Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
<<<  índice  >>>

 

Capítulo XV
Aetas argentea

§ IV
Ascéticos

Formas del ascetismo español. –El P. Nierenberg. –Don Miguel de Mañara. –Miranda y Paz.

En el ascetismo español, del cual en general he tratado al hablar de los místicos, se dibujan dos formas: una [318] serena, didáctica, representada por Nierenberg: otra ardiente, casi apocalíptica, simbolizada en Mañara, cuyas palabras de fuego dejan en el alma la silueta del rayo.

El P. Juan Eusebio Nierenberg (1590-658), de origen bávaro, prosista desigual, en cuyos períodos se pierde aquel fino sentido de la armonía tan desenvuelto en los clásicos del siglo XVI y singularmente en Fray Luis de Granada, a pesar de pertenecer a la orden ignaciana, no nos parece un simple ascético. Acaso por su estirpe teutónica posee en su disciplina espiritual no sé qué de soñador que nos lo presenta, más que como un ascético, como un decadente del misticismo. Por su mejor obra se reputa De la hermosura de Dios, tratadito de moral cristiana donde junta las enseñanzas platónicas con las aristotélicas, y emplea la prueba ontológica de la existencia de Dios, formulada por San Anselmo y poco grata a las escuelas. El Aprecio y estima de la divina gracia no pasa de una exposición del congruismo, tomada en el fondo del P. Suárez. Sin detenernos en producciones ascéticas de exiguo valor filosófico, mencionaremos Las obras y los días, empalagoso manual para uso de señores y príncipes, y Las centurias de dictámenes prudentes y reales, colección de máximas, paganas muchas de ellas, sin enlace entre sí, al modo de La Rochefoucauld.

El P. Nierenberg es metódico y a veces presenta relativas bellezas; pero falta en él la nota personal y, como consecuencia, la originalidad y la energía. Por su ignorancia y la de su tiempo en las ciencias naturales, tanto en la Curiosa filosofía y cuestiones naturales (1630) cuanto en De oculta filosofía (1634), acoge supersticiones y patrañas de las más vulgares. Abusa mucho de los lugares comunes y tampoco posee el buen gusto de prescindir de inoportunos juegos de palabras.

Parece más preocupado de la parte literaria que de rigor filosófico; así, excita el ánimo para conocer al Principio de toda realidad, al Ser por antonomasia y escribe aludiendo a Demócrito: «Por conocer las verdades [319] naturales quiso perder los ojos un gentil, bien podemos nosotros desojarnos por la verdad eterna... ¿Por qué no nos mueve la verdad eterna a que la conozcamos?» Mas ¡ay!, él mismo se contesta declarando incognoscible la primera verdad de las que todas dependen y lanzando al alma por el despeñadero del escepticismo, sin más cable que la fe. «Aquel inmenso piélago de esencia..., sólo puede nuestro entendimiento admirarlo, pero no comprenderlo... No cabe el concepto divino en la capacidad de naturaleza criada». (De la herm. de Dios.)

No comprendemos cómo sobre la vulgar falange de hueros ascéticos, secos y aburridos, no exaltan los historiadores literarios la grandiosa figura de D. Miguel de Mañara (1626-79). Hombre de borrascosa juventud, según confesión propia y afirmación de sus primeros biógrafos, por más que recientes panegiristas se obstinen en presentarlo con nimbo de perpetua santidad, al fallecer su esposa, se contrajo a edificante vida y postuló el ingreso en la Hermandad de la Caridad, donde se le admitió, no sin obstinada resistencia. Consiguió ser elegido Hermano Mayor, y en esta dignidad realizó portentosa obra, estableciendo el Hospicio, el Hospital y el templo que enriquecieron con sus pinceles y buriles Murillo, Roldán y Valdés Leal. Un celo hiperbólico le impulsó a iniciar dura cruzada contra los espectáculos teatrales, campaña tan eficaz que logró cerrar por mucho tiempo casi todos los coliseos de España {(1) Vide nuestro Dic. de Escr. Sev., t. II}. Consérvase de su pluma la Carta a D. Carlos de Herrera sobre las representaciones escénicas, pero donde arde toda su alma es en El Libro de la Verdad (1725), tan notable por la sinceridad del pensamiento cuanto por la fogosidad y nervio del estilo.

Tomamos dos párrafos al azar, verdaderamente al azar, con la seguridad de que en ningún clásico se hallará calor y energía comparable a ellos:

«Quien vio lo que Judas hizo después que vendió a [320] Jesucristo ¿no dijera que era un verdadero penitente? Porque él confesó su pecado a voces, restituyó la honra en público a quien se la había quitado, volvió a su dueño el dinero mal ganado. ¿Quién viendo estas demostraciones no dijera había enteramente satisfecho su pecado? Y con todas estas circunstancias se condenó, porque el corazón estaba de diferente color que las obras exteriores. ¿Qué importa que la boca diga pequé si el corazón no dice nada? ¿Que desprecie las riquezas con la lengua cuando las guarda el corazón? ¿Qué importa? Llega a las playas de Nínive el profeta Jonás (capítulo 1.°), empieza a sonar su voz por las calles y plazas de aquella opulentísima ciudad; pregona la justicia de Dios, que vendrá sobre sus habitadores dentro de cuarenta días, y al instante empiezan todos a llorar y a hacer penitencia de sus pecados; bien pudieran aguardar algunos días, pues sabían tenían cuarenta días de término; no, sino luego hicieron penitencia desde el Rey hasta el más vil esclavo. ¿Viene el auxilio de Dios, suena la voz del Señor, de Jonás, en nuestros corazones? No hay que aguardar segunda voz, no sea que sea la postrera que Dios tenga determinada para castigar nuestros pecados. Estos varones ninivitas tiene Dios guardados para el día del Juicio, y con ellos juzgará a estos embelesados del mundo. La penitencia de S. Juan Bautista y la del santo profeta Jeremías, ambos santificados antes de nacer, se levantarán contra esta mala gente el día de la venganza, pues teniendo vida inculpable hacían rigurosa penitencia, sólo por asegurar la gracia de Dios; mira tú lo que debes hacer cuando tienes que pagarle tanta multitud de culpas.» ¡Cómo se hunden en el alma las terribles palabras del ascetal «Mira una bóveda, entra en ella con la consideración y ponte a mirar tus padres y tu mujer, si la has perdido, los amigos que conocías. ¡Mira qué silencio! No se oye nada, el roer de los carcomas y gusanos tan solamente se percibe, y el estruendo de pajes y lacayos ¿dónde está? Acá se quedó todo... ¿Y la mitra y la corona? También acá la dejaron.» Nadie hay tan emocionante, tan apocalíptico, [321] tan descarnadamente sublime en los círculos del Dante. Sólo pudiera compararse con los cuadros de Valdés Leal.

Por aquellos días, D. Francisco de Miranda y Paz, capellán de los Reyes Nuevos de Toledo, imprimió El Desengañado (1663), libro de filosofía moral, tirando a ascético, destinado a encarecer la vanidad de la vida. «Topo es quien no distingue la ropa del engaño y desnudez de la verdad.» «Abre oy los ojos, pues no sabes sí tendrás vista mañana.» «Teme que ni tengas lugar ni tiempo, quando quieras.» Todo es una viva exhortación al arrepentimiento. Hay algo, aunque menos imponente, del alma de Mañara.


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
filosofia.org
Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 317-321