Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo IV

Sumario. Teoría del regicidio según los jesuitas, los católicos y los protestantes, eclesiásticos y seglares.

I.

Veamos ahora la teoría del regicidio expuesta por los jesuitas, y por los autores católicos.

Bellarmino tiene la palabra:

«Demostraremos en el libro III, capítulo XXIII, que el Papa está en su derecho obligando a los reyes con penas temporales, y privándoles de sus reinos; y más aún, que este poder es más necesario a la Iglesia, respecto a los reyes, que a los vasallos de estos.

»No pertenece al pastor el castigo de las ovejas que se extravían, sino arrojar los lobos, defendiendo al rebaño, para que no lo saquen del redil.

»Por tanto, el Papa, como soberano pastor, [55] puede privar a príncipes de su dominio, y arrojarlos de él, para que no perjudiquen a sus vasallos; puede desligar a éstos del juramento de fidelidad y anularlo... y para esto puede servirse de las armas de los otros príncipes fieles, de manera que siempre lo secular esté sometido a lo espiritual.

»Permitido es a un particular matar a un tirano, a título de derecho de propia defensa: porque aunque la república no lo manda así, se sobreentiende que quiera ser siempre defendida por cada uno de sus ciudadanos en particular, y hasta por los extranjeros; por consiguiente, si no puede defenderse más que con la muerte del tirano, a cualquiera le está permitido matarle...

»Desde que un rey ha sido depuesto por el Papa, deja de ser rey legítimo, y desde entonces no le corresponde otro título que el de tirano... y como a tal, cualquiera podrá matarle.

»Jacobo Clemente recibía con gozo las heridas mortales que le hicieron en cuanto hirió al rey, porque a precio de su sangre libertará a su patria. El asesinato del duque de Guisa por los secuaces del rey, fue expiado con el asesinato del rey.

»Jacobo Clemente hizo una acción grande, admirable y memorable, con la cual enseñó [56] a los príncipes de la tierra, que sus empresas impías no quedan nunca impunes.

»El mismo poder tiene todo particular, que sea bastante valeroso para socorrer a la república, despreciando su propia vida.

»Gran ventaja sería para los hombres que se encontraran muchos, que, despreciando su vida, fueran capaces, por la libertad de su patria, de acción tan valerosa; pero a la mayor parte los detiene un amor desordenado de su propia conservación, que los incapacita para las grandes empresas; resultando, que, de tantos tiranos como se han visto, haya tan pocos que muriesen a manos de sus vasallos.

»Sin embargo, bueno es que sepan los príncipes, que, si oprimen a sus pueblos, sólo viven por la falta de valor de los que tienen derecho a matarlos, no sólo con justicia, sino haciendo una acción gloriosa y digna de alabanza.

»No es dudoso que se pueda matar a un tirano a puerta abierta, acometiéndole en su palacio, o engañándole y sorprendiéndole en una emboscada.

»Verdad es que es más grande y generoso atacar abiertamente al enemigo; pero no es prudencia menos recomendable, aprovechar alguna favorable ocasión para engañarle y [57] sorprenderle, a fin de que la cosa produzca menos emoción y peligro para el público y los particulares.»

De estas terribles y sanguinarias máximas de los jesuitas resultaron regicidos y tentativas de asesinato de príncipes, que no eran tiranos; antes bien, como Enrique IV de Francia, populares, y los menos malos que nos presenta la historia; mientras que, lejos de asesinarlos, los jesuitas glorificaban y han patrocinado siempre a los tiranos dignos de este nombre, como Luis XIV de Francia, que decía el Estado soy yo, y los Borbones de Nápoles, de Parma y Módena, y Fernando VII de España. Estos déspotas, protegieron a los jesuitas, se entregaron a ellos y les entregaron la educación de sus pueblos. ¿Qué tiene, pues, de extraño, que tales monstruos de tiranía y de relajación de costumbres, fueran por ellos ensalzados cual modelos de reyes?

II.

¿Qué sería del mundo civilizado si las máximas de la Compañía de Jesús, sobre la supremacía de los Papas y el regicidio, que acabamos de extractar, hubieran prevalecido? [58] La civilización, renaciente en el siglo XVI, habría retrocedido, sumiéndose de nuevo la sociedad en la barbarie. El mundo hubiera sido un inmenso convento, gobernado y administrado por los jesuitas, cuyo General, lugarteniente del Papa, llegara a ser el Papa verdadero. ¡Negro ideal, sudario bajo en la cual se habría extinguido el espíritu humano!

La realización de este negro ideal es la aspiración constante de la Compañía de Jesús; y ni las persecuciones, ni los progresos, a pesar suyo realizados por la humanidad, la han apartado un solo momento de su obra, procurando ganar en una parte el terreno perdido en otra, y persistiendo siempre en volver a recomenzar, allí donde pueblo o poderes públicos le obligaron a suspender su obra inhumana.

Sin duda no han sido los jesuitas los primeros que han predicado el regicidio, presentándolo como deber de todo ciudadano; pero nadie como ellos lo ha expuesto, con tanta insistencia ni en cuerpo de doctrina.

III.

Cuando les hacían cargos por sus predicaciones y doctrinas sobre el regicidio, [59] defendiéronse los jesuitas diciendo, que era doctrina adoptada por la Iglesia, desde tiempos antiguos, y en esto no mentían.

Decían: «Santo Tomás, San Buenaventura, San Antonio, arzobispo de Florencia, San Raimundo de Peñaflor, general de los dominicos, y San Bernardo, último Padre de la Iglesia, profesaron y practicaron la doctrina del tiranicidio. Los tomistas, en sus aulas y obras de teología, elaboraron ampliamente esta doctrina.

Santo Tomás decía, hablando del tirano usurpador: «Si no puede recurrirse a autoridad, que haga justicia del usurpador, el que lo mata salva la patria, y merece recompensa.»

Jerson, canciller de la Iglesia de París, hablando en nombre de la Universidad, definía de esta manera al tirano: «El príncipe es tirano cuando sobrecarga de contribuciones y tributos al pueblo, y se opone a las asociaciones y progresos de las letras.»

Luego le amenaza con que él y su raza serán perseguidos a hierro y fuego.

Juan Mayor, doctor de la Sorbona, decía antes de 1540: «El rey recibe su poder del pueblo, y cuando haya causa razonable, el pueblo tiene derecho a quitarle la corona.»

»Enrique III fue asesinado por el dominico [60] Jacobo Clemente, en Saint Cloud, el 1º de Agosto de 1589, y el 4 de Enero del mismo año, la Sorbona había excomulgado a este rey tirano, y a los que rezaban por él, mandando al mismo tiempo al cardenal de Gondy, arzobispo de París, que excomulgara a dicho tirano; y tres días después, la Sorbona y la Facultad de Teología, reunidas en número de setenta doctores, desligaban los vasallos del rey, del juramento de obediencia y de fidelidad.»

El parlamento de Tolosa no se mostró menos partidario del regicidio que la Universidad de París. El 23 de Agosto de 1589, al saber el asesinato de Enrique III por Jacobo Clemente, decretaba lo que sigue:

«El Parlamento, reunido en pleno, sabedor de la milagrosa, espantosa y sangrienta muerte ocurrida el 1º de este mes, ha exhortado y exhorta a todos los obispos y pastores a que ofrezcan gracias a Dios, en sus iglesias respectivas, por el favor que nos ha hecho, librando a París y otras ciudades del reino: y ha ordenado, y ordena, que todos los años, el 1º de Agosto, se haga una procesión y públicas rogativas, en reconocimiento del bien que Dios nos ha hecho en dicho día.»

No se quedó atrás el colegio de abogados [61] de París; y una de sus lumbreras, Carlos Dumoulin, decía:

«No debe tenerse relación alguna con los tiranos; y el matarlos es acto glorioso.»

Juan Bodin, en su famosa obra titulada la República, publicada en 1576, decía:

«Tenemos por cosa cierta, que a todo extranjero le es permitido matar un tirano, declarado tal por la voz pública, y hecho famoso por sus rapiñas, asesinatos y crueldad.»

El famoso puritano Kenox, decía:

«Hubiera debido matarse a la reina María de Escocia, y a todos los curas y seglares que la asistían, porque intentaron oponerse al Evangelio de Jesucristo.»

El doctor calvinista Juan Arthentes, decía:

«Debe resistirse al opresor y matarle, si no hay otro medio de librarse de sus violencias.»

Jorge Buchanan, preceptor de Jacobo I de Inglaterra, es todavía más fuerte en la expresión de su doctrina.

«¿Cómo debe calificarse, dice, la guerra contra el enemigo del género humano, es decir contra un tirano? Como la más justa de las guerras.» Y añade «que todos los particulares concedan recompensas a los asesinos del tirano, como se conceden a los que matan lobos.» [62]

El jesuita Joly, hace las citas que preceden, para atenuar la repugnancia que inspiraba la teoría y la práctica del regicidio por sus hermanos en San Ignacio; pero las citas que aduce son, como se ve, contraproducentes, porque los autores citados, especifican los actos que convierten a los reyes en tiranos dignos de muerte, mientras los jesuitas sólo tienen en cuenta para calificar de tirano a un rey, el que no se someta con humildad a la voluntad del Papa, por más que gobierne humanamente, respentando los fueros y libertades de los pueblos en que impera.

IV.

El historiador jesuita citado, explica de la siguiente manera, cómo entendían los jesuitas la teoría del regicidio:

»Distinguen en la escuela dos clases de tiranos, el de usurpación y el de administración; el usurpador propiamente dicho, y el de soberanía de derecho, que abusa de su autoridad para labrar la desgracia de su pueblo.

»No estando definidos todavía, de una manera precisa, los privilegios de los reyes y de los pueblos, se encerraban los códigos políticos en compendios de teología, y en las obras de jurisprudencia; pero en su origen sólo [63] fueron escritos para servir de tema a las instituciones escolásticas. Los odios, fomentados por el vértigo de los partidos, se apoderaron de esta arma de doble filo, y la usaron como una palanca contra la herejía; a todo precio quisieron conservar la religión católica: y partiendo de este principio, fueron insensiblemente arrastrados a conclusiones fatales...

»Catorce padres de la Compañía, todos teólogos eminentes, han discutido, profundizado y profesado la doctrina del regicidio, que se enseñaba en las escuelas, y sus nombres son Manuel Sá, Valencia, del Río e Huinous, Mariana, Sales, Salas, Tolet, Lescies, Tanner, Castropalao, Becan, Gretzer y Escobar.

»El jesuita Manuel Sá explica así su teoría: «El que gobierna tiránicamente un dominio justamente adquirido, no puede ser despojado sin juicio público; pero desde el momento en que se pronuncia la sentencia, cualquiera puede ejecutarla. El tirano puede, pues, ser depuesto por el mismo pueblo que le prestó obediencia, si estando advertido no se corrige. En cuanto al que invade tiránicamente la autoridad, puede ser asesinado, si no hay otro medio, por cualquier hombre de otro pueblo, como enemigo público.» [64]

V.

No conocemos nada más falto de lógica que esta teoría del jesuita Sá. ¿Cuándo se ha visto que un tirano pueda ser juzgado públicamente, si antes no fue revolucionariamente depuesto? Y si el pueblo fue bastante fuerte para destronarle, ¿a qué matar un tirano que dejó de serlo?

Lo lógico sería, dentro de la teoría del tiranicidio, justificar su muerte por el primero que tuviera valor y medios para ello, partiendo del derecho de la propia defensa, y del bien publico, en el caso de imposibilidad de deponerlo por otros medios, para librarse de la tiranía.

La otra falta de lógica del escritor jesuita, consiste en suponer que son los hombres de otros pueblos los que tienen derecho para matar al tirano, sobre todo si este es un usurpador. ¿Por qué no los oprimidos, con doble justicia, puesto que su tirano tiene además sobre sí el crimen de usurpación? ¿Por qué el jesuita Sá concederá a un extranjero, que no sufre la tiranía, o que puede dejar de sufrirla, volviéndose a su patria, el derecho que niega a sus víctimas?

De todos modos, lo que resulta de los argumentos de los jesuitas y de sus citas, es que [65] en todos tiempos y por toda clase de gentes, el amor a la libertad, innato en el hombre, y el odio a la tiranía, que lleva en su nombre la justificación, inspiraron la doctrina del tiranicidio, siquiera muchas veces no se aplicó a los tiranos, sino a los reyes menos malos.

También resulta, que los jesuitas, para quienes la obediencia pasiva es un voto; que renuncian a su personalidad, que no son ciudadanos de ninguna nación, sino miembros de un cuerpo esparcido en todas las naciones, tienen menos derecho que nadie a condenar la tiranía, siquiera la corporación a que pertenecen, a pesar de sus pretensiones de independiente y casi soberana, que en ninguna parte vive en país propio, tenga que someterse, mal su grado, a leyes e instituciones incompatibles con las suyas.

Cuando los jesuitas se quejan de la tiranía de los gobiernos, respecto a su Compañía, se fundan en que sus privilegios, autorizados por los Papas, están por encima de las leyes de las naciones, que deben considerarse nulas, en cuanto se opongan a sus privilegios e instituciones, fundadas, como hemos visto, para consolidar los poderes espiritual y temporal de los Papas, extendiéndolos por todo el mundo. ¿Qué nación independiente, qué [66] gobierno celoso de su autoridad y de los intereses que representa, puede reconocer los privilegios y atribuciones concedidas por lo Pontífices romanos a la Compañía de Jesús, ni autorizar en sus dominios una secta independiente de toda autoridad, y que tiene por regla de conducta no someterse a las leyes civiles de los países en que puede introducirse, más que en cuanto a sus intereses convenga?

Para comprender la exactitud de lo que dejamos expuesto, basta conocer, además de las perniciosas doctrinas y reglas de la Compañía de Jesús, los inauditos privilegios y prerrogativas sobre ella acumuladas; y al efecto vamos a resumirlos en el próximo capítulo.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 54-66