Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Bautista Fernández · Demostraciones católicas y principios en que se funda la verdad · 1593

Libro segundo · Tratado tercero · Capítulo tercero

Que en la sagrada escritura no se condena el estudio de las ciencias humanas, como algunos lo quisieron entender, sino el total, o demasiado ejercicio en ellas


Después que el sapientísimo Salomón deprendió por experiencia cuan inestable y perecedero es todo lo que baña y calienta el Sol, se resolvió en predicar a los hombres, como experimentado, la vanidad que se halla en estas cosas inferiores que desvanecen a los mortales, y entre otras cosas que sobre este tema, vanidad de vanidades, y todo es vanidad, prosiguió, dice en esta manera. Yo Eclesiastés (Eccle. 1.) fui Rey de Israel, y tuve por cabeza y metrópoli de mi reino a la insigne ciudad de Jerusalén, y propuse en mi ánimo de investigar e inquirir las causas y naturalezas de todas las cosas que se producen debajo del Sol, y hallé que esta es una pésima y trabajosísima ocupación, la cual dio Dios a los hijos de los hombres para que se ocupasen en ella. (Eccles. 3.) Y luego en otro capítulo confirma lo mismo, diciendo. Todas las cosas hizo Dios buenas en su tiempo y dejó el mundo y lo entregó en la disputa de los hombres, pero de tal manera que nadie hay que halle la razón de la obra que obró Dios desde el principio de la creación de las cosas hasta el fin. No discrepa de lo dicho lo que el mismo Salomón testifica en otro lugar. (Eccles. 8.) Entendí (dice) que ninguna razón puede el hombre hallar de las obras de Dios que debajo del Sol se hacen, y cuanto más trabajare en inquirirlas, tanto menos las alcanzará. Y si dijere el Sabio que las sabe, con todo esto le digo que no les dará alcance. Concuerda con el Sabio el divino Apóstol Pablo, (1. Cor. 1.) cuando escribiendo a los de Corinto, pone título de estulticia y necedad a la sabiduría de este mundo: y escribiendo a los Colosenses (Ad Col. 2.) llama a la filosofía vana y engañosa, de la cual en otra parte testificó ser ciencia que infla haciendo a los hombres soberbios y arrogantes. (1. Cor. 8.) Con estas autoridades sagradas tomadas de las divinas letras, y mal entendidas de los que tienen publicado bando contra las ciencias humanas piensan que han salido con victoria y triunfado de ellas. Pero para que descubramos su ceguedad les responderemos, mostrando con verdad que ni Salomón, ni S. Pablo quisieron sentir lo que estos, antes confesaron la verdad contraria a su falsedad.

Cuanto a lo primero es de saber que Salomón en su Eclesiastés, cuyos son los tres lugares que de él se han citado, pretendió principalmente declarar el fin del hombre y felicidad humana en que consista, para lo cual tomó por tema de su sermón vanidad de vanidades y todo es vanidad, en lo cual significa que los bienes todos de este siglo no son bastantes para beatificar al hombre, ni darle su último fin que es Dios. En este sentido toma Salomón la vanidad porque vano es lo que carece de fin, o no aprovecha para el fin que se pretende. Con razón pues se llaman vanas aquellas cosas, en las cuales si el hombre busca descanso no lo halla, si aguarda felicidad por demás la espera, si desea alcanzar su fin le sale su pretensión vana. Son pues todas las cosas vanidad, porque son insuficientes para beatificar al hombre. Habiendo propuesto Salomón este tan magnífico tema en el principio de su sermón, con el cual abrazó todas las cosas criadas, desciende luego a tratar en particular de cada una de ellas; mostrando que la bienaventuranza no se ha de poner en la sabiduría ni en las riquezas, ni en la abundancia, ni en el deleite, ni en ningún bien corpóreo y criado: y así muestra en el primer capítulo de su Eclesiastés, que las disciplinas humanas no beatifican al hombre diciendo, que dio Dios esta pésima ocupación a los hijos de los hombres, que es inquirir sabiamente de todas las cosas que se hacen debajo del Sol. Llámala ocupación pésima, porque es molestísima y trabajosísima. Porque malo en la escritura algunas veces, como parece por Isaías y Amos, no se toma por culpa, sino por pena. (Esai. 45. Amos. 3.) Pues no se ha de colegir de este lugar ser absolutamente mala la consideración y conocimiento de las cosas naturales si se guarda el debido modo y orden. El modo, que no se ponga en ellas demasiada solicitud, cuidado y soberbia curiosidad. El orden, que la inquisición y contemplación de las cosas naturales no se refiera ni encamine a otro que al criador, como lo aconsejan S. Pablo y el mismo Salomón, (Rom. 1. Sap. 13.) y con esto se manifiesta que el conocimiento de las cosas criadas siendo trabajosísimo no hace al hombre bienaventurado.

Cuando dice también el mismo Salomón que todas las cosas hizo Dios buenas en su tiempo, y que entregó el mundo en la disputa de los hombres, para que no hallen razón de la obra que Dios crió desde el principio del mundo hasta el fin. No se ha de pensar tampoco que queden ya con estas palabras condenadas las ciencias humanas, antes de ellas se colige lo contrario, porque si Dios crió al mundo, para que los hombres disputasen de él con la agudeza de sus ingenios, imprimiendo para esto un natural apetito a las ciencias, según que Aristóteles con mucha verdad lo enseña, (Aristot. 1. Metaphi.) luego síguese que las ciencias no son vanas: porque de otra manera, ni Dios pusiera este mundo en las disputas de los hombres, para que lo examinasen e inquiriesen las causas de las cosas criadas, ni imprimiera el apetito natural que tienen al conocimiento de ellas, siendo verdad concedida de todos los Sabios que Dios y naturaleza, ninguna cosa hacen sino por su debido fin. No hace contra esto lo que luego añade que el hombre no puede hallar la razón de la obra que Dios crió, porque esto se ha de entender que no puede el hombre comprehender las razones de todas las cosas, que aunque algo sepa y entienda, no empero puede llegar a conocer todo lo que es conocible en las criaturas. Tal por cierto crió Dios al hombre que puede inquirir y disputar de las cosas que están en el mundo, y de ellas levantarse al conocimiento del criador, pero no puede con su razón tanto penetrar que totalmente comprehenda las obras de Dios, que es lo que en este lugar quiso decir el Sabio.

Con esto queda declarado lo tercero que del mismo Salomón en el tercero lugar arriba citado podían los contrarios alegar contra las ciencias, porque verdad es que siendo nuestro entendimiento tan corto no puede el hombre conocer las obras que Dios hizo debajo del Sol tan cabalmente como ellas son inteligibles. Y que sea este su verdadero sentido infiérese de lo que el mismo sabio de sí testifica diciendo. Todas las cosas tente con mi sabiduría, y dije. Sabio tengo de hacerme, y la sabiduría se apartó de mí más lejos que antes, porque alta es su profundidad, ¿quién la hallará? en estas palabras no niega Salomón que no tuvo sabiduría de las cosas naturales y criadas, sino que ni las pudo vadear ni del todo conocer, como lo explicamos en el primero libro.

No convence lo que del Apóstol San Pablo traen en su favor, el cual si llama necedad y estulticia la sabiduría humana, y a la filosofía le pone título de vana, no se debe entender de la verdadera filosofía (según S. Clemente) (Clemens. lib. 1. & 6 stroma.) que enseña las verdades de las cosas naturales, la cual considerada pos sí verdadera es y en ninguna manera contraria a la doctrina sagrada, sino de la Epicúrea que niega la providencia de Dios, y al deleite corpóreo pone por último fin, y ninguna cosa cree, sino es las que tiene cuerpo, o de la Estoica, o de la de otros Filósofos, que mezclada e inficionada con diversos errores es contraria a la doctrina sagrada. O puédese responder que reprehende el Apóstol la Filosofía, en cuanto los gentiles perversa e impíamente usaban de ella para impugnar la verdad de la Fe Católica, o en cuanto era tenida de los mismos gentiles, y estimada como primera y suma medida y regla, a la cual se debe reducir todo lo que el hombre ha de creer, de tal manera, que lo que no cuadra con ella, o excede el conocimiento de la Filosofía, sea juzgado como falso y desechado, como improbable e increíble.

Esta filosofía que contradice a la verdadera ciencia condenada en estos lugares por el Apóstol S. Pablo, (Prov. 5. & 7.) es aquella mujer vagabunda y parleruela, inquieta, blanda, aduladora, aparejada para engañar las almas, a cuya falaz hermosura no quiere Salomón que atendamos, como lo explica Beda. (Beda. sup 2 & 7. Prover.) Y cuando el mismo Apóstol S. Pablo dice, que la ciencia hincha y ensoberbece, y que la caridad edifica, no se ha de entender en manera alguna que quiera condenar la humana disciplina, sino en cuanto, como explica el glorioso Doctor San Agustín, (Aug. sup. Psal. 118.) cuando con su grandeza precede a la caridad, que si la caridad sobrepuja, entonces útil es la ciencia. (Aug. li. 3. de verbis domini.) De aquí es, que declarando el mismo Doctor en otro lugar estas palabras la ciencia infla, dice. ¿Cómo así? ¿Debéis por ventura huir la ciencia y habéis de escoger antes no saber cosa alguna que ensoberbeceros? ¿Si esto es así para qué disputamos? ¿para qué os enseñamos lo que no sabéis, y os inferimos lo que ignoráis? Tenerse debe cuenta grande con que la ciencia no ensoberbezca, y para que esto se haga amad la ciencia, pero anteponed la caridad. La ciencia si sola estuviere desvanece al hombre, pero porque la caridad edifica y no permite que la ciencia se levante y empine, entonces se ensoberbecerá cuando la caridad no edifica, que cuando edifica bien fundada está. Acutísimamente, como lo acostumbra el glorioso Agustín, (Aug. li. 5. cons. c. 4.) enseña de qué manera la humana ciencia es condenable. Porque como en otra parte dice, desdichado e infeliz es el hombre que todas las cosas sabe e ignora a Dios, y por el contrario bien aventurado el que conoce a Dios, aunque todas las demás cosas ignore. De manera que la disciplina humana que por sí sola ensoberbece, con el verdadero conocimiento y amor de Dios es útil y provechosa.

[ Logroño 1593, hojas 138r-139v ]