Filosofía en español 
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Capítulo V

Concepción del Istmo

1. Puntales de la nacionalidad, 2. El gobernador De la Guardia, 3. Mariano Arosemena, 4. Idea pre-independentista de la nacionalidad

1

El siglo XIX presencia la formación de la nacionalidad. El Pensamiento panameño no puede sustraerse a tal circunstancia, de ahí la insistencia de la producción literaria sobre tópicos políticos en general, y en particular, sobre la realidad política y económica istmeña. Las dos figuras que en nuestra historia cultural del decimonono evidencian indubitable vocación teórica –Justo Arosemena, ya estudiado, y Manuel José Pérez– derivan en su ideario hacia el planteamiento de la problemática nacional, resultado de una realidad política en gestación, consecuencia también de imperiosas y elementales necesidades histórico-sociológicas. Estas modalidades requieren el esbozo histórico que ensayan las presentes líneas, en cuanto tengan relación con formulaciones conceptuales. Las repercusiones concretas de estas últimas las intuye el lector inteligente; sólo de pasada nos detendremos en ellas a título de ejemplo, o en virtud de su importancia trascendental, no señalada hasta el presente, cual es el caso de la potente individualidad del gobernador De la Guardia.

La preocupación nacionalista a que nos venimos refiriendo se ha manifestado en el Istmo, íntimamente vinculada a la consciencia de una geografía exclusiva, envidiable, privilegiada.{1} Las primeras expresiones de esta consciencia se remontan a la colonia y persisten en nuestros días. Es el factor de mayor repercusión psicológica en el istmeño en tanto se refiera a la formación de la panameñidad como fundamento de la entidad nacional. Pero su influencia, al transgredir las fronteras de toda limitación geo-política racional, ha constituido un factor negativo en lo que tuvo, y aun conserva, de irracional. La visión mesurada de nuestra localización geográfica es la excepción. Justo Arosemena y Eusebio A. Morales son los representantes de esta posición equidistante; precisamente, las dos cimas intelectuales y las dos encarnaciones del estadista que ofrece nuestra historia. Mas la influencia de este ideario no ha calado ni en el pueblo, ni en los círculos ilustrados. La base fundamental que ha impulsado la estructuración de la nacionalidad ha sido, y continúa siendo, un mito, el mito geográfico.

El segundo elemento de nuestra individualidad tiene raíz histórica, casualmente en nuestro pueblo del cual se ha dicho no tiene historia, vale más decir, no tiene historiografía. Es la presencia del 28 de noviembre a través de las vicisitudes políticas del decimonono. Es presencia actuante, dinámica, en más de una ocasión añoranza romántica de glorias pretéritas. Simboliza una revolución de la más genuina raigambre istmeña, y como tal es mirada por los gestores intelectuales de los diversos separatismos que contempla nuestro devenir en el XIX. Es lo que permitió a Colunje llamar “patria” a su tierra natal en la conocida oda a la fecha memorable, es también lo que hizo posible decir “Cuando nuestra común Patria renació a la libertad política” tres años después de nuestra unión a Colombia, a un presbítero de la catedral de Panamá.

Hemos puesto, pues, dos factores factibles de encontrar en cualquier seria investigación histórica del siglo pasado. Estos son a la vez causas y consecuencias. Su constante reiteración, la ininterrumpida aparición en los documentos de la época permiten nuestra aserción. Esto no debe interpretarse en el sentido de causas primigenias de la nacionalidad, que necesariamente habrían de hacerse extensivas a otras; procedemos histórica, no historiosóficamente, ya lo hemos dicho. La cómoda posición de quien armado de un cuerpo de teorías podría inclusive esquematizar a priori el devenir de entidades históricas diversas, no es de nuestra aceptación.

Hasta 1824 se remota el primer documento asequible que evidencia lo que denominamos la presencia romántica del 28 de noviembre en el alma istmeña. Es una filípica contra la dominación española, un ditirambo a los próceres, una tácita afirmación de nuestra individualidad, y aun, una atenuada proclama de republicanismo:

No, nada valdrán ellas (las desgracias) con la dulce memoria que nos ha juntado en este Templo, y que nos recordará siempre el honor inmortal con que el día 28 de Noviembre de 1821 a ejemplo de los pueblos libres de la República clamamos todos INDEPENDENCIA, O MUERTE… Esta resolución generosa que ofrecisteis espontáneamente y en la que habéis mantenido firmes por tres años debe renovarse en cada día, en cada hora, en cada momento en que respiremos.{2}

En un estilo exaltado y casi barroco la pieza manifiesta encendido ardor patriótico que no alcanza a ocultar esa misma expresión grandilocuente e interjectiva. Brillan por su ausencia alusiones de la unión a Colombia; es preciso poner de relieve el sentido local, genuinamente panameño de la gesta emancipadora. Tal es también característica relevante del resto de documentos conmemorativos de la fecha.

Aunque no incumbe a nuestros propósitos el examen de la literatura oficial no podemos menos que observar el reflejo fiel que ésta presenta de las particularidades señaladas en los opúsculos de que nos valemos. Ya el decreto secesionista del general Espinar, Septiembre 11 de 1830, hace mención de un “acta celebrada en el Cantón de Chiriquí con miras de fracturar la integridad de la República” –documento que desconocemos– lo que no impide, quizás, que sea el acta separatista del 26 del mismo mes la primera pieza oficial que ensaya la justificación de la secesión: El Istmo no tiene “compromisos particulares” con la Nueva Granada.{3} El acta del pronunciamiento de Julio de 1831, superior a la anterior desde un punto de vista formal y doctrinario, continúa la tesis de que Panamá al adherirse a Colombia y no a la Nueva Granada, no mantiene vínculo alguno con ésta; pero incluye además nuevos factores que demuestran la racionalidad del movimiento istmeño. En efecto, se deja constancia de su privilegiada geografía y del feliz destino que tal le determina. Estos factores no pueden ser ignorados. Ambos separatismos consultan, tácita el primero, explícitamente el segundo, la teoría de una soberanía “reasumida”, y cuya fuente primigenia no ha de ser otra que la emancipación de España, y la voluntaria unión a Colombia. Las ideas preconcebidas de Alzuru imprimieron tal particular modalidad al acta de Julio de 1831. El mito geográfico encontró su primera formulación oficial bajo la égida de quien afirmaba que “Haciéndose fáciles y útiles las relaciones de comercio con todos los pueblos del universo, el Istmo vendrá a ser el emporio de la América”.{4}

Las causales de los movimientos secesionistas son ya, para 1840, tan conocidas que su declaración se omite en el Acta del Pronunciamiento de Panamá (Noviembre del mismo año). Con excepción del lacónico artículo 1º; nada se expresa en pro la justificación del separatismo. No obstante, la Alocución que en tal ocasión pronuncia el Presidente del Estado del Istmo, contiene una exposición de motivos. Ahora, el Istmo no es ya emporio de América, sino del comercio universal, a más de ser un territorio “Privilegiado por la Providencia”. Se intuye la comunicación interoceánica, y, por otra parte, se hace notar oportunamente la libre asociación a Colombia. Pero un movimiento de tanta importancia hubo de encontrar nuevas razones que lo justificaran. La clara inteligencia del General Tomás Herrera llega incluso a adelantar conclusiones y argumentos que tres lustros más tarde proclamó Justo Arosemena. La distancia entre la capital política y el Istmo no es la más importante. Herrera recurre a materiales históricos para encontrar que al igual que Venezuela y Quito el Istmo fue una Capitanía General que inclusive poseía su propia audiencia.{5} En el implícito razonamiento analógico que supone, se encuentra un fundamento más de panameñidad.

Mas el mito geográfico continúa. Su ininterrumpida influencia es paralela a las celebraciones oficiales de la fecha memorable. En 1844 ve la luz pública un escrito de candoroso optimismo aunque, a juzgar por los que le suceden, de grande influencia. Se calcula el costo de la comunicación interoceánica en 420.000.000 de pesos.{6} En esta misma época escribe Don Justo varios artículos en El Movimiento sobre el mismo tema, artículos que ampliados publica dos años después en Bogotá en forma de opúsculo.{7} El tema se explota; es de actualidad. En 1850, según se afirma, Mariano Arosemena ensaya un largo artículo sobre la comunicación intermarina. Los comienzos de los trabajos del canal hacen enmudecer los técnicos improvisados; mas persiste la esperanza.

El mito geográfico pervive en nuestros días sin alteraciones substanciales. De ahí que sólo tenga importancia para nosotros mostrar su génesis e influencia. Ya se ha visto aparecer en la Alocución del Presidente del Estado del Istmo el planteamiento del problema de la comunicación interoceánica. El mito geográfico adquiere una nueva modalidad frente a la posibilidad de hacerlo tangible, concreto. La posición geográfica es el género, la comunicación transoceánica es la realidad elemental. Una de las bases de nuestra nacionalidad se perfila como posible, y a la vez, se va actualizando. Su plena realidad no opera sin embargo sino hasta principios del siglo próximo cuando, con motivo del rechazo del tratado Herran-Hay, se manifiesta como una de las causas inmediatas de la independencia.

El mito geográfico continúa, empero, modelando la nacionalidad durante el decimonono paralelamente con la presencia del 8 de Noviembre. Así, en Noviembre de 1844 con motivo de la clásica conmemoración, a la vez que en ocasión de un evento industrial, ve la luz el logrado discurso de Mariano Arosemena Quesada, objeto de posterior análisis; como lo fue de uno ya anterior, el similar de Don Justo aparecido en Noviembre de 1850. El doble objeto conmemorativo de algunos de estos actos pareciera indicar que la sociedad del decimonono espera la gloriosa fecha para celebrar conjuntamente cualquier acontecimiento del presente inmediato. Un discurso del Dr. Belisario Porras escrito en el siglo pasado, ratifica nuestra aserción a cabalidad. Tal se desprende igualmente del acto que la “Sociedad Progreso del Istmo” efectúa en ocasión del cambio de presidentes y de la inauguración de su propia biblioteca.

La acusación de que aquella Sociedad laboraba en favor de la idea separatista, la analogía evidente entre estas agrupaciones istmeñas a fines del ochocientos, pocos años antes de la Secesión definitiva, y las sociedades político-literarias hispanoamericanas de fines del XVIII que tanto influyeron en los movimientos revolucionarios, y finalmente, la circunstancia de celebrar sus eventos anuales de importancia precisamente el 28 de Noviembre, nos revelan la importancia fundamental que juegan en el devenir histórico-cultural panameño.

Pero hemos de retroceder un poco. Que las bases de la nacionalidad se manifiestan ininterrumpidamente en el acontecer político y en el flujo histórico del siglo XIX parece demostrado. Pero que esta fundamentación hizo posible la actitud heroica, es lo que quisiéramos mostrar. Tal actitud, y el pensamiento que supone, se plasman en la figura simbólica del Gobernador De la Guardia.

2

Las dos independencias de Panamá constituyeron movimientos incruentos en los cuales el soborno jugó papel de extraordinaria importancia. Tal eventualidad, descontada la influencia del magnetismo bolivariano en 1821, y la acción del imperialismo anglo-francés en 1903, ha dado pábulo en el pensamiento superficial a la creación de una leyenda negra sobre nuestra historia, y, consecuentemente, a un “complejo de culpabilidad” de parte de quienes a ella asoman. Las dos figuras que pagaron con su vida la proclamación de ideas separatistas –el Gobernador De la Guardia y el poeta León A. Soto–, por extraña paradoja no han merecido ni el estudio biográfico ni el juicio histórico de su objetiva trascendencia. El deseo de hacer justicia a la primera de estas individualidades no implica en modo alguno, ni una actividad racionalizadora, ni concesión de beligerancia a la antedicha leyenda negra. Simplemente se reconoce la necesidad de la personalidad simbólica para la justipreciación del acontecer nacional.

La inestabilidad política de Bogotá planteó en el Istmo la interrogación sobre el destino político del territorio. La contestación a la pregunta se plasmó en el convenio Guardia-Murillo, obra del sentimiento nacionalista de Justo Arosemena y del Gobernador Santiago de la Guardia, por una parte; por otra, de la sagacidad y oportunismo del General Tomás Cipriano Mosquera, de funesta memoria en los anales istmeños. El desconocimiento del Convenio de Colón, una vez asegurada la potencia militar capaz de faltar impunemente a su cumplimiento, trajo como consecuencia el forcejeo diplomático y su triste desenlace en el campo de batalla, que la historia narra. Los motivos íntimos de los hechos requieren nuestra atención.

La responsabilidad que le cupo a Mosquera por la improbación del convenio de Diciembre de 1841; su deshonesta operación sobre las explanadas de Panamá, en 1850; el desconocimiento del convenio Guardia-Murillo, en 1861, el apresamiento del Plenipotenciario (Agustín Arias) y de los Representantes del Estado de Panamá poco después; la hostilidad de que se hizo objeto al Gobierno istmeño presidido por José Hilario López, en 1865; y, finalmente, su manifiesta protección a los conspiradores contra las autoridades panameñas establecidas, en 1866, no son actos que acreditan la participación histórica de este gobernante en el desenvolvimiento político del Istmo. No obstante, la actitud de De la Guardia ante Mosquera no es explicable por mezquinas rivalidades personales o políticas, como insinuara Justo Arosemena. El Gobernador del Istmo había tenido ocasión de vivir, desde su juventud, los acontecimientos que afianzaron la autonomía ístmica. Había pertenecido al sector de opinión favorable a la creación del Estado Federal, y de él había recibido apoyo Justo Arosemena, lo mismo que de Tomás Herrera, Mateo Iturralde, &c. No es aventurado suponer por ello que su participación en la Asamblea Constituyente del Estado Federal tuvo más de una significación en la gestación de sus sentimientos nacionalistas, manifestados tan valientemente en 1860. Lo cierto es que para esa fecha hacía gala de profundas convicciones sostenidas por acerado temperamento. Las convicciones a que nos referimos no son otras que las implicadas por su ideario independentista. El mismo Arosemena pone en boca de De la Guardia expresiones al respecto:

Confieso que no había tenido antes ocasión de meditar mucho sobre la materia; pero desde que le he prestado atención, me convenzo cada día más de que para el Istmo la paz es una condición indispensable, i que no la tendremos asegurada mientras se vea arrastrado a las guerras civiles de la Nueva Granada, únicas acaso que la amenazan, pues aun las interiores del Estado casi siempre tienen relación con aquellas.{8}

A través de estas actitudes fundamentales de los respectivos jefes ejecutivos, colombiano e istmeño, se desenvuelve la dinámica de los acontecimientos determinados por ineludibles situaciones de hecho.

La aprobación del Convenio de Colón por parte de la legislatura panameña confiere fuerza legal a las intenciones no escondidas de reconocerle plena vigencia. Pero tras la apariencia innocua de estos hechos se ocultan cuestiones de principio esenciales para el presente y futuro panameños. De la Guardia es consciente de ellos; su formulación sintética recoge las siguientes proposiciones: 1) Panamá reasumió su soberanía, aunque no de hecho, con motivo de los acontecimientos de la Confederación. 2) Los términos para la adhesión a la nueva entidad política son los del convenio Guardia-Murillo, convenio que acuerpa la mayoría de los istmeños. 3) En tal virtud el ejecutivo panameño no puede “hacer ni permitir que se haga nada contrario al convenio de Colón”.{9}

Los acontecimientos se precipitaron. La infructuosidad de las reiteradas gestiones del plenipotenciario Arosemena, el arribo de la expedición de Santa Coloma con orden de hacer cumplir todas las disposiciones del Gobierno General, el desconocimiento y violación del Convenio, trajeron como consecuencia el cambio de la capital del Estado a Santiago y la asonada contra la autoridad legítima en la ciudad de Panamá. Se desarrolló entonces una de las acciones más gloriosas de nuestra historia.

Dos opuestas soluciones encontraron los estadistas istmeños complicados en los acontecimientos. Arosemena optó por aceptar provisionalmente la violación de la soberanía en previsión de un desenlace impuesto por las armas. Es la decisión lógica de su temperamento frío y mentalidad utilitaria. De la Guardia recurrió a la fuerza y perece en la acción de Mata-Palo a la edad de 33 años. Es la decisión psicológica de un espíritu dionisíaco y apasionado que sacrifica su vida a “su deber i su dignidad, la soberanía del Estado i la legalidad de su Gobierno”.

La cabal significación de estos hechos no puede ser calibrada con el criterio simplista que la encuentra en las diferentes relaciones personales de Arosemena y De la Guardia con el General Mosquera. Ya hemos citado un testimonio fehaciente que prueba la latencia de la idea separatista en De la Guardia. Arosemena reconoce que era adicto a ella en no menor grado que él. Pero el desarrollo íntimo de los sucesos contribuyó a afirmarla con tanta mayor energía cuanto que los acontecimientos determinaban en solución de continuidad la irreversibilidad de las posiciones asumidas, la imposibilidad de lograr acuerdos que no humillasen el honor del Istmo y su Gobernador. De la Guardia cree contar con el apoyo popular y acepta tácitamente la perspectiva bélica. Es que “desde que consideró perdida la causa de la legitimidad, como él i sus coopartidarios la llamaban, no fue otra cosa en política que panameño”.{10} Y como tal procedió.

La segunda significación importante perceptible en la acción de Mata-Palo consiste en la efectiva incorporación del Interior, después de 1821, a los movimientos separatistas. La capital, no obstante los precedentes históricos, no acuerpaba la secesión. Los “septembristas” apoderados del poder no veían en ella más que desgracias para el país y el afianzamiento de una oligarquía exclusivista. Por otra parte, bien lo observaba Don Justo, el temple de alma de un pueblo mercantil no era el más adecuado para proyectos bélicos. Sólo que generalizó demasiado. De la Guardia trasladó la capital del Estado al Interior, y buscó la fuerza del mismo “donde podía encontrarla” (suya es la expresión), y donde la encontró efectivamente, en rápido reclutamiento por Veraguas y Chiriquí.

A la doble significación de la acción de Río-Chico agréguese su esencial simbolismo. No llegó a tener la apariencia de una batalla en pro de la independencia en virtud de la inextricable maraña de antecedentes heterogéneos. Empero, no pasó totalmente desapercibida esta circunstancia cuando los “septembristas” justificaban su asonada como reacción contra la voluntad separatista de los burócratas derrocados. Arosemena recoge en breves líneas sobre De la Guardia un testimonio semejante:

La adhesión personal de algunos amigos, fue tomada por apoyo de todos los istmeños, sin distinción de colores políticos. Pero en el fondo su móvil, de que estoi cierto que no se daba cuenta, (i eso sucede a todo hombre frecuentemente) era la independencia.{11}

De lo expresado se deduce una última significación de gran trascendencia. Hasta ahora los movimientos secesionistas tienen como común denominador el no haber avanzado más allá del autonomismo; pero la meta mediata de los sucesos descritos era la independencia absoluta. Tal pensamiento se ha traducido en la acción, aunque fuere sólo inconscientemente como afirmaba Don Justo, por primera vez en nuestra historia.

Si tomamos en consideración que los lineamientos generales de la nacionalidad se perfilaban con acentuados caracteres, que incluso tuvieron la consagración suprema en el terreno de los hechos con el sacrificio máximo dable ofrecer en aras de su actualización, hemos de ventilar ahora, en el terreno de las ideas, las expresiones que, continuando las de Justo Arosemena, son fundamentales a tal nacionalismo, habida cuenta que la independencia absoluta no es más que una de sus tantas manifestaciones, en modo alguno cualitativamente esencial para su autenticidad. Mariano Arosemena (y José de Obaldia) son figuras que en tal sentido contribuyeron a dar personalidad al país a través de aquel plural coloquio de ideologías que hemos intitulado Concepción del Istmo.

3

Mariano Arosemena es un personaje cuya dinámica participación política y singulares ideas sobre el destino de su tierra conducen insensiblemente a una apreciación apasionada, poco crítica, y polémica, sobre su significación histórica. Factor de importancia fundamental en la emancipación del coloniaje español, desarrolló, con posterioridad, intensa actividad periodística y política que le acarreó los más gratuitos, y también justificados, odios. Poseedor de una aguda consciencia nacionalista, desvarió, empero, en cuanto a los medios de conferirle concreta individualidad. Sus pasiones exageradas fluían paralelas a sus no menos desmesuradas opiniones y si mostró alguna reserva en relación con el ícono geográfico, afirmó en cambio, con excesos de poseído, la positividad intrínseca del destino istmeño.

Perteneciendo a aquella pléyade de vocaciones republicanas y democráticas que surgieron como tendencias revolucionarias frente al escolasticismo colonial y a la teocracia del derecho divino, llegó incluso, no obstante su parco bagaje académico, a confeccionar un proyecto de constitución centro-federal que en su sentir habría de aplacar la creciente pugna entre las facciones ideológicas del liberalismo colombiano, ya, para ese entonces, netamente definidas.

Aunque sólo en una ocasión, revélase partidario de la Filosofía Política utilitarista al influjo quizás del pensamiento benthamista recogido en las divulgaciones profusas de Don Justo. Pero no aquí radica su importancia. Sin llegar al radicalismo político de su hijo colaboró con él por las vías del hecho y de la idea a la formación de la panameñidad. Como factor esencial que fue de nuestra primera independencia, se preocupó por mantener vigente el espíritu del movimiento.

No parece, en forma indubitable, haber prohijado Don Mariano, padre, la idea separatista, en cuanto ella implique absoluta independencia fundamentada en irrestricta soberanía. Desde principios del XIX se dibuja la trayectoria del “anseatismo” istmeño en extraña polémica con su idea de aceptar la agregación al Ecuador. Aunque se ignora a cabalidad el papel del prócer en la conspiración de 1832 tendiente a unir el país a la república sureña, no es imposible, dada su evidente capacidad de intriga, haya sido factor importante que actuara tras bastidores. Su “intenso americanismo” surgido por contacto en el exterior con los revolucionarios hispanoamericanos{12} puede explicar en parte actitud tan desusada. En nada compagina ésta, por otra parte, con la desmedida afirmación del mencionado anseatismo y con la actitud adoptada en unión de José de Obaldía el año 31.

Las realidades socio-económicas inherentes al status colonial de las naciones de la América Española no han sido, no lo pueden ser, desarraigadas por la emancipación. El conjunto de factores históricos que informaron las colonias inglesas conllevan los elementos diferenciadores que determinan la diversa conformación económico-política de Iberoamérica y los Estados Unidos del Norte. La intuición de tales circunstancias fue advertida también por el Dr. Mariano Arosemena Quesada quien se preguntaba sobre la validez del movimiento del veintiuno y se planteaba los problemas y soluciones que habían de implicar pautas de conducta de positiva repercusión en el desarrollo istmeño.{13} Tales soluciones contienen: a) La ratificación de los ideales de 1821; b) La explotación de nuestras potencialidades económicas, en armonía con la función geográfica del país; c) El librecambio. Precisamente en tal planteamiento estriba la originalidad del hijo del prócer. Su vocación republicana es explícita, y su consciencia de la importancia histórica de la independencia, igual: “el 28 de Noviembre será siempre el símbolo de nuestra independencia, de nuestra felicidad y de nuestra dicha”. Pero a la vez observamos la afirmación desmesurada del destino y potencialidad ístmica: “Tended la vista por nuestros campos, i hallareis metales de casi todas las especies conocidas. No hay piedra de nuestras calles, de nuestros edificios que no mantenga algún oro”.{14} En cuanto a su ideario librecambista, cónsono con los ideales de la época, entendía armonizarlos íntimamente con la función transitista que la historia ha probado ser inherente a la geografía istmeña.

La evolución del pensamiento istmeño en el aspecto que intitulamos Concepción del Istmo, hubo de plegarse a circunstancias límites condicionadas por las concretas realidades económico-demográficas persistentes. Sólo cuando ineludibles fuerzas históricas impulsaron decisivamente la nacionalidad, ésta adquirió específica estructura, haciendo factible en la historia de las ideas y de los hechos el Estado Federal panameño. La imprecisión, pues, observada en el ideario de Mariano Arosemena responde a la tónica de la época. El republicanismo extraído de la fuente común: Los Derechos del Hombre, no responden al interrogante formulado por el Istmo después de 1821. Y las consideraciones que anteceden impiden la aparición de un pensamiento histórico-sociológico que nos justifique como entidad nacional. No era, pues, todavía posible un Justo Arosemena. Esto ilústranos sobre la hesitaciones de toda mentalidad istmeña abocada durante el período a la solución de la común problemática panameña. Es así como podemos explicarnos que el prócer del veintiuno sugiera la unión al Ecuador, sin defecto de prohijar más tarde la agregación a Norteamérica. Tales actitudes implican, por otro lado, la continuación del espíritu, carente de directrices preconcebidas, que caracterizó el 28 de Noviembre, cuando planteáronse los próceres de aquella ocasión la anexión al Perú, a Colombia, o la absoluta independencia.{15}

Como subfondo de estas ideas manifiéstase diáfanamente la afirmación de la libre determinación para adoptar cualquier específico destino político. Una de las modalidades escogidas, de posterior proyección histórica, la planteó José de Obaldía al pretender la creación de una República anseática supervigilada por los Estados Unidos o Inglaterra. Ya hemos visto como la sugerencia es prohijada por Justo Arosemena quien la sustenta en proyectos legislativos.

La idea del Istmo se va perfilando durante el XIX con mayor nitidez en razón de la natural evolución histórica de la nacionalidad. Llega a su clímax teórico con la figura de Don Justo y alcanza con Manuel José Pérez y otros sus postreras manifestaciones pre-independentistas.

4

Las décadas inmediatamente anteriores a la secesión de 1903, a la vez que oscuras, presentan obstáculos casi insuperables, que posibiliten una visión objetiva de los acontecimientos. A la multitud heterogénea de sucederes, inconexos en apariencia, agréguese la ausencia de una compilación documental orgánicamente concebida, que ilustre en lo que atañe al mencionado período, los pasos indispensables de toda labor heurística. No obstante, en lo que concierne a nuestros propósitos, podemos señalar un letargo aparente del sentimiento nacionalista en el terreno de los hechos, pero no así en el de las ideas. Desde sus comienzos las manifestaciones literarias de la nacionalidad determinan una solución de continuidad cuya embocadura tangible la constituye el 3 de Noviembre de 1903.

Las figuras cimeras de la nación incluyen, empero, individualidades dispuestas a no encontrar en la irrestricta soberanía el factor vital que plasme, con indelebles caracteres, la entidad panameña. Gil Colunje y Belisario Porras son símbolos de la enunciada actitud. Aun así, la personalidad, la autenticidad de lo panameño se manifiesta irreductible precisamente en las expresiones de tales individualidades. Colunje, que califica la idea secesionista de “malhadada”; reconoce no obstante que sus expresiones a tal pensamiento desafecto, tienen como fundamento la concreta imposibilidad de materializarlo.{16} Porras, a pesar de afirmar que el Istmo “no quiere, bueno es que se sepa, no quiere ser soberano”, reconoce igualmente las bondades de la tendencia autonomista cuya base esencial atribuye a nuestra peculiaridad geográfica e histórica.{17}

Las particulares modalidades que siempre ha impreso la zona de tránsito al devenir istmeño, en conjunción con el rígido centralismo colombiano, caracterizan la fisonomía político-económica de la última parte del siglo XIX. La amenaza de restablecer las aduanas en el territorio motiva la inquietud de apreciable sector popular, inquietud que no niega Porras, el más grande defensor de los intereses colombianos durante el decimonono, inquietud que, por el contrario, afirma desasosegado el único escritor panameño que ante las tradicionales conmemoraciones del 28 de Noviembre pide por igual reconocer la espontaneidad del movimiento y a la vez reiterar nuestros votos de unión a Colombia. Insistimos, no obstante que la persistencia nacionalista de difícil rastreamiento en el suceder político, encuentra en el ideológico su más nítida manifestación.

Manuel José Pérez clamaba contra el centralismo de facto implantado por Núñez aun antes de la “muerte” del federalismo radical en el 85; Porras exige la autonomía, Mendoza patrocina la creación de Sociedades –literarias en apariencia, patrióticas en el fondo– cuya significación analógica con las hispanoamericanas pre-revolucionarias ya hemos señalado. Es, en efecto, en Panamá, donde la pervivencia de tales agrupaciones en períodos claves del decimonono evidencian la potencialidad de un porvenir político irrealizado. Sus funciones históricas no han sido actualizadas, de ahí su persistencia. Sintomática es la desaparición parcial de estas sociedades al constituirse la República. Si anotamos la identificación de las preocupaciones intelectuales istmeñas entre el plano teórico y práctico-nacionalista, la actividad de estas agrupaciones constituye claro índice de tal bifurcación, nacida de perentorias necesidades históricas.

La literatura panameña sobre el canal abunda, y las profecías de su destino político se multiplican. Ya en 1884 decía Manuel J. Pérez: “Veo, en tiempo no lejano, la desmembración de esta patria querida, y 'engastada en el escudo armorial' de otra nación, a este satélite de la Unión Colombiana”.{18} Es que los círculos ilustrados se percatan de una realidad cuya trascendencia se dirige inevitablemente hacia nuevos módulos en gestación; es que el sofocante centralismo, no solo de hecho, sino legalizado por la constitución de 1885, no puede tener otra proyección, en la circunstancia panameña, que la independencia absoluta. La reacción es lógica, y dentro de la tónica del período, constituye la respuesta de la nacionalidad sojuzgada.

La sujeción centralista adquiere, pues, aunque muy parcamente, proyecciones concretas dentro de la esfera política. De lo contrario es inexplicable la actitud de los representantes istmeños que “justamente resentidos por la presión de que Panamá era objeto, acordaron pedir cuando el Congreso del 85 instalara sus sesiones, la nulidad del Acta de adhesión del Istmo a la República”.{19}

La consciencia de la nacionalidad panameña, de su individualidad, ha quedado firmemente afianzada en los círculos ilustrados del ochocientos. En alguna parte, con otro objeto, hemos notado la presencia de Pi y Margall, el autor de Las Nacionalidades, en uno de nuestros intelectuales pre-independistas. La influencia del pensamiento europeo ha redundado positivamente en la justificación de la panameñeidad como fundamento primigenio de la autenticidad nacional. Rousseau, mentor espiritual de la revolución hispanoamericana, impulsa también en tal sentido, uno de nuestros intelectuales:

Pudimos libres ya, dueños de nuestros destinos, formar Estado separado. Nuestro territorio es más vasto que el de Bélgica, Holanda, Dinamarca y Suiza, y nuestra población mayor que la que Rousseau pedía para hacer un país.{20}

En la República múltiples son los factores, mediatos e inmediatos, que determinan su aparición. No es el menor de ellos la fuerte tendencia anti-regenerativa y anti-centralista del liberalismo istmeño. El Dr. Carlos A. Mendoza en El Conciliador (1893), y el Dr. Ramón Valdés, difunden su verbo elocuente levantando la bandera del federalismo. Federalista fue también el Dr. Pablo Arosemena.

Justo Arosemena, poco antes, consecuente con sus premisas esenciales de ha muchos lustros, enjuicia La Regeneración por su miopía administrativa, principalmente en lo concerniente a Panamá. La Reacción en Colombia es su último escrito de aliento donde recoge, con su clara visión sociológica de siempre, el sentimiento que postula la impostergable necesidad de hacer tangible el autonomismo istmeño.

El cúmulo de conocidas circunstancias históricas, nacionales e internacionales, que precipitando los acontecimientos culminaron en 1903 con la secesión del Istmo, requiere para su cabal calificación histórica, la consideración del elocuente sentido nacionalista revelado en el siglo XIX por la intelectualidad panameña. Esta proclama en 1899 –en las personas del Dr. Francisco Ardila y del vate León A. Soto– la postrer manifestación de la nacionalidad sojuzgada; esta vez, ante la proposición inicua de la venta de Panamá.

Decía el Dr. Ardila: “Si se nos obliga a escoger entre la venta y la anexión, optamos por el último término del dilema, siquiera sea para obtener mejores consideraciones de los nuevos amos”. Y agregaba el poeta: “siendo deber de todo ciudadano velar por la integridad de su patria –y conste que nuestra Patria es ya sólo el Istmo– toca a los istmeños llevar adelante aunque por distintos medios, la iniciativa del Sumapaz de desmembración de nuestro territorio del suelo colombiano”.{21}

Las repúblicas hispanoamericanas confrontaron desde su nacimiento las complicaciones inherentes a su prolongado pasado colonial. La adaptación de las instituciones al nuevo orden socio-político requería una larga gestación que en modo alguno estaba plenamente alcanzada a principios de nuestro siglo. El peculiar caso panameño añadía las recogidas durante casi un siglo de experiencia política, adversa en muchos casos, sufrida durante la época de unión a Colombia. Estos factores sin contar otros muchos, condicionaron el pensamiento panameño en cuanto núcleo generador de la Concepción de la República.

Nosotros hemos querido hacer especial referencia a la estructura del pensamiento panameño, y en particular a su concepción de la nacionalidad, como quiera que la génesis histórica de nuestra vida intelectual republicana, así como la autenticidad de la nacionalidad, y por tanto de la República, hay que encontrarlas en las fuentes de nuestro acaecer socio-político e ideológico durante la pasada centuria. En la medida en que todo pasado determina el presente, el pensamiento panameño y su idea de la nacionalidad durante el siglo XIX, se proyecta, con los caracteres que lo definen, en el devenir republicano y su particular circunstancia histórica.

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{1} El Dr. Narciso Garay llega a afirmar incluso que “las tribus de la región panameña tenían nociones más claras y extensas sobre la geografía del continente que otras tribus radicadas en el hinterland americano”. Nuestras parcas investigaciones, claro está, no han de remontarse hasta la época precolombina; sólo abarcarán aspectos parciales no señalados, o poco referidos, del siglo XIX. Para la opinión citada del Dr. Garay véase su artículo Panamá en el Pasado y en el Presente, Revista América, Quito, Ecuador, Enero-Mayo de 1945, Año XIX, nº 81-82.

{2} Fuentes, Manuel José: Discurso que en la Solemnidad del Aniversario de la Independencia del Istmo, pronunció en la Santa Iglesia Catedral el día 28 de Noviembre de este año el Presbítero Sr. Manuel José Fuentes Capellán Castrense. Por Diego Santiago González, Panamá, 1824, pág. 12. Ese mismo año las celebraciones adquirieron inusitado esplendor. Es que la victoria de la Revolución Hispanoamericana se perfila inminente, siendo confirmada en Ayacucho días después.

{3} Se entiende con la Nueva Granada como parte integrante de la Gran Colombia.

{4} Alfaro, Ricardo J.: Vida del General Tomás Herrera, Barcelona, 1909, pág. 85.

{5} Alfaro, Ricardo J.: Op. cit., pág. 317.

{6} Dénain, A.: Ensayo sobre los intereses políticos i comerciales del Istmo de Panamá considerándoles bajo el punto de vista de la Nueva Granada i proyecto de una comunicación interoceánica la sola seria i justa, la sola posible i apetecible, factible esta en un año i propiedad nacional. Por José María Bermúdez, Panamá, 1844.

{7} Arosemena, Justo: Examen sobre franca comunicación entre los dos océanos. Imp. de J. A. Cualla, Bogotá, 1846.

{8} El Ex-Plenipotenciario de Panamá, responde a una acusación del señor Jil Colunje. Imprenta de Echeverría Hermanos, Bogotá, 1863, pág. 7.

{9} Cfr. Arosemena, Justo: El Convenio de Colón, o sea los intereses políticos del Estado de Panamá, como miembro de Unión Granadina. Imprenta de Federico Núñez, Cartagena, págs. 1-2-9-19.

{10} Arosemena, Justo: El Ex-Plenipotenciario de Panamá responde a una acusación del Señor Jil Colunje. Imprenta de Echeverría Hermanos, Bogotá, 1863, pág. 7.

{11} Arosemena. Justo: Op. cit., pág. 24. El subrayado es nuestro.

{12} Arosemena, Justo: Centenario de un Prócer. En El Deber, Año II, Núm. 49, Panamá, 25 de Julio de 1894.

{13} Véase, Arosemena Quesada, Mariano: Discurso pronunciado por el Doctor… el 28 de Noviembre de 1844 en la exhibición de los productos de la industria istmeña. Por José María Bermúdez, Imprenta de José Anjel Santos, Panamá, 1844. Según noticia del Dr. Méndez Pereira, Mariano Arosemena Quesada es hijo de Mariano Arosemena, el prócer. Fue distinguido médico y químico. Cfr. Justo Arosemena, op. cit., págs. 2-7.

{14} Arosemena Quesada, Mariano, op, cit., págs. 5-6.

{15} Arosemena, Mariano: Apuntamientos Históricos. (1801-1840), Imprenta Nacional, Panamá, 1949, pág. 130.

{16} Colunje, Jil: El Plenipotenciario del Estado de Panamá cerca del Gobierno de los Estados Unidos de Colombia. Desgraciadamente hemos utilizado este folleto en un ejemplar que no tiene portada, razón por la cual no incluimos la identificación completa del opúsculo.

{17} Mendoza, Carlos A.; Porras, Belisario: Discursos cruzados en la sesión solemne celebrada con motivo de la inauguración de la biblioteca y del Cambio de Dignatarios el día 28 de Noviembre de 1880. Tip. de M. R. de la Torre e hijos, Panamá, págs. 12-13.

{18} Pérez, Manuel José: Ensayos Morales, Políticos y Literarios, Panamá, Tipografía de M. R. de la Torre e hijos, 1888, pág. 60.

{19} Algandona, M. S.: Página Negra, Tipografía de Miguel Lascano e Hijo, Cúcuta, pág. 7.

Este folleto es un documento histórico, aunque olvidado, o desconocido, de singular importancia. Rivaliza en interés con la Carta Abierta dirigida a José Manuel Marroquín por Salomón Ponce Aguilera en Noviembre de 1903. Como a éste, le inspira el deseo de justificar los acontecimientos independentistas del 3 de Noviembre, y vio la luz pública, también, escasos días después de efectuada la Secesión. Es, en fin, el testimonio de un panameño residente en Colombia, que no vacila en plantear objetivamente las circunstancias económicas, y aun, morales, que hicieron necesario el movimiento separatista de 1903.

{20} Porras, Belisario: 28 de Noviembre de 1888. Discurso pronunciado por el Sr. Dr. …, escogido por la Municipalidad de Panamá para llevar la palabra en la sesión solemne celebrada para conmemorar la Independencia del Istmo de Panamá, Imp. de Aquilino Aguirre, Panamá, 1888. pág. 15.

{21} Para el discurso de SotoO compulsado con el original, y algunas reproducciones del artículo del Dr. Ardila, véase: La Nación, año 1, Núm. 2, Panamá, 5 de Febrero de 1914.

(Ricaurte Soler, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX, Panamá 1971, páginas 97-120.)