Filosofía en español 
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Capítulo II

Anti-Positivismo

1. Subsistencia del escolasticismo, 2. Esquema de la vida intelectual, 3. Reacción anti-positivista, 4. La temática americanista

1

La reacción anti-positivista se desarrolla en el Istmo paralelamente a la europea; no obstante, es claro, supone no la creación de un pensamiento que supere los postulados filosóficos del positivismo, sino más bien la continuación, con leves modificaciones, del escolasticismo colonial. Es desde este punto de vista que el utilitarismo y demás corrientes del pensamiento moderno presencian en Panamá un categórico repudio. Parecido fenómeno se observa en el devenir histórico de la Filosofía moderna en Europa. En efecto, frente a la tendencia laica y anti-dogmática que define el espíritu y sentido del pensamiento moderno y contemporáneo, subsistió en el viejo continente la tradición escolástico-medioeval, representada, entre otros muchos, por Fenelón, Bossuet, José de Maistre, Chateaubriand, &c. Simbolizan la reacción contra los grandes acontecimientos que informan la modernidad: Renacimiento, Iluminismo, Utilitarismo, Positivismo, &c., reacción que se revela implícita y explícitamente. Pero esta subsistencia del escolasticismo europeo, cuya más fecunda floración no es otra que el neotomismo contemporáneo, ha asimilado ya, en la medida de lo posible, el sentido de las corrientes filosóficas opuestas. En una cultura tan antigua como la europea, tales reductos de posiciones, de tendencias del pensamiento, ya superadas, no implican peligrosidad tan evidente como en la cultura hispanoamericana, apenas incorporada a las efectivas realizaciones de la modernidad. Todo esto, no supone, empero, que la influencia del humanismo, particularmente de Erasmo, no haya producido frutos de indudable repercusión y de positivas proyecciones en la cultura hispanoamericana colonial. La historiografía contemporánea ha demostrado ciertamente –Mariano Picón Salas por ejemplo– la fecundidad de la influencia europea en nuestra vida cultural bajo la dominación de España. Pero esto no quiere decir que los elementos de unión efectiva a la civilización occidental, así como los factores peculiares que definan nuestra personalidad cultural hispanoamericana, dentro de los ámbitos de esa misma civilización, se encuentren claramente diferenciados en la estructura socio-política y cultural de la Colonia.

La reacción anti-positivista europea se efectúa a través de una superación del cientificismo; pero esta superación, no es posible encontrarla todavía en Hispanoamérica, menos aún en Panamá. El vitalismo, el historicismo, el pragmatismo, son sólo unas cuantas de las muchas corrientes del pensamiento en el Viejo Mundo que tratan de suplantar al positivismo y al materialismo. En Panamá no se han de encontrar en este período, formulaciones creadoras en Filosofía; más bien se recurre a la resurrección de los viejos dogmas, inalterados en su esencia por los depositarios de la tradición conservadora, más o menos modificados por los que se precian de marchar a la vanguardia del pensamiento científico y filosófico. Es por ello que en nuestro país la nueva vigencia de los módulos coloniales del pensamiento adquiere nítida categoría de reacción, y aún, de involución. La carencia de una creación filosófica auténtica que permita neutralizar las fuerzas conservadoras, anti-modernas, crean peligrosas circunstancias que pueden hacer disminuir, e inclusive, hacer parcialmente inoperante, la revolución cultural que presenció Hispanoamérica en general, y Panamá en particular, durante la última parte del siglo XVIII y principios del XIX. Todo esto es tanto más importante cuanto que las naciones de origen hispánico no tuvieron como las de origen sajón, la tradición filosófico-política que caracteriza el pensamiento de la madre patria de las antiguas colonias norteamericanas.

Una de las realizaciones tangibles de la mentalidad escolástica la constituye el conservatismo de las naciones grancolombianas, sobre todo en sus funciones de partido político y de filosofía educativa. En una de estas naciones se llegó incluso a erigir una teocracia, ridícula de no haber sido trágica. En Panamá, el fuerte sentido de lo relativo, y una psicología de amplia tolerancia, características de nuestro pueblo, como de todos los pueblos que en la historia desempeñaron una función transitista, impidió la proliferación de las corrientes involucionarias. Las revolucionarias, no obstante esporádicos intentos, tampoco han logrado efectiva vigencia, en razón precisamente del relativismo que define la psicología panameña. Se observa, pues, que el relativismo istmeño pudo haber sido de positivas repercusiones en el campo práctico y político. En el teórico esta actitud es sólo posible en un sentido metodológico, mas no doctrinal. Entre las muchas causas de índole diversa que han de explicar en la peculiaridad panameña la relativa indiferencia hacia la especulación teórica, la anteriormente apuntada no es la de menor importancia.

No obstante haber afirmado la ausencia de una efectiva proliferación, en el pensamiento panameño, de las tendencias involucionarias, tal aserción no implica no haber aparecido en el Istmo corrientes ideológicas de acentuadas características escolásticas y conservadoras. Es que independientemente de los cauces diversos que en nuestro devenir histórico ha abierto la polémica filosófica, la impronta de las ideas europeas, y una particular cosmovisión, nacida de nuestra peculiaridad, sólo con reservas se puede hablar de una cultura panameña, como, en general, de una cultura hispanoamericana. Esta es labor de las décadas próximo-pasadas, del presente, y del futuro inmediato; porque la necesidad de una cultura propia se presenta con caracteres imperativos. En los ámbitos de toda la América Española se advierten, en efecto, signos renovadores de una autoconsciencia cultural, que se busca en el pasado, se crea en el presente, y se proyecta para el porvenir.

La filosofía escolástica a que nos venimos refiriendo encuentra en la Colonia panameña, claro está, su más categórica formulación. Las obras de Fr. Juan Prudencio de Osorio (1713-1790), si bien implican aparentemente uno de los aspectos de mayor negatividad del escolasticismo, la polémica tarada de bizantinismo, nos es por otra parte desconocida, y al respecto todo juicio es, en consecuencia, aventurado. Anotemos, no obstante, a guisa de curiosidad, que su temática gira fundamentalmente alrededor de disquisiciones teológicas en torno a la concepción inmaculada de la madre de Cristo{1}. En la docencia se distinguió más tarde el Dr. Rafael Lasso de la Vega (1764-1831), profesor de Teología en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Si tenemos en cuenta el papel importante desempeñado por el clero durante los años de fundación de las repúblicas hispanoamericanas, y la adhesión de ese mismo clero, en cuyas manos descansaba gran parte de la instrucción pública, a una filosofía educativa nítidamente inspirada en los módulos escolásticos, hemos de comprender como después del vigoroso impulso científico y moderno conferido por Justo Arosemena al pensamiento istmeño, éste derivara, en las postrimerías del XIX, hacia los cánones y fórmulas ideológicas coloniales.

Paralelamente a estas corrientes de inspiración escolástica se desarrollaba en el Istmo el cultivo de las ciencias particulares. Sebastián López Ruiz, maestro de Antonio Nariño, es al respecto una de las glorias panameñas. El Doctor Isidro Arrollo, autor de una Disertación sobre la fiebre amarilla, y catedrático de Anatomía (según noticia del Dr. Narciso Garay), y de Aritmética y Álgebra (según testimonio de su discípulo Pablo Arosemena) en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario; así como Miguel Chiari, catedrático y Vice-rector del mismo Colegio, son figuras que merecen el estudio monográfico de la investigación erudita.

De la interrelación entre las tendencias escolásticas y las corrientes científicas y filosóficas que se pretenden de vanguardia, se va gestando el ideario del pensamiento istmeño, ideario que no es ajeno, por otra parte, al agudo sentido relativista que afirmamos ser característico de nuestro pueblo. Ello explica seguramente la afición de los panameños a los estudios positivos, prácticos, objetivos. Nada tan positivo como el derecho, y es evidente que existe, para decirlo con uno de nuestros eruditos, una predominante nota jurídica en la cultura panameña, que se observa desde la Colonia{2}. En Arosemena, aunque se haya afirmado lo contrario, se encuentra una visible preponderancia, en sus inquietudes filosóficas, del problema ético. El sentido que le confirió a su obra de legislador, independientemente de toda otra consideración, así lo ratifica. Y dentro de la Filosofía, es la Ética la disciplina práctica por excelencia. También la reacción anti-positivista tiene un carácter, en nuestros lares, predominantemente ético; y en ocasiones estético. A esta reacción hemos de referirnos.

2

La incipiente educación pública de tipo superior quedó reducida en el Istmo, durante la primera mitad del siglo XIX, principalmente, a la labor académica desplegada por el Colegio Provincial, al cual había quedado refundido el Seminario desde el año de 1823. Esta misma conjunción de enseñanzas, orientadas las unas hacia la preparación e instrucción del clero, tendientes las otras a la formación de profesionales seglares, determinó, por paradójico que parezca en esta hibridación educativa, el auge creciente de la labor docente, hasta hacerse patente en la década del cuarenta una seria preocupación por la instrucción pública istmeña, a la vez que se intentaban, al respecto, positivos conatos de renovación cultural. Es que las particulares circunstancias de nuestra educación en ese entonces no consentía la segregación del personal educando en dos colegios independientes. La inexperiencia de nuestros legisladores, así como las reiteradas peticiones de las autoridades eclesiásticas, culminaron sin embargo con la separación del Seminario del Colegio Provincial, decretada en 1844, lo que trajo como consecuencia una merma apreciable en la eficacia educativa de ambas instituciones. Así, aunque los estatutos del nuevo Seminario contemplaban la creación de una cátedra de Latín y Moral especulativa y práctica, dos de Literatura y Filosofía, una de Teología, y una de Derecho Canónico{3}, de hecho sólo se enseñó Latín y Teología{4}. Por lo que toca al Colegio Provincial, a raíz de haberse separado el Seminario, quedó su enseñanza reducida a “las gramáticas castellana, inglesa i francesa, jeografía, teneduría de libros, i algunos ramos de matemáticas”.{5} Todo esto, no obstante haberse contemplado desde 1842 el nombramiento de catedráticos de Jurisprudencia, Medicina, Teología, Inglés, Francés, Química, Mineralogía, Botánica e Ingeniería Civil.{6}

El prurito de renovación, no obstante todo lo expresado, se manifiesta elocuentemente en este período, al influjo, quizás, de la tónica progresista palpable durante la gestión administrativa del General Tomás Herrera. En efecto, dos días después que los legisladores istmeños dirigen a la Cámara de Representantes una petición en el sentido de reincorporar al Colegio Provincial el Seminario, ordenan aquellos, motu propio, la sujeción de este Colegio al régimen universitario, así como la creación de la Cátedra de Jurisprudencia.{7} Por otra parte, las prácticas pedagógicas resienten un notable progreso sobre los modelos coloniales. Se observa, en efecto, con motivo del establecimiento del colegio de niñas de Panamá, una orientación diferente en lo que toca a medidas correccionales, al estipularse taxativamente que los castigos “nunca serán corporales, sino de tal naturaleza, que obren sobre la parte moral de las educandas, contrariando siempre aquellos instintos o sentimientos antisociales que más se hagan notar en ellas”.{8} Por lo que toca a la enseñanza filosófica, además de Moral y Derecho Natural, Lógica y Teología, es importante señalar que, en el primer curso, se incluía (Decreto de 7 de Octubre de 1842 de la Cámara), la ideología en el plan de estudios del Colegio Provincial{9}. Destutt de Tracy ha tenido honda repercusión en la Historia de las ideas hispanoamericanas; y Panamá no ha sido la excepción.

Todos estos fenómenos de nuestra historia cultural son reflejos revolucionarios en nuestra vida intelectual, de los acontecimientos socio-políticos que informaron la Revolución emancipadora hispanoamericana. Materializados precisamente por hombres que la presenciaron, y aun, que coadyuvaron a su realización, todavía no era llegada la época de la reacción ideológica; aunque en Colombia y Panamá los fermentos primeros de esa reacción ya hubiesen comenzado imprecisamente la actualización de su papel histórico. Aun parecía superfluo tratar de justificar toda medida tendiente a desterrar el colonialismo en cualquiera de sus manifestaciones. Decían los legisladores panameños al pedir la expulsión de los Jesuitas:

La Cámara no se detiene en reproducir las sólidas razones que prescriben la necesidad de desterrar el loyolismo de entre nosotros, porque sería molestar la atención de V. E. el repetir, para justificar la medida, los argumentos que la recomiendan; argumentos que tantas veces, hasta aquí en vano, han hecho resonar en las cámaras lejislativas los buenos patriotas, que desean se ponga término a la escisión que en la familia granadina ha venido a causar el restablecimiento de la Compañía de Jesús, suceso que constituye un verdadero anacronismo.{10}

Pronto, la mentalidad que hizo posible un párrafo como el transcrito, cambiaría notablemente.

En efecto, si bien en el conservatismo istmeño no es difícil encontrar en la primera mitad del XIX una curiosa amalgama entre un colonialismo ideológico, conscientemente prohijado, y un pensamiento, en sentido político, anticolonialista, traducido en leyenda negra que gira en torno a la actuación española en América, hemos de ver después como esa tendencia, ya equilibrada, es más consciente de la necesidad de unir coherentemente su pensamiento, con las etapas históricas en que ese mismo pensamiento alcanzó plena floración. Es que, solo por excepción o por actitud, las corrientes ideológicas “revolucionarias” del decimonono percibían la falsedad de la leyenda negra. En Panamá, toca, consecuentemente, a las tendencias más o menos conservadoras, la vindicación, si esto es posible, pero al menos la comprensión relativa del dominio español en América. Esto no implica que liberales como Belisario Porras no estén comprendidos dentro de esta tendencia casi conservadora. Para el caso la terminología es exacta, no importa la nomenclatura que estas mismas individualidades le diesen a sus ideas. Aunque no llegará Panamá a presentar otra personalidad de tan acentuado radicalismo como la de Justo Arosemena, no es sino hasta alcanzar en nuestra cronología política e ideológica las ejecutorias de Eusebio A. Morales cuando el Istmo exhibirá una individualidad que se le parezca en lo tocante a realizaciones en el pensamiento político.

Aunque en las postrimerías del XIX no figura personalidad alguna de la magnitud de Don Justo, se observa sin embargo inusitada actividad ideológica. Las sociedades literarias se multiplican, y si tomamos en consideración que virtualmente la población de Panamá era escasa, la labor por aquellas desarrollada es de apreciable importancia. Para 1888 existían por lo menos la “Sociedad Progreso del Istmo”, la “Sociedad Escuela Literaria” y, hasta en la apartada región de Bocas del Toro, la Sociedad “Soles de Bolívar”. La labor de divulgación cultural y de estímulo desarrollada por estas agrupaciones es de fundamental importancia, sobre todo si observamos que fueron complemento del magnífico trabajo de Manuel José Hurtado al frente de la instrucción pública panameña. Por otra parte, la celebración de certámenes literarios mantenía vigente el espíritu de investigación y la inquietud por los afanes culturales. En estos concursos brillaron el Dr. Gaspar Arosemena y el poeta Federico Escobar. Señalaremos más adelante el sentido patriótico y nacionalista de estas sociedades literarias.

En el año de 1888 se observan manifestaciones literarias concretas de la actividad intelectual a que nos venimos refiriendo. Este es, indudablemente, un año de particular significación en la Historia cultural del Istmo. Aparece, en efecto, la tercera edición de los Estudios Constitucionales de Justo Arosemena, los Ensayos Morales, Políticos y Literarios de Manuel José Pérez, su obra de mayor importancia, y se funda la “Sociedad Progreso del Istmo”. En la presidencia de la citada agrupación se suceden personalidades intelectuales de primera magnitud en nuestro ambiente: Gerónimo de la Ossa, Carlos A. Mendoza, Belisario Porras, &c. En el Istmo, en fin, “se palpa un movimiento literario inusitado. Es el comienzo del despertar de un pesado sueño, (…) se ven, hace poco tiempo, brillar aquí y allá, puntos luminosos cuya intensidad va creciendo”.{11}

Si, por una parte, estos nuevos destellos intelectuales de la cultura istmeña no son, como apuntamos con anterioridad, más que subsistencia de la escolástica colonial, por otra parte, esos mismos destellos, al presentarse como reacción contra el positivismo y el materialismo, a la vez que suponen la comprensión de tales sistemas, implican igualmente la asimilación relativa de la literatura contemporánea al respecto. Y tal comprensión y asimilación se hizo en el Istmo en virtud del papel de vulgarización cultural desempeñado por el periodismo en auge. En efecto, los diarios y periódicos panameños, así como los colombianos llegados al país, traían frecuentes reproducciones, cuando no artículos originales, tendientes a popularizar los autores americanos, europeos, y sus principales concepciones políticas y literarias. No es por ello de extrañar la imprevista preocupación de nuestros autores por la estética y la crítica literaria. Así, en 1891 publica el Dr. Belisario Porras dos escritos polémicos, el uno de crítica literaria{12}, donde sigue el modelo de Valbuena, el célebre escritor español; el otro es una crítica de conceptos{13} dirigida contra un panfleto pseudofilosófico de Manuel J. Pérez. Este último autor parece ya, en efecto, haber abandonado su aparentemente inalterable punto de vista cristiano y en sus especulaciones éticas, haber optado por “convencionalizar” la moral. Tal no es su posición primigenia, que reseñaremos con posterioridad.

El comercio intelectual del Istmo durante la segunda mitad del decimonono revela notable influencia francesa. Los periódicos panameños reproducen con insistencia escritos varios de diversos autores franceses. Guy de Maupassant es uno de ellos. Dumas hijo, por otra parte, ha influido notablemente en Manuel J. Pérez. Este mismo autor construye, en muchos de sus artículos, los párrafos con períodos vargasvilescos, y no es inoportuno recordar que algunas de las novelas cortas del libelista colombiano fueron reproducidas por la prensa istmeña. Existe, pues, un cúmulo de influencias europeas e hispanoamericanas que contribuyen a elaborar la tónica general de la vida intelectual del Istmo en el período que nos ocupa. Contra esas influencias se erige el neoescolasticismo panameño –si se nos permite la expresión que reconocemos poco científica–; pero también existen personalidades que se dejan insuflar el espíritu de las nuevas tendencias.

Escritores varios de la intelectualidad istmeña durante el XIX reclaman el estudio monográfico. En los párrafos presentes solo podemos hacer sucinta relación de tales individualidades. Pedro Goytía, Mateo Iturralde, Pablo Arosemena, José de Obaldía, Gil Colunje y otros, son figuras en cuyos escritos y discursos ha de revelarse la impronta de la problemática sociológica y filosófico-política de la sociedad contemporánea. Pero esa influencia no podía, en razón de las imperativas realidades políticas, derivar hacia el campo de la teoría. Estos hombres hicieron en los predios concretos de la legislación y de las instituciones la labor cultural y civilizadora que solo en gado relativo alcanzó la corriente neoescolástica y conservadora en el campo ideológico. Mas esta corriente durante las últimas décadas del siglo pasado obtuvo considerable volumen de nuestra producción literaria. Estas, y otras consideraciones, imponen una exégesis del movimiento.

3

El carácter nítidamente anti-positivista que hemos predicado de algunas corrientes ideológicas encuentra su razón de ser en las contingencias que la boga del utilitarismo y del positivismo suscitó en Colombia y Panamá durante todo el transcurso del siglo pasado. A este respecto hay que anotar que la extinción de la polémica oficial en torno a estas doctrinas no implicó la desaparición de la literatura filosófica alrededor de idéntica temática. En 1857 aparece en Bogotá uno de los opúsculos anti-utilitaristas que con mayor vehemencia se opone a los principios del radicalismo filosófico.{14} No sabemos si es el primero; pero indudablemente no es el último. En efecto, la labor desplegada en Colombia por el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, al cual asistieron muchos estudiantes panameños, se polarizó esencialmente, en lo que a doctrina filosófica concierne, en el sentido de erradicar completamente de la juventud estudiosa la influencia de los escritos de Bentham y Comte.{15} El carácter eminentemente católico de las conferencias de sus catedráticos, en especial las de Metafísica dictadas por Rafael María Carrasquilla, y las tesis presentadas por sus estudiantes, en abierta pugna en ocasiones con las sustentadas por los de la Universidad Oficial, contribuyeron paradójicamente a prolongar la actualidad de las escuelas europeas impugnadas. Panamá, que en lo concerniente a movimientos ideológicos mantuvo un curioso paralelismo con el resto de Colombia, no escapó a la reacción anti-positivista que se avecinaba. Así, inclusive en los liberales istmeños de mayor jerarquía, se observa una atenuación del radicalismo leseferista de la década del sesenta. La merma de la mística liberal ha de conducir en nuestro país a una hibridación ideológica con el conservatismo que hará posible la decadencia de ambas tendencias. Es notable, y a la vez curiosa, la lenta fusión filosófica que se va operando en los supuestos últimos de nuestros partidos históricos. Frente al radicalismo vehemente del tipo de Arosemena, que no admitía fundamentación moral que no descansase sobre concretas bases “factológicas”, observamos ahora en los liberales panameños un punto de vista moral cristiano basado en una ética inmutable y eterna.{16}

Uno de los representantes de la corriente tradicionalista, a más de ser uno de los escritores istmeños de mayor vocación filosófica, es Manuel José Pérez. La ausencia de un bagaje académico severo invalidó tan espléndida vocación; no obstante su dedicación y afanes por las tareas del espíritu merecen la reseña de sus ideas que al menos suponen la expresión –y tal es su importancia– de una temática que se ha impuesto a los intelectuales con la imperatividad de los movimientos ideológicos determinados por la historia. La palpitante contradicción entre Religión y Ciencia, motivo de más de una especulación apasionada y, en ese entonces, apasionante, se refleja en sus escritos con caracteres dramáticos. El materialismo de fines del decimonono en Europa repercute hondamente en los impresionables intelectos istmeños. El método que los conduzca por entre la maraña de teorías antagónicas no puede ser otro que el ecléctico; no obstante, una ética heteronómica ha de ser firme asidero que guíe los pasos de toda investigación, por ecléctica que sea. Se afirma, pues, la necesidad de un método ecléctico, a la vez que se pretenden establecer dogmas que den sentido a dicho método.

En Manuel José Pérez se percibe una clara influencia de los literatos franceses, de quienes recibe un caudal de ideas que trata de aplicar a los sistemas filosóficos que menciona, pero que no conoce. Frente a las concepciones de Vogt y Littré, se aferra a un fácil espiritualismo de viejo cuño. Aunque cita a autores tan diferentes Como Sanz del Río, Chateaubriand, Thiers, J. B. Say, Gregoire, Rousseau, Dumas hijo, Boileau, Krause, &c., no se ha penetrado de sus tesis fundamentales, ni mucho menos, ha asimilado su contenido doctrinal. Sin embargo alguno de sus artículos mereció la reproducción en importantes rotativos hispanoamericanos.

El último cuarto del siglo XIX ha agregado en lo que se relaciona con las disciplinas filosóficas, nuevos motivos de especulación a los escritores istmeños. Panamá ha producido una literatura apreciable, y se hace necesaria la crítica literaria y consecuentemente la Estética. Manuel Gamboa y Belisario Porras ensayan la primera; Manuel J. Pérez y José de la Cruz Herrera, la segunda. Las primeras teorías estéticas en el Istmo, requeridas por las concretas situaciones históricas señaladas, presentan las características que exhiben generalmente todas las estéticas formuladas por vez primera. En efecto es la teoría de la imitación la que con más frecuencia aparece en los comienzos de esta disciplina, y es precisamente aquélla la que categóricamente es prohijada por Manuel J. Pérez: “La teoría en el Arte –dice–, considerando a este como una fuerza poderosa en el organismo de un Estado, desarrolla mayor potencia mientras copie mejor a la Naturaleza”.{17} Sus aserciones al respecto, por otra parte, no tienen originalidad alguna. Aquí, nuevamente, su carencia de estudios académicos severos de la materia, frustró un magnífico comienzo.

Una más seria investigación sobre los problemas estéticos la debemos al Dr. José de la Cruz Herrera. El punto de apoyo: el escolasticismo; en particular, el tomismo. La belleza es concebida como objetiva; la subjetividad y el sentimiento estético son consecuencias, efectos, del proceso mediante el cual la belleza objetiva es apreciada por el sujeto. “Cuando llega al entendimiento el objeto bello está ya como exprimido, ha dado de sí la quinta esencia, los caracteres universalísimos, las formas puramente ideales. Como se ve ninguna de las dos manifestaciones del apetito tiene participación en este proceso”.{18} El sentido netamente escolástico de sus apreciaciones se nos revela al prohijar la teoría de la materia y la forma en oposición explícita al atomismo naturalista. La aplicación de aquella doctrina aristotélica a la estética supone las siguientes premisas: La idea corresponde a la materia (es decir, al contenido, al fondo); la forma, por su parte, es variable, inagotable, lo que precisamente permite la originalidad. La esencia de la poesía radica, consecuentemente, en la forma, y de ahí, su mérito fundamental: la originalidad.

En los aspectos más concretos de la teoría literaria, Herrera se revela, como es de suponer, anti-naturalista. Pero esta misma concepción le permite, a pesar de su catolicismo militante, rechazar como lo fundamental en el arte la intención docente y moralizadora. Es que el nuevo escolasticismo para ser fecundo necesita revisar los viejos dogmas. Del positivismo difícilmente podríamos haber esperado una especulación estética de esta índole. Al neoescolasticismo debemos en nuestros lares, al menos, el haber planteado los problemas estéticos como objetos de la actividad espiritual.

Los resultados concretos de la docencia católica de los colegios istmeños y bogotanos no se hizo esperar. La personalidad intelectual de Nicolás Victoria se perfilaba ya desde finales del decimonono a través de una fecunda labor periodística. Sin embargo, su obra medular la realizó una vez constituida la República, por lo que no puede ser objeto del presente estudio. Basta afirmar que la dirección católica seguida por su pensamiento se observa ya desde sus primeros escritos, dirección que supo mantener y robustecer durante todo el transcurso de su vida. Su caso no es más que uno de los tantos frutos de la docencia católica y anti-positivista. La labor proselitista del clero miraba, con razón, hacia las escuelas como el campo fértil donde habrían de fructificar las tendencias conservadoras y escolásticas.

No había, a finales del siglo pasado, un profesor que, como Arosemena, sustentara y difundiera las ideas de Beccaria y de Bentham. Ahora el positivismo se identifica, al igual que el utilitarismo, con el egoísmo rastrero. No se para mientes ni en el altruismo doctrinal del comtismo, ni en “la felicidad para el mayor número” del benthamismo. Al crearse en Veraguas un colegio católico en 1890, los discursos protocolares abundan en citas de Balmes; el aristotelismo y el tomismo son presentados como filosofías por excelencia. El liberalismo “reune los errores del Naturalismo y del Racionalismo”, y la Historia íntegra de la Filosofía demuestra que frente a las escuelas efímeras de la vanidad teórica solo permanece –ella solo puede permanecer– la doctrina católica:

Escuchad a Ebión negando la divinidad de Jesucristo, a los Neoplatónicos, y a los Gnósticos, verdaderos predecesores de Cousin, Kant, Fichte, Schelling y una buena parte de las escuelas francesas y alemanas, que han copiado no solo los errores de aquellos filósofos, sino su vanidad, su entumecimiento, su aparato científico.{19}

El catolicismo, ciertamente, permanece a través de los siglos; pero la neoescolástica –aunque esta sea panameña– es consciente al menos de que esa permanencia es estática en esencia; no son estas doctrinas el motor de la Historia; y frente a ellas, es a pesar de todo la “vanidad teórica” la que precipita los grandes acontecimientos de la humanidad. Sólo la consciencia de lo expresado hizo posible esta frase: “De los principios Panteístas entre otras escuelas, han salido el Socialismo y el Nihilismo que amenazan hundir en la anarquía y en el caos a la Alemania y a la Rusia”.{20}.

4

¿Habría de mirar la reacción anti-positivista en forma negativa el pasado colonial, al menos, la Concepción del Mundo que ese mismo pasado involucraba? La contestación es evidente. Por otra parte, el liberalismo istmeño, ya en franca hibridación con el conservatismo, no podía rechazar en razón de esa misma amalgama ideológica, un pasado frente al cual era cada vez menor la oposición filosófica. Además, la sangre vertida en la Revolución se resolvía, cada vez más, en recuerdo romántico e inocuo. Todos estos factores, aparentemente negativos en sí, hicieron posible la comprensión de la Colonia; a la vez el criterio histórico iba desplazando paulatinamente la visión apologética de la independencia. Consecuentemente, pasado colonial y revolución americana eran mirados como fenómenos de una misma realidad. La escisión entre la “noche oscura” colonial y el “día claro” de la independencia fue más o menos desechada para dar paso a una visión de nuestra historia concebida como proceso. Es por ello que las celebraciones populares de estos tiempos incluyen por igual los sucesos memoriosos de la Revolución como los acontecimientos cumbres del descubrimiento y colonización de América.

Pero aquella actitud de comprensión de la colonia fue utilizada –lo es aún– por las tendencias neoescolásticas en el sentido de construir, por lo menos de mirar como ideal, la hispanidad. Las tendencias auténticamente herederas de la tradición revolucionaria, de los días de la independencia, no pueden, legítimamente, prohijar tal ideal. Nosotros hemos realizado una revolución cultural, al lado de la política, y esta revolución se traduce contemporáneamente en un hispanoamericanismo cultural, como aspiración, como meta, y en un hispanoamericanismo político y económico. Así, frente al hispanismo de los conservadores y neoescolásticos, aferrados a las esencias aristotélico-tomistas, se erige una tendencia que sin renunciar a las conquistas de la civilización a partir del renacimiento (modernismo), pretende la incorporación a esa civilización creando una cultura autóctona (hispanoamericanismo cultural) que se resuelva concretamente en una unidad política y monolítica, justificada por la Historia (hispanoamericanismo político).

Hispanoamérica hubo de incorporar en el decimonono todas las corrientes históricas de la civilización moderna, de la cual estuvo substancialmente marginada; lo que nos explica la casi simultaneidad con que aparecen en las nuevas Repúblicas las fuerzas elementales del condottierismo caudillesco (Bolívar, Páez, Flores, &c.), el espíritu de reforma (protestantismo y masonería mejicana), y el sentido democrático-utilitarista de la Filosofía Política ilustrada (Arosemena, Azuero, Rivadavia, &c.). La interpretación contraria: la Revolución americana como guerra civil, al menos como esa tesis es formulada por Marius André, es inaceptable y absurda en nuestro sentir. Es, por lo demás, la interpretación del neoescolasticismo español en su dirección histórica.

El sentido de los fenómenos históricos, su significación peculiar, la meditación sobre nuestra realidad, en el pasado y en el presente, son los factores que informan, que determinan ahora la temática de nuestros intelectuales en Hispanoamérica y en Panamá. El Dr. Gaspar Arosemena, a finales del siglo, proseguía la vieja interpretación de América como “tierra prometida”.{21} Lustros antes Justo Arosemena había contribuido notablemente al afianzamiento de esta dirección americanista. Sus concepciones históricas en relación con su hispanoamericanismo, serán objeto del próximo capítulo.

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{1} Mesanza, Fray A.: Un panameño ilustre. P. Mtro. Fr. Juan Prudencio de Osorio, “La Estrella de Panamá”, 14 de Abril de 1946. Véase también: Susto, Juan Antonio: Panameños de la Época Colonial, en Panamá en la Gran Colombia, Imprenta Nacional, Panamá. 1939.

{2} Herrera, José de la Cruz: Reseña Cultural en Justo Arosemena, Estudios Históricos y Jurídicos, Ed. Jackson, Buenos Aires, 1945, pág. XXXIII.

{3} Manfredo y Ballestas, Juan Francisco: Estatutos para el régimen del Colegio Seminario de la Diócesis del Istmo de Panamá. Imprenta de José Angel Santos. Por José María Bermúdez, Panamá, 1848. (Artículo 91, pág. 19).

{4} Ver “Petición de 22 de Octubre de 1848. Dirijida a la honorable Cámara de Representantes pidiendo la eliminación del Seminario de esta Diócesis i su refusión en el Colejio provincial”, en Ordenanzas y Peticiones de la Cámara Provincial de Panamá. Imprenta de José Angel Santos. Por José María Bermúdez, Panamá, 1848, pág. 32.

{5} Ibid. pág. 32.

{6} Decreto de la Cámara de la Provincia de Panamá, sobre organización del Colejio, renta y deberes de sus respectivos empleados. Imprenta de José Ángel Santos. Por José María Bermúdez, Panamá, 1842. Capítulo Primero, Artículo 3º; pág. 4.

{7} Ordenanzas y Peticiones de la Cámara Provincial de Panamá, op. cit., págs. 24-25.

{8} Reglamento del Colejio de Niñas de Panamá y Decreto Gubernativo expedido en ejecución de él. Reimpreso por José María Bermúdez, Panamá, 1847 (Artículo 4º).

{9} Decreto de la Cámara de la Provincia de Panamá, sobre organización del Colejio, renta y deberes de sus respectivos empleados, op. cit., pág. 15.

{10} Ordenanzas y Peticiones de la Cámara Provincial de Panamá, op. cit., pág. 33.

{11} Mendoza, Carlos A.; Porras, Belisario: Discursos cruzados en la sesión solemne celebrada con motivo de la Inauguración de la Biblioteca y del Cambio de Dignatarios el día 28 de Noviembre de 1880. Tip. de M. R. de la Torre, Panamá, pág. 7.

{12} Galimatías o Marsias tocando flauta, Imp. de M. R. de la Torre e Hijos, Panamá, 1891.

{13} Filosofía Moral (Contradicciones). Prólogo para un nuevo libro. Imprenta Florentino Mora, Panamá, 1891.

{14} Valenzuela, Mario: Apuntamientos sobre el Principio de Utilidad, Imprenta de Ortiz, Bogotá, 1857.

{15} En el último cuarto del siglo XIX la querella contra el positivismo spenceriano adquirió en Colombia inusitada vehemencia. Figuras como Miguel Antonio Caro, Rafael M. Carrasquilla y Marco Fidel Suárez se inspiraron en las corrientes neotomistas y neoescolásticas europeas, particularmente en pensadores tales como Mercier, Valet, los cardenales Newman y Wiseman; el historiador Cantú, &c. (Cfr. López de Mesa, Luis: Introducción a la Historia de la Cultura en Colombia, Bogotá, 1930, págs. 65-68). En Panamá se observa igualmente el predominio neoescolástico, predominio que, empero, no caló profundamente en el alma istmeña como lo comprueba la relativa facilidad con que la intelectualidad y la docencia panameñas adoptaron el sistema spenceriano, así como doctrinas científicas y filosóficas afines, durante los primeros lustros de la etapa republicana.

{16} Porras, Belisario, op. cit., pág. 12.

{17} Pérez, Manuel José: Las Teorías. Prólogo un libro. Imprenta y Encuadernación de Aquilino Aguirre, Panamá, 1890, pág. 57.

{18} Herrera, José de la Cruz: Apuntes Estéticos. Imprenta de Luis M. Holguín, Bogotá, 1899, pág. 22.

{19} Miracle de la Concepción, Juan: Discurso pronunciado por el R. P. Rector… sacerdote de las Escuelas Pías el día 19 de Mayo de 1890 con motivo de la solemne instalación del Colegio de Veraguas. Imprenta Florentino Mora, Panamá, 1890, pág. 11.

{20} Ibid., pág. 5.

{21} Arosemena, Gaspar; Martín, Melitón; Villamil, Cástulo; Patiño, H.; Llorent, José; Porras, Belisario: Velada celebrada por la Sociedad “Escuela Literaria” el día 11 de Octubre de 1892 en conmemoración del 4º Centenario del Descubrimiento de América, Imprenta M. R. de la Torre e Hijos, Panamá, 1892, págs. 24-25.

(Ricaurte Soler, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX, Panamá 1971, páginas 39-60.)