Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La Institución Libre y la Enseñanza. II. Los instrumentos oficiales

La Residencia de Estudiantes

Carlos Riba

Catedrático de la Universidad
Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza

Juzgaría equivocadamente este capítulo y los demás que componen el presente libro quien viera en ellos feroces lanzadas al enemigo muerto o ingenuos desahogos de un simple valor retrospectivo; porque bien pudiera suceder que cuando las armas victoriosas de nuestro Ejército y Milicias hayan devuelto a España su glorioso pasado, intentara este viejo y frondoso árbol de la Institución, que hoy parece abatido por las circunstancias, retoñar de algún modo, con todas o con algunas de sus ramas, al calor de la España generosa y olvidadiza que se adivina para los días alegres de la paz.

Conviene, pues, situar este libro en su doble finalidad de prevención seria para el futuro y de caballeroso alegato contra personas que viven y pueden responder a las públicas y concretas inculpaciones que se les dirigen.

En el pleito que la auténtica España tiene pendiente con la Institución Libre de Enseñanza, son estas páginas pliegos de cargos, redactados sin pasión y sin odio, con la serena objetividad que ofrecen los datos y números, los nombres y hechos, que constan en sus documentos.

Fluye de estos trabajos la conclusión clara de que las múltiples actividades institucionistas nos han agraviado en nuestra triple condición de españoles, de católicos y de docentes. Esto se verá de nuevo, en el [168] presente capítulo, en el que hemos de examinar una de aquellas actividades, quizá la de mayor categoría por su enorme alcance y trascendencia en la formación de la juventud intelectual española: la Residencia de Estudiantes.

La Residencia, instrumento de la política sectaria de la Institución

El amor a la exactitud obliga a decir al doctor Suñer, en su luminoso libro Los intelectuales y la tragedia española, que el fundador de la Institución, don Francisco Giner de los Ríos, fue un espíritu sincero, de inclinación apostólica, dotado de influencia sugestiva apropiada para la conversión a su causa de los jóvenes alumnos que le rodeaban. Añade que es probable que fines lógicos, respetables, le indujesen a una labor de proselitismo de altura, que, desgraciadamente, cayó, después de su muerte, en las más lamentables aberraciones.

La Institución fue perdiendo en los últimos años de la vida de su fundador sus cualidades meramente ideológicas para derivar, primero, en una sociedad protectora de intereses de las «izquierdas intelectuales» –las únicas que, a juicio de su propia estimación, merecían beligerancia– y convertirse, después, en una fuerza de combate de la revolución que había de cambiar el régimen político de España.

El elemento de choque de estas fuerzas fueron las «milicias estudiantiles» de la Residencia de Estudiantes.

La creación de esta Residencia, broche de una labor casi cincuentenaria en pro del ateísmo, no alarmó demasiado, a decir verdad, a los católicos, tal vez porque [169] sus directores tenían el arte de disimular en todas sus obras, bajo el noble rótulo de la cultura o de los ideales –que algunos institucionistas miopes creían, de buena fe, inofensivos– de formación de la juventud dentro de la moral laica, el carácter esencialmente sectario y ateo de la Institución.

Esta, de vez en cuando, por interés en atenuar la crudeza de este carácter, o por invencible sentimiento de respeto a la justicia, daba notas oportunistas que podría mostrar en lo futuro como ejemplos vivos de la ecuanimidad de su conducta.

Así, los elementos católicos a quienes interesaba ampliar estudios en el Extranjero, tenían forzosamente que pasar sus peticiones por esta aduana de selección; y hay que decir en honor de la verdad, que si se trataba de casos de notoria justificación, las peticiones eran atendidas. Con ello la Institución ganaba cartel de imparcialidad, y el pensionado católico quedaba, en conciencia, parcialmente obligado a mostrar al Estado, en buena moneda de publicaciones, el fruto científico de su viaje.

Tan difícil como ir al Extranjero era para los elementos derechistas romper el acerco «espiritual» de la Residencia.

Instalada en un edificio espléndido, en los altos del Hipódromo, ofrecía a los jóvenes estudiantes insuperables atractivos, comodidades de todo género, a un precio de estancia de imposible competencia, gracias a la ayuda económica del Estado.

Se comprende que fuese crecidísimo el número de aspirantes a las plazas de la Residencia, y que fueran adjudicadas en su mayoría, a los amigos y simpatizantes de la Institución.

Mas no eran escolares todos los residentes. En el pan catequístico de la Institución entraba la táctica de reservar algunas habitaciones para albergar a [170] determinados profesores y personalidades que convivían largas temporadas con los jóvenes estudiantes, y los ganaban con su trato y conversaciones familiares a la causa de su doctrina.

Los efectos de esta labor no tardaron en manifestarse. Al cabo de algunos años, la Residencia era el cuartel general de las «milicias estudiantiles», envenenadas por los sabios de la Institución y «dispuestas a todo» para defender y servir con obediencia ciega sus empresas en la era revolucionaria que comenzaba.

La primera de ellas fue «lanzarse, con el imperio de la violencia, a la conquista de las cátedras universitarias más importantes, especialmente las de Madrid y Barcelona». Para la provisión de la vacante de Patología general, de Madrid, fueron movilizadas las huestes de la Residencia, las cuales actuaron eficazmente, con denuestos y silbidos, para «imponer» a la opinión profesional y profana los candidatos de la Institución. Recuerda el doctor Suñer, en su libro citado, que uno de los jueces del Tribunal de la cátedra de Barcelona era el doctor Royo Villanova, el cual hizo una valiente intervención en el Senado, acusando de la dirección de las huestes al boyante e inquieto doctor Marañón, a quien puso como no digan dueñas, con alusión al valor del proteccionismo familiar en la propaganda de su persona y de su fama.

Nuevas coacciones escolares ejercidas en la provisión de otras cátedras, entre ellas la de Derecho Mercantil, de la Facultad de Madrid, y la de Anatomía, «en la que el glorioso Cajal, por el enorme delito de votar en blanco, fue abucheado, insultado, golpeado con productos hortelanos, hasta el extremo de que algunos de los profesores asistentes al acto de la provisión –malas lenguas decían que para animar a sus tropas al cumplimiento de la violencia–, viendo que peligraba la integridad física del gran histólogo español, se creyeron [171] en la obligación de hacerle barrera defensiva lean con sus cuerpos».

De esta manera, por el procedimiento de la violencia unas veces, y otras por el sistema del barullo, de la intriga y del descrédito de todo, oposiciones, enseñanza, gobierno, monarquía, preparaban «los intelectuales» su asalto al Poder, atrapando de paso, no importa por qué medios, cátedras y academias, utilizando a los muchachos escolares y amparados por las «fuerzas ocultas» que habían decidido hacer de España una colonia rusa.

Fue en esta época, hacia 1927, en el ambiente enrarecido contra la Dictadura del gran patriota Primo de Rivera, y en pro de la acción desquiciadora de los «intelectuales», con vistas al hundimiento del régimen, cuando la FUE empezó a tomar carta de naturaleza. La incubadora de esta organización escolar fue la Residencia de Estudiantes, de Madrid. De ella sacaron los elementos directivos y provocadores, de actividad incesante. A los alumnos de buena fe, tocados por «snobismo» de ideas que juzgaban superiores, se les hizo creer que la FUE no era una asociación política, sino profesional (de la profesión de Sbert, el eterno estudiante), dedicada a defender los intereses legítimos de los estudiantes y de la enseñanza.

La FUE, jaleada y sostenida desde los primeros centros universitarios por los profesores del «grupo» –que, aunque eran minoría, gobernaban en todas las Universidades gracias a la incuria y desorganización de las derechas–, no tuvo enfrente, al principio, más que la viril decisión de los heroicos muchachos de los Estudiantes Católicos y de la AET. Era el período final de la Dictadura. Las turbulencias escolares y la indisciplina académica habían llegado a tal extremo de gravedad, que el General Primo de Rivera tuvo que apelar al cierre de Universidades. Era lo que sus enemigos [172] buscaban. Cerradas las clases universitarias, los profesores que habían provocado esta medida, para demostrar que la rebelión nada tenía que ver con «el afán por la Cultura», siguieron sus cursos en locales extra-universitarios...

Para todas estas maniobras tan burdas fueron utilizados los estudiantes de fuera y ¡de dentro ¡de aquella atractiva Residencia, que nunca debió haber sido otra cosa que una amable prolongación de la casa familiar, cuidadosamente protegida por sus directores contra la desenfrenada pasión política, en la cual los estudiantes, menores de edad casi todos, nada tenían que hacer, pues les faltaba hasta la capacidad legal para intervenir en ella.

Aquellos jóvenes estudiantes, que debieron encontrar en la Residencia albergue de paz y de tranquilidad para sus estudios, fueron movilizados sin escrúpulo alguno por los austeros hombres de la Institución, con el doble abuso de su menor edad y de la confianza que sus padres habían depositado en la misión tutelar de la Residencia; fueron movilizados, decimos, para el servicio de la sovietización intelectual de España.

La Residencia de señoritas, instalada en los hoteles de las calles de Fortuny y de Miguel Ángel, aunque girando dentro de la órbita institucionista, parecía tener en su carácter femenino la mejor coraza para defenderse contra intromisiones ajenas a sus propios fines. La Residencia femenina proporcionaba hogar y tutela y algunos medios de trabajo, como bibliotecas, laboratorios, clases complementarias de la Universidad, de idiomas, cursos y conferencias a gran número de alumnas, españolas en su mayoría, pertenecientes a la clase media, más unas cuantas alumnas extranjeras que venían a España a estudiar su lengua, su arte, su cultura; nunca su política, que ha sido siempre la cosa fea, torpe, detestable y peligrosa de la nación española. [173]

Por eso es más de lamentar que el sentido de pulcritud que, sin duda, presidió constantemente esta institución de educación femenina, sufriera en el curso de 1932 a 1933, en plena vorágine de gamberrismo social y político, la quiebra de tener que abrir las puertas de la casa para que dieran conferencias «reservadas a las alumnas de la misma», a Victoria Kent, Clara Campoamor, Américo Castro y otros propagandistas de la España roja.

¡La Institución actuaba también en la Residencia de señoritas, y hacía política sectaria en un centro que, por su doble carácter de cultural y femenino, merecía las máximas delicadezas y respetos...!

A la vista de estos hechos, ¿podrá decir con justicia la Institución que su labor en el recinto sagrado de las Residencias fue limpia y austera, y que los católicos no tenemos derecho a sentirnos agraviados por el uso que se hizo de estas hermosas instituciones de educación, pagadas con el dinero nacional, para descatolizar a los jóvenes encomendados a su tutela?

¡Instituciones de educación pagadas con el dinero nacional! Hemos dado en el segundo punto de nuestro agravio. Agravio de españoles que no pueden pasar sin protesta el ¡hecho de que toda esta labor de la Institución, pagada con el dinero del Estado, sirviera para desnacionalizar la mente y el corazón de nuestra juventud escolar y para hundir a España en el caos de los sin Dios y sin Patria, del que sólo hay otro ejemplo en el mundo: Rusia.

El tronco de sándalo perfuma el hacha que le hiere; España hacía más: volcaba las arcas del Tesoro en las gavetas de organismos que, además de herirla, la deshonraban.

Tenemos a la vista el resumen de cuentas de la Junta de Ampliación de Estudios de los años 1932 y 33, y el presupuesto del Ministerio de Instrucción Pública [174] para el segundo semestre de 1935. Son, seguramente, los últimos que se han publicado.

En uno y otro documento oficial aparecen dispersos y como atomizados en mil conceptos, para no alarmar, las formidables sumas que el Estado entregaba a este gigantesco pulpo para el sostenimiento de uno solo de sus tentáculos.

Anotaremos las cifras globales de más bulto que saltan a la vista en los presupuestos citados.

En el del Ministerio de Instrucción Pública, de 1933, entre las partidas afectas a la Junta de Ampliación de Estudios, hay una de 48.000 pesetas para la Acción cultural de las Residencias de Estudiantes (masculina y femenina); otra de 175.000 pesetas para el Patronato de Estudiantes, intercambio de profesores, gastos de Secretaría y Habilitación de la Junta; otra de pesetas 12.000 al director técnico de las Residencias; otra de 3.000 pesetas para subvenir a los gastos de estancia de profesores y conferenciantes extranjeros en la Residencia, y otra de 10.000 pesetas como sueldo o indemnización para un director adjunto de las Residencias.

En los recursos procedentes de otros Ministerios se encuentra, en el capítulo XV, artículo sexto, concepto único, la cifra global de 249.000,95 pesetas; y para la Residencia femenina, la cifra de 353.814,95 pesetas.

En el presupuesto de Instrucción Pública para el segundo semestre de 1935, existen estas partidas afectas a la Junta para Ampliación de Estudios, Acción cultural de la Residencia de Estudiantes (la masculina y la de señoritas), 45.480 pesetas. Patronato de Estudiantes, Intercambio de profesores, gastos de Secretaría y Habilitación de la Junta, 165.812,50 pesetas. Al Patronato de la Residencia de Estudiantes, para subvenir a los gastos de estancia de los profesores y conferenciantes extranjeros, 2.842,50 pesetas.

Hay que añadir a estas subvenciones espléndidas del [175] Estado los recursos procedentes de sus propios ingresos por las pensiones de residentes. Estos, en el año 1933, fueron 175, y dejaron un remanente en caja de 91.879,12 pesetas, de las 507.594,52 pesetas que se habían recaudado.

En el curso de 1933-34 descendió el número de residentes a 150, baja que hizo que se desistiera de la construcción de un nuevo pabellón de dormitorios y hasta de la instalación en los pisos de la calle de López de Hoyos. Los ingresos de este curso fueron 489.798,77 pesetas, y los gastos alcanzaron la cifra de 405.324,02 pesetas, quedando un remanente de 84.474,75 pesetas.

El promedio de la pensión, según el tamaño de las habitaciones y que tuviesen o no calefacción, era de unas 6,50 pesetas alumno. Por esta modesta cuota recibían habitación con baño o ducha, excelente comida, lugares para deporte, biblioteca, conferencias, conciertos, plazas de trabajo en los laboratorios y tutela de estudios.

Los laboratorios eran los de Anatomía microscópica, de Histología normal y Patológica, de Serología y Bacteriología y de Fisiología natural, este último dirigido por don Juan Negrín, el presidente del Gobierno rojo, «especialmente reservado –dice la Memoria de donde tomamos estos datos– para trabajos especializados y de investigación». (El entrecomillado es nuestro.)

La biblioteca recibía, además, una subvención de la Junta para Ampliación de Estudios, que destinaba a la adquisición de obras, en su mayor parte de Medicina, por ser mayor el número de residentes que cursaban esta carrera. Recibía también donativos del Ministerio de Instrucción Pública, obras procedentes de intercambio, importantes lotes de libros ingleses donados a la Residencia por el ministro de Estado del Gobierno británico.

Hay que advertir que la Residencia estaba en [176] estrecha relación con un Comité hispano-inglés, presidido por el Duque de Alba, el cual invitaba todos los años a personalidades relevantes de la intelectualidad inglesa a dar cursos y conferencias, abonados por dicho Comité. Este designaba también, de acuerdo con el embajador de Inglaterra y los rectores de las Universidades de Oxford y Cambridge, el estudiante inglés que había de disfrutar de una beca gratuita en la Residencia.

En la Residencia de señoritas, cuya pensión oscilaba de 7 a 8 pesetas para las alumnas nacionales, y de 10 a 11 para las extranjeras, ingresó por cuotas de pensiones en el curso de 1932-33 (con 236 alumnas) la suma de 727.764,98 pesetas, de las cuales, deducidos los gastos, quedó en caja un remanente de 31.806,45 pesetas.

En el curso siguiente de 1933-34, en que hubo 250 alumnas, los ingresos ascendieron a la cifra de pesetas 541.722,02, que, con el del año anterior, dejaron un remanente en caja de 127.378,51 pesetas.

Las Residencias universitarias en provincias

Surge en el trato desigual dado a los docentes no institucionistas, o sea a las Universidades de provincias, un tercer motivo de agravio recibido de la Institución.

La Institución Libre de Enseñanza no ofendía sólo por su labor sectaria y antiespañola, sino por su «afán de diferenciación» de los profesionales de la cultura no institucionista, a los que nos consideraban como intelectuales de tercera clase. El trabajar e investigar con plena autonomía, dentro de la abundancia de medios económicos de alguno de los pomposos y espléndidamente remunerados organismos de la Institución, era un «hecho diferencial» conseguido a bien poca costa: a costa del presupuesto de la nación.

La Institución disponía a manos llenas del dinero [177] del Estado para toda una abundante floración de organismos extrauniversitarios, que vivían magníficamente, a costa de la pobreza de las Universidades, a las que sólo llegaban algunas migajas del presupuesto nacional; y es lógico que esta desigualdad en el reparto de medios económicos de trabajo se proyectara en la producción científica.

Nuestro espíritu de justicia reconoce, sin regateos, todo lo que la Institución tenga en su haber a favor de la cultura y de la investigación, dejando aparte su partidismo sectario, que combatimos. No negamos que la Institución haya realizado una masa más o menos considerable de producción científica. A tal negación no puede llegar el apasionamiento de ningún adversario. Lo que sí negamos es que esa masa de trabajo corresponda a lo mucho que ha costado al Tesoro público; y aún añadimos que, vista desde un ángulo de facilidad de medios, es inferior a la labor realizada, en muchos aspectos, por las Universidades de provincias.

Véase, si no, como ejemplo, en el asunto de las Residencias de Estudiantes que estamos analizando, el éxito material (del moral no hay que hablar) de la Residencia de Madrid comparado con el de las Residencias universitarias provinciales. Compárense en primer término, las cifras de subvención que hemos apuntado con las que figuran en el presupuesto de Instrucción pública para los tres únicos Colegios Mayores: el de don Pedro Cerbuna, de la Universidad de Zaragoza; el de Santiago, de la Universidad de Granada, y el de la universidad de Murcia. Los dos primeros tenían 18.950 pesetas de subvención cada uno, y el tercero, 9.475 pesetas.

¿Cómo cumplieron sus fines educativos y qué rendimiento dieron en la formación moral y académica de la juventud escolar estas Residencias de los Colegios Mayores de provincias? [178]

De la Residencia de Zaragoza, que es de la que podríamos ofrecer completa información, por ser la que conocemos, es precisamente de la que nada podemos hablar en este artículo por haber estado al frente de ella en los cinco funestos años de la República.

Pero la información que aquí omitimos, publicada está en las Memorias anuales correspondientes, y a ella remitimos a los institucionistas que deseen conocerla.

Uno de ellos, el señor Barnés (el «bueno», como le llamaban para distinguirlo de su hermano), visitó la Residencia universitaria de Zaragoza, siendo subsecretario de Instrucción pública en uno de aquellos años terribles en que la juventud escolar española vivía en pleno desquiciamiento, y pudo observar el ambiente de normalidad, de orden y disciplina, y otras cosas, que luego transmitió a un redactor de la Agencia Mencheta en un juicio que se nos permitirá reproducir aquí como prueba de reconocimiento a la justicia del adversario:

«Visité –dijo el señor Barnés– la Universidad y Residencia de Estudiantes, creada por la misma, de la cual tenía buenas impresiones.
Entiendo que hay que frecuentar los edificios de esta clase para conocer el espíritu de colaboración que se adquiere por la convivencia de los estudiantes en los internados.
Además, debía la atención de esta visita a la Universidad, que tanto cariño ha demostrado a la Residencia, construyendo una finca con dinero de su patrimonio para resolver el problema.
Zaragoza puede tener el orgullo de contar con una de las principales Residencias de España, de la cual es perfecto complemento la de verano, de Jaca.
En la visita pensamos en la posibilidad de construir, a la izquierda, en el gran jardín, un nuevo pabellón, sin tener que tocar el que ahora tiene, cuya ampliación es más difícil. Hemos pensado, en las impresiones [179] cambiadas con el Director, hacer un frontón mayor en el campo lindante con la piscina y ampliar el de tenis con el frontón actual.
Procuraremos arbitrar recursos, con los proyectos más económicos, para estas obras.»

El señor Barnés cumplió correctamente su palabra, enviando cierta cantidad para el comienzo de estas obras. De ella sólo llegó una pequeña parte a la Residencia.

¡El resto se lo quedó la FUE de Zaragoza, por cuyo conducto había tenido el señor Barnés la ingenuidad de hacer el envío!

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  Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 167-179