El pesimismo en el siglo XIX (1878) a b c d e f g h Erasmo María Caro (1826-1887)

Erasmo María Caro · El pesimismo en el siglo XIX

Un precursor de Schopenhauer, Leopardi
IV

He aquí las tres formas de la ilusión humana agotadas; ya no queda nada que esperar ni en el presente, ni en el porvenir del mundo, ni en un más allá que nadie conoce. No debemos, pues, extrañarnos de estos tristes aforismos que no son más que la conclusión de la experiencia de las cosas en forma de resumen, y que se encuentran en las obras de Leopardi en cada página y en cada estrofa: la vida es un mal: aunque sea sin dolor, es todavía un mal. No hay situación tan desgraciada que no pueda empeorar; la fortuna será siempre la más fuerte, y concluirá por romper la firmeza misma de la desesperación. ¿Cuándo terminará l'infelicitá? Cuando todo termine. [60] Los peores momentos son aun los del placer. Ninguna existencia vale, ni ha valido, ni valdrá lo que la nada, y la prueba de ello es, que nadie querrá volver a comenzarla. Escuchad el diálogo de un vendedor de almanaques y de un transeúnte:

«¡Almanaques! ¡Almanaques nuevos! ¡Calendarios nuevos! –¿Almanaques para el año nuevo? –Sí señor. –¿Crees tú que será feliz este año nuevo? –¡Oh! sí señor, seguramente. –¿Como el año pasado? –Mucho, mucho más. –¿Cómo el otro? –Mucho más, señor. –¿Cómo es eso; no te gustaría que el nuevo fuese como cualquiera de los últimos años? –No señor, no me gustaría. –¿Cuántos años van pasando desde que vendes almanaques? –Hace veinte años, señor. –¿A cuál de estos veinte años quisieras tú que se pareciese el año que viene? –¿Yo? No sé decir a usted. –¿No te acuerdas de ningún año en particular que te haya parecido feliz? –No ciertamente, señor. –¿Y sin embargo, la vida es una cosa muy hermosa, no es verdad? –Ya se sabe, –¿No quisieras volver a vivir estos veinte años y aun todo el tiempo que ha trascurrido desde tu nacimiento? –¡Ah! señor, ¡ojala lo quisiera Dios así! –¿Pero si debieras empezar de nuevo tu vida con todos sus placeres y todos sus pesares? –No querría. –¿Y qué otra vida quisieras [61] vivir; la mía, la de un príncipe o la de otro? ¿No te figuras que yo, el príncipe u otro cualquiera, responderíamos como tú, y que nadie consentiría en comenzar la misma vida? –Lo creo. –¿Así, con esta condición, tú no volverías a empezarla? –No señor, no, no quisiera comenzarla otra vez. –¿Qué vida querrías tú, pues? –Quisiera una vida, como Dios me la diera, sin otra condición. –¿Una vida al azar de la cual no se supiera nada de antemano, como no se sabe nada del año nuevo? –Precisamente. –Si, es lo mismo que yo quisiera si fuera preciso volver a vivir; es lo que querría todo el mundo. Esto significa que no ha habido hasta ahora nadie a quien el azar no haya tratado mal. Todos convienen en que la suma de mal ha sido para ellos mayor que la del bien: nadie desearía renacer a condición de volver a empezar la misma vida con todos sus bienes y todos sus males. Esta vida que es una cosa hermosa, no es la vida que se conoce, sino la que no se conoce, no la vida pasada, si no la vida por venir. El año que viene, la suerte comenzará a tratarnos bien a los dos y a todos los demás con nosotros; este será el comienzo de la vida feliz, ¿No es verdad? –Esperémoslo así. –Enséñame el más hermoso de tus almanaques. –Aquí lo tiene Vd., señor, vale treinta sueldos. –Toma los treinta sueldos. –Gracias señor. [62] Hasta la vista. ¡Almanaques! ¡Almanaques nuevos! ¡Calendarios nuevos!»

¡Qué amargura en esta escena de comedia tan hábilmente dirigida por el caballero, especie de Sócrates desengañado! Alguna vez la ironía es llevada hasta lo más negro. El loco da cuenta al Nomo de que los hombres están muertos. «Los esperáis en vano, todos están muertos, como se dice en el desenlace de una tragedia en que mueren todos los personajes. –¿Y cómo han desaparecido esos pícaros? –Los unos haciéndose la guerra, los otros navegando; estos comiéndose entre sí, aquellos ahogándose con sus propias manos; otros pudriéndose en la ociosidad; otros gastando su cerebro sobre los libros o en orgías o en otros mil excesos; estudiando, en fin, de todas maneras el ir contra la naturaleza y hacerse daño.

No hay enemigo más cruel del hombre que el hombre. Es lo que Prometeo ha podido aprender a sus expensas en su apuesta con Momias, que meneaba la cabeza cada vez que el fabricarse del género humano se alababa ante el de su invención. Se organiza la apuesta y los dos postores parten para el planeta. Llegados a América se encuentran frente a frente con un salvaje disponiéndose a comer a su hijo; en la India ven una joven viuda quemada sobre la pira de su [63] marido, un borracho repugnante. «Estos son bárbaros», dice Prometeo, y parten para Londres. Allí, delante de la puerta de un hotel, ven una multitud que se estruja: es un gran señor inglés que acaba de levantarse la tapa de los sexos después de haber matado a sus dos hijos y recomendado un perro a uno de sus amigos. –¿No es este punto por punto el cuadro sombrío trazado por Schopenhauer?» La vida es una caza interesante donde ya cazadores, ya cazados, los seres se disputan los pedazos de una horrible ralea; una guerra de todos contra todos; una especie de historia natural del dolor que se reúne de este modo: querer sin motivo, luchar siempre, después morir y de este modo por los siglos de los siglos hasta que la corteza de nuestro planeta se deshaga en pequeños pedazos.» ¿Nos equivocamos al decir que el pesimismo es menos una doctrina que una enfermedad del cerebro? En este punto el sistema no revela ya crítica, viene derecho a la clínica: es preciso dejarlo en ella.

En dos puntos solamente el pesimismo de Leopardi difiere del de Schopenhauer, y yo no vacilo en decir que el poeta es el más filósofo de los dos, porque permanece en una medida relativa de razón. Estos dos puntos son el principio del mal y del remedio. Del principio metafísico, [64] Leopardi no sabe nada ni nada quiere saber. El mal se siente y se aprecia: es una suma de sensaciones muy reales, puro objeto de experiencia, no de razonamientos. Todos aquellos que pretendido deducir la necesidad del mal de un principio, sea la voluntad como Schopenhauer, sea lo inconsciente como Hartmann, han ido a parar a teorías absolutamente arbitrarias, cuando no ininteligibles. Leopardi se contenta con establecer, por medio de la observación, la ley universal del sufrimiento sin pretender formar con él una dialéctica trascendente: siente lo que es, sin tratar de demostrar que debe ser así. Además, como ignora el principio del mal, se guarda bien de oponerle remedios imaginarios, como los pesimistas alemanes que aspiran a combatir el mal de la existencia tratando de esclarecer sobre este mal a la voluntad suprema que produce la existencia, persuadiéndola de que renuncie a sí misma y que oponga la nada al ser. El sólo remedio que el alma estoica de Leopardi opone al eterno y universal sufrimiento, es la resignación, es el silencio, es el desprecio. Triste remedio, sin duda; pero que está por lo menos a nuestro alcance:

¿Nostra vita a che val? solo a spregiarla. [65]

«¿Nuestra vida para que sirve? Sólo para despreciarla{14}

Se ve que no hemos exagerado nada al afirmar que Leopardi es el precursor del pesimismo aloman. Anuncia esta crisis singular y profunda que se preparaba secretamente en algunos espíritus, bajo ciertas influencias que será necesario determinar. Si se tiene en cuenta que el nombre de Schopenhauer permaneció casi desconocido en Alemania hasta 1837 y que la fortuna de sus ideas data de los últimos veinte años, no podemos menos de quedar sorprendidos de encontrar en el poeta italiano, en 1838, tanta afinidad de temperamento y espíritu con la filosofía que debía seducir a la Alemania. Por instinto y sin profundizar nada, el poeta lo ha adivinado todo en esta filosofía de la desesperación; sin ningún aparato científico, hay muy pocos argumentos que escapen a su dolorosa penetración. Es, a la vez, el profeta y el poeta de esta filosofía, es el vate en el sentido antiguo y misterioso de la palabra: lo es con una sinceridad y una profundidad de espíritu que no igualan los más célebres representantes del pesimismo. Por último, lo que es algo; vivió, sufrió y murió en conformidad perfecta con su triste doctrina, contrastando [66] evidentemente con la desesperación completamente teórica de estos filósofos, que han sabido siempre arreglar muy bien su vida y administrar a la vez lo espiritual y lo temporal de la felicidad humana, sus rentas y su gloria.

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{14} A un vincitore nel pallore.

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Armando Palacio Valdés Erasmo Caro · El pesimismo en el siglo XIX
Madrid [1878], páginas 59-66