P. José Ignacio Gerrico, de la Compañía de Jesús. (...) Tomás, a quien el mundo destinaba a brillante posición civil, encontró en aquel ardiente y celoso misionero el ángel de Dios que señaló a su alma el camino del apostolado. El joven montañés no dudó un momento, y en la plenitud de su edad se entregó de lleno a Dios.» (Cándido Marín, S. J., Una celebridad desconocida..., Madrid 1943, págs. 15-16.)

En 1861 cursaba Tomás Gómez en León tercer año de Filosofía, y pidió, sin éxito, ser destinado para realizar el magisterio a la misión que los jesuitas habían establecido en Filipinas en 1859. En 1862, al parecer, había ya expresado su proyecto de fundar un «Colegio Apostólico», para facilitar que jóvenes con talento pudieran seguir la carrera eclesiástica aunque careciesen de recursos. Fue destinado al Seminario de Salamanca, donde permaneció de 1862 a 1866 iniciándose como profesor, enseñando elementos de latín y subiendo con los mismos discípulos hasta la clase de Retórica.

«En León, adonde volvió en el verano de 1866 para estudiar la Teología, fue durante el segundo curso Director de la Congregación de San Estanislao, que dio no pocas vocaciones a la Compañía. La revolución del 68 arrojó de aquélla, como de todas las casas, a los odiados jesuitas, y nuestro estudiante, con todos sus compañeros de tercero de Teología, fue a incorporarse en Laval, capital del departamento de Mayenna, con los teólogos de la llamada Provincia de Francia o de París. Allí, en la iglesia de San Miguel, de la Compañía de Jesús, a 12 de Setiembre de 1869, fiesta del Dulcísimo Nombre de María, le ordenó de presbítero el R. P. Eduardo Dubar, de la Compañía de Jesús, Vicario Apostólico del Petcheli Suroriental, en China. Mes y medio más tarde, a 27 de Octubre, el Ilmo. Sr. Don Fr. Joaquín Lluch, Carmelita Calzado, Obispo de Salamanca, firmaba a favor del nuevo presbítero el nombramiento de profesor de Lengua hebrea y Liturgia en su Seminario Conciliar. Los cargos de Ministro de la casa, Prefecto general de los alumnos, Prefecto de salud y Prefecto de estudios inferiores, que durante un trienio ejercitó, eran todos muy a propósito para formarle en las cualidades que se podían exigir del fundador de un Seminario como el que él soñaba.
Pronto iban a comenzar los ensayos de la obra. A pesar de la persecución revolucionaria, no menos de doscientos jesuitas ya formados, sacerdotes y coadjutores, trabajaban desde los años 1868 a 1876 en residencias más o menos estables. Contrastando con la persecución oficial, la mayoría del pueblo español amaba a los jesuitas y los quería tener en sus ciudades. Así, en La Coruña deseaban de tiempo atrás, no ya una residencia, sino un colegio, para la educación de la juventud; y en efecto, en Setiembre de 1872, abríase el colegio deseado, a dos leguas de La Coruña, en el pueblecito de Ancéis, y en una finca que gratuitamente cedió para este fin el señor Conde de Priegue, hasta tanto que se hallara lugar más acomodado. Al frente del colegio, que se inauguró con una veintena de alumnos, estaba el futuro fundador de Comillas, R. P. Tomás Gómez.
De Ancéis, a los tres años, se trasladó el colegio al Pasaje de La Guardia, y allí, en las amenísimas riberas del Miño y muy cerca de las tranquilas aguas del Atlántico, tuvo origen el Colegio Apostólico, que en Comillas, a orillas del alborotado Cantábrico, debía, por fin, hallar asiento definitivo. La idea que ya en León acariciaba el P. Gómez, se convertía finalmente en realidad consoladora. A la sombra del Colegio del Apóstol, y al lado del de Bachilleres, cuna de la Universidad de Deusto, idea también del P. Tomás, en el curso del 79 al 80 comenzaron a estudiar la gramática latina, con la idea de educarse para el sacerdocio, una docena de jóvenes escogidos.
Tomás Gómez Carral en un retrato al oleo encargado por los bachilleres de La GuardiaPero ni el Colegio de Estudios Superiores, ni el de Vocaciones Eclesiásticas podían desarrollarse convenientemente en las estrecheces y apartamiento del Colegio de La Guardia, que, por ambas razones, nunca llegó a contar doscientos alumnos, y que, por fin, en el otoño de 1916, hubo de cambiar de residencia y trasladarse al del Sagrado Corazón, de Vigo. Los bachilleres siguieron todavía allí hasta los cursos de 84 a 86, que ya los tuvieron en Valladolid, mientras en Bilbao se levantaba, desde 1883, el grandioso Colegio de Deusto, adonde se trasladaron en el otoño del 86. El Colegio Apostólico, la obra en que el P. Gómez había puesto sus más hondos cariños, estuvo a punto de naufragar, y hubiera totalmente desaparecido, sin la constancia y la fe en la divina Providencia del hombre que le había soñado.
Por voluntad expresa de los Superiores, la nueva institución debía salir de La Guardia. Proponían a su iniciador que la trasladara a Salamanca, al amparo del gran Seminario Central; pero él, que sabía bien lo que Dios le inspiraba, y conocía plenamente lo que en Salamanca podía hacerse, dijo que en esas condiciones no le parecía posible desarrollar su plan, y pidió un año para ver de encontrar medios con que realizarle. Concedióle ese plazo el Rvdo. P. Francisco de Sales Muruzábal, a la sazón Provincial de Castilla, hombre de cualidades extraordinarias y de espíritu emprendedor como pocos, según lo prueban las obras increíbles que en su Provincialato realizó; pero que, aplaudiendo como el que más la idea del P. Gómez, veía mucho más claro que su súbdito las inmensas dificultades que la obra entrañaba y la carga enorme que la Compañía iba a echar sobre sus hombros al emprenderla. En el verano de 1881 dejaba el P. Gómez el rectorado de La Guardia y se trasladaba a Loyola, con el oficio de Ministro de la Casa y, muy principalmente, con el encargo de negociar la fundación de su Colegio Apostólico. Allí, en la casa natal de San Ignacio, encomendando su obra al santo Patriarca, que tanto se había interesado por la fundación del Colegio Germánico y de otros Seminarios donde se formara clero escogido, empezó a dar los primeros pasos para la realización del ideal tantos años acariciado; y uno de los primeros, y aun pudiéramos decir que el primero y decisivo, fue escribir a D. Antonio López, que a la sazón veraneaba en San Sebastián, una larga carta, fechada el 22 de Setiembre de aquel año 1881.» (Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 15-16.)

En 1881 Antonio López López, a quien su amigo Alfonso XII había nombrado Marqués de Comillas en 1878, asentaba su consolidación como uno de los empresarios más poderosos e influyentes de la España de la segunda mitad del siglo XIX: había fundado en 1876 el Banco Hispano-Colonial, acababa de transformar su naviera en la Compañía Trasatlántica, aprovechaba del desestanco de Filipinas para impulsar la Compañía General de Tabacos de Filipinas, aseguraba sus inversiones mineras en Asturias, &c.). Precisamente en el verano de 1881 los reyes de España habían aceptado su invitación para descansar en Comillas, donde los tuvo invitados más de un mes: durante la tarde del 28 de agosto de 1881 organizó Antonio López para Alfonso XII la revista de algunos de sus barcos en el pequeño puerto comillano, reuniéndose los vapores «Alfonso XII», «Antonio López», «España», «Ciudad Condal», «Gijón» y «Puerto Rico». Con ocasión de los preparativos de aquella real visita el pueblo de Comillas se convirtió, con sus poco más de dos mil habitantes, en el primer pueblo de España con luz eléctrica en las calles. Antonio López no reparó en gastos y durante dos meses más de 300 artesanos decoraron la villa y la casa familiar donde se alojaron los reyes (todavía no se había iniciado la construcción del Palacio de Sobrellano).

Antonio López había proyectado por entonces fundar en Comillas un colegio de segunda enseñanza, e incluso había ofrecido el terreno y la donación necesaria a la Compañía de Jesús, que en principio no manifestó especial interés por la oferta. Pero Tomás Gómez, fracasado en La Guardia (en la desembocadura del Miño, en la ladera del monte de Santa Tecla), supo aprovechar la apoteosis del Marqués durante el verano de 1881, y a finales de septiembre le hizo llegar una carta de la que se conserva el borrador:

«Muy señor mío, de toda mi consideración: Aunque tengo conocimiento del afecto especial que V., y toda su excelente familia profesa a los religiosos de la Compañía de Jesús, no sé si será ocasión oportuna la que aprovecha este indigno hijo de la misma para dirigirse a V. directamente, con el objeto de manifestarle las dificultades en que se encuentra para la realización de una idea que el claro talento de V. y su noble corazón no podrán menos de alabar y proteger en cuanto le sea posible.
Sé los laudables y eficaces deseos que V. ha tenido de establecer en Comillas un colegio de la Compañía de Jesús, y sé la respetable suma de dinero que ofreció, no hace muchos meses, para la realización del proyecto. Supe también que al R. P. Provincial no le fue posible aceptar el generoso ofrecimiento de V.; lo cual sentí yo mucho, porque, siendo hijo de esa Montaña, la amo entrañablemente, y desde que entré en la Compañía había vivido con el deseo de establecer un colegio en ese punto, por parecerme excelente, no solamente para la educación de los niños de esa Provincia, sino también para los de Asturias, donde la Compañía tampoco tiene colegio.
Sin embargo, como todo lo gobierna y dirige la Providencia divina, creo que también puso la mano en este negocio, impidiendo que se llevase a cabo, para que me ocupase y emplease todas mis fuerzas en la fundación de otro colegio de muchísima mayor importancia para la Iglesia y para la sociedad, que el que se deseaba establecer ahí de segunda enseñanza.
Bien sabe V., y nadie ignora, que las tendencias materialistas de estos tristes tiempos están presentando un gravísimo obstáculo al desarrollo de las vocaciones eclesiásticas. De este hecho deplorable, nace la falta de clero que cada día más se va dejando sentir en todas las diócesis de España, y la cual, dentro de muy poco tiempo, pondrá necesariamente en graves compromisos a todos los Prelados, por no tener sacerdotes para sustituir a los que van falleciendo...
Considerando yo la urgente necesidad de poner remedio a este mal, concebí la idea de fundar un Seminario de pobres, que yo llamaría 'Colegio Apostólico', en el cual se tomasen todas las medidas convenientes para fomentar y conservar las vocaciones eclesiásticas. Fomentarlas, quitando el grande obstáculo que tienen los pobres para seguir dicha carrera por falta de recursos, pues pensaba proporcionárselos yo mismo, pidiendo limosna para ello; y conservarlas, quitando todo género de vacaciones fuera del colegio, de modo que los niños admitidos permanezcan con nosotros dentro del Seminario o Colegio, desde que principien su carrera hasta que la hayan terminado y estén prácticos en el ejercicio de predicar, confesar y de todos sus ministerios. Como V. comprenderá muy bien, niños escogidos de entre los de más talento y enseñados por maestros hábiles en todas las asignaturas de su carrera, y educados como deben educarse los que han de ejercer ministerio tan elevado, no pueden menos de salir sabios y virtuosos, ni puede dejarse de esperar que darán muchos días de gloria a la Iglesia de España, honra a su Patria y a los que tanto bien les hayan procurado. Una vez terminada la carrera y dispuestos para trabajar, se pondrán a disposición del Sr. Obispo de la diócesis a que pertenezcan, el cual los ocupará en lo que crea ser de mayor gloria de Dios y bien de su diócesis.
Dije al principio de esta carta, que este Seminario, o mejor Colegio Apostólico, dirigido por Padres de la Compañía, será de más utilidad para la Iglesia y para la sociedad que un colegio de segunda enseñanza. (...) Es una obra esta de tal trascendencia, que dudo si hay otra que merezca llamar más la atención de un talento tan claro y recto como el de V., de un corazón que tantas pruebas ha dado y da a cada paso de bondad y generosidad, protegiendo toda obra buena.
Por lo que llevo expresado, ve V. la urgente necesidad y excelencia grande del referido Colegio Apostólico. Voy ahora a manifestar a V. sencillamente el compromiso en que estoy respecto a su instalación definitiva, y mis deseos y pretensiones al dirigirme a V.
Hace dos años que los Superiores me permitieron dar principio a esta obra en Galicia, y para ello hice habilitar unas casitas pobres que teníamos al lado del Colegio de La Guardia, del que, como V. sabe, he dejado de ser Director. Tengo ya reunidos allí treinta niños pertenecientes a Asturias, muy buenos y de talento, a los cuales he podido mantener hasta ahora, vestir, &c., con limosnas y algunos ahorros del colegio.
El R. P. Provincial, viendo que el local era reducido y malo, propuso la idea de llevarlos a Salamanca. Yo le hice presentes algunas dificultades y, al mismo tiempo, el ardiente deseo de establecer [la obra] cerca de Comillas. Preguntóme entonces qué fondos [tenía para establecerla]; y yo le respondí [que] la fe y confianza en Dios, manantial abundantísimo de los mayores recursos... Déme V. R. un mes de término y buscaré entre varias personas de la provincia de Santander, que sé que pueden y quieren hacer obras de caridad, alguna que me favorezca en mi empresa. Accedió a mi súplica, y he aquí el compromiso de cumplir mi palabra. Por supuesto, que, al darla, mi pensamiento y confianza, después de Dios, estaban en V.; porque sé, en primer lugar, que V., y toda su familia, está dispuesto a hacer cualquier sacrificio para tener cerca Padres, para hacer un bien incalculable a esa Montaña, y en especial a Comillas, al cual nada engrandecería tanto como la posesión de un Colegio modelo, dirigido por Padres, y de donde se verían salir ilustres sacerdotes, sabios y prudentes párrocos.
He expuesto claramente, mis deseos. Si, como espero, la idea agrada a usted, y el Señor le inspira protegerla y llevarla a cabo, daré millones de gracias a Dios por ver cumplidos mis deseos, y los hijos de la Compañía quedaremos eternamente agradecidos a tan insigne protector.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 21-25.)

Un mes más tarde lograba entrevistarse Tomás Gómez con Antonio López, quien le había citado para tratar personalmente del asunto propuesto en la carta, en San Sebastián, poco antes de que el Marqués se trasladase a Barcelona, donde residía. Así le cuenta Tomas Gómez el resultado de la entrevista en una carta dirigida a un remitente anónimo de la que se conserva copia:

«Llegué a San Sebastián a las siete y media de la tarde; pasé un recado al referido señor [D. Antonio], preguntándole cuándo podría ir a verle, y contestó que inmediatamente. Fui, y estuve con él desde las ocho y cuarto hasta las diez.
Primeramente manifestó el sentimiento que tenía de que no se pusiese en Comillas el colegio que él deseaba, porque dicho colegio hubiera llevado a su pueblo el progreso moral y el material. Hablando del Seminario, dijo que le parecía un pensamiento elevado, caritativo, propio de un sacerdote celoso, &c., &c.; pero que no respondía a los deseos que él tenía con respecto a su pueblo. Al oír yo su modo de pensar, tomé la palabra y le dije con santa entereza y libertad: "D. Antonio, yo no quiero ni pretendo violentar en lo más mínimo su voluntad en favor de mi proyecto; fiado únicamente en la providencia de Dios, he acometido esta empresa, y cuanto mayores sean las dificultades que encuentre entre los hombres para llevarla a cabo, más se aumentará mi fe y confianza en Dios, quien nunca falta a los que en Él confían. Por tanto, puede usted obrar con completa libertad, en la inteligencia de que, si tiene verdadero deseo de cooperar y coopera a tan laudable obra, Dios se lo pagará en esta y en la otra vida, recompensándole con el ciento por uno; y si por cualquiera razón, que no pretendo averiguar, no cree usted conveniente cooperar a ella, no por eso se disminuirá en lo más mínimo el afecto que a usted y a toda su familia he tenido y tengo."
Por lo que diré a usted luego, Dios me inspiró las palabras que le dije y la manera de decírselas. Por de pronto, me dijo que alababa la confianza que tenía en la divina Providencia, y que con gusto había pensado cooperar a realizar mi pensamiento desde que recibió mi carta. "Puede usted contar –añadió– con 20.000 duros; con los cuales, en un punto como Comillas, en donde todos los materiales de edificación se adquieren con mucha economía, puede usted hacer mucho." Le di las gracias con las mayores demostraciones de afecto que pude, porque realmente las merecía al ofrecer tan respetable cantidad en el estado en que estaba, y me despedí de él.
Al día siguiente debía salir para Barcelona D. Antonio con toda su familia, y yo también para volver a ésta [a Loyola]. En la estación andaba yo evitando el encontrarme con dicho señor, porque se hallaba rodeado de muchos señores y señoras; pero, al meterme en el tren, veo que D. Antonio se separa de toda la comitiva y se dirige a mí; y para más confusión mía, después de saludarme con todo afecto, me obliga a dar vueltas con él solamente, llamando la atención de todos los viajeros. ¡Qué providencia de Dios¡ ¡Y cómo se ve que la obra del Seminario es suya! ¿Sabe usted para qué me llamaba? Para decirme que no tuviese cuidado por nada en lo que tocaba a mi empresa, que aunque me había ofrecido 20.000 duros, estaba dispuesto a darme 25.000, o más, si era necesario, y a protegerme con toda su influencia, terminando con estas palabras: "Fíese usted de la Providencia; comience la obra, y no tema; escríbame usted pronto." ¿Qué le parece a usted? Yo no pude menos de levantar el corazón a Dios para darle infinitas gracias. Hubiera deseado volar al Pasaje para hacer participantes de mi alegría a todos los Padres y Hermanos de ese Colegio, a los bachilleres, de quienes tan gratos recuerdos conservo, y sobre todo, a los seminaristas. Hemos alcanzado ya del Cielo, por medio de la Virgen Santísima, fondos para un edificio nuevo. Falta la aprobación del R. P. Provincial y de N. M. R. P. General. Sigan, pues, rogando a la Virgen del Carmen, y recen todos los días los seminaristas un Padrenuestro a San Antonio.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 25-26.)

Pero el padre Muruzábal, Provincial de Castilla, menos optimista, ponía como condición para seguir con el proyecto contar con edificio y dotación de cuatro millones de reales (es decir, un millón de pesetas, ocho veces más que los veinticinco mil duros inicialmente ofrecidos por el marqués –para quienes ya sólo saben de euro y céntimos, conviene recordar que un duro eran cinco pesetas y una peseta cuatro reales–). El 13 de enero de 1882 el padre Muruzábal comunicaba al padre Gómez la opinión del padre Becks, general de los jesuitas, desde Roma:

«A mi, aunque tal obra me parece buena, y de la que se habría de esperar no poco fruto, no obstante, como no tiene fundación estable, es decir, rentas seguras de que sustentarse, no me parece que se deba aceptar en seguida. En tales cosas, sobre todo mientras la necesidad no apremia, no hay que apresurarse. Sin embargo de esto, no habrá de rechazarse absolutamente el ofrecimiento hecho de 25.000 duros, sino que se ha de diferir el negocio y emplear alguna diligencia para haber de otra parte conveniente fundación.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, pág. 30.)

Por esos días Antonio López se había dirigido a Tomás Gómez pidiéndole que precisase la cantidad mínima que consideraba necesaria para la realización del plan, y estos son los cálculos que ofreció en su respuesta:

«No puedo determinar a usted lo que necesito, pero calculo que mis Superiores me exigirán, por lo menos, la adquisición de un edificio, y los recursos necesarios para dar carrera completa a cien niños y sostener el personal de profesores. El coste de la carrera completa de un niño llegará a 1.000 duros, contando todos los gastos de manutención, vestido, libros, &c. Por consiguiente, para dar carrera a cien niños, necesito 100.000 duros.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, pág. 31.)

El 31 de enero de 1882 le contesta Claudio López Brú, en nombre de su padre, implicándose así en un proyecto del que más adelante sería protagonista importante (Antonio López falleció el 16 de enero de 1883):

«Sr. D. Tomás Gómez, Pbro. Muy señor mío y de mi mayor consideración: Mi señor padre ha recibido su atenta carta del 27, y me encarga, a causa de sus muchas ocupaciones, que la conteste en su nombre. A fin de poder estimar de un modo preciso la cantidad que necesita usted para el planteamiento de un Seminario de pobres en Comillas, agradecería a usted que se sirva decirle el coste aproximado que suponga debe alcanzar el edificio destinado a ese objeto. Mi padre me encarga, al propio tiempo, que transmita a usted sus atentos saludos, y yo aprovecho gustoso esta ocasión de reiterarme con la mayor consideración su atto. y s.s.q.s.m.b. C. López Brú.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 31-32.)

El 5 de febrero de 1882, merced a los cálculos que hizo el padre jesuita Miguel Alcolado, de la Escuela de Ingenieros de Madrid, pudo contestar al Marqués que, «según el cálculo de un ingeniero concienzudo e inteligente, la obra costaría, aproximadamente, 40.000 duros». Estaban planeando un edificio rectangular, de 90 metros por 80, con capacidad para doscientos escolares. Al parecer por enfermedad de Tomas Gómez, se desplazó a Barcelona el procurador general de la Provincia de Castilla, padre Gregorio Remón, para tratar personalmente del asunto con Antonio López. El marqués multiplicó por cuatro su oferta inicial, y se comprometió a aportar 40.000 duros para el edificio y 60.000 para manutención, ropa, viajes, profesores, &c. El propio marqués le comunicó a Tomas Gómez su decisión en carta fechada en Barcelona el 10 de abril de 1882:

«Como se ve que no conviene a V. viajar, y quiero no perder días en llevar adelante nuestro asunto, me decido a escribirle, concretando lo que no hice más que indicar al P. Remón. Partiendo de la base de que el proyecto de V. se ha de empezar a ejecutar desde luego, porque deseo verlo planteado, pongo a disposición de V. la cantidad de 100.000 duros, que podrá V. repartir, según vea necesario, mitad para la construcción del edificio, y el resto para hacer al Establecimiento una renta con que poder sostener un buen número de alumnos. Ya, con esta carta, o necesita V. venir a verme, ni esperar nuestra entrevista. Con la base que hoy le doy, con lo que tiene V. ya reunido, y con lo que, sin duda, ha de seguir V. consiguiendo, creo que hay más que suficiente para considerar asegurada la realización de su proyecto, y que, para empezarlo, no habrá más dilación que la corta indispensable para obtener la aprobación de sus Superiores.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 33-34.)

Resueltas unas dudas sobre el régimen de propiedad y dependencia de la institución proyectada (la Compañía de Jesús quedaría propietaria de la finca y el dominio del Seminario quedaría directamente bajo la dependencia del Papa), el 8 de junio de 1882 pudo escribir Tomás Gómez al marqués:

«Excmo. Sr. D. Antonio López. Muy señor mío y de toda mi estimación: Tengo un consuelo extraordinario y la mayor satisfacción en comunicar a V. que el Superior general de nuestra Compañía contesta que, supuesta aclarada la duda acerca de la propiedad en el sentido que indiqué a V. con fecha 10 u 11 de Mayo, con el debido agradecimiento se acepte la oferta que V. ha hecho para la fundación y sostenimiento de la obra consabida. Supongo que habrá V. recibido la carta a que me refiero, y que por sus muchas ocupaciones o por no creerlo necesario, ha dejado de confirmar por escrito la suposición que hice y manifesté a V. en la mencionada carta. Si es así, y al presente no ocurre a V. alguna dificultad, desde luego creo me dejará libre el P. Provincial para ir a Comillas y proceder, de acuerdo con V. en todo, al levantamiento del edificio. Como sé los deseos que V. tiene de que la obra se lleve a cabo lo más pronto posible, yo me dedicaré a ella con todas mis fuerzas, y espero que el Señor, para cuya gloria vamos a emprender una obra tan grande, me las dará cada día mayores, para llevarla en breve tiempo a feliz término, y a V. salud para verla florecer y dar frutos de bendición. Todo el negocio está ya en manos de V.; por lo cual confío que se van a realizar pronto mis esperanzas. Espera, pues, sus órdenes su más atento y agradecido siervo en Cristo, Tomás Gómez.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, pág. 35.)

Se trasladó Tomás Gómez a Comillas, hospedándose en casa de los hermanos Fernández de Castro (uno de ellos, Saturnino, era entonces Obispo de León), amigos de Antonio López. El marqués decidió que el futuro seminario debía construirse encima de Velecío, frente al mar y dominando Comillas, y enfrente de la casa palacio que se estaba construyendo en Sobrellano. En diciembre de 1882 ya puede alegrarse Antonio López ante la noticia de que ya están comprados los terrenos apetecidos, más de ocho hectáreas (84.085 metros cuadrados). Un mes más tarde, el 16 de enero de 1883, falleció casi repentinamente el primer marqués de Comillas, convirtiéndose Claudio López Brú en continuador del proyecto en el que se había comprometido su padre. El 20 de mayo de 1883 se celebró la solemne ceremonia de colocar la primera piedra del edificio del seminario, presidida por Saturnino Fernández de Castro, nacido en Comillas y Arzobispo electo de Burgos.

Dos años después, en la primavera de 1885, el padre Tomás Gómez podía ya enseñar un primer álbum con fotografías del edificio, muy avanzado en algunas partes. Y en mayo de 1885 el mismo Papa, a través del Nuncio, encargó al Arzobispo de Burgos que felicitase a Claudio López Brú, nuevo Marqués de Comillas, por la piadosa empresa que estaban manteniendo. Como era de esperar los gastos de construcción de edificio tan ambicioso superaron los cálculos iniciales, a costa del dinero inicialmente destinado a dotar las becas de los futuros seminaristas. En 1889 se dio por concluido el edificio, tras no pocos sinsabores, como el derrumbe de parte de la obra construida por la mala calidad de los materiales utilizados, el despido de los contratistas que venían operando, &c. El edificio estaba formado por un gran rectángulo de cien metros de longitud este-oeste, por sesenta de anchura, partido en su mitad por la capilla pública. A uno y otro lado de la iglesia dos patios de 24 por 33 metros el del oeste, y de 25 por 36 el del este.

Fachada norte del Seminario de Comillas en 1889, al terminarse las obras
Fachada norte del Seminario de Comillas en 1889, al terminarse las obras.

En 1888, a medida que se acercaba el final de la obra del edificio, había llegado el momento de avanzar en la organización de la institución. En esta tarea tuvo buen protagonismo el padre Luis Martín, sucesor en 1886 del padre Muruzábal como provincial de la Provincia de Castilla. Como el Concordato de España con la Santa Sede disponía que la validez de los estudios para el sacerdocio debía reconocerla cada prelado diocesano, y en Comillas querían reunirse seminaristas de todas las diócesis de España y aún de América española, convenía que fuera directamente el Papa quien diera validez a los estudios que habían de hacerse en Comillas. Al General de la Compañía de Jesús le parecía más sencillo lograr que tal objetivo fuese alcanzado ante el Papa directamente por el Marqués de Comillas, quien, como es natural, se puso a disposición de Tomás Gómez, como se expresa en la siguiente carta de 22 de febrero de 1888:

«Mucho me cuesta creer que la buena obra que está usted llevando a cabo pueda sufrir contrariedades de monta, y que, si así fuere, no logremos, con la ayuda de Dios, dominarlas. Cuando se acerque el momento decisivo, a juicio de usted, tenga usted presente que cuanto yo pueda hacer por ayudarle (por medio de mis relaciones con el Gobierno, &c., y las que éste tiene con Roma, &c.), lo haré gustoso y con toda decisión.» (según Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, pág. 55.)

Tras los ajustes necesarios, no siempre sencillos como es natural, entre el Marqués de Comillas, la Compañía de Jesús, la Santa Sede y el Gobierno de España sobre la definición jurídica del Seminario de Comillas, el 16 de diciembre de 1890 el papa León XIII firmó el Breve de aprobación y erección del Seminario. Pero como por parte del Ministro de Gracia y Justicia se plantearon dificultades de reconocer la propiedad del seminario a la Compañía, debiendo figurar la donación directamente a favor del Papa, el 7 de julio de 1891 aprobó León XIII las modificaciones requeridas, y el 10 de julio de 1891 pudo firmar el Marqués de Comillas la escritura de donación y fundación del seminario a favor de la Santa Sede. En los primeros días del mes de enero de 1892 comenzaron a llegar a Comillas los primeros seminaristas, iniciándose el primer curso tras una sencilla ceremonia privada.

Los primeros estudiantes del Seminario de Comillas, en 1892
Los primeros estudiantes del Seminario de Comillas, en 1892

«Una de las primeras diligencias del padre Gómez fue hacer retratar a todos aquellos sus hijos, a quienes estaba impaciente de presentar en todas partes, y muy especialmente en el palacio del fundador. La fotografía se hizo en el frontón de pelota, entonces todavía no cubierto ni enlosado de portland. Presidía el grupo un retrato de D. Antonio, cuyo espíritu, a no dudarlo, contemplaba desde el cielo aquellos primeros pasos de su gran obra.» (Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, pág. 87.)

En el primer prospecto que se difundió para captar a los jóvenes que debían estrenar la nueva institución, podía leerse que, plenamente aprobada la fundación del Seminario: «... es llegado el tiempo de que, abierto a la instrucción y educación de los jóvenes para quienes se ha fundado, comience a fructificar en bien de la Iglesia de España y aun de la América de lengua española.» El fin principal del Seminario era «sostener gratuitamente, enseñar y educar a los jóvenes españoles o americanos de lengua española que, faltos de recursos, no puedan sufragar los gastos de su carrerra. Y teniendo en cuenta el carácter de universalidad que quiere dar a esta obra el fundador, ninguna de las diócesis será desatendida...» Entre los 54 alumnos del primer curso comillés de 1892-1893 nos encontramos con Zacarías de Vizcarra: ¿debe extrañar entonces que Zacarías de Vizcarra fuese uno de los primeros forjadores de la Idea de la Hispanidad? Su compañero Dionisio Domínguez, que entró en Comillas también en 1892, pudo celebrar en 1967 las bodas de diamante de la institución, siendo además quien más tiempo vivió en ella, como alumno y como profesor de Historia de la Filosofía.

«Antes que nada la preocupación de la Compañía por Comillas se manifestó en los Rectores, que en los años difíciles y responsables de este período puso al frente del Seminario. Habiendo sido el P. Tomás Gómez glorioso iniciador de la obra, era casi un compromiso para el P. General encargarle de su dirección los primeros años. Efectivamente, el P. Gómez fue el primer Rector del Seminario Pontificio. Quedaban todavía al aire muchas cosas de orden económico y administrativo, algunas de las cuales dependían de la buena voluntad del Marqués. Como, entre los jesuitas de entonces, ninguno llegó a intimar tanto con los Marqueses como el Padre Gómez, era muy razonable que juntamente con los trámites de esos asuntos, se le confiase también el Rectorado.
Su gobierno no duró siquiera dos años. Comenzó en enero de 1892 con la inauguración, y terminó en diciembre de 1893. Aparte de las dificultades inherentes a toda obra nueva, no hubo grandes complicaciones. La cuestión más ardua era la planteada por la situación económica. Pero aquellos años aún estaba don Claudio en disposición de poder sufragar la pensión completa de todos los gastos anuales.
Realmente el P. Gómez pasó dos años felices en su Rectorado. No tuvo sino agradables satisfacciones interiores. A pesar de sus pequeñas deficiencias y abrumadores trabajos, se encontraba en una situación de humana bienaventuranza, que no logran muchos en este mundo. Lo más corriente, en el aspecto humano, es que se sueñe y soñando nos sorprenda la muerte. Pocos son los que alcanzan a ver la realidad de sus sueños. Pero entre esos pocos está el P. Tomás Gómez. En su efímero Rectorado vio hechos actuación y movimiento, los imaginativos proyectos de sus años estudiantiles y de su vida entera. Estaba y era un hombre contento de su suerte, de la vida que había vivido y de las cosas que había planeado. La satisfacción era tanto más cumplida, cuanto que para dar cuerpo de realidad a aquellos desamparados proyectos suyos de hombre humilde y sin influencia, hubo de poner en movimiento el dinero de uno de los hombres más acaudalados y contar con la aprobación de los más altos personajes de la Iglesia.
Por eso, aunque fuera hombre modesto y lleno de Dios, no pudo menos de sentir legítima complacencia humana al advertir que, para admirar su Seminario, se ponían en camino influyentes personajes de la jerarquía y altos funcionarios del Estado. Vinieron entre otros el entonces Obispo de Palencia y después Eminentísimo Cardenal Almaraz, que fue su discípulo en Salamanca; el agustino P. Tomás Cámara, Obispo de Salamanca; el Cardenal Cos y varios otros Prelados. De los seglares visitaron el Seminario de Comillas el general Martínez Campos y el señor Azcárraga, Ministro de la Guerra.
Pero la visita más solemne del Rectorado del P. Gómez, acaso también la más esplendorosa que ha presenciado el Seminario, fue la primera visita oficial del Excmo. Sr. Nuncio de su Santidad, hecha en 1893. (...) El glorioso acontecimiento de la visita del Nuncio representó para el P. Gómez el colmo de la felicidad. Fue también heraldo de su decadencia humana. Sesenta y tres años de una vida austera y sembrada de fuertes emociones habían hecho mella en su sistema nervioso, que culminó en la pequeña enfermedad mental de sus últimos meses. El Padre Gómez necesitaba descanso, y por otra parte su misión de fundador e iniciador estaba suficientemente cumplida. Por eso no mucho después de la visita del señor Nuncio fue relevado de su cargo de Rector. Para que descansara, dispusieron los Superiores que el benemérito fundador del Seminario abandonase Comillas y fuese a residir en otro Colegio. Para él lo más saludable era cambiar de ambiente y, en consecuencia, le señaló el R. P. Provincial el Colegio de Gijón.
Allí estuvo unos cuantos meses con una resignación de santo, pero el amor paternal de los Superiores, que le miraban como al hombre más benemérito de la Provincia, hizo que pronto retornara a su Seminario, a desempeñar el cargo de Procurador y sobre todo a prepararse a bien morir. Cuatro años después, el 2 de marzo de 1898 Dios se dignó llamarle a recibir el premio de su apostolado.
Algunos han querido ver en el hecho de la remoción del P. Gómez una señal de su ineptitud organizadora. No supo dar vida orgánica y jurídica a una obra, cuya posibilidad inmediata vislumbró él antes que nadie. ¿Será posible?
Aún así continuaría en pie, sin merma de prestigio ni admiración la gigantesca figura del P. Gómez.
Pero su corto Rectorado es completamente explicable sin acudir a la incapacidad de un hombre que desde los 35 años fue Superior en la Compañía.
La construcción del Seminario juntamente con los problemas prácticos que en aquellos diez años se le presentaban todos los días, agotaron aquella inagotable y reposada vitalidad, que tantos abusos le permitió en sus años jóvenes. (...) Por otra parte su actitud psicológica no era ya la de un luchador. Era más bien la de un triunfador encariñado con el objeto de sus victorias. Nadie tiene que admirarse de que el primer año hubiese estado pensando varias semanas en los detalles ornamentales y distintivos que había de llevar la sotana de sus seminaristas. Es una cosa perfectamente natural. Nadie tenía más razón que él para decir mientras miraba desde una ventana a los primeros cincuenta alumnos el día que estrenaron su traje talar: Da gusto verlos.» (Nemesio González Caminero, La Pontificia Universidad de Comillas, semblanza histórica, Comillas 1942, págs. 42-46.)

Como es natural, a medida que la institución fue avanzando el protagonismo que hasta ese momento había tenido su inspirador, Tomás Gómez, se fue diluyendo. La inauguración pública y solemne del Seminario de Comillas, presidida por el Nuncio de Su Santidad, Monseñor Serafín Cretoni, se celebró el 22 de agosto de 1893.

«Después de aquella primera visita con que el Papa, por medio de su Representante, tomaba posesión del Seminario que la generosidad del Marqués le había entregado, el ideador de la obra podía cantar el Nunc dimittis. De hecho, el Padre Gómez le debió cantar. Pocos meses después, a principios de Diciembre, oficialmente el día de la Inmaculada, le sucedía en el cargo de Superior del Seminario el P. Salustiano Carrera, que lo era por entonces del recién abierto Colegio de Tudela. No hay que decir que, naturalmente, el P. Gómez sintió a par de muerte el salir de su querido Seminario. Tenía él allí su corazón, y creía que le dejaba para siempre. No era así, por fortuna; aquel mismo año, después de descansar unos meses en Gijón, en el Colegio de la Inmaculada, volvía a Comillas con el cargo de Procurador. Con aquella fe tan suya en la Providencia, reconocía él, y así se lo oyeron muchos, que todo lo había dispuesto el Señor para mayor bien del Seminario. No deben desconocer los alumnos que allí había entonces, estas palabras de una carta al P. Carrera, la primera que escribió desde Gijón, en las que se revela de todo en todo el amor sin límites que a su obra profesaba. Después de saludar a los Padres y Hermanos todos de casa, y a los amigos del pueblo, prosigue: "Para los alumnos, no sé qué decir; quisiera saber expresar con palabras lo que sentía mi corazón al salir por la puerta del Seminario, separándome corporalmente de ellos para siempre. Digo corporalmente, porque con el espíritu tengo permiso del que todo lo puede, para vivir con ellos hasta la muerte; en ellos pensaré, de ellos me acordaré y para ellos será siempre una parte muy grande del afecto de mi corazón." Como hemos dicho, a los pocos meses volvía de nuevo aquel varón extraordinario a Comillas, y allí siguió trabajando entre sus amados seminaristas como Procurador de la Casa, como confesor de los alumnos, y consultor, hasta que el Señor, en sus altos juicios, se sirvió llamarle a Sí el 2 de Marzo de 1898, a los sesenta años de edad y cuarenta y uno de vida religiosa en la Compañía. Con esto, sus restos mortales descansarían siempre a vista de su Seminario, en el cementerio de la villa, antigua iglesia de San Cristóbal, hasta que la veneración de sus hermanos en religión y el cariño incomparable de los alumnos que tuvieron la dicha de conocerle, los trasladaran muy pronto al sitio que les correspondía: a la capilla de San Antonio, en la iglesia del Seminario.» (Camilo María Abad S. J., El seminario..., 1928, págs. 93-94.)

«En efecto, el 2 de marzo de 1898, a las diez de la mañana, caía mortalmente herido por un ataque cerebral frente al Seminario, como soldado en la trinchera. Cayó en el sitio en el que se dan la mano los dos Seminarios, Mayor y Menor, como abrazándolos. Repito lo que dije anteriormente, al asomarnos desde la clase para verlo muerto: "Ha muerto mirando al monte y amenazándole tirarlo al mar, y en él todas las dificultades que se opongan a la realización gloriosa de su Colegio Apostólico." Los seminaristas de la primera generación llamaron al sitio donde falleció El descanso del P. Gómez.» (Cándido Marín, S. J., Una celebridad desconocida..., Madrid 1943, pág. 133.)

Los restos de Tomás Gómez se conservan (por ahora) tras una lápida de mármol en una capilla del ala izquierda de la iglesia del Seminario, donde fueron trasladados en el año 1917, al cumplirse veinticinco de su fundación. Dice la inscripción de esa lápida:

«Ossa et cineres hic sita sunt R R Thomae Gomez S J qui in hoc Pontificio Seminario instituendo clarissimis pientissimisque viris primo et alteri Marchionibus de Comillas opera et consiliis adstitit decessit annos natus LX postridie kal mart anno MDCCCXCVIII translatae solemni pompa reliquiae anno MCMXVII ab inaugurato Seminario XXV Paz ei et gaudia caelestium.»

La contraportada del opúsculo publicado con ocasión de celebrarse los 75 años del Seminario está dedicada al padre Gómez, y repite la frase pronunciada por el general jesuita una vez que se demostró la falsa y calumniosa acusación de que fue objeto, que le supuso la destitución de La Guardia, y su rehabilitación aclarado el asunto, tras pasar un tiempo penitenciado en Loyola. Fue Cándido Marín quien publicó por vez primera, en 1943, estos hechos: «había sido acusado de una de las faltas que se reputan más graves en la Compañía, la de ambitu, la de pretender un Obispado...» (págs. 58-60.)

«Una celebridad desconocida. R. P. Tomás Gómez Carral: 1837-1898. Ansiando siempre Misiones de infieles, fue alma y fundador de Ancéis, y La Guardia, y del Centro de Estudios Superiores (Deusto), y Fundador oculto y espiritual del Seminario Pontificio de Comillas. 'Aún hay santos en la Compañía.' Frase emocionada del M. R. P. General Pedro Becks, al defender públicamente la virtud ultrajada del 'Rector de La Guardia'.» (Texto de la contraportada del libro publicado en 1968, Seminario-Universidad Pontificia de Comillas: 1892-1967. Sus festivales diamantinos celebrados por sus antiguos alumnos, días 28-31 julio 1967.)

Bibliografía sobre Tomás Gómez Carral

1928 Camilo María Abad, S. J., El Seminario Pontificio de Comillas. Historia de su fundación y primeros años (1881-1925), Tipografía Católica, Madrid 1928, 362 págs.

1942 Nemesio González Caminero, La Pontificia Universidad de Comillas, semblanza histórica, Comillas 1942, 185 págs.

1943 Cándido Marín, S. J., Una celebridad desconocida. R. P. Tomás Gómez Carral, S. J., fundador del Seminario Pontificio de Comillas y del Centro de Estudios Superiores (La Guardia-Deusto), Madrid 1943, 179 págs.

1968 Dionisio Domínguez, S. J., Seminario-Universidad Pontificia de Comillas: 1892-1967. Sus festivales diamantinos celebrados por sus antiguos alumnos (días 28-31 julio 1967), Santander 1968, 109 págs.

gbs