Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro

Examen de ingenios para las ciencias,
en el cual el lector hallará la manera de su ingenio para escoger la ciencia en que más ha de aprovechar, la diferencia de habilidades que hay en los hombres y el género de letras y artes que a cada uno corresponde en particular.

Compuesto
por el Doctor Juan Huarte de San Juan.

Aumentado con las variantes de las más selectas ediciones y de su correspondiente juicio crítico, escrito por el doctor en Medicina y Cirugía
D. Ildefonso Martínez y Fernández,
socio de número del Instituto-Médico de Emulación, y de honor y mérito de la Academia de Esculapio.

Madrid 1846
Imprenta de D. Ramón Campuzano, Carrera de San Francisco, núm. 8.

——


Advertencia

Las variantes de la primera edición irán de letra bastardilla española, a excepción del capítulo séptimo, que por haberle suprimido enteramente el Santo Oficio, se pondrá de la letra que el resto del texto de nuestra obra.

[ Madrid 1846, página IV. ]

Índice

Juicio crítico de Huarte, V

Proemio a la majestad del rey D. Felipe II, XXXIII

Proemio al lector, XXXVII

Prosigue el segundo proemio, XLI

Capítulo I. Donde se declara qué cosa es ingenio, y cuantas diferencias se hallan de él en la especie humana, 1

Cap. II. Donde se declara las diferencias que hay en los hombres inhábiles para las ciencias, 13

Cap. III. Pruébase por un ejemplo que si el muchacho no tiene ingenio y habilidad que pide la ciencia que quiere estudiar, por demás es oírla de buenos maestros, tener muchos libros, ni trabajar en ellos toda la vida, 19

Cap. IV. Donde se declara como la naturaleza es la que hace al muchacho hábil para aprender, 29

Cap. V. Donde se declara lo mucho que puede el temperamento para hacer al hombre prudente y de buenas costumbres, 38

Cap. VI. Donde se declara qué parte del cuerpo ha de estar bien templada para que el muchacho tenga habilidad, 54

Cap. VII. Donde se prueba que el alma vegetativa, sensitiva y racional, son sabias sin ser enseñadas de nadie, teniendo el temperamento que piden sus obras, 63

Cap. VIII. Donde se prueba que de solas tres calidades, calor, humedad y sequedad, salen todas las diferencias de ingenios que hay en el hombre, 78

Cap. IX. Pónense algunas dudas contra la doctrina del capítulo pasado, y la respuesta de ellas, 92

Cap. X. Muéstrase que aunque el ánima racional ha menester el temperamento de las cuatro calidades primeras, así para estar en el cuerpo como para discurrir y raciocinar, que no por eso se infiere que es corruptible y mortal, 107

Cap. XI. Donde se da a cada diferencia de ingenio la ciencia que le corresponde en particular, y se le quita la que le es repugnante y contraria, 118

Cap. XII. Donde se prueba que la elocuencia y policía en el hablar, no puede estar en los hombres de gran entendimiento, 133

Cap. XIII. Donde se prueba que la teoría de la teología pertenece al entendimiento, y el predicar, que es su práctica, a la imaginativa, 139.

Cap. XIV. Donde se declara cómo la teoría de las leyes pertenece a la memoria, y el abogar y juzgar, que es su práctica, al entendimiento, y el gobernar una república a la imaginativa, 159

Cap. XV. Como se prueba que la teoría de la medicina, parte de ella pertenece a la memoria, y parte al entendimiento, y la práctica a la imaginativa, 177

Cap. XVI. Donde se declara a qué diferencia de habilidad pertenece el arte militar, y con qué señales se ha de conocer el hombre que alcanzare esta manera de ingenio, 202

Cap. XVII. Donde se declara a qué diferencia de habilidad pertenece el oficio de rey, y que señales ha de tener el que tuviere esta manera de ingenio, 235

Cap. XVIII. Donde se trae la manera como los padres han de engendrar a los hijos sabios, y del ingenio que requieren las letras: es capítulo notable, y se divide en cinco artículos, 256.

Artículo I. Donde se declara con qué señales se conoce en qué grado de calor y sequedad está cada hombre, 269

Art. II. Donde se declara qué mujer con que hombre se ha de casar para que pueda concebir, 272

Art. III. Donde se declara qué diligencias se han de hacer para que salgan varones y no hembras, 276

Art. IV. Donde se ponen las diligencias que se han de hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios, 287

Art. V. Donde se declara qué diligencias se han de hacer para conservar el ingenio a los niños después de estar formados y nacidos, 335

Notas a Huarte, 346.

[ Madrid 1846, páginas 421-422. ]

Juicio crítico de Huarte

«Non gorgonas harpiasque invenies, hominem solum pagina nostra sapit.»
Martial.

Si hay alguna obra digna de pasar a la posteridad, si alguna existe que reasuma en sí el voto de los sabios, el sufragio de los eruditos y la sanción del mundo filosófico, es sin disputa el Examen de Ingenios del ilustre médico español Juan de Dios Huarte.

Nada hay más grande, nada más sublime que remontarse a cuestiones difíciles e importantes para el porvenir de la sociedad humana; nada, en fin, más útil y necesario que conocer ese arcano misterioso de la creación, ese ser complicado a quien se llama hombre, y cuya sola consideración reúne en sí lo más bello y lo más elevado de las meditaciones del mismo; pues solo a él le es dado contemplar el universo y referirlo todo a sí. No es extraño, pues, que Pope haya dicho con tanta verdad como elocuencia, «que el estudio más propio de la naturaleza humana, era el hombre mismo.»

Si el estudio de este ser complicado es tan difícil, considerándole en su estado físico como el ser más perfecto de todo cuanto respira y siente, ¿cuánto más intrincado y confuso debe aparecer al contemplarle en lo que forma su carácter específico, en las producciones de su ingenio y en las facultades creatrices de este mismo talento? ¡Qué erudición inmensa es necesaria para poder fallar con buen juicio y finísimo criterio del mérito de una obra, toda ella dedicada a los problemas más arduos y difíciles del inmenso estudio del hombre; qué de pruebas y datos se han menester para poder decir en qué punto está la verdad y en cuál el error; y finalmente, qué precisión de ingenio para apreciar en su justo valor una producción, que apenas leída, seduce y arrastra hacia sí la admiración del lector!

Inconvenientes son estos que cuanto más los medito menos creo poder salir airoso de tan inmenso trabajo, alentándome solamente la esperanza de encontrar benévola la crítica de mis contemporáneos, que considerando lo difícil de semejante empresa, y atendiendo a que para juzgar un sabio, sería necesario serlo también, creo me dispensarán su indulgencia en gracia de mis buenos deseos.

Afortunadamente para mí, sabios se han ocupado de examinar esta obra, profesores ilustres la han dado a conocer y literatos distinguidos han sabido pintar en pocas palabras su mérito y su valor; empero esto mismo que forma mi fortuna por tomar sus juicios críticos, hace también que mi ánimo decaiga al pensar que mi trabajo tiene que compararse con el de personas tan ilustradas y plumas tan distinguidas.

Antes, pues, de dar nuestro dictamen razonado acerca de la famosa obra que nos ocupa, daremos a conocer a nuestros lectores lo poco que se sabe de la vida de este ilustre español, siguiendo a continuación varios juicios críticos, y terminando por el nuestro, según hemos prometido a nuestros suscriptores.

Juan Huarte, natural de San Juan del pie del Puerto, desde muy niño vino a Huesca, en cuya universidad hizo su estudios: en ella se licenció de medicina e inmediatamente se propuso recorrer a España, lo cual verificó. La lectura del libro de Galeno de la relación que tienen los temperamentos y las costumbres, excitó vivamente su curiosidad, y sobre el modelo de la obra del médico de Pergamo escribió un Examen de ingenios (estaba ya de vuelta de sus viajes en la ciudad de Huesca, de la que era médico titular), concluyendo dicha obra en el año de 1557; fue censurada en 11 de Agosto de dicho año por el doctor Heredia; revisada por Fr. Gabriel de Alva en Pamplona a 26 de Agosto de 1578, y aprobada por el obispo de Huesca en 1580: de manera que tardó en publicarse veinte y tres años y no treinta y seis, como equivocadamente dice el Sr. Chinchilla. Esta obra fue en efecto la que le dio tanta fama, que pasa con razón por uno de los médicos más ilustrados del siglo XVI.

Ediciones que se han hecho de esta obra

En España
Según Morejón
Por primera vez en Baeza, por Juan Bautista Montoya15758.º
ídem1594Id.
Tomás Corral, Pamplona1578Id.
Logroño1580Id.
Bilbao1580Id.
Huesca1581Id.
Medina del Campo1603Id.
Barcelona1607Id.
Alcalá, por Vázquez1640Id.
Madrid1668
Según Chinchilla
Bilbao1580
Huesca1581Id.
Medina del Campo1603Id.
Baeza1584Id.
Barcelona1607Id.
Madrid1668Id.
 
En el extranjero
 
Según Morejón
Venecia, traducción italiana, por Camilo Camilli1582
ídem la segunda, por Salustius Gratis1603Id.
Roma1540Id.
ídem1619Id.
Strasburgo, en latín, por Astocgonio1612Id.
Anhalt, Escasio mayor1621Id.
Londres, Juan de Maire1652Id.
Gena, Samuel Krebl1663Id.
León (Francia), id., en su idioma, Gabriel Chapuis1580Id.
París1605Id.
ídem1675Id.
Según Chinchilla
Strasburgo, latín1612
Anhalt, Escasio mayor1621Id.
Gena1663Id.
Colonia, Claudio Capellet y Gimnicum16108.º y 12º
Venecia, italiano15724.º
ídem1603Id.
Roma1540Id.
ídem1619Id.
León (Francia)1580Id.
París1605Id.
ídem1675Id.

Además de estas ediciones faltan algunas que se han hecho; y entre otras que pudiéramos citar, lo son: una de 1603 de la oficina Plantiniana, y otra de 1662 de Amsterdam, en la oficina de Juan Ravenstein, cuyas dos ediciones son en todo semejantes a la primera, puesto que no están expurgadas, y contienen el capítulo 7.º íntegro y las demás anotaciones suprimidas por el Tribunal de la Inquisición, que para mengua de nuestra nación puso su mano sacrílega en una obra digna ciertamente de otra suerte y de haberse escrito en tiempos más bonancibles en que los fanáticos no hubiesen tenido valor para lanzar tan brusca censura; mas de esto ya nos ocuparemos a su debido tiempo.

Es bien extraño que una persona tan erudita como nuestro Feijoo, no haya conocido ni tenido noticia de la obra que nos ocupa, sino por un periódico extranjero; pues en su carta 28, se expresa en estos términos: «No ha mucho tiempo que leyendo el tercer tomo del Espectador Anglicano, en el discurso 49 hallé citado un libro, cuyo título es: Examen de ingenios para las ciencias, su autor Juan Huarte, médico español.» Dice que excitada su curiosidad por este periódico, trató de ver si D. Nicolás Antonio se ocupaba de él, y en efecto encontró que dicho literato hablaba en la página 543 del tomo primero de su Biblioteca nova, de dicho español; y en ella expresa que se habían hecho en España hasta su época tres ediciones, una de ellas en 1640 en Alcalá (que poseemos) y nueve en el extranjero, donde es sumamente conocido y apreciado nuestro insigne autor; habiendo sido tal la admiración de Mr. Menage (criticando nuestra literatura) y su adicionador, que en el año de 1729 en la página 18 escriben: «Mr. Berteud en su viaje dice que en España no es conocido el doctor Huarte, ni su libro del Examen de ingenios

Manifiesta Feijoo un profundo sentimiento por la desidia en que nos encontramos acerca del conocimiento de nuestros mejores autores, y especialmente del de Juan Huarte; pues añade que es autor insigne, esclarecido y célebre.

«Y concluyo, dice, rogando a V. R. que si puede agenciarme el libro del doctor Huarte, en cualquiera de las tres lenguas, latina, italiana o francesa, me lo procure cuanto antes; pues supongo que en el idioma español y en España será difícil hallarle. Y en caso que se pueda conseguir, solo quién como V. R. reside en el centro de España, podrá hacer diligencias eficaces para este hallazgo.» Si de este modo se expresaba tan ilustrado español en el año 1765, ¿qué no diría hoy cuando han trascurrido ochenta años, y cuando somos tan solo aduladores y tributarios de la literatura extranjera? ¡Cuánto campo tendría para explanar más y más esa idea de censura respecto al abandono de la literatura patria, hoy que solo se encomia lo extranjero, y aun sin el correctivo necesario de la crítica y del severo examen!

A pesar de no haber tenido el Huarte a la vista el P. Feijoo, y conociéndole solamente por oídas y elogios, añade, después de examinar su objeto: «Pero aunque del libro del doctor Huarte no pueda esperarse la gran reforma que él pretende, podrá ser muy útil para otros efectos; porque siendo el autor de un ingenio supremamente sutil y perspicaz, como consta del elogio que de él hace Escasio Mayor, se debe creer que da unas reglas de especialísima delicadeza para discernir los genios, talentos e inclinaciones de los sujetos.»

Hasta aquí Fr. B. Feijoo, sin haber visto dicho libro, por consecuencia no es este el juicio crítico que más le favorece; vamos, pues, a presentar algunos que fallen con vista de datos y con severa crítica, valiéndonos primero de la licencia o aprobación para que se imprimiese en 1640, y es a la letra como sigue:

«He visto este libro, y su doctrina toda es católica y sana, sin cosa que sea contraria a la fe de nuestra madre la santa Iglesia de Roma. Sin esto es doctrina de grande y nuevo ingenio, fundada y sacada de la mejor filosofía que puede enseñarse. Toca algunos lugares de la Escritura muy grave y eruditamente declarados. Su principal argumento es tan necesario de considerar de todos los padres de familia, que si siguiesen lo que en este libro se advierte, la Iglesia, la república y las familias tendrían singulares ministros y sujetos importantísimos. Esto me parece, salvo el mejor juicio. Fray Lorenzo de Villavicencio

Según D. Nicolás Antonio, el elogio que de él hace su traductor al latín en la edición de Anhalt, y al que se refiere Feijoo, es como sigue: «Me ha parecido (dice Escasio Mayor, su traductor) el más sutil entre los hombres doctos de nuestro siglo, a quien el público debe tributar supremas estimaciones, y que entre los escritores más excelentes, cuanto yo conozco, tiene un gran derecho para ser copiado de todos. Reprodujo en nuestros días aquella fugitiva sutileza y libertad de opinar de los sabios antiguos, que los conducía directamente a su fin, como se ve por el título de su certamen, para analizar lo más íntimo de la naturaleza de tal modo y tan felizmente que toda la posteridad que le siga se penetrará de su gran mérito.»

Este elogio dice mucho más que los anteriores, y acaso demasiado en comparación de los que le sigan; pues tiene la ventaja de ser de un hombre docto, y de un extranjero que escribía cuarenta y seis años después de publicada la obra de nuestro inmortal compatricio. «La obra de Huarte, dice Bordeu, está llena de reflexiones singulares y de un gusto delicado; se lee muy poco a mi parecer, y merecería un largo comentario.» Concisión y verdad, he aquí la belleza de este juicio crítico, nada sospechoso por cierto, en razón a ser dictado por uno de los más profundos pensadores del vecino reino, y por persona tan erudita, que siempre formará un monumento de honra para la ilustrada Francia; de consiguiente, estas cortas líneas tienen en mi concepto gran valor en la balanza de la crítica, por la persona tan recomendable que las escribió; y si faltasen otros juicios, este solo fuera suficiente para llamar la atención de las personas sensatas y amantes de nuestras glorias literarias.

Mr. Lavater, este escritor sublime y elocuente, este sabio, amigo y digno compañero de Zimmermaun, en su obra sobre la fisiognomía no se olvida de citar entre los que le precedieron a nuestro Juan Huarte, especialmente cuando se ocupa de la relación de las facultades intelectuales y las pasiones con los temperamentos; y su juicio relativamente a nuestro autor, es más favorable que el de los demás autores a quienes critica.

Un escritor moderno, según refiere el Sr. Morejón, se expresa en estos términos: «Fue Huarte una de las especialidades del siglo XVI; uno de esos hombres atrevidos, curiosos e investigadores; uno de esos libres meditadores que por la fuerza de su superior ingenio descubren altas verdades… al leer su libro se admira con frecuencia la profundidad y penetración de su autor, y las inducciones filosóficas a que le llevan sus principios; por todas partes se encuentra la sana observación, la reflexión atenta, y aquella especie de virilidad científica, que no cediendo nada a las sutilezas de la metafísica, ni a las veleidades del orgullo, marcha derecha a su fin; no juzga sino por los hechos; no se apoya sino en la experiencia, y constituye la filosofía de la sensatez, elevada a la más alta potencia.»

El ilustrado y sabio escritor D. Antonio Hernández Morejón, en el tomo tercero de su Historia bibliográfica de la medicina española, página 229 y siguientes, se ocupa del análisis de esta obra; del juicio de este sabio español, he sacado el trozo anterior y el referente a Bordeu, para exponer ahora la censura y pensamientos de tan erudito autor, relativamente al mérito de nuestro Huarte.

«A pesar de haber recibido, dice, esta obra antes de su impresión la censura y licencias correspondientes para que saliera a luz, fueron muy luego recogidos los primeros ejemplares por orden del Tribunal de la Inquisición. Corrigióse en seguida, y se volvió a dar al público; resultando de aquí que la primera edición se ha hecho sumamente rara; pero verdaderamente nada esencial se suprimió, ni se alteró en cosa alguna el fondo principal de las ideas de Huarte, tan filosóficamente vertidas en este escrito.»

Mucho me extraña, que persona tan sabia y erudita como es el autor cuyo juicio crítico acabamos de exponer, diga: que verdaderamente nada esencial se le suprimió, ni se alteró en cosa alguna el fondo principal de las ideas de Huarte; pues basta solo leer con alguna detención el Expurgatorio de la Inquisición del año 1747, para convencerse de lo contrario y notar el horrible mutilamiento que se hizo de esta preciosa obra; baste decir que se suprimió todo el capítulo 7.º, que según este expurgatorio era desde el folio 78 al 91 exclusive, sin contar la multitud de palabras truncadas y suprimidas, que quitan enteramente el sentido de la oración, y hasta el pensamiento del autor; siendo muy notable también la supresión de dos folios y medio del final del libro, en que describía el insigne autor el temperamento de Jesucristo; su modo de educación, y las condiciones de su cerebro según las diferentes edades, para poder discernir en cuanto hombre todo lo que le rodease; de consiguiente, siendo esto muy esencial, esencialísimo en mi concepto, creo diferentemente que el Sr. Morejón, opinando que se suprimieron trozos preciosos cuya lectura llena de erudición arrebata y admira, y es enteramente necesaria para formar una cabal idea del mérito de la obra que estamos analizando, por cuya razón los insertaremos íntegros en las notas finales o apéndices (ya que nuestra buena estrella nos ha proporcionado dos ediciones no expurgadas por el tribunal de la inquisición e impresas en el extranjero) a fin de que nuestros lectores fallen entre el juicio del señor Morejón y el nuestro.

«Lo que han escrito después, continúa el Sr. Morejón, sobre el mismo objeto Pujasol y el P. Ignacio Rodríguez de las Escuelas Pías, todo es copiado de la obra de este médico, que la llevó tan a cabo, que no contento con haber dado las reglas para discernir en los hombres el ingenio más propio para cada arte o ciencia, se entretuvo al fin de su escrito en declarar las señales de las mujeres aptas para concebir; los hombres con quienes habían de casar; las diligencias para que salieran varones y no hembras, y para que los hijos fuesen ingeniosos y conservarles el ingenio después de nacidos, y mantenerles la salud, y ocho condiciones con que se han de criar para que tengan la salud y el ingenio que requieren las letras, cuyos pensamientos han copiado igualmente los autores de la célebre Megalantropogenesia. La aparición del libro de este español produjo entre todos los médicos y filósofos de su tiempo una admirable y gustosa sensación; y así es que la mayor parte de las naciones de Europa se apresuraron a traducirle en su idioma, como ya hemos insinuado. Huarte tiene derecho a ser considerado como uno de los médicos más juiciosos, instruidos y filósofos de su tiempo. Escribió con arrogancia y valentía en un lenguaje puro y selecto, y su libro será siempre una de nuestras bellezas literarias. Sin apartarse Huarte de las doctrinas humorales que dominaban en las escuelas de su tiempo, y siguiendo al autor de la filosofía peripatética, y al profundo Galeno, sienta principios enteramente nuevos, y deduce consecuencias que si bien no estuvieron exentas de la crítica, son al menos tan ingeniosas como sabias. En efecto la obra del Examen de ingenios no fue generalmente bien recibida; muchos no la miraron bajo el punto de vista que debían, y solo vieron en ella una paradoja abortada por una imaginación sutil.»

«Entre los que impugnaron a Huarte hay uno que merece sin duda que hagamos mención de él, porque no fue ciertamente su objeto rebatir las doctrinas del examen, llevado de un espíritu de contradicción o movido de alguna pasión poco generosa. Refiérome a un sabio extranjero, que con grande erudición y ameno estilo ventiló las opiniones del español con mucha imparcialidad, sin acritud y no con intención de zaherirle, como él dice. El autor de que hago mérito fue Jourdan Guibelet, célebre médico de Evreux, y su obra se titula Examen del examen de los ingenios, dada a luz en 1631; por consiguiente cincuenta y seis años después de Huarte.»

Después de esto pasa el Sr. Morejón a hacer el análisis de dicha obra, y finaliza su juicio crítico diciendo: «He aquí el análisis de la obra de Huarte, por el cual se puede juzgar que si bien el autor conoció algunas verdades, y supo atrevidamente publicarlas en su época, también escribió muchas paradojas, que nunca llegarán a ser más que un bello entretenimiento científico. Sin embarga, en medio de todo debe considerarse como un autor de ingenio perspicaz, independiente y filosófico, un hombre lleno de ciencia y de ideas originales, y de un espíritu valiente, que supo arrostrar las preocupaciones de su siglo, y tratar con libertad filosófica sobre puntos verdaderamente espinosos en la época en que escribió.»

D. Anastasio Chinchilla, digno discípulo del Sr. Morejón, en sus Anales históricos de la medicina en general y biográfico bibliográficos de la española en particular, y en el tomo primero de su Historia de la medicina española, página 212, trata de Juan de Dios Huarte y Navarro, en esta forma: «Vamos a ocuparnos, dice, de la obra más filosófica, más sublime y más útil a todas las clases de la sociedad, que se han escrito antes y después del siglo XVI. Tal es el Examen de ingenios de Huarte.

Tan luego como este libro vio la luz pública, fue tanto lo que llamó la atención de todos los literatos de Europa, que todas las naciones le tradujeron a su idioma, no una, sino muchas veces. Desgraciadamente en España sucedió que mientras los extranjeros se honraban y creían honrar a su patria con la traducción de esta obra, los inquisidores españoles la execraban, la anatematizaban con la mayor porfía, y buscaban sus ejemplares para sepultarlos en los subterráneos del santo tribunal. Parece imposible que en tantas ediciones como se han hecho haya llegado a ser obra tan sumamente rara, que habiendo registrado y tomado noticia de algunas bibliotecas muy selectas y numerosas, no lo he encontrado. Yo a fuerza de muchos desvelos y de grandes sacrificios pecuniarios, me he podido hacer con las cuatro más principales, a saber: la primitiva, la de 1603, la de 1607 y la de 1668. En vista y con presencia de ellas, he formado el extracto que presento a mis lectores: le he dado toda la extensión que se merece por varias razones. Primera, porque es una de las obras que debieran reimprimirse en España para honra de nuestra literatura, beneficio de la sociedad y confusión de los extranjeros: y segunda, por ser sumamente rara. Si alguno, que no lo espero, me arguyese de haberle dado más extensión que a todos los demás autores, le contestaría que consultase las bibliotecas de medicina, de química y de anatomía de Mangeto, y en ellas vería los artículos inmensos que dedica a sus paisanos. Y si Mangeto lo hace así, a pesar de escribir una biblioteca general, y de unas obras que andan en manos de todos, ¿no debo hacer lo mismo yo, encargado de la medicina española en particular, y de una obra tan estimable como rara? A pesar de esta salvedad, estoy casi seguro de que no habrá uno solo entre mis lectores que se arrepienta del tiempo que haya invertido en leer el artículo que presento.»

En una nota, dice el Sr. Chinchilla, que la edición primitiva que él posee tiene la circunstancia siguiente: «que entre la licencia para imprimirla y la revisión, se lee en letra de mano: ✠ F. Ludovicus de Olmedo, Com. legat. – ✠ Ex m. R. C. Apost. F. Hieronimus a Sancta María ex ord. Praedicat. – Joanes Huarte Navarro. Yo presumo que estos dos frailes (continúa Chinchilla en su nota) serían los comisionados para corregir la primera edición en compañía del autor. Lo cierto es, y es una desgracia, que este precioso ejemplar está en muchísimas partes borrado y falto de algunas hojas y de un capítulo enteramente rasgadas. He podido poner en limpio lo borrado a costa de mucho trabajo y paciencia; y cuantos párrafos, líneas o palabras vean mis lectores de letra bastardilla, es lo que se halla borrado en la primera edición y suprimido ya en la de 1603, con la cual he cotejado la primitiva.»

«Habiendo examinado, sigue Chinchilla en el texto, detenidamente las sentencias condenadas por los inquisidores, y viendo que en nada se oponen a la verdad del Evangelio, ni a las buenas costumbres, como verán mis lectores, las escribo de letra bastardilla, como he indicado arriba.»

Pasa después tan ilustrado escritor a exponer el resumen o análisis de la obra, según había prometido, extendiéndose bastante, y concluye su juicio manifestando, página 347: «Omito el presentar el extracto de estos dos artículos (el 4º y 5º del capítulo 17) porque en su exposición y pruebas no hay una tan sola que en mi concepto sea digna de atención. Todo ello se reduce a probar que depende de la variedad o uniformidad de los alimentos. Las razones en que apoya sus pruebas carecen de fundamento; pues si bien es cierto que refiere las historias de algunas naciones, y aun de los brutos irracionales, no por eso son más convincentes. A decir verdad, es una lástima que al autor del Examen de ingenios le ocurriese escribir sobre esta materia tan oscura. ¡Cuánto más valiera que hubiera suprimido estos últimos párrafos!»

Aun a pesar de todos estos juicios de personas ilustradas, no me parece que queda suficientemente analizada esta obra, cuyo mérito literario me hizo no resistir a la noble tentación de publicarla, y a hacer una edición la más completa y correcta posible, sin desmayar por mis cortos conocimientos y mi temprana edad, en entrar en un análisis más detenido del que hasta ahora acabo de exponer, y cuando ciertamente he sido favorecido por algunos de mis amigos con ediciones no expurgadas por el tribunal de la Inquisición (que desgraciadamente intervino en asuntos de que no debieran ocuparse los ministros del santuario, ni los discípulos de la mejor y más sublime de las religiones, la que se diferencia de todas por los principios de fraternidad y tolerancia desconocidos a las demás falsas sectas) por lo mismo que no pudieran resistir los ataques de un severo y filosófico examen. No es ciertamente la religión cristiana quien puede temer la discusión de principios que puedan más o menos lastimarla, no en verdad, que ella sale siempre vencedora de las sugestiones de una falsa y mal entendida filosofía, y sabe remontar su vuelo majestuoso a las regiones más sublimes, a do no pueden llegar los tiros de la inmoralidad y libertinaje, por lo mismo que estos jamás pueden salir del fango en que han sido engendrados.

Duéleme en el alma tener que lamentar esta falta de aquellos de nuestros mayores, que por un falso celo, o mejor dicho, que guiados del fanatismo e intolerancia reprobados por los sublimes principios del hombre Dios, han producido (acaso sin pensarlo) un mal grave y de trascendencia a su patria, despojándola de los monumentos de gloria más acrisolada, que pudiera inmortalizarlos para siempre en la memoria de las futuras generaciones; pero desgraciadamente para España, solo nos quedan lágrimas que verter sobre la pérdida de manuscritos y obras sepultadas para siempre en el olvido, o consumidas por las voraces llamas del Santo Oficio. Los que a cada paso nos motejan de atrasados e ignorantes, entren siquiera una vez en razón, y dígannos al menos con sinceridad si la nación que durante más de cuatrocientos años ha estado bajo la dominación de semejante tribunal, no ha producido demasiadas obras, y confiesen sin rubor cuánto más hubiera adelantado España bajo gobiernos menos fanáticos y más tolerantes. ¿Habrán olvidado nuestros detractores la historia de nuestra patria, para no ser justos jamás con los generosos españoles? No creemos que así suceda, pues de algún tiempo a esta parte se nota alguna más justicia cuando se ocupan de España y de sus asuntos; esto esperamos hace mucho tiempo, y tendríamos un placer en que desaparecieran o no fuesen imitados (ya que desaparecer no pueden, los Tiraboschi y los compañeros suyos) que creen o afectan creer que el África empieza en los Pirineos; decimos esto y sentamos estas premisas, porque para hacer nuestro juicio tenemos que remontarnos a la época en que escribió nuestro autor, y comparar las obras semejantes, copias, plagios u originales que posteriormente aparecieron, así en España como en el extranjero, para después deducir el mérito relativo de cada una de las obras comparadas, y establecer el real o absoluto que en el día quepa a la obra de nuestro Huarte.

Escribía este sublime ingenio bajo el reinado del Sr. D. Felipe II, Rey a quien no ha juzgado aun la historia contemporánea, ya por temor, ya por falta de datos, ya en fin porque es un verdadero protreo a quien unos dirigen severos cargos, y a quien otros patrocinan todos sus actos; pero de todos resulta evidentemente que su genio fuerte, su carácter enérgico y su gobierno despótico y firme era suficiente para enervar las fuerzas del más atrevido escritor, especialmente si se ocupaba de asuntos que pudieran atañer más o menos directamente al gobierno de los pueblos, y atacar las creencias recibidas de ser el dueño de vidas y haciendas, sin más cortapisa a sus caprichos que su propia voluntad, expresada por una turba de aduladores que formaban su corte y siempre dispuestos a ejecutar servilmente la voluntad de su Señor.

En tan desgraciada época y cuando el poder inquisitorial estaba más en fuerza, es cuando Huarte se lanza a escribir un Examen de ingenios y a dedicar un artículo exclusivamente para representar las cualidades de que debiera estar dotado un Rey, sin dejar de manifestar las muchas condiciones que exigían los jurisperitos, los sacerdotes, los médicos y todas las clases sociales, atacando preocupaciones arraigadas, tachando abusos y penetrando una senda aun desconocida hasta él, teniendo que compaginar por el esfuerzo de su ingenio muchas cosas que si hubiera escrito en época más bonancible no se hubiera curado ni aun de justificarlas. Pues bien, en esa época es cuando un hombre solo e ignorado desafía las creencias de su siglo y establece un sistema el más ingenioso inventado hasta hoy, por los que se han ocupado del misterioso arcano del hombre intelectual y moral. ¿Qué importa que mezcle algunas paradojas que jamás se demostrarán, según dice el Sr. Morejón, o que es lástima que a ellas hubiere dado asenso el autor del Examen de ingenios como pretende Chinchilla? Nada absolutamente, nada; pues no es necesario esforzarse mucho para probar que si no son verdades, también es cierto que en el terreno de lo posible acaso no haya uno que pueda resolverlas más atinadamente; además, Huarte era hombre, y sabido es que nuestro flaco ser inteligente, para una verdad que encuentre, la mezcla con varios errores; querer, pues, que Huarte hubiese acertado en todo, sería pretender un imposible, porque lo es evidentemente pensar que hay hombre infalible y mucho menos en ciencias naturales, en que la infalibilidad nunca se alcanza.

La primera noticia que tuve de la obra de nuestro Huarte, fue la que someramente y por incidencia dio el ilustrado D. Ramón Frau en sus amenas y bien desempeñadas lecciones de fisiología explicadas en el Ateneo de Madrid. Apenas oí su título, procuré leer esta obra tan recomendable, y efectivamente lo conseguí, habiendo formado un estrado y hablando muy especialmente de ella en una disertación que leí al Ateneo médico-quirúrgico-matritense en 18 de Abril de 1842, antes que el señor Morejón ni Chinchilla hubieran dado a luz sus opiniones, relativamente a la obra en cuestión. Como mi disertación tenía por epígrafe, del influjo de lo físico en lo moral y viceversa, me ocupé de citar los sistemas de Mr. Lavater y de Mr. Gall, y entonces me expresaba relativamente al último en estos términos: «Con respecto a Gall, debo manifestar que he hablado de la craneoscopia y no de su sistema, que merece más consideración y está detallado en el Examen de ingenios de nuestro Huarte, en el que se encuentran las verdades fundamentales del sistema del profesor alemán; pues esto debe ser una gloria literaria de España y una vindicación de la especie, plagiarios que algunos degradados compatricios propalan, y que tan tarugos son en prodigarnos los extranjeros. La obra de este sabio compatricio es una de aquellas que formó época, no solo en la medicina patria, sino en la europea, y los hombres sabios de todas las naciones aprecian el mérito de este español insigne, cuya obra, escrita con fluidez y lógica profunda, llena de máximas filosóficas y pensamientos grandes, debe considerarse con tanto mayor mérito cuanto que Huarte no podía aun expresar sus ideas de filosofía natural (como con muchos rodeos y no sin gracia refiere él mismo) respecto de ciertas cuestiones teológicas, teniendo que acudir siempre al velo misterioso de la fe para sancionar verdades que muy fácil le hubiese sido demostrar si hubiera estado a su arbitrio cambiar las vallas que se lo impedían; mas sin embargo de esto, él será siempre respetado por los que amantes de la humanidad le consulten y para el filósofo pensador que le analice y juzgue, remontándose a la época en que escribió, mirándole como un oráculo de elocuencia, de medicina y filosofía, dechado de modestia y claridad, y modelo de las virtudes de nuestros antepasados. Bien quisiera dar el análisis de la obra de este autor tan apreciable y hacer el paralelo entre él y Gall; pero no es asunto del momento ni tampoco de una línea para que yo me ocupe de ese paralelo, por lo que dejo a plumas mejor cortadas que la mía hacer esa manifestación al orbe literario.» Así me expresaba yo cuando no había meditado suficientemente sobre el contenido de esta obra sin haber visto ningún juicio crítico de ella más que unas cortas líneas que le dedica el abate Cerise en su impugnación a la frenología.

Ahora, habiendo meditado más sobre el mismo asunto, y viendo que ninguno, que yo sepa, se ha ocupado de exponer la semejanza y la diferencia entre Gall y Huarte, pues una nota que expone el Sr. Chinchilla es sobradamente corta y no da una cabal idea, paso a exponer los dogmas frenológicos y las doctrinas de Huarte, haciendo ver la semejanza o diferencia que entre ambas haya.

1.ª Las facultades, o lo que es lo mismo, las capacidades e inclinaciones son innatas, y por consecuencia no son resultado de la educación. (Gall.)

Prueba por una multitud de ejemplos que siendo la disposición innata, la educación podría modificar algo; pero nunca agotar lo que naturaleza crió para un objeto determinado; lo prueba también diciendo que el que es rudo para una ciencia es hábil para otra, &c., &c.

«Pruébase por un ejemplo que si el muchacho no tiene el ingenio y habilidad que pide la ciencia que quiere estudiar, por demás es oirla de buenos maestros, tener muchos libros ni trabajar en ellos toda la vida.» (Huarte.) Ciertamente se ve aquí la misma idea vertida con diferentes palabras, puesto que nuestro español trae una multitud de ejemplos que prueban suficientemente su aserción; entre otros el del famoso jurisperito Baldo, que jamás hubiese sido sino un muy mediano médico, y fue en leyes el hombre más consumado; trata de probarlo diciendo: que bien así como hay tierra que lleva mejor cebada que no trigo, y otra centeno que avena, así sucede con los hombres. ¿En quién, pues, está la originalidad; en Huarte o en Gall que escribió cerca de trescientos años después? El lector imparcial será quien en vista de esta simple enunciación fallará.

2.ª A cada facultad del alma y a cada inclinación del corazón corresponde un órgano especial, por el cual obra cada una de ellas; pues no se puede presentar una fuerza en acción si no se representa una cosa material que obre. (Gall.)

«Pero si es verdad que cada obra requiere particular instrumento, necesariamente allá dentro en el cerebro ha de haber órgano para el entendimiento, órgano para la imaginativa y otro diferente para la memoria, porque si todo el cerebro estuviera organizado de una misma manera, o todo fuera memoria o lodo imaginativa o todo entendimiento, y vemos que hay obras muy diferentes, luego forzosamente ha de haber variedad de instrumentos.» (Huarte.)

Veamos, pues, si efectivamente no son las mismas ideas las que dominan en la redacción y pensamiento de ambos autores; de consiguiente, inútil es decir a quién se debe ese modo de pensar, porque si es una verdad, tenemos derecho a reclamarla, y si un error, igualmente; pues como hemos dicho más arriba, la verdad y el error son el patrimonio del hombre, y nosotros como españoles queremos conservar el recuerdo de nuestras glorias y el no menos necesario de nuestros errores para seguir la una y evitar los otros.

3.ª Las disposiciones del alma y del corazón se ejercitan en el cerebro. Para probarlo recurre a que cuanta más inteligencia tiene un animal, tanta mayor es su masa cerebral. (Gall.)

«El cerebro es el asiento principal del alma racional, y ya ningún filósofo niega en esta era que el cerebro es el órgano que naturaleza ordenó para que el hombre fuese sabio y prudente.» Admite cuatro condiciones necesarias para bien desempeñar las funciones, que son: «Primera, buena compostura; segunda, que sus partes estén bien unidas; tercera, que la frialdad no exceda a la sequedad, ni esta a aquella; y cuarta, que esté compuesto de partes sutiles y muy delicadas.» Después se extiende en la figura, en la cantidad o masa, y es casi en todo muy semejante a Gall, sino más afortunado.

4.ª Las inclinaciones son separadas e independientes, y por lo mismo los órganos tienen partes distintas en el cerebro. (Gall.) Lo comprueba con las enajenaciones parciales y otros casos muy curiosos.

«Es necesario que en el cerebro haya cuatro ventrículos separados y distintos, cada uno puesto en su sitio y lugar.» (Huarte.) Discurre lo mismo casi que Gall, y añade que no apareciendo diferentes los ventrículos a la vista, hay que recurrir a las cuatro cualidades radicales para expresar aun mejor la independencia de facultades.

5.ª Siendo innatos los órganos de las disposiciones, su forma es originariamente determinada. (Gall.)

Huarte dice: «que Dios organizó primero el cuerpo de Adam antes que criase el alma. Esto mismo acontece ahora, salvo que naturaleza engendra el cuerpo, y en la última disposición cría Dios el ánima en el mismo cuerpo.» Y más adelante añade: «que si el cerebro tiene el temperamento que piden las ciencias naturales, no era menester maestro que nos enseñara.» (Huarte.)

He aquí también una casi copia de Gall, de los pensamientos del profundo español, aunque vestidos con otros atractivos para que no se conozca el plagio de las ideas, ya que el de las palabras no pudiera justificarse.

6.ª El desarrollo de un órgano está en relación de la fuerza de la facultad o manifestación. (Gall.)

Huarte no se ocupa de esta cuestión de una manera muy explícita, pero sí anuncia que las facultades están en razón directa de la mejor organización cerebral; lo cual es sin disputa más cierto que el determinar órganos particulares, cuya existencia es difícil comprobar.

7.ª El cerebro imprime a la superficie interior y exterior del cráneo su figura, y de aquí que es muy posible de la figura del cráneo deducir los órganos y sus facultades. (Gall.)

Huarte, o menos adelantado en esto que el sabio alemán, o más filósofo y profundo, solo dio una noción general de craneoscopia, a saber: que la cabeza fuese bien conformada, achatada algún tanto por los lados como una naranja aplastada por los polos; pero no dijo más, y en mi concepto tuvo razón, pues la localización de los órganos o la craneoscopia, no pasa de ser una paradoja sin aplicación a la práctica y destituida de fundamento.

Decimos esto en cuanto a la localización, porque siendo imposible el poder colocar en qué punto fijo, determinado y anatómico se encuentran los órganos de las facultades, es imposible consiguientemente alcanzar por la inspección del cráneo las facultades del entendimiento y las inclinaciones; si se hace no es más que una cábala, que para que una vez se acierte se faltará dos mil; en una palabra, la craneoscopia no es ni aun arte o ciencia conjeturable, si se atiende a la manera detallada y precisa que Gall establece, bien pudiera ser algo en el sentido que expone Huarte, a saber, en el conjunto, porque es observación que las cabezas mal conformadas tienen alguna relación con deformidad en las facultades, sin que hasta hoy se haya supuesto que a tal cabeza corresponde tal o cual eminencia de facultad; de la misma manera que es observación muy cierta que la fisonomía expresa los sentimientos del alma, pero no que tener tal o cual nariz, la boca mayor o menor, las orejas más chicas o grandes, sean signos de depravación o bondad de tal o cual talento, como pretendía Lavater; lo primero son los hechos y la ciencia, lo segundo el sistema y el exclusivismo, nosotros debemos rechazar estos y abrazar los otros, pues es la verdadera senda de la filosofía y de los hombres pensadores.

Como mi ánimo no es analizar el valor que puedan tener o no el sistema frenológico y el fisiognomónico, sino por el contrario comparar entre sí a Gall y Huarte, me pareció necesario probar que mientras desenvuelve el alemán principios reconocidos en la ciencia, le había precedido el español, y cuando este no se había ocupado de la localización tan detallada como lo hace aquel, es claro, en mi sentir, que fue más filosófico y pensador que el fundador de la escuela frenológica. Bien sé que Gall era hombre de erudición inmensa y de recursos poco comunes; pero mídase la época en que escribió, compárese con aquella en que lo hizo nuestro compatricio, y dígase francamente en quién hubo más originalidad, más talento para desenvolver su pensamiento, y hasta más explicaciones de la misma doctrina que se establece, y yo no dudo en afirmar que es más el mérito de Huarte que no el tan decantado de Gall. Se me dirá que la parte anatómica del cerebro es una cosa original en la fisiología del doctor alemán, y que ciertamente no la habrá copiado del español; en efecto, yo contesto que es así, y favorece mucho a Gall esas minuciosas descripciones y la preparación en la disección; pero también sé decir con su ilustrado compañero Spurzeim, que por más que se disequen cerebros y se mire su estructura, esto nada añadirá a la manera de explicación de los fenómenos intelectuales; y efectivamente es así, pues el problema es más alto que saber de dónde toman origen los nervios y cómo se forman las capas cerebrales.

«El modo de considerar Gall las disposiciones es enteramente nuevo, pues lo que los demás han mirado como facultades él lo coloca en el número de los modos de acción de las facultades y de los instintos; de consiguiente esto no lo ha tomado del español Huarte, y siendo indudable que una verdad corresponde menos a quien la enuncia que a aquel que la demuestra, es evidente que el profesor alemán tiene más mérito y originalidad que el autor español.»

Los que así se expresan no han meditado bien la cuestión que nos ocupa, porque es indudable que si hubiesen leído con detención a Huarte habrían encontrado que habla de talentos y disposiciones para las ciencias, y refiriéndose a ellos dice: que es muy verdad que quien hace hábil para las ciencias es naturaleza, que si esta no hay, demás son todas las otras condiciones; bien, así como no es posible hacer parir a una que no esté preñada, así tampoco es hacedero dar talento y ciencia a quien nació sin disposición para ella. Hay más, si se trata de analizar filosófica y profundamente ambos sistemas, es muy fácil convencerse que el haber mirado como talentos una multitud de actos de las facultades del entendimiento y de la voluntad, como ha hecho Gall, no es nuevo; pues de muy antiguo se ha dicho que tal sujeto era de mala secta, de mala entraña, y que por demás era educarle bien, porque al fin los había de chasquear y hacer su inclinación. ¿Qué ha añadido Gall a esta doctrina? Únicamente el decir que cada una de estas inclinaciones buenas o malas tenía un órgano cerebral, y tratar de hacer un imposible, a saber: localizar este instinto dando reglas para reconocerle por la inspección del cráneo; de consiguiente, en esto tiene menos mérito que nuestro insigne autor. Relativamente a que sea más filosófico considerar los talentos como cosa inherente a la organización, e independientes de lo que hasta aquí se han llamado facultades, es asunto muy difícil ventilarlo; pero como sea necesario ver en quién está el mérito real de esta manera de considerar la cuestión y la verdad de ella, pasamos a plantearla y resolverla.

Difícilmente se puede plantear la cuestión que acabamos de enunciar, por lo mismo que tiene muchos apasionados, y porque tampoco es fácil establecer principios que sean uniformes; pero como quiera que sea, nosotros creemos que pudiera plantearse de este modo.

¿Quién es más filósofo, Gall emitiendo la idea de que los talentos son seres distintos y aislados, y los actos admitidos como facultades solo son operaciones, o Huarte diciendo que la diferencia de ingenios depende de la manera diversa de estar combinadas estas facultades?

Yo de mí sé decir que si se me pregunta me decido por el español, por las razones que voy a exponer: Primera. Si fuese cierto que cada talento o sagacidad fuese una facultad, llegaría tiempo en que en lugar de 27 que admite Gall, 29 Mr. Vimont, Broussais 35 y Spurzheim 36, se tendrían que admitir muchas más, y hasta un número indefinido. Segunda. Es esto tan cierto que si admitimos un talento para la mecánica, encontraremos un hombre que es famoso relojero, pero a quien no se podría hacer que ejecutase otra especie de trabajo mecánico; y ¿tendríamos derecho para decir que el talento de aquel hombre era solo ser relojero, y que dependía de un órgano predominante? No, ciertamente; pues la misma razón habría para establecer un talento mecánico, porque algún sujeto ejecute mejor este que otro cualquiera; y aun habría más, hay personas que son los hombres más dispuestos para la teórica de una ciencia y no sirven para la práctica de la misma: ¿será, pues, necesario establecer un talento práctico y uno teórico, y un órgano práctico y otro teórico, relativamente a una misma facultad? Evidentemente que sería una necedad suponerlo así; de consiguiente no creo muy fundada esta doctrina. Tercera. Supuesta la teoría de Gall, aparece también que para pintar, cuyo órgano es el del colorido, ¿cómo explicar por qué un pintor es superior en países, y otro lo es en historia, aquel en miniatura y este al temple? Sería necesario admitir tantos órganos o fibras diferentes del órgano del colorido para expresar estas diferencias. Igualmente sucedería con las inspiraciones músicas y el género de cada una de ellas, pues el órgano de la música de Bellini no sería ciertamente el de Mayerbeer, ni este sería semejante al de Rosini o Mozart. Cuarta. La memoria de las cosas y la de las palabras, así como la de la localidad, ¿por qué en cada uno de estos grupos falta alguna vez, o solo existe en lo más notable? Más claro: ¿cómo es que un hombre que tiene el sentido de la localidad se acuerda de muchos pueblos y se olvida en otras ocasiones de una multitud de puntos que visitó? No se sabría expresar esto habiendo el órgano de la memoria de los lugares; pues igualmente se acordaría de unos que de otros, y no sucede; antes más bien acontece que únicamente recuerda uno muy al vivo los puntos en que le pasó un suceso notable o que le llamó más la atención: luego ciertamente no es al órgano a quien hay que referirlo, sino a las facultades mentales en su modo de afectarse, cuando se pasó por un punto dado. Quinta. Aparece por los progresos de la civilización una pasión desconocida hasta entonces, que es un vicio o una virtud, ¿se creará desde luego un órgano? Creemos que no ciertamente; y si no que se nos diga, ¿tendría algún órgano especial en el cerebro el terrible vicio de la pederastia, y otros semejantes o más feos? Es muy posible que no, siendo de notar que no puede referirse a ninguno de los órganos admitidos ni a las facultades, puesto que nada hay que nos autorice a pensarlo así. Sexta. Si es así que cada afecto, cada pasión tiene su órgano independiente y aislado, ¿cómo y en qué parte estará colocado el instinto monárquico o por el contrario el sentimiento republicano? ¿Cómo es, pues, que mientras unos hombres son esencialmente siervos, otros son exclusivamente libres y no quieren sujeción ni trabas? El orden, pues, y la anarquía, la monarquía y la república, el honor y el regicidio, deben tener órganos destinados a su representación, pues de lo contrario no existirían, según las ideas del profesor alemán. Sétima. Tomemos por norma otra vez un sentimiento, la adquisividad, por ejemplo. ¿Cómo expresar el por qué uno trata de adquirir dinero, otro libros, aquel cuadros, y finalmente muchos adquirir propiedades? Sería necesario admitir igualmente una multiplicidad mayor de órganos; y si no véase por ejemplo la constructividad. ¿Por qué uno es excelente ingeniero de minas, y es un hombre vulgar en la construcción de castillos, casas o puentes? ¿Cómo un militar es buen jefe para defender plazas, y es un hombre inepto en atacarlas? ¿Por qué este sabe mucho en su ramo, y es menos que mediano en los demás? Problemas son estos que no se resuelven por el sistema de Gall: creemos que se resuelven mejor por el sistema de Huarte, por las razones siguientes: Primera. El admitir que los hombres tienen diferentes disposiciones para las ciencias, es una cosa sabida y sin originalidad; pero pensar que cada arte o ciencia tiene un órgano que le represente, es un absurdo, puesto que los talentos dependen de la feliz combinación de las facultades fundamentales admitidas por los filósofos, a saber: entendimiento, imaginación, memoria y voluntad. Segunda. Según una de estas facultades predomine más o menos, da cierto giro a la disposición del sujeto, de donde nace que una persona a quien faltase imaginación, memoria o entendimiento, sería nulo, una estatua, mientras que combinadas diferentemente en sí, mediante el temperamento y la diferente organización salen diferentes los actos de la inteligencia; pues estos dependen menos de órganos internos que de las determinaciones que hacen tomar los agentes que obran sobre nosotros, produciendo modificaciones que hacen cambiar nuestra disposición actual, según la afectividad orgánica. Tercera. Lo que se llaman artes o ciencias dependen del ejercicio de las funciones cerebrales, y la parte que le cupo a cada uno de las facultades imaginación, entendimiento y memoria; así se ha notado que personas de gran imaginación jamás fueron buenos matemáticos, mientras que aprendieron con facilidad la poesía, la música sentimental y otras; siendo también de notar que la fuerza de la imaginación se modifica por las impresiones sufridas, de tal modo que parece imposible, y si no ¿por qué en la época de los amores, personas que jamás han tenido disposición poética, han producido bellísimas composiciones, y pasado este tiempo de entusiasmo y dicha, no pueden encontrar un consonante? ¿Será debido a que el órgano de la poesía se haya desarrollado instantáneamente para después volver a atrofiarse? Si son independientes, ¿cómo se ha subyugado al órgano de la amatividad? Ciertamente parece más lógica la explicación de la exaltación cerebral, por el influjo determinante de una pasión. Cuarta. Individuos hay que poseen con facilidad la teórica de la ciencia, sus consideraciones hasta las más minuciosas, y en la práctica desconocen esto mismo que tan sublimemente analizan en el gabinete. ¿Puede depender esto de la existencia o no de un órgano? No, ciertamente, sino más bien de que la práctica de una ciencia necesite o más inteligencia o entendimiento, que no imaginación y memoria para reproducir y pintar al vivo cuanto se ha leído, faltando el punto de apreciación y detalle necesario en la práctica.

He aquí, cómo fácilmente se concibe la expresión de los fenómenos por el sistema de Huarte mejor que por el de Gall; pues como dice Mr. Fluerens: «Si se nota una cosa especial en un hombre o animal, se admite un órgano nuevo, y cuando se cree haber hecho el todo, no se ha hecho más que una palabra; el nombre del hecho, la demás dificultad resta.» Paréceme más filosófico considerar modos de la inteligencia lo que Gall considera como facultades separadas, y por las razones expuestas creo más moral y filosófico el tratado del Examen de ingenios que no el de la frenología.

Después de haber comparado el Examen de ingenios y la frenología, debemos pasar a hablar de otras dos obras españolas posteriores a esta, que son tenidas en algo por los literatos, y que en efecto una de ellas tiene también mucho mérito aun a pesar de ser un plagio de la de nuestro eruditísimo Huarte. Las obras a que me refiero son: la del catalán doctor Puiasol o Pujasol, poco conocido, que escribió una obra cuyo título es: Filosofa sagaz y anatomía de ingenios, impresa en Barcelona, casa de Comellas, 1680, obra que no ví ni leí, aunque tengo entendido que publicó también otra con el nombre de El sol de los soles, por Pujasol, sobre el mismo asunto; como no las he visto no puedo asegurar su mérito; en cuanto a la del P. Rodríguez de las Escuelas Pías sí la poseo, y aunque es de algún valor no puede competir con la de Huarte; su título es: Discernimiento filosófico de ingenios para artes y ciencias, impreso en Madrid en el año 1795. Esta obra, aunque está bien escrita y difiere algo de Huarte, no está redactada ni con tanta copia de datos, ni con la severidad crítica y facilidad de discusión de la del insigne autor, de modo que solo es un imperfecto bosquejo del original, una copia lánguida, que si no existiese el punto de que se tomó nadie conocería a su padre en la deformidad de su engendro; sin embargo puede consultarse, y alguna vez le tendremos a la vista para hacer anotaciones a Huarte en aquello que de él disienta.

Si después de haber analizado y comparado el Examen de ingenios con las obras que le son semejantes en objeto e ideas pasásemos a concluir nuestro juicio sobre dicho autor, quedaría sin duda incompleto nuestro trabajo, por lo que pensamos que aún nos falta examinar la obra de Huarte como producción del siglo XVI, y añadir después su mérito absoluto, su valor efectivo en el siglo XIX a fin de hacer una reseña lo menos imperfecta posible, ya que la perfección no nos sea dable alcanzar, pues a esta solo llegan los ingenios profundos y privilegiados.

La manera de exponer Huarte sus pensamientos y las teorías humorales que desenvuelve, no pudieron expresarse en aquella época ni con más verdad y atrevimiento, ni con más conformidad con las doctrinas dominantes; quejarse, pues, de que el autor hable de las cuatro calidades primordiales, sería una inconsecuencia bien notable cuando entonces estaban tan arraigadas dichas ideas; de manera que expresándolas, Huarte es el intérprete fiel de las teorías de su época, y nadie mejor que él comprendió ni expresó con más verdad ni encantador estilo las doctrinas del jefe de la escuela antigua, del médico de Pergamo, de Galeno en fin.

Si descendemos a considerar cómo trató de hermanar las doctrinas católicas y las tendencias del cristianismo con las verdades descubiertas y enseñadas por las ciencias naturales, no podremos menos de admirar su sagacidad y agudeza para acomodar sus doctrinas y pensamientos a la religión del Crucificado. ¿Quién ha descrito mejor que él el temperamento de Jesús nuestro Redentor, y quién trató de unir la ciencia y la religión de un modo más feliz y afortunado? Nadie, absolutamente nadie en mi concepto le ha alcanzado ni antes ni después en este punto. En el trozo en que indica las condiciones fisiológicas de Jesucristo como persona humana, aparte de su divinidad y ciencia infusa es admirable, y de él dice con este motivo el abate Cerise estas notables palabras: «Ved aqui un trozo de Huarte, célebre médico español del siglo XVI en que nos da las condiciones fisiológicas, las más íntimas de la persona humana de Jesucristo que tiene bien cuidado con toda la sinceridad de su fe cristiana, de distinguirla de su persona divina.» (Le inserta página 249 y siguientes.)

«Ved ahí, dice Cerise, un ejemplo entre mil que pudiéramos citar de la consecuencia materialista sacada lógicamente de una ciencia falsa por un hombre que no se acusará de enemistad contra los preceptos de la Iglesia católica. Huarte y sus contemporáneos en su fe sencilla habían aceptado una ciencia que estaba lejos de estar acorde con ella: esta contradicción le embarazaba a cada paso. El doctor llegó hasta a preguntarse si la influencia del diablo que causa malas inclinaciones puede obrar sobre el hombre de otro modo que por sus malas cualidades corporales, en las que quiere permanecer; y si la acción de Dios puede producir buenas inclinaciones aparte de los buenos sentimientos corporales en que se complace. Él resuelve el problema negativamente, apoyándose en Aristóteles y la Escritura Santa.»

Si miramos con calma y detención este pasaje del abate Cerise, hombre eruditísimo, no nos extrañaremos que quien quiso enmendar la plana a los santos padres, en cuanto a la pureza y a los errores filosóficos de los primeros y más sabios ministros del santuario, increpe también a Huarte; pero si atendemos a que Cerise es demasiado espiritualista, a que él mismo dice que el hombre es una actividad espiritual que manda a una pasividad carnal sin ayuda de la que nada puede hacer, fácilmente se deducirá que estuvo algún tanto inconsecuente al atacar a Huarte, puesto que este no dice más que el pensamiento de Cerise con diferentes palabras, pues repite muchas veces que el ánima para obrar necesita de órganos que sean sus instrumentos, añadiendo hablando de Jesucristo, que como era tan bien conformado y templado sin destemperie, sin necesidad de la naturaleza divina ni la ciencia infusa, hubiese sido aventajado, porque tenía una complexión excelente, lo que le hubiese hecho hombre prudente y sabio, aun cuando hubiese sido criado como los demás hijos de los hombres. Creo, pues, que en menos palabras no se puede expresar mejor ni con más sencillez el eclecticismo de la época actual.

Viniendo ya a su mérito absoluto, diré con entera y muy firme convicción, que desechando las doctrinas humoristas que dominan en la obra de nuestro inmortal compatricio, aun hoy no existe en el orbe literario una obra en que más de acuerdo estén los sentimientos religiosos y morales con los adelantos de la ciencia o sea de la fisiología, que es obra que pasará a la posteridad, y vivirá eternamente en la memoria de los hombres que estimen en algo las glorias literarias de España.

¡Sí, digno y sublime ingenio, inmortal Huarte, tu gloria será eterna e imperecedera mientras corra por las venas sangre española, y mientras que conserven tus compatricios el sentimiento y la dignidad de hombres, a quienes nadie como tú ha guiado por la senda de la virtud y de la inmortalidad! ¡Recibid, ilustre víctima de la preocupación y fanatismo, las bendiciones de los hombres sensatos y virtuosos a quienes has sabido inspirar un sentimiento de admiración y respeto hacia lo que hay de más noble y grande en la naturaleza humana hacia esa antorcha celestial, sin la que la vida es una cárcel y la gloria una mentira! ¡Sí mártir de la libertad filosófica, escucha desde la región etérea que ocupas las alabanzas de los que fueron tus admiradores y la execración de tus injustos perseguidores!

¡Dígnate, pues, recibir este holocausto de admiración, y ruega para que las futuras generaciones no padezcan la degradante censura del tribunal que tan injustamente te proscribió!

También vosotros, lectores, disimulareis la pequeñez de mi juicio para tan grande obra; pues desde el principio manifesté mi insuficiencia en asunto de tamaño interés; como quiera, yo cumplí mi compromiso de la manera que mejor pude: a plumas mejor cortadas encomiendo este juicio, quedando contento conmigo mismo, si conseguí como pensaba Cicerón, hacer algo en beneficio de mi querida patria; pues este ha sido mi único fin y mi única ambición. ¡Feliz yo si hubiera podido conseguirlo y decir con el orador romano: amenus patriam: posteritati et gloriae serviamus, id esse optimum putemus!

Ildefonso Martínez y Fernández.

[ Madrid 1846, páginas V-XXXII. ]