Filosofía en español 
Filosofía en español

Emeterio Valverde Téllez (1864-1948) · Crítica filosófica o Estudio bibliográfico y crítico de las obras de Filosofía escritas, traducidas o publicadas en México desde el siglo XVI hasta nuestros días (1904)


Capítulo VI

Obras de controversia filosófica contra el racionalismo y el ateísmo

DESDE los años en que florecieren el Padre Gamarra y el religioso carmelitano Fr. Juan de San Anastasio, maestro de la casa de estudios de San Joaquín, hasta 1835 en que saltó a la arena el entusiasta frenólogo D. José Ramón Pacheco, media no corto espacio de tiempo, en que se desarrollaron acontecimientos tan ruidosos como trascendentales para nuestra patria; pero no hallamos en él escritores de Filosofía. ¿Por qué? No nos parece extraño fenómeno, dadas las críticas circunstancias por que atravesó la nación. Sin embargo, se hizo una edición mexicana de las Institutiones Philosophicae de Para Duphanjas, Mexici 1809, Joannes Baptista Arispe, 2 vols. 4º pta.{73}

Se imprimió el Catecismo Universal, preceptos morales y examen de sí mismo, escritos en francés por Mr. J. F. Saint-Lambert,... puestos en castellano por D. M. D. M., México 1825. Imprenta a cargo de Rivera. Sabido es que Saint-Lambert, autor también de Las Ruinas de Palmira, fue de los enciclopedistas franceses. Su catecismo es utilitarista y ateo.

Además, no debemos hacer punto omiso del presbítero Don Rafael Abogado, virtuoso e instruido miembro del [102] Oratorio de San Felipe Neri de México, y diferente de otro Sacerdote del mismo nombre y apellido que murió hace pocos años.

Escribió el Padre Abogado: El Cristianismo victorioso y triunfo de la amistad. Escrito para los niños y personas que carecen de los conocimientos de los principios fundamentales de la Religión Cristiana, por el P. B. Rafael Abogado, Presbítero del Oratorio de San Felipe Neri de México. Con las licencias del Ordinario y de la Congregación. Imprenta del Ciudadano Alejandro Valdés. Año 1823.

Precede a la obra un elocuente y atrevido apóstrofe de Ricardo de San Víctor, que expresa la fuerza incontratable de los argumentos que militan en favor de la Religión, que por dicha profesamos: «Señor, dice, si pudiera ser falsa nuestra fe, Tú serías la causa de nuestro engaño; pues nos has obligado a creer lo que creemos con las pruebas invencibles que Tú nos has presentado.»

El autor dedicó su libro al Ilmo. Señor Obispo de Durango, Marqués de Castañiza.{74}

Manejaba diestra y acertadamente el dialogo, forma adecuada a obras de controversia; porque se presta a dar amena y animada variedad al discurso; puede hablarse el lenguaje mismo de los adversarios; las dificultades se presentan sin atenuaciones; en el conjunto percíbese más inconcusamente la lógica de la argumentación y, en consecuencia, el lector va comparando, va percibiendo la luz, va, en fin, sintiéndose convencido.

Por modestia, de seguro, se dirige el autor no más que a los niños y a los ignorantes; pero sus sólidas reflexiones pueden ser utilísimas a todos los incrédulos de nuestros días, quienes en materia de Religión no están muy por encima de [103] aquellos, y sí tienen de más la malicia y el cinismo de negar en nombre de una filosofía que no es Filosofía, y de un progreso que no es progreso, la divinidad de la Religión católica, sin acordarse quizá ni del manual Catecismo del Padre Ripalda, que aprendieron en los primeros años de la vida. El Padre Abogado desciende a la arena de la discusión, armado de los hechos y de la filosofía de la historia; con crítica severa juzga de las profecías y de su exacto cumplimiento; de los milagros y de su objeto; de la rápida propagación de la luz evangélica, que fue disipando de todo el mundo las espesas tinieblas del paganismo; y en fin, de los espléndidos triunfos que la idea cristiana ha alcanzado sobre sus enemigos, ora astutos, ora crueles en la persecución.

Todos los raciocinios ostentan el timbre de la verdad y de la más profunda convicción, y no escasean oportunas observaciones y amargos reproches, tales como este: «los que vivan en los tiempos venideros escucharán o leerán con rubor y con indignación nuestros delirios, y dirán justamente: la ignorancia que en todos los siglos fue el freno más eficaz para callar, en el siglo que se llamó de las luces, fue el estímulo más poderoso para hablar y decidir sobre todas materias, especialmente las que piden más sabiduría, con lo que se dilató el imperio de la irreligión, de las blasfemias, de los errores y de los vicios. Este fue el resultado forzoso de la soberbia y del charlatanismo.» ¡Qué dijera aquel venerable Sacerdote, si en nuestros aciagos días fuera testigo de las ruinas que la impiedad y la ignorancia hacen en las almas por medio de la prensa periodística!

Del mismo Padre Abogado es una sabia refutación del ateísmo en el campo de la Filosofía. En la portada de ese librito se lee:

El ateísta convertido. Obra póstuma del P. D. Rafael Abogado, Presbítero del Oratorio de San Felipe Neri de [104] México. Con las licencias necesarias. Oficina de Don Alejandro Valdés. Año de 1828.

Es recomendada la obra por el respetable «Parecer del M. R. P. Dr. D. Manuel Gómez, del Oratorio de San Felipe Neri de esta Capital». Este Padre es, sin duda, el mismo Doctor y Maestro D. Manuel Gómez Marín, piadoso autor de dos tomos de Meditaciones, editados por D. Luis Abadiano y Valdés, año 1835.

El Padre Abogado desenvuelve lógica y felizmente el argumento que los escolásticos denominan físico, para demostrar la existencia de Dios, y en el cual se incluye forzosamente el razonamiento metafísico, puesto que, en último resultado llega a demostrarse, que es necesaria de toda necesidad la existencia de una Primera Causa que, como infinita en su ser y en sus atributos, ha ideado, realizado y ordenado todo cuanto existe.

El racionalismo, no es la recta razón, no es la Filosofía; es sí una enfermedad, un vicio contraído por el humano entendimiento; ¡cosa sorprendente! al par que el hombre lanza el bramido infernal de la soberbia, cae como herido por un rayo de vergonzosa humillación: sí, porque por una parte se yergue para sacudir el suave yugo de la autoridad divina de la fe; y redúcese por otra a ser vil juguete de los más groseros absurdos: quiere ahorrarse el trabajo de estudiar la Religión, y más aún el de observar sus santos preceptos, y echa a correr por el camino que le parece más desembarazado, que es, ¡despreciarla! reírse de ella con la risa del necio: «Impius cum in profundum venerit peccatorum, conteannit: sed sequitureum ignominia et opprobium: El impío después de haber llegado al profundo de los pecados, desprecia; pero le sigue la infamia y el oprobio.{75} Si se le urge un poco más, corta bruscamente el nudo gordiano, ¡niega la existencia de Dios! [105]

Ahora bien, los que deseen conservarse en posesión de la verdad fundamental de la existencia de un Ser Supremo; verdad que ontológicamente es origen y causa de toda realidad, y la explicación última y suprema de toda especulación metafísica y teológica, harán muy bien en leer esa obra, pequeña en su volumen; pero intrínsicamente valiosa, y quedarán persuadidos hasta la evidencia de que, negar a Dios es la más estúpida de las locuras.

También publicó el Padre Abogado un opúsculo dogmático canónico, titulado: La Autoridad del Papa;{76} no conocemos el folleto.

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{73} Catálogo de la Biblioteca Nacional, 1889.

{74} El nombre completo de este insigne Prelado es: D. Juan Francisco de Castañiza y de González Agüero, Marqués de Castañiza. Fue el vigésimo segundo obispo de Durango. Véase la biografía publicada por el Sr. Canónigo Andrade en El Tiempo ilustrado. Domingo 22 de Mayo de 1898.

{75} Proverbios XVIII, 3.

{76} Véase, Prólogo del Editor, El ateísta convertido.