Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Miguel Sánchez de la Campa · La instrucción pública y la sociedad · 1854

Capítulo IV

Consecuencias funestas que resultan de que los gobiernos, abrogándose el monopolio de la instrucción, no hagan que esta marche en armonía con las necesidades y aspiraciones de la época

Poco es necesario decir ya para demostrar, después de lo que queda manifestado en los anteriores capítulos, que abrogándose el gobierno, como no puede menos de suceder en la época y con las condiciones de hoy, el monopolio de la enseñanza, deben resultar funestísimas consecuencias si no se da a esta una dirección conveniente y relativa al estado del país en sí mismo y a la posición que tienen las sociedades y naciones ilustradas.

Queda dicho que los errores en la instrucción pública son de infinita trascendencia, como así mismo que no puede considerarse una nación, cuando se trata de su instrucción, sino como a un miembro de la gran familia humana; por consiguiente, dar preponderancia a los estudios clásicos sobre los estudios científicos, cuando estos predominan en el mundo, es separarla del comercio universal, es rodearla de una muralla que, antes que sea destruida, han de pasar muchos años, y sufrir sus intereses pérdidas incalculables; y su bienestar, su moral y sus condiciones de existencia, daños gravísimos.

Abrir la puerta a ciertas y determinadas carreras, y abandonar a los esfuerzos individuales todos los demás estudios, es recargar indefinidamente los presupuestos y llenar la sociedad de ambiciones, tanto más revoltosas, tanto mas atrabiliarias, cuanta mayor dificultad encuentran para llegar a aquellos puestos en donde única y exclusivamente ven la satisfacción de sus necesidades, el cumplimiento de sus interesados deseos.

Dar preponderancia absoluta, a causa de su independencia, a unos estudios cuando todos los demás están sometidos de un modo positivo a la acción del legislador; y aun cuando esta independencia y libertad se cohoneste con fórmulas y con la invocación de intereses, por respetabilísimos que sean, es romper completamente el equilibrio de la sociedad, es declinar su acción el poder, es emancipar a una fracción, mientras la totalidad permanece sujeta a su yugo.{1}

No distinguir entre la ciencia y la filosofía, entre el escritor y el maestro, entre la inteligencia que piensa y la voluntad que ejecuta, es impedir toda clase de progreso.{2}

Lo difícil y resbaladizo del terreno a que habría necesidad de descender para aducir miles de ejemplos demostrativos de esta verdad, hacen que se concrete a lo dicho el objeto que sirve de epígrafe a este capítulo, pues indudablemente lo manifestado hasta ahora es muy suficiente para comprobar el aserto establecido.{3}

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{1} Esta es la gloriosa obra del último y nunca bien ponderado ni descrito concordato. Los estudios teológicos han vuelto a las universidades por un real decreto. Mañana otro se los volverá a arrebatar. Las cosas a medias no valen nada. Lo que hoy existe es causa suficiente para que la universidad y el seminario se pongan en pugna; para que el obispo excomulgue al rector; para que el gobierno y la Santa Sede se miren como enemigos.

{2} Por unos cuantos escritos fuimos perseguidos y vejados, y no pudimos conseguir el que se separase la causa del escritor y del hombre de partido, de la del profesor. El hombre de partido y el escritor hicieron que el catedrático fuera vejado y perseguido. ¡Cuántos casos idénticos pudiéramos citar!

{3} No fue nuestro ánimo al principiar esta obra en nuestro destierro dar rienda a nuestra pluma, y hablar, como pudiéramos y nos fuera facilísimo, a las pasiones; tratamos por el contrario de no remover mucho el agua que, aunque turbia, encubre el cieno infecto que forma el fondo de un estanque donde se agitan miles de reptiles; quisimos que nuestra obra pudiera circular libremente entre los hombres más intolerantes y apasionados. Por esta razón pasamos con suma rapidez sobre ciertas cuestiones que había precisión de hacerlas descender del elevado terreno filosófico si se quería fueran conocidas cual corresponde.

Hoy, aunque en cierto modo han variado las circunstancias, como tenemos la convicción de que en nuestro país se mudan los nombres a las cosas permaneciendo las mismas en su esencia, no hemos modificado nuestro pensamiento. Sirva esto de aclaración a los que extrañen las cortas dimensiones que damos a algunos capítulos de esta obra, a los que echen de menos ciertos detalles, a los que hubieran deseado más copia de datos y de citas. Harto haremos con poner unas cuantas notas, hoy 20 de setiembre, al tiempo de imprimirla.

{Texto de las páginas 45 a 46 de La instrucción pública y la sociedad, Madrid 1854.}