La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Primera
/ Capítulo tercero

§. II
Tratamiento de las enfermedades agudas, y crónicas


A pesar de haber observado, que existe en medicina [156] una escuela, que aconseja el método expectante en las enfermedades agudas, y crónicas, que sobrevienen durante la preñez; no obstante no faltan graves autores que no son de este modo de pensar. Hay casos en que el médico debe obrar necesariamente, y si hay casos de esta especie la buena teología le manda que obre. Muchísimas veces se ha visto que se han usado con buen resultado los vomitivos, los purgantes, las sangrías, los baños, &c. La naturaleza misma debe enseñar al médico en ciertos casos, en las muchísimas ocasiones que habrá observado en señoras embarazadas repetidos vómitos espontáneos sin que hayan resultado abortos. Así es que muchos médicos emplean los vomitivos con prudencia, cuando hay un estado saburral, pronunciado del estomago, dando generalmente la preferencia a la hipecacuana. Es verdad que deben irse con mucha precaución particularmente, cuando la mujer es sumamente nerviosa, irritable, y por lo tanto propensa al aborto. Las mismas precauciones deben tomarse para administrar purgantes, dando la preferencia en caso de propinarles al maná, al aceite de Ricino, y sales neutras; por que los purgantes acres pueden determinar cólicos, y tal vez el aborto.

La sífilis haciendo progresos más rápidos en las mujeres embarazadas, determinan a menudo la muerte del feto, y el aborto. El niño cuando menos nace en un estado de marasmo que le pone en peligro; por lo que debe usarse el mercurio durante el embarazo; advirtiendo que sólo en los casos de mucha urgencia podrá propinarse el mercurio en los tres primeros [157] meses, y en los dos últimos del embarazo, porque en el primer caso el mercurio agravaría infaliblemente la salivación, las náuseas, los vómitos, la diarrea, y los cólicos que sobrevienen generalmente al principio del preñado; y en el segundo caso la salivación y la diarrea que son casi siempre consectarios del mercurio, expondrían a la mujer a un parto peligroso. Mas en uno y otro caso no deben olvidarse los paliativos, para impedir los progresos del mal, como algunas fricciones mercuriales, &c.

A pesar del dicho de Hipócrates, de que la sangría durante la gestación produce el aborto, particularmente cuando el feto está muy desarrollado; puede practicarse sin inconveniente en las enfermedades inflamatorias, que sobrevienen en la preñez. También ha producido buen efecto la sangría del pie, en los casos de apoplejía o de convulsiones; porque como saben muy bien los médicos no puede conservarse el infante sin salvar la vida a la madre.

Los baños como hemos dicho ya, deben usarse, y no dañan en las enfermedades durante la preñez. Lo mismo decimos del opio, y de los narcóticos en general, siempre que sean administrados con mucho tino, y precaución.

La hidropesía se trata con tónicos, amargos, ferruginosos, absteniéndose de hydragogos, y diuréticos calientes, porque obrando de una manera estimulante sobre el intestino y sobre los órganos de la orina pueden excitar simpáticamente el útero, y dar lugar al aborto. [158]

Moreau prescribe el tratamiento siguiente en varias incomodidades que sobrevienen durante el curso de una preñez ordinaria. La odontalgia que afecta a las mujeres embarazadas que las más veces no es más que una neurose, debida en ciertos casos a una congestión sanguínea hacia las mandíbulas, debe tratarse con sangrías locales o generales, los baños generales, la aplicación local de narcóticos, el uso de algunos antiespasmódicos especialmente del alcanfor solo, o unido a los opiados, y administrado bajo la forma de gargarismos. Cuando continúa esta afección prescribe las píldoras de Meglin a la dosis de cuatro, seis y hasta diez por día, y tan luego como toma el tipo intermitente, da la quina y corta el acceso. En estas circunstancias se aconseja como muy útil mantener con cuidado la libertad del vientre, y aun recurrir al uso de los laxantes suaves, si las lavativas son insuficientes.

El tialismo causado por una secreción superabundante de saliva, a pesar, de no ser doloroso ni peligroso, debe combatirse con el uso de las infusiones aromáticas, tales como las de te, de manzanilla romana, de hinojo, de anís, o de algunas plantas sacadas de la familia de las bilabiadas. Cuando se resiste el tialismo algunos recurren a la sangría del brazo, a los purgantes ligeros, y al uso de los polvos absorbentes, tales como la magnesia calcinada, y los polvos de ojos de cangrejos. Desormeanx aconseja tener habitualmente en la boca azúcar cande o goma arábiga. En algunos casos también aprovechan los astringentes. No obstante, aconseja Moreau que el facultativo sea sobrio en [159] el uso de los medios activos, tanto más cuanto que su uso no está al abrigo de todo peligro. Murat refiere la observación de una mujer joven, en quien la supresión del tialismo por los astringentes, fue seguida de un ataque de apoplejía, que la causó la muerte.

Obsérvase también que el tialismo, las náuseas, y los vómitos que acompañan a la preñez, ceden ordinariamente por sí mismos al tercero o cuarto mes, mas cuando excede de este término suele prolongarse hasta el fin del embarazo.

Los agrios, se manifiestan en algunas circunstancias antes o después de la comida; las mujeres tienen entonces eructos ácidos, nidorosos y de un sabor a veces insoportable. Los medios que se emplean en estos casos son los amargos, las infusiones de manzanilla, de centaura menor, los vinos generosos y sobre todo los polvos absorbentes, y en particular la magnesia calcinada.

Las náuseas y los vómitos siendo moderados no ofrecen gravedad alguna, y desaparecen naturalmente entre el tercero y cuarto mes del embarazo. Cuando los vómitos son frecuentes, ocasionan dolor, y una conmoción que puede en algunos casos perjudicar al desarrollo de la preñez y provocar el aborto: otras veces dañan a la nutrición de la mujer y producen un enflaquecimiento y una debilidad progresivas que puede quizá, aunque raras veces, ocasionar la muerte.

En los vómitos simpáticos, como en los de los primeros meses, se aconseja el uso de la magnesia [160] calcinada, de las pastillas alcalinas, de las de Vichy, de algunos granos de polvos de raíz de colombo, y la aplicación sobre el epigastrio de un emplasto de triaca rociado con láudano de Sydenham. Cuando la lengua está cubierta de un barniz amarillento, y la boca pastosa y amarga, cuando hay sed y poco apetito, cuando la piel está caliente y seca, y existe estreñimiento, es necesario recurrir al uso de bebidas frescas y ligeramente aciduladas, y en seguida al uso de los laxantes suaves. Si los vómitos están acompañados de rubicundez de la lengua; de dolores epigástricos, de frecuencia de pulso y con mayor razón de calentura, una sangría del brazo y la aplicación de algunas sanguijuelas al epigastrio, llegan frecuentemente a detenerlos. En las mujeres nerviosas, de una constitución débil, o debilitadas por privaciones o enfermedades anteriores, se emplean con ventaja el hielo, las bebidas gaseadas heladas, y algunas veces los vinos espirituosos, como los de España y Rosellón.

También puede suceder que las digestiones sean lentas, y difíciles; este estado constituye la dispepsia, es unas veces continuo y otras alterna con digestiones normales, en cuyo caso casi siempre hay estreñimiento. Varían mucho las reglas que hay que seguir; es necesario ver si la dispepsia es debida a una acción simpática del útero, si proviene de una mala disposición de los órganos digestivos, o bien si resulta de una debilidad general o local. En el primer caso es preciso esperar o administrar los antiespasmódicos, y en el segundo combatirla con los medios que reclama esta [161] mala disposición. Cuando la dispepsia es asténica, se prescriben los tónicos y los excitantes internos y externos: el ejercicio, las fricciones, los baños de mar o de río, y el uso de las aguas sulfurosas son los principales medios que se han de emplear.

Obsérvase también en el curso de la preñez estreñimiento, el cual ocasiona muchas veces insomnio, cefalalgia y un calor incomodo, y se le debe combatir con lavativas, minorativos, y purgantes suaves. Si el estreñimiento es habitual, es menester recurrir a los caldos de pollo, de ternera y al régimen vegetal.

En las mujeres embarazadas nótanse también hemorroides, las cuales muchas veces no son más que el resultado de la presión que ejerce el útero sobre el recto, y de la acumulación de materias en los intestinos gruesos, porque frecuentemente se disipan por sí mismos después del parto. Cuando las almorranas ocasionan dolores demasiado vivos, y cuando son voluminosas, se empieza por hacerlas entrar y mantenerlas con un tapón: si esto no se puede conseguir se debe vaciar el intestino, y después prescribir baños, cataplasmas, lociones emolientes y narcóticas, y unturas con el bálsamo tranquilo, o con el ungüento de populeón. Cuando estos diferentes medios no han conseguido ningún alivio, muchos prácticos recomiendan la aplicación de sanguijuelas al rededor de estos tumores. Desormeaux dice no haber obtenido ningún efecto durable con su uso. Algunas mujeres se encuentran aliviadas con el uso de un asiento de rodete.

En los últimos tiempos de la preñez, las venas de [162] miembros inferiores son afectadas de varices, en cuyo caso es menester recurrir a una compresión metódica ejercida por medio de un botín de piel de perro o de una polaina de cotí bien apretada y ligada en el lado externo del miembro, para detener o moderar su desarrollo, y para evitar la rotura que sería siempre seguida de una hemorragia, y algunas veces de la muerte.

El edema afecta ordinariamente a los pies, se extiende frecuentemente a las piernas muslos y hasta a los grandes labios, que distiende de una manera extraordinaria hasta el punto de ocasionar su gangrena, y otras veces, aunque no con tanta frecuencia, invade todo el cuerpo. En el primer caso es debido a la compresión que ejerce el útero distendido por la preñez, sobre los vasos de la pelvis, cuando la mujer esta de pie o sentada, como lo prueba la disminución o la cesación de la infiltración, cuando ha permanecido algún tiempo echada horizontalmente; y en el segundo caso es producido por una especie de plétora y de sufusión serosa. Se combate el edema parcial con el reposo en la posición horizontal, el uso de los diuréticos, de los laxantes suaves y algunas veces con las escarificaciones. En el edema general se obtienen buenos efectos de la sangría.

La plétora, puede considerarse como la incomodidad más general; se anuncia por cefalalgia, caloradas al rostro, vértigos, disnea, soñolencia, y dureza del pulso. Cuando existen estos síntomas, la sangría del brazo es el remedio por excelencia. Algunas veces se manifiestan hacia el abdomen signos de congestión; entonces los lomos y los riñones están doloridos, el vientre [163] hinchado y sensible y se derrama algunas veces un poco de sangre por la vulva. Esta congestión uterina se manifiesta sobre todo en las épocas que coinciden con la duración ordinaria de las reglas, o bien bajo la influencia de causas físicas, o morales. Las sangrías del brazo, una dieta láctea y el ejercicio convienen en este caso.

Esta es la práctica que aconseja Moreau y que no hemos querido omitir por ser autor de gran autoridad en esta materia. Puede leerse también a Capuron en su Tratado de las enfermedades de mujeres; y otros varios que la han tratado con detenimiento. Este último prescribe el tratamiento siguiente en la hemoptisis de las preñadas.

«Cuando se arroja sangre por la boca, dice, o se advierten gargajos de ella que salen de las partes posteriores de aquella cavidad o de los bronquios y pulmones, se llama a esto hemoptisis.

Esta especie de hemorragia se observa en los preñados de las mujeres pictóricas o sanguíneas, y también en los de las nerviosas e irritables: las linfáticas no están tan expuestas. Entre sus causas predisponentes podemos contar la tisis hereditaria, la mala conformación de pecho, su aplanamiento y estrechez, la gibosidad, la mala dirección de la columna vertebral, la costumbre de llevar los vestidos apretados, las cotillas, corsés, &c.

Las causas ocasionales son del mismo preñado cuando la matriz se desarrolla en la cavidad del vientre, y casi llega a ocupar la del pecho cuando llega a los últimos meses del preñado. De aquí resulta la dificultad de la [164] circulación en los vasos abdominales, el reflujo de la sangre hacia el pecho, la infartación e irritación de los pulmones, la tos más o menos rebelde, la rotura de algunos ramillos de los vasos pulmonares o bronquiales, y en una palabra, la hemorragia y flujo de sangre por la boca.

Esta enfermedad se manifiesta por una sensación continua de calor y ardor, algunas veces por una constricción espasmódica, de que se queja la preñada hacia el cuarto o quinto mes. Poco después de haber notado las señales dichas siente como un sabor de sal o sangre en la boca: finalmente viene el flujo o los esputos de sangre roja y espumosa. La evacuación se aumenta con el ejercicio, y después de comer y dormir en camas muy calientes, y siempre que haya una causa que acelere la circulación de los líquidos.

Por el conjunto de estos síntomas, el temperamento y estado actual de la enfermedad se distinguirá la hemoptisis de la hematemesis. En esta sale la sangre del estómago, y por vomito: es negruzca, grumosa, y sale mezclada con algunos restos de alimento. Para la seguridad del diagnóstico debe examinar el médico si la tos y esputo de sangre dependen o vienen con el catarro, la pleuresía, pulmonía, tisis, hidropesía de pecho, aneurisma del corazón &c.

El riesgo de la enferma es relativo a la predisposición anterior, a su constitución, a la estructura de su pecho, y a las enfermedades que haya padecido. En este caso la hemoptisis se agrava al paso que avanza el preñado, y suele ser mortal por los esfuerzos para [165] parir. Chambon cuenta, haberla visto degenerar en una tisis incurable en seguida a la calentura de la leche y demás consecuencias del parto. La enferma de esta observación murió en poco tiempo por no haber hecho atención de un esputo de sangre que apareció al séptimo mes de su preñado.

La curación se reduce a disminuir el aflujo de la sangre hacia el pecho, y calmar la irritación de los pulmones. La primera de estas dos indicaciones se satisface con la sangría, repetida más o menos con arreglo a la constitución y fuerzas de la enferma. No deba impedir la sangría el miedo de debilitar el feto, porque bajo este pretexto se arriesgará más bien su pérdida comprometiendo la vida de la madre. No siempre conviene sangrar del brazo; basta algunas veces aplicar sanguijuelas a las inmediaciones de la vulva, al ano, o a la parte superior de los muslos.

La irritación de los pulmones se calma dando los antiespasmódicos, y aun algunas preparaciones del opio, cuya eficacia para detener las hemorragias está tan comprobada por la experiencia. Se dispondrán algunas onzas de agua de flor de tilo, o de hojas de naranjo, y una onza de jarabe de diacodon, o de sucino, o se darán treinta gotas del opio de Rouseau, que tomará la enferma a cucharadas en varias veces: al mismo tiempo se ordenará el régimen conveniente. No debe usarse de los tónicos ni calefacientes; y los alimentos, tanto sólidos como líquidos, serán los más apropiados para moderar la efervescencia de la sangre. Las cremas de arroz y cebada, las carnes de animales [166] jóvenes, los pescados de río, las frutas de estío y otoño, el agua de pollo o ternera con un poco de nitro, el cocimiento de cebada con jarabe de vinagre, grosella etc; la quietud o ejercicio moderado por mañana y tarde; la libertad de las excreciones naturales, la paz y tranquilidad de espíritu, son los medios más adecuados para moderar la hemoptisis, y precaver su recaída.

Hemos presentado el tratamiento de las enfermedades agudas y crónicas que pueden sobrevenir durante la preñez, no para enseñar a los facultativos, lo que no pretendemos, sino para desterrar de algunos confesores varios escrúpulos, y dudas que pueden ocurrírseles en la práctica del confesionario, con especialidad cuando el penitente es médico cirujano &c.

Hace algunos años que se nos presentó un cirujano de aldea, a quien en la cuaresma anterior le había sido negada la absolución, porque había sangrado a una mujer embarazada; la cual abortó dos meses después. El confesor exigía del cirujano propósito firme de no volver a sangrar ninguna embarazada fundado sin duda en la doctrina de Hipócrates, o en la creencia vulgar; el penitente no quiso someterse a semejante resolución al propósito, fundado en las verdades de la ciencia, y en su propia práctica según la cual había producido buenos resultados la sangría estando indicada: y no creía que el aborto de la mujer en cuestión fuera producido por una sangría hecha hacía dos meses.

En esta polémica el confesor se decidió por negarle la absolución creyéndole impenitente, y el cirujano [167] hizo propósito de no volver a frecuentar los Sacramentos en su vida, y lo hubiera verificado si la casualidad no nos le hubiera hecho conocer, y después de haberle tratado con alguna familiaridad, hacerla desistir de su propósito, y cumplir con la iglesia en la cuaresma inmediata como buen católico.


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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